domingo, 14 de diciembre de 2025

"El eterno retorno de Marguerite Duras, la escritora que rompió las reglas, no renunció al placer y siguió su instinto". Cristina Ros, elDiario.es

La escritora Marguerite Duras
La editorial Tusquets recupera dos libros de la escritora francesa: ‘El amante’, considerada su obra maestra, y ‘Escribir’, donde reflexiona sobre el oficio

“Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, pero me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado”. Son las palabras que un hombre dirige a una mujer en uno de los principios más memorables de la historia de la literatura, el de El amante (1984), la novela más emblemática de Marguerite Duras (Saigón, 1914-París, 1996). Esa mujer madura, la narradora, no es otra que su alter ego, que rememora un amor de adolescencia con un hombre chino acaudalado, doce años mayor que ella, en el Vietnam de la Indochina francesa, donde vivió hasta los dieciocho años.

Tusquets ha recuperado la novela con la ya mítica traducción de Ana María Moix, que conserva su intensidad, su cadencia. Porque hablar de Marguerite Duras es hablar de la pasión, de una sed arrolladora de vida que no se deja amedrentar por nada ni por nadie, un fuego que se trasluce en su estilo, tanto el de los libros como el de las películas. Uno de los hilos de El amante es esa relación entre opuestos que desafía convenciones, pero por encima de todo es una confesión de esa etapa en la que la joven narradora se abre al mundo adulto, una etapa en la que por supuesto rompe las reglas, desafía a la autoridad materna, no renuncia al placer y sigue su propio instinto, le salga como le salga.

Las tensiones con la madre son uno de los grandes temas de esta novela, y quizá el más olvidado cuando se la recuerda, por esa costumbre de centrarse tanto, críticos y lectores y adaptadores (de la versión al cine de 1992 no se encargó la autora, sino Jean-Jacques Annaud), en el romance, un romance que tiene la salsa del triple tabú: diferencia étnica, diferencia de edad, diferencia social. Y mucha atracción, porque a los protagonistas los mueve el deseo. Es ahí donde surge el conflicto maternofilial, cuando la hija antepone la satisfacción personal, aunque la lleve a una deriva imprudente, a la disciplina del hogar.

Duras tuvo una infancia traumática, marcada por la muerte temprana del padre —tanto él como la madre eran maestros en el Vietnam colonial—, que sumió a la madre y a sus tres hijos en la inestabilidad y la escasez. La relación de la futura escritora con su progenitora tiene tiranteces y distancias que aumentan a medida que se convierte en una adolescente transgresora, que cruza todos los límites y se atreve a vivir a su manera. De algún modo, la libertad con la que la narradora se entrega a ese amor imprudente es fruto de la educación recibida, una educación que no la alejó de la población autóctona, como a muchos niños occidentales criados en las colonias, sino que le proporcionó una mirada desprejuiciada que se refleja en su concepción artística.

“Veo que mi madre está claramente loca. Veo que Dô y mi hermano siempre han tenido acceso a esa locura. Que yo no, yo aún no la había visto. Que nunca se me había ocurrido que mi madre estaba loca. Lo estaba”, escribe. Es esta naturalidad, con su ritmo hipnótico, lo que cautiva. Son esos arañazos, que aparecen en el relato sin estridencias: “Y después, un día, se acabó. Ahora la madre y los dos hermanos están muertos. También para los recuerdos es demasiado tarde. Ya no sé si los quise. Los abandoné”. La herida se mira con la rotundidad de la joven rebelde, pero también con la mujer madura que mira atrás, sin lamentarse: “Se acabó, ya no lo recuerdo. Por eso ahora escribo tan fácilmente sobre ella, tan largo, tan tendido, ella se ha convertido en escritura corriente”.

Los surcos de ese rostro devastado son los de una piel que ha vivido, que ha tocado y se ha dejado tocar, que ha sufrido inclemencias, que jamás ha temido exponerse al sol, por mucho que pueda quemarla con insolencia. La belleza, una concepción de la belleza que no responde a otro canon que el de la mirada propia, es otro motor de El amante. Frente al silencio, la escasez, la contención y la frialdad del hogar (“En nuestra familia no solo no se celebraba ninguna fiesta”, explica, “sino que tampoco había árbol de Navidad, ni ningún pañuelo bordado, ni ninguna flor”), la protagonista cruza fronteras, colma los deseos de su cuerpo, se deja consentir por el amado, busca las caricias que no encontró en casa en las manos extranjeras del desconocido.
Una escritora que siempre supo que quería serlo

“No merece la pena tener miedo”, sentencia. Lo afirma a propósito de la relación, pero bien podría ser una declaración de principios. También: “Ese quebrantamiento de las mujeres a sí mismas ejercido por ellas mismas siempre me ha parecido un error”. Lo arrebatador de El amante no es el descubrimiento del amor a través de una relación prohibida —¡se han escrito tantas…!—, sino esta mordedura de la narradora irredenta, que da a la aventura el valor de algo más, de un cruce de fronteras que le reveló quién era ella, quién podía ser fuera de las puertas del hogar.

