miércoles, 2 de julio de 2025

"YO SÍ LAS CREO". Seis mujeres señalan a un catedrático de la Universitat de Barcelona (Ramón Flecha) por pedirles masajes y sexo mientras era su jefe. Ana Requena Aguilar, elDiario.es 2 de julio de 2025

Los testimonios de hasta nueve personas muestran que este tipo de comportamientos tuvo lugar al menos entre el 2000 y la actualidad. Se trata de un catedrático emérito de la Universitat de Barcelona, el tercer autor más citado en el campo de la Sociología en España y conferenciante habitual sobre violencia de género y acoso sexual

“Yo era becaria de su grupo de investigación, él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera en la academia”. “Él insistía en que nadie podía saberlo”. “Yo sentía claramente que yo no quería, que eso no estaba bien, pero también quería creerme que no pasaba nada. En esos encuentros yo no era un sujeto, era un objeto, llegué a pensar que la única forma de sobrevivir en la academia era seguir enrollándome con él”. “Controlaba con quién podías quedar y si podías enrollarte con él o no”. “A veces, en su casa, pedía masajes, llegó un momento en que se quitó los pantalones y en un par de ocasiones, también los calzoncillos”.

Son frases extraídas de los testimonios de seis mujeres que señalan que el catedrático de la Universitat de Barcelona (UB) Ramón Flecha –el tercer autor más citado en el campo de la Sociología en España, según Dialnet– las coaccionó para mantener sexo con ellas y les pedía masajes mientras él mantenía una relación de superioridad jerárquica sobre ellas: él era el líder del grupo de investigación CREA del que ellas formaban parte y, en ocasiones, su director de tesis o parte del tribunal que juzgaría su trabajo de investigación para convertirse en doctoras.

elDiario.es, junto a RTVE Noticias, Ràdio 4-RNE e Infolibre, ha recopilado y contrastado el testimonio de seis mujeres que relatan este tipo de comportamientos por parte de Ramón Flecha a lo largo de más de dos décadas, entre el año 2000 y la actualidad. Otras tres personas confirman que existieron este tipo de conductas, así como el testimonio de una mujer incluido en un expediente interno de la UB de 2004. Todas las mujeres han preferido aparecer en este reportaje con pseudónimos por temor a represalias y para priorizar el relato colectivo.

Los relatos de las seis mujeres son coincidentes. Casi todas conocieron a Ramón Flecha durante la carrera, cuando él fue su profesor en la Universitat de Barcelona, y empezaron a colaborar con CREA; y todas relatan un comportamiento envolvente que termina en sexo y/o masajes: el catedrático las introduce en su equipo cuando son muy jóvenes, les ofrece participación en investigaciones y proyectos, e inicia una relación personal -a solas y con otros miembros del grupo- por la que obtiene información íntima de ellas, que después utiliza.

“Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, resume una de ellas. “Él lo llevaba todo a lo sexual”, añade otra. Una tercera afectada concluye: “Te dice que tener relaciones con él es lo que te va a redimir y hacer que tengas una vida mejor”. Todas las personas entrevistadas coinciden también en que el catedrático utiliza las publicaciones científicas sobre violencia de género en las que aparece su firma como parapeto ante cualquier crítica o acusación.

Ramón Flecha (Bilbao, 1952) es catedrático emérito de Sociología de la Universitat de Barcelona (UB). Especializado en educación, es conocido por su proyecto Comunidades de Aprendizaje, basadas en su teoría del aprendizaje dialógico. Fue en 1991 cuando creó lo que hoy se conoce como CREA -Community of Research on Excellence for All-, un equipo de investigación ligado a la UB. elDiario.es ha recabado la versión de la universidad, que asegura que el equipo no pertenece a la UB desde 2020. No obstante, su directora, Marta Soler, utiliza un correo de la UB, la propia web de CREA está alojada en el dominio de esta universidad y usa como mails de contacto los pertenecientes a este centro académico. En su web, actualizada el 30 de septiembre de 2024, CREA se autodefine como “un proyecto de investigación de la Universidad de Barcelona, financiado con fondos europeos”.