Y ella tenía claro quién quería ser: “Creo que mi vida ha empezado a mostrárseme. […] Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida”. Esa revelación de las páginas finales de El amante se complementa con el ensayo que la editorial también ha recuperado, Escribir (1993), en versión de la misma traductora, una obra indispensable para acercarse a la forja de un oficio, a una soledad buscada “para escribir libros que yo aún desconocía, que ni yo ni nadie había concebido aún”.

Quizá todos los escritores fueron niños solitarios; la cuestión es que integrar la soledad en la rutina es una parte esencial del proceso creativo: “La soledad de la escritura es una soledad sin la que lo escrito no se produce, o se desmigaba, exangüe”. Sostiene que hay que mantener una separación de los demás, cuidar el espacio propio dedicado a escribir, en el que no obstante se cuelan invitados indeseados: “La soledad también significa: o la muerte, o el libro. Pero ante todo también significa: el alcohol”. Ella no niega el vicio, las caídas. Escribir no es un manual de buenas prácticas; es un texto tan íntimo como el resto de los suyos, con su carácter, y ahí reside su valor.

“Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura te salvará”. Escribir podría haberse titulado La vida o Confesiones. Porque, para quien dedica su existencia a la escritura, vivir y escribir son inseparables. Se nutren, se respiran, se dan sentido. Ella escribe sin mapas, a la aventura. Sin miedo, dejándose impregnar por las palabras: “Cuando yo escribía en la casa, todo escribía. La escritura estaba en todas partes”. No escribir era caer de nuevo: “Estar perdido sin poder escribir más […]. Entonces es cuando se bebe”.

Ella supo alumbrar el camino para una escritura “salvaje”: “Se alcanza un salvajismo anterior a la vida. […] Una se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe”. Para Duras, la literatura surge del cuerpo, de la experiencia, de la emoción, no tanto para reproducir una vivencia con fidelidad (la memoria es juguetona) como para darle un latido, para que la historia esté viva. Audaz, la autora escribe desde la creación y la destrucción, desde la intimidad y la extrañeza, desde el amor y el dolor, desde la unión y la pérdida. En esos bordes, en las fronteras de los muchos espacios que habitó, está la vida. Solo se puede escribir desde ahí, desde ese punto intermedio. Y sola: “En el libro hay eso: la soledad es la del mundo entero”.

sábado, 13 de diciembre de 2025

"EL CENTINELA". Un cuento de Arthur C. Clarke

Sinopsis: «El Centinela» (The Sentinel) es un cuento de ciencia ficción de Arthur C. Clarke publicado en 1951 en la revista Ten Story Fantasy, que sirvió de inspiración para la película 2001: Una odisea del espacio. Relata la historia de un grupo de exploradores lunares liderados por un geólogo que descubren una misteriosa estructura con forma de pirámide en la meseta de una montaña del Mare Crisium. La expedición, inicialmente centrada en la recolección de minerales y el estudio del terreno, se ve interrumpida por este hallazgo inesperado. La pirámide, que refleja la luz del sol con un brillo metálico, sugiere que no es una formación natural, lo que despierta la curiosidad y el sentido de aventura del equipo. (lecturia.org)

EL CENTINELA

La próxima vez que vean la luna llena allá en lo alto, por el sur, miren cuidadosamente al borde derecho, y dejen que vuestra mirada se deslice a lo largo y hacia arriba de la curva del disco. Alrededor de las 2 del reloj, notarán un óvalo pequeño y oscuro; cualquiera que tenga una vista normal puede encontrarlo fácilmente. Es la gran llanura circundada de murallas, una de las más hermosas de la Luna, llamada Mare Crisium, Mar de las Crisis. De unos quinientos kilómetros de diámetro, y casi completamente rodeada de un anillo de espléndidas montañas, no había sido nunca explorada hasta que entramos en ella a finales del verano de 1996.

Nuestra expedición era importante. Teníamos dos cargueros pesados que habían llevado en vuelo nuestros suministros y equipo desde la principal base lunar de Mare Serenitatis, a ochocientos kilómetros de distancia. Había también tres pequeños cohetes destinados al transporte a corta distancia por regiones que no podían ser cruzadas por nuestros vehículos de superficie. Afortunadamente la mayor parte del Mare Crisium es muy llana. No hay ninguna de las grandes grietas tan corrientes y tan peligrosas en otras partes, y muy pocos cráteres o montañas de tamaño apreciable. Por lo que podíamos juzgar, nuestros poderosos tractores oruga no tendrían dificultad en llevarnos a donde quisiésemos.