Desde 2013, Flecha ha participado también en conferencias y publicaciones sobre violencia de género, como “Las nuevas masculinidades alternativas y la superación de la violencia de género” o “Acoso sexual de segundo orden: violencia contra los silenciadores que apoyan a las víctimas”. Él mismo asegura en su perfil de redes sociales ser el “Científico nº 1 (ranking mundial) en Gender Violence”.

En 2016, la Universitat remitió a la Fiscalía tres denuncias que acusaban a CREA de funcionar como una secta y de practicar un alto grado de “manipulación psicológica”. Tiempo después, la Fiscalía archivó el caso porque no había, decía, elementos suficientes para considerar que los hechos pudieran calificarse como delito, pues las personas tenían la libertad de entrar y salir de CREA.

Esa no era la primera vez que la universidad recibía denuncias internas sobre Flecha y el CREA. Ya en 2004, y tras varias quejas, la Universitat abrió un expediente interno, al que ha tenido acceso elDiario.es. El instructor de ese informe recomendó abrir una investigación rigurosa y tomar medidas preventivas de manera inmediata. En ese expediente aparecía el testimonio de una mujer que relataba haber sido alumna de Flecha y mantener sexo con él mientras el catedrático tenía la capacidad de decidir sobre becas y proyectos. La UB afirma que “por personas que trabajaban entonces en el centro” sí se hizo seguimiento de ese expediente y sus recomendaciones, pero que, debido al tiempo discurrido, “trazar el detalle exhaustivo de las actuaciones realizadas en aquél momento no es nada sencillo”. En 2006 Ramón Flecha dejó la dirección de CREA, aunque todos los testimonios y pruebas recabadas muestran que nunca dejó de ser la persona que lideraba el equipo.

En el último año, al menos 24 personas han abandonado CREA. Varias de ellas han buscado asesoramiento legal ante el temor de que su salida supusiera algún tipo de represalia. En una carta fechada el 17 de junio y dirigida al rector de la Universitat de Barcelona, Joan Guàrdiá Olmos, la representación legal de un grupo de 14 exmiembros de CREA advierte de “la gravedad de las situaciones vividas” por sus representadas “durante su pertenencia a la red CREA”, solicita información sobre cómo dio continuidad la universidad a las recomendaciones hechas en 2004, entre otros asuntos, y pide un canal seguro para abordar la situación que garantice “la seguridad” de las mujeres.

En la misiva, las abogadas cuentan que algunas de sus clientas “relatan haber mantenido relaciones sexuales con el Sr. Ramón Flecha en un contexto de clara desigualdad jerárquica —en calidad de alumnas, becarias, doctorandas o subordinadas— y bajo un patrón reiterado de conducta que encaja con una lógica de coerción sexual, abuso de poder, acoso sexual, violencia psicológica y explotación laboral”. La UB asegura que sus servicios jurídicos han respondido a esa carta y que no existen más denuncias que las de 2004 y 2016.

A preguntas de los cuatro medios de comunicación que participan en esta investigación, Ramón Flecha ha negado todos los hechos y asegura que existe una campaña para difamarlo debido a su apoyo a las víctimas de violencia de género y su lucha contra el acoso sexual en la universidad. Flecha asegura que “nunca” ha mantenido este tipo de relaciones ni pedido masajes a subordinadas o alumnas. Preguntado sobre si ha podido incurrir en este tipo de conductas con mujeres cuyos contratos no dependieran directamente de CREA, pero sí estuvieran vinculadas académicamente al grupo, el catedrático se negó a especificar más: “Hacerme preguntas sobre sexo es acoso sexual”. No obstante, Flecha subraya que es “líder mundial” en investigación sobre violencia de género y “pionero” en denunciar el acoso sexual en las universidades y que por eso mismo es “víctima de la violencia de género aisladora”.