Yo era geólogo —o selenólogo, si queremos ser pedantes— al mando de un grupo que exploraba la región meridional del Mare. En una semana habíamos cruzado cien de sus millas, bordeando las faldas de las montañas de lo que había antes sido el antiguo mar, hace unos mil millones de años. Cuando la vida comenzaba sobre la Tierra, estaba ya muriendo aquí. Las aguas se iban retirando a lo largo de aquellos fantásticos acantilados, retirándose hacia el vacío corazón de la Luna. Sobre la tierra que estábamos cruzando, el océano sin mareas había tenido en otros tiempos casi un kilómetro de profundidad, pero ahora el único vestigio de humedad era la escarcha que a veces se podía encontrar en cuevas donde la ardiente luz del sol no penetraba nunca.

Habíamos comenzado nuestro viaje temprano en la lenta aurora lunar, y nos quedaba aún una semana de tiempo terrestre antes del anochecer. Dejábamos nuestro vehículo una media docena de veces al día, y salíamos al exterior en los trajes espaciales para buscar minerales interesantes, o colocar indicaciones para guía de futuros viajeros. Era una rutina sin incidentes. No hay nada peligroso, ni siquiera especialmente emocionante en la exploración lunar. Podíamos vivir cómodamente durante un mes dentro de nuestros tractores a presión, y si nos encontrábamos con dificultades siempre podíamos pedir auxilio por radio y esperar a que una de nuestras naves espaciales viniese a buscarnos. Cuando eso ocurría se armaba siempre un gran alboroto sobre el malgasto de combustible para el cohete, de modo que un tractor solamente enviaba un SOS en caso de verdadera necesidad.

Acabo de decir que no había nada estimulante en la exploración lunar, pero, naturalmente, eso no es cierto. Uno no podía nunca cansarse de aquellas increíbles montañas, mucho más abruptas que las suaves colinas de la Tierra. Cuando doblábamos los cabos y promontorios de aquel desaparecido mar, no sabíamos nunca qué esplendores nos iban a ser revelados. Toda la curva sur del Mare Crisium es un vasto delta donde veinte ríos iban antes al encuentro del océano, alimentados quizá por las torrenciales lluvias que debieron haber batido las montañas en la breve época volcánica cuando la Luna era joven. Cada uno de aquellos valles era una invitación, retándonos a trepar a las desconocidas tierras altas de más allá. Pero aún nos quedaban más de cien kilómetros por recorrer, y no podíamos hacer otra cosa sino contemplar con nostalgia las alturas que otros deberían escalar. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 12 de diciembre de 2025

"DE SENECTUTE". Un poema de Irene Sánchez Carrión seleccionado y comentado por Andrea Villarrubia Delgado

El título del poema de este primer domingo de diciembre alude a uno de los tratados más relevantes de Marco Tulio Cicerón, ‘De senectute’, una reflexión sobre la edad última de la vida. Su autora, Irene Sánchez Carrión, lo incluyó en el libro ‘Ningún mensaje nuevo’, que obtuvo el XII Premio Internacional de Poesía ‘Antonio Machado en Baeza’. La poeta retoma el título de Cicerón y lo aplica a sus recuerdos de infancia, cuando veía absorta a las mujeres viejas peinar sus trenzas en un moño. Es una mirada delicada hacia una ceremonia a la que día tras día se entregaban tantas mujeres mientras alentaban el curso de las conversaciones. Mujeres enlutadas, viejas antes de tiempo, recluidas, ajenas a cualquier mundanidad. Una vejez, sin embargo, que no renunciaba al acicalamiento y la prestancia. (Andrea Villarrubia Delgado)

DE SENECTUTE

Cuando yo era muy niña
las viejas se peinaban como diosas.
Me gustaba acercarme
y contemplar el sencillo ritual de cada día:
las viejas, sentadas a la puerta,
esperaban tranquilas a sus hijas
que llegaban alegres, bulliciosas,
a deshacer el moño del día anterior.

Con la mirada absorta de la infancia,
observaba caer los escasos cabellos
sobre los hombros secos y la espalda abatida.
Las viejas elevaban hacia el cielo su rostro
con los ojos cerrados
y no podía yo quitar mis ojos
de la piel transparente de sus sienes,
de la azulada red de duras venas,
de los largos mechones apagados.

Así avanzaba otro día,
se tejían las trenzas con esmero,
se trataban asuntos de mujeres,
a veces susurrados,
a veces relatados con viveza,
mientras peinas y horquillas
flotaban en la blanca palangana.

Cuando yo era muy niña
las viejas iban siempre de negro
y vivían cara al sol
en silencio y con los ojos cerrados,
y se peinaban
como si fueran diosas.
Pero aquel elegante recogido
que tanto me gustaba
acababa cubierto por un pañuelo negro,
un día más, oculto.
un día más, perfecto.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

"AMA, Y AMA Y ENSANCHA EL ALMA". De Extremoduro por un coro de niños del CEIP La Latina

Manolo Chinato escribió el poema, Robe Iniesta lo convirtió en un himno, y el coro de niños del CEIP La Latina, al mando de la profesora Mónica Cano, hace magia. Esto se grabó en el año 2018. 