Las historias

Mónica es una de las mujeres que relata este tipo de comportamientos por parte de Flecha. En su caso, la relación con el catedrático comenzó cuando, después de haber tenido varios encuentros con ella y otras personas, le ofreció un contrato como ayudante de investigación en CREA. Cuando tenía 23 años, y mientras mantenía una relación laboral con CREA, Ramón Flecha la invitó a cenar: “Recuerdo que me hizo preguntas personales, sobre mi pareja, mi familia, yo le conté muchas historias íntimas que demostraban de alguna manera mi vulnerabilidad. Yo confié en él. Ahí ya va ganándote porque ya has compartido ese tipo de cosas”. A partir de ahí, recuerda, la exposición a “situaciones sexualizadas” fue creciendo, como leves roces en brazos o manos, sorpresivamente y de manera unilateral, preguntas frecuentes sobre su pareja y juicios sobre su relación sentimental.

Mónica hizo su tesis vinculada a un proyecto de CREA y su relación profesional con Flecha se estrechó. Finalmente, durante un viaje de trabajo, la mujer asegura que Ramón Flecha aprovechó un silencio durante una conversación para abrazarla “muy fuertemente”. “Me muestra que está teniendo una erección. Me quedé en shock. No lo procesé, no fue un abrazo mutuo ni consentido. Yo no me moví. Él era mi jefe, mi beca dependía de él, yo trabajaba full time para él”, relata. Mónica cree que tener pareja en ese momento la protegió para que la situación no llegara a más. Sin embargo, la ruptura con su novio marca un punto de inflexión: “Me machacaban por haber estado con este chico, me culpan, me dicen que esta relación casi destruye el CREA. Y en esa situación de vulnerabilidad Ramón aprovecha para tener relaciones conmigo”. Las relaciones se extendieron durante unos meses, pero Flecha también involucró a Mónica en los masajes, recuerda, durante varios años más

Tal y como relatan otras personas involucradas en CREA durante años, era frecuente que parte de la actividad del grupo tuviera lugar en casa de Ramón Flecha, desde trabajo de investigación hasta tertulias, comidas o cineforums. Así empezaron los encuentros íntimos: “Él te decía de repente ‘vamos a hablar’ y te llevaba a la habitación. Casi siempre había más gente, pero también a veces sola... Muchas veces nos decía que estaba hecho polvo, que le ayudáramos, que tenía tensión ahí o allá… era un asco, lo envolvía todo de que era algo para cuidarle porque él cuidaba a todo el mundo y nadie cuidaba de él, se quejaba. Una vez, él estaba estirado en la cama, y una de mis personas de confianza estaba sentada con él. Él me cogió de la cabeza y se acarició la tripa con mi pelo, fue horrible”. Mónica recuerda que era frecuente que Flecha se quitara la camisa y que en ocasiones también se quitó los pantalones para tenderse en la cama y recibir los masajes. “Muchas veces me sentía simplemente exhausta, llegaba a pensar que sí, que había que cuidarlo. Yo aún no tenía ni 30 años, estaba contratada en algunos de sus proyectos de CREA, él era mi jefe”, subraya,

La presión se intensificó, asegura la mujer, quien recuerda peticiones de su jefe para que fuera a su casa: “En cualquier momento te decía ‘ven’ o ‘ven a casa y prepárate’. Era una orden, no sabías bien a qué ibas. Podía avisarte por teléfono, decirte ‘¿dónde estás?’ o ‘¿estás libre esta noche? Pues ven’. O te decía que te avisaba luego y tú tenías que estar pendiente. Era una orden, nos tenía a su disposición”. Una vez que sucedían los encuentros sexuales, Mónica recibía por parte de él comentarios sobre su mejora física o su belleza: “Creías que estabas mejorando pero ni siquiera sabías en qué. La idea era que tenías que comportarte bien para que confiaran en ti y te mandaran a un sitio u otro, porque si salía una convocatoria de beca o de plaza todos preguntábamos a quién le tocaba presentarse, y era él quien decidía. Si decidías por libre te machacaban, eras individualista, trepa...”.