AMA, Y AMA Y ENSANCHA EL ALMA


Quisiera que mi voz fuera tan fuerte
Que a veces retumbara las montañas
Y escucharais, la mente social-adormecida
Las palabras de amor de mi garganta
Ama
Ama, Chu
Ama
Y ensancha el alma

Quisiera que mi voz fuera tan fuerte
Que a veces retumbara las montañas
Y escucharais, las mentes social-adormecidas
Las palabras de amor de mi garganta

Los brazos, la mente; y repartíos
Que solo os enseñaron el odio y la avaricia
Yo quiero que todos, como hermanos
Repartamos amores, lágrimas y sonrisas

De pequeño me impusieron las costumbres
Me educaron para hombre adinerado
Pero ahora prefiero ser un indio
Que un importante abogado

Hay que dejar el camino social alquitranado
Porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas
Hay que volar libre al sol y al viento
Repartiendo el amor que tengas dentro

Hay que dejar el camino social alquitranado
Porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas
Hay que volar libre al sol y al viento
Repartiendo el amor que tengas dentro

Hay que dejar el camino social alquitranado
Porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas
Hay que volar libre al sol y al viento
Repartiendo el amor que llevas dentro

Hasta siempre
Déjame llegue la primavera
Y así me paso la vida entera.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Bellezas asustadas. Un cuento de Bohumil Hrabal,

El snack bar del Florenc está igualmente animado desde la mañana, operarios y empleados, viajantes y barrenderos que comen y luego se toman un refrigerio, hay emparedados y seis tipos de ensalada y würstel caliente con mostaza, y sirviendo la cerveza está una giganta de ojos grandes y siempre de buen humor, tras una puerta abierta puede verse el interior de la cocina, tras la puerta de cristal abierta dan vueltas los pollos que se doran, para quién quiera también hay limonada... Y de la cocina húmeda y oscura emergen los camareros con platos de sopa y gulash con knedliky a precios económicos y cerca de la ventana que llega hasta el suelo están sentadas las barrenderas zíngaras con las chaquetas anaranjadas y beben cerveza y sus cabellos negros grasos hacen pensar en Méjico... y también yo como aquí, después compro medio pollo asado para los gatos... y hoy fui de nuevo afortunado, ahí está, de pie, como las otras, está mi vietnamita asustada, come como siempre con mucha finura un pollito, o bien un emparedado, sus pequeños dedos trabajan esbeltos, como si próximo a la boca hiciera al ganchillo un minúsculo centro, come con tanta finura que se distingue rápidamente del resto de la gente que está comiendo, y lleva los vaqueros que le hacen las piernas esbeltas, y una camiseta color limón y como todas sus amigas tiene pequeños senos, con un collarcito, y los cabellos negros... y veo también sus zapatitos de charol en la posición de base de las bailarinas, así como sabía llevar sus zapatitos mi mujer Pipsi y también usted, Aprilina, también usted caminaba por Praga como una de esas vietnamitas asustadas, que saben moverse como piedras preciosas por la calle, las plazas, el metro de Praga... Y dado que les gusta viajar en autobús, las encuentro también allí en la estación de autobuses... Siempre elegantemente vestidas, con los bolsitos en bandolera, o bien con mochilitas coloradas y equipajes colorados sobre la espalda, un poco curvadas hacia adelante, y tienen siempre los dedos juntos, sus manos son en realidad manos de pianista, algunas tienen los dedos además que se tocan como si estuvieran en dos octavas, así como los tenía Federico Chopin... He oído decir que las vietnamitas saben coserse de todo, incluso vaqueros, como si los hubieran cosido trabajando en la Lévi Strauss... Saben incluso coser bajo las marcas de los dedos números y letras coloradas... Y al mismo tiempo siento pena por ellas, porque aquí con nosotros están tan solas, tan abandonadas, tan asustadas... incluso cuando hablan entre ellas, es como si gorjearan estupendos pajaritos, como papagayos que parlotean en vietnamita... CONTINUAR LEYENDO

domingo, 7 de diciembre de 2025

"CARTA AL AÑO 2176". Un poema del poeta bosnio Izet Sarajlic

 

¿Qué?
¿Todavía escucháis a Mendelssohn?
¿Todavía recogéis margaritas?
¿Todavía celebráis los cumpleaños de los niños ?
¿Todavía ponéis nombres de poetas a las calles?
Y a mí, en los años setenta de dos siglos atrás, me aseguraban que los tiempo de la poesía habían pasado, al igual que el juego de las prendas, o leer las estrellas o los bailes en casa de los Rostov.
¡Y yo, tonto casi lo creí!

sábado, 6 de diciembre de 2025

Victoria Camps: “La IA nos ayuda, pero también limita nuestra libertad". Lola Delgado, Theconveration.com

Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía moral y política, es una de las mentes más lúcidas de la filosofía en España. Fue senadora y se desempeñó como presidenta de la Sección Séptima del Consejo de Estado y consejera permanente de este órgano. Haber vivido la política desde dentro le otorga la facultad de analizar con rigor crítico sus limitaciones, contradicciones y retos. Con esta doble mirada habla con nosotros y se pasea por las grandes inquietudes de nuestro tiempo: la conquista de las libertades, el papel de la tecnología, los deseos, la soledad o el individualismo de algunos jóvenes. En su último libro, La sociedad de la desconfianza (Arpa Editores, 2025) analiza por qué hemos dejado de confiar en muchas de las cosas que nos rodean como la política o las instituciones y nos hemos refugiado en círculos íntimos. Entre algoritmos que condicionan nuestras decisiones y vínculos humanos que se debilitan, emergen muchas preguntas urgentes.

¿En qué momento hemos perdido la confianza como sociedad? ¿Es que no confiamos ya en nada?

En casi nada. Confiamos en núcleos pequeños, en el núcleo familiar, en el núcleo de amigos. En la política es evidente que cada vez confiamos menos. Confiamos poco en las instituciones porque no cumplen las expectativas que ponemos en ellas. Confiamos poco en las grandes corporaciones y en esas empresas que deberían darnos servicios. Cuesta mucho entender que las eléctricas o los bancos, es decir, las grandes compañías, no nos ayuden. La inteligencia artificial lo hace, y eso es un progreso, pero también nos complica la vida. En muchas ocasiones, las relaciones personales han ido decreciendo porque todo lo hacemos a través de pantallas, a través de máquinas, a través de robots que nos contestan. Vivimos en un mundo que se nos hace bastante hostil, todo ha empeorado por ese clima de polarización, de confrontación, de guerras que parecen cotidianas y con las que no hay manera de acabar. En fin, necesitamos dar un salto hacia adelante que resulte realmente prometedor. La sociedad está cambiando mucho, hay necesidades muy nuevas. Gran parte de la sociedad tiene la impresión de que todo es caótico a su alrededor: guerras, migrantes perseguidos, odio, cambio climático, nacionalismos, líderes extremistas…

¿Estamos en un periodo histórico especialmente pesimista?

El siglo pasado fue un siglo malo, un siglo de dos grandes guerras en las que murió mucha gente, donde se perdieron muchas cosas. Pero luego hubo un rebrote que permitió hacer la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, por ejemplo, crear el estado de bienestar en Europa. Ahora tenemos más conciencia que antes de los peligros del fascismo. Los Estados están más estructurados democráticamente, con poderes separados (aunque a veces no lo parezca) que intentan, en definitiva, frenar los despropósitos. Pero ha habido, por supuesto, épocas socialmente malas. Ha habido épocas de grandes retrocesos. Ahora sería el momento de dar un salto hacia un mundo distinto, hacer un cambio, una revolución. Si miramos atrás en la historia, vemos un cierto progreso. El propio liberalismo fue un progreso al considerar que el sujeto, el ser humano, debía ser considerado un sujeto libre, un sujeto de libertades básicas. Luego eso ha evolucionado de una forma indebida, porque ese sujeto libre no ha sabido autolimitarse. Por eso hay que esperar. A pesar de la desconfianza, hay que tener esperanza en que, si algo puede mejorar, dependerá de nosotros. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 5 de diciembre de 2025

"ENCENDER UNA HOGUERA". Un espeluznante cuento de Jack London

Acababa de amanecer un día gris y frío, enormemente gris y frío, cuando el hombre abandonó la ruta principal del Yukón y trepó el alto terraplén por donde un sendero apenas visible y escasamente transitado se abría hacia el este entre bosques de gruesos abetos. La ladera era muy pronunciada, y al llegar a la cumbre el hombre se detuvo a cobrar aliento, disculpándose a sí mismo el descanso con el pretexto de mirar su reloj. Eran las nueve en punto. Aunque no había en el cielo una sola nube, no se veía el sol ni se vislumbraba siquiera su destello. Era un día despejado y, sin embargo, cubría la superficie de las cosas una especie de manto intangible, una melancolía sutil que oscurecía el ambiente, y se debía a la ausencia de sol. El hecho no le preocupaba. Estaba hecho a la ausencia de sol. Habían pasado ya muchos días desde que lo había visto por última vez, y sabía que habían de pasar muchos más antes de que su órbita alentadora asomara fugazmente por el horizonte para ocultarse prontamente a su vista en dirección al sur.

Echó una mirada atrás, al camino que había recorrido. El Yukón, de una milla de anchura, yacía oculto bajo una capa de tres pies de hielo, sobre la que se habían acumulado otros tantos pies de nieve. Era un manto de un blanco inmaculado, y que formaba suaves ondulaciones. Hasta donde alcanzaba su vista se extendía la blancura ininterrumpida, a excepción de una línea oscura que partiendo de una isla cubierta de abetos se curvaba y retorcía en dirección al sur y se curvaba y retorcía de nuevo en dirección al norte, donde desaparecía tras otra isla igualmente cubierta de abetos. Esa línea oscura era el camino, la ruta principal que se prolongaba a lo largo de quinientas millas, hasta llegar al Paso de Chilcoot, a Dyea y al agua salada en dirección al sur, y en dirección al norte setenta millas hasta Dawson, mil millas hasta Nulato y mil quinientas más después, para morir en St. Michael, a orillas del Mar de Bering.

Pero todo aquello (la línea fina, prolongada y misteriosa, la ausencia del sol en el cielo, el inmenso frío y la luz extraña y sombría que dominaba todo) no le produjo al hombre ninguna impresión. No es que estuviera muy acostumbrado a ello; era un recién llegado a esas tierras, un chechaquo, y aquel era su primer invierno. Lo que le pasaba es que carecía de imaginación. Era rápido y agudo para las cosas de la vida, pero sólo para las cosas, y no para calar en los significados de las cosas. Cincuenta grados bajo cero significaban unos ochenta grados bajo el punto de congelación. El hecho se traducía en un frío desagradable, y eso era todo. No lo inducía a meditar sobre la susceptibilidad de la criatura humana a las bajas temperaturas, ni sobre la fragilidad general del hombre, capaz sólo de vivir dentro de unos límites estrechos de frío y de calor, ni lo llevaba tampoco a perderse en conjeturas acerca de la inmortalidad o de la función que cumple el ser humano en el universo. Cincuenta grados bajo cero significaban para él la quemadura del hielo que provocaba dolor, y de la que había que protegerse por medio de manoplas, orejeras, mocasines y calcetines de lana. Cincuenta grados bajo cero se reducían para él a eso... a cincuenta grados bajo cero. Que pudieran significar algo más, era una idea que no hallaba cabida en su mente. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 4 de diciembre de 2025

"PENÉLOPE". Un poema de Antonio Rivero Taravillo seleccionado y comentado por Andrea Villarrubia Delgado

Un invierno en otoño’ es el título del último libro que publicó el poeta Antonio Rivero Taravillo unos meses antes de morir. Con él obtuvo el XXV Premio de Poesía ‘Paul Beckett’ y ha sido publicado por la editorial BajAmar en 2025. Poeta, traductor y ensayista, Antonio Rivero hace de la experiencia de la enfermedad y la amenaza de la muerte una obra poética. No es fácil, ni es grato. La poesía, sin embargo, le permite hablar, lo cual es ya un alivio, una forma de celebrar la vida que se apaga. He elegido el poema titulado ‘Penélope’, uno de los últimos del libro y en él, ante la sombra de la muerte, rescata el mito homérico y con gran ternura dirige sus ojos a su esposa, consolándola y, a diferencia de Ulises, animándola al amor, a la esperanza. (Andrea Villarrubia Delgado

PENÉLOPE

Si falto (que lo haré)… Cuando yo falte…
Cuando yo falte, muchos rondarán
tus caminos, esposa. Pretendientes
llenarán toda Ítaca de lánguidas
miradas y guiños y piropos
buscando acceso a tu belleza triste.

Los comprendo, también yo haría lo mismo.
También yo hice lo mismo
por alcanzarte.
Haz lo que quieras, no destejas
y tejas aquel manto de la historia:
no mataré a ninguno, muerto ya.

Te esperaré
-tuya será la larga travesía-,
besando tu recuerdo que me turba,
en el Hades de sombra y de ausencia.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

"EL ASCENSO EDUCATIVO DEL SUR DE EEUU: CUATRO LECCIONES PARA ESPAÑA". Lucas Gortazar, País

Una clase en EE UU
Mientras buena parte de los países occidentales encadenan caídas reales en resultados de aprendizaje, en los Estados sureños se está produciendo una revolución de política educativa que rompe muchos esquemas

Mientras buena parte de los países occidentales -incluida España- encadenan caídas reales en resultados de aprendizaje, en los estados del sur de Estados Unidos se está produciendo una revolución de política educativa que está rompiendo muchos esquemas.

En España, Europa y buena parte de Estados Unidos, seguimos enfrascados en debates menores atravesados por dinámicas de poder entre actores. Las administraciones no son capaces de poner en marcha políticas e incentivos con objetivos claros y medibles para mejorar el aprendizaje real del alumnado, cuando este se ha convertido en el principal reto de los sistemas educativos modernos.

Tanto en el qué como, sobre todo, en el cómo, el llamado “Ascenso del Sur” (Southern Surge) no tiene precedentes. Varios de los estados más pobres de Estados Unidos, como Luisiana, Tennessee, Misisipi o Alabama, históricamente a la cola en lectura y matemáticas en primaria según las pruebas NAEP, han protagonizado una de las historias de mejora más relevantes en un contexto de caída generalizada iniciado en 2013.

El caso de Misisipi es ilustrativo: pasó de ser el estado con peores niveles de lectura en 4º de primaria a alcanzar la media nacional, y lo logró elevando de los resultados de la minoría negra: en solo 20 años los alumnos afroamericanos de Mississipi pasaron de ocupar el puesto 43 al tercer puesto a nivel nacional. En Tennessee, la mejora en 8º curso fue la más rápida de todo el país. No fue magia. Tampoco los impuestos, como diría el meme. Fue inversión inteligente, y, sobre todo, una concienzuda implementación. Estas son las cuatro “lecciones sureñas” que merecen la pena ser tenidas en cuenta.

1. Tomarse en serio los materiales curriculares de lectura y matemáticas. En lectura, muchos estados y distritos en USA se han posicionado históricamente en favor de la lectura global (en vez de la fonética), la cual ha mostrado resultados desastrosos. Sin embargo, los estados del sur cambiaron la estrategia y optaron por una enseñanza explícita y sistemática en fonética, fonología y conciencia morfológica. Además, contra la tendencia nacional, se promovieron planes de lectura con textos ricos que incorporaron un abanico de conocimientos amplio de historia, ciencia o geografía. Esto último es quizás lo más relevante para el caso español, que aun habiendo acertado desde hace décadas con un modelo de lectura basado en la fonética, se mantiene en el bucle infinito separando contenidos y competencias como si no fueran parte de lo mismo. En matemáticas, además, se ha puesto el foco en retomar unos estándares claros de aprendizaje y en asegurar que los maestros de primaria tuvieran una comprensión profunda de la materia. El objetivo era una enseñanza basada en principios matemáticos sólidos y con una secuencia lógica, demostrando que la innovación no está reñida con la disciplina académica. Quizás lo más importante es que, mientras en Estados Unidos es habitual que los estados evalúen los materiales que van a entrar en sus escuelas, en España seguimos sin desarrollar instituciones que revisen dichos materiales. Después nos llevamos las manos a la cabeza con los recién llegados, que, por cierto, sí han pasado esos controles en sistemas avanzados como el norteamericano.

2. Repensar la repetición de curso en Primaria. Varios de estos estados adoptaron controvertidas leyes que promueven la repetición de curso alrededor de los 8 o 9 años, y solo una vez. Esta medida, hoy residual en la mayoría de los países del mundo en Primaria, perseguía un fin muy sencillo. Asegurarse que todos los alumnos sabían leer antes de poder aprender leyendo. La herramienta no era sumativa sino formativa (y por tanto de prevención temprana), ya que todos los alumnos que repiten o están en riesgo de hacerlo reciben un apoyo intensificado e individualizado antes, durante y después de este proceso. Evaluaciones causales de la medida muestra que, efectivamente, al combinar la medida con medidas de acompañamiento y refuerzo, el efecto ha sido positivo en lectura y matemáticas en el corto plazo (ver aquí, aquí o aquí). Esto es algo sorprendente pues toda la literatura causal de la repetición en secundaria muestra un impacto notablemente negativo en la continuación de los estudios.

3. La implementación, la clave de bóveda. En lugar de financiar proyectos dispersos y sin evaluar, los estados sureños invirtieron los recursos en implementar bien su nueva visión. Esto significó varias cosas. Primero, las ya citadas revisiones exhaustivas y profesionales del material curricular que entraba en las aulas; segundo, el desarrollo de materiales y guías con docentes, incorporando casos de uso prácticos para formar a todo el profesorado (con una remuneración aparte); tercero, la contratación de figuras intermedias (formadores, coaches, especialistas) para formar a todo el profesorado buscando el tiempo necesario para dar esa formación. Por ejemplo, en el caso de Tennessee, los datos muestran que el 96% del profesorado recibió formación sobre uso de materiales y guías sobre la enseñanza de la lectura.

4. El progreso real implica un uso intensivo de datos para su seguimiento. Conviene desterrar la caricatura habitual, que suele proteger de manera poco elegante un modelo opaco y de baja responsabilidad del sector educativo. Evaluar periódicamente si un niño de 10 años comprende un texto escrito no es ser resultadista (o neoliberal): es proteger de manera radical su derecho a la educación. El Southern Surge se sostuvo con una gestión de datos ejemplar. Se hizo un seguimiento riguroso de todo: desde la formación del profesorado hasta el aprendizaje de los alumnos. Los datos no solo se usaban para medir el resultado final, sino para ajustar la implementación en tiempo real. La clave no era tener datos, sino usarlos para la toma de decisiones pedagógicas a nivel de centro en todo momento.

El “Ascenso del Sur” es difícil de digerir en nuestro sector, tan polarizado y pesimista, porque tiene a la vez ingredientes que pueden percibidos como conservadores (repetición, estándares, evaluación intensiva) y progresistas (inversión pública adicional, foco en equidad y apoyo al profesorado). Y porque ha abordado sin excusas tanto los procesos (contar con docentes y acompañarlos) como los resultados (se han reducido o protegido el aumento de las brechas de aprendizaje). Lo que está ocurriendo en un lugar tan insospechado como los estados sureños - todos ellos gobernados por administraciones republicanas, por cierto- invita en todo caso a la reflexión.La realidad es que debemos comenzar, de manera radical, a hacer política educativa de otra forma, pensando más en el cómo y no tanto en el qué. Como decía Michael Barber, asesor en materia de educación de los gobiernos de Blair y Brown en el Reino Unido, que tantas mejoras de financiación y resultados trajeron: “pensamos que en política educativa el 90% del éxito viene de tener buenas ideas y el 10% restante de implementarlas; pero es justo al revés. Solo el 10 por ciento tiene que ver con decidir qué se quiere hacer; el otro 90 por ciento son la sangre, sudor y lágrimas de una implementación implacable”.

lunes, 1 de diciembre de 2025

"BRUJA". Un cuento de Julio Cortázar

Sinopsis: «Bruja» es un cuento de Julio Cortázar, escrito en 1943 y publicado póstumamente en 1994 en Cuentos completos. Narra la historia de Paula, una joven tímida y melancólica que vive en un pequeño pueblo. Marcada por una vida aislada y rutinaria, una tarde en que permanece sola en su hogar recuerda un extraño incidente de su infancia que despierta en ella una honda inquietud. A medida que los recuerdos afloran, surge la perturbadora sospecha de poseer un don inexplicable, un poder silencioso que la acompaña desde niña y cuyo verdadero alcance teme comprender. (lecturia.org)

BRUJA

Deja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene una de esas extrañas impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa de aprehender todo lo que sus sentidos puedan alcanzar en el instante. Trata de ordenar sus inmediatas intuiciones, identificarlas y hacerlas conocimiento: movimiento de la mecedora, dolor en el pie izquierdo, picazón en la raíz del cabello, gusto a canela, canto del canario flauta, luz violeta en la ventana, sombras moradas a ambos lados de la pieza, olor a viejo, a lana, a paquetes de cartas. Apenas ha concluido el análisis cuando la invade una violenta infelicidad, una opresión física como un bolo histérico que le sube a las fauces y le impulsa a correr, a marcharse, a cambiar de vida; cosas a las que una profunda inspiración, cerrar dos segundos los ojos y llamarse a sí misma estúpida bastan para anular fácilmente.

La juventud de Paula ha sido triste y silenciosa, como ocurre en los pueblos a toda muchacha que prefiera la lectura a los paseos por la plaza, desdeñe pretendientes regulares y se someta al espacio de una casa como suficiente dimensión de vida. Por eso, al apartar ahora los claros ojos del tejido —un pulóver gris simplísimo—, se acentúa en su rostro la sombría conformidad del que alcanza la paz a través de moderado razonamiento y no con el alegre desorden de una existencia total. Es una muchacha triste, buena, sola. Tiene veinticinco años, terrores nocturnos, algo de melancolía. Toca Schumann en el piano y a veces Mendelssohn; no canta nunca pero su madre, muerta ya, recordaba antaño haberla oído silbar quedamente cuando tenía quince años, por las tardes.

—Sea como sea —pronuncia Paula—, me gustaría tener aquí unos bombones.

Sonríe ante la fácil y ventajosa sustitución de anhelos; su horrible ansiedad de fuga se ha resumido en un modesto capricho. Pero deja de sonreír como si le arrancaran la risa de la boca: el recuerdo de la mosca se asocia a su deseo, le trae un inquieto temblor a las manos vacantes.

Paula tiene diez años. La lámpara del comedor siembra de rojos destellos su nuca y la corta melena. Por sobre ella —que los siente altísimos, lejanos, imposibles—, sus padres y el viejo tío discuten cuestiones incomprensibles. La negrita sirvienta ha puesto frente a Paula el inapelable plato de sopa. Es preciso comer, antes que la frente de la madre se pliegue con sorprendido disgusto, antes que el padre, a su izquierda, diga: «Paula», y deposite en esa simple nominación una velada suerte de amenazas.

Comer la sopa. No tomarla: comerla. Es espesa, de tibia sémola; ella odia la pasta blanquecina y húmeda. Piensa que si la casualidad trajera una mosca a precipitarse en la inmensa ciénaga amarilla del plato, le permitirían suprimirlo, la salvarían del abominable ritual. Una mosca que cayera en su plato. Nada más que una pequeña, mísera mosca opalina.

Intensamente tiene los ojos puestos en la sopa. Piensa en una mosca, la desea, la espera.

Y entonces la mosca surge en el exacto centro de la sémola. Viscosa y lamentable, arrastrándose unos milímetros antes de sucumbir quemada.

Se llevan el plato y Paula está a salvo. Pero ella jamás confesará la verdad; jamás dirá que no ha visto caer la mosca en la sémola. La ha visto aparecer, que es distinto. CONTINUAR LEYENDO