Otro de los detalles que recuerda Mónica, y que coincide con el relato de otras mujeres, es que Ramón Flecha le pidió que no hablara con nadie sobre sus encuentros sexuales y que, después, le escribiera correos electrónicos “contándole lo bien que había estado” y lo que significaba para ella acostarse con él.

Este tipo de comportamientos se alternaba con lo que esta mujer describe como “machaque”. “Te decía que era mejor que él decidiera todo porque él era el que mejor decidía y lo que tú hicieras podía estar mal. Decía que no le valorábamos porque él era una nueva masculinidad alternativa, y que nosotras estábamos sometidas a nuestra socialización y que hacían falta 500 años para que las mujeres cambiáramos esa socialización y empezáramos a valorar a los hombres como él en lugar de a los chulos. De repente, te decía que lo estabas destrozando todo. Empezó a difamarme y a inventarse cosas sobre mí. Yo me estaba volviendo loca, ya pedía perdón por cosas que no había hecho”, describe.

Defender a CREA

“Mi relato público siempre ha sido defender a CREA”, dice Alejandra, otras de las mujeres que vivió este tipo de comportamientos. Como otras, esta mujer ha defendido durante años la imagen de CREA y de Ramón Flecha y creyó que las acusaciones y rumores se debían a un ataque académico hacia él y hacia su grupo de investigación: “Lo importante es que al final muchas hemos visto al mismo tiempo lo que realmente estaba sucediendo, las unas gracias a las otras”.

Mientras estudió Sociología en la Universitat de Barcelona, Alejandra acudía un día a la semana a CREA para colaborar con labores de investigación. “Ahí coincidimos sin más. Un día sí nos tomamos un café y me contó un asunto personal muy importante, yo no entendí por qué me lo estaba contando a mí”. La mujer se involucró más en la actividad de CREA, acudiendo con frecuencia a una reunión periódica en la que quienes participaban contaban sus experiencias sexuales y sus primeras relaciones afectivas, “porque decía que era la clave para entender nuestra vida sentimental”. Al acabar la carrera y empezar el máster, Alejandra comenzó a tener más relación con Flecha. “Él me empieza a apoyar y empezamos a tener una relación más estrecha, empiezo a ir a su casa, antes no había ido. Te cuenta cosas personales para que tú le cuentes, hablamos mucho sobre mi vida y pareja, se rompía la barrera entre lo profesional y lo personal. En ese momento, el CREA me empieza a potenciar. Yo siempre tuve un contrato externo a CREA, pero te hace entender que todo lo que tienes es gracias a ellos. En esos años, él era mi director de tesis, y sabes que en los tribunales hay gente de CREA”, explica.

Fue en esos encuentros en casa de Flecha donde, prosigue, comenzó a ver “que le pedía a mujeres que le dieran masajes”. “Cuando ibas a su casa no sabías si era a ver la tele, a escribir un artículo… Yo lo veía como cuidar a un señor mayor, que estaba muy cansado, él iba de víctima”, apunta. Fue así como, en 2016, Flecha comenzó a pedirle masajes, una conducta que duró entre 2016 y 2019: “Como lo había visto antes, cuando me lo pidió a mí me pareció natural. A veces había otra gente en el piso, y en ese momento yo los veía como mi familia, pasábamos todo el día juntos. Otras veces estaba sola con él. Algunos me los pidió en el salón, otras en su habitación, con otra chica o solo yo con él…. Hubo varios en la espalda, llegó un momento en que se quitaba los pantalones para que se los diéramos en las piernas. Al menos en un par de ocasiones se quedó desnudo”. Alejandra recuerda que las peticiones de masajes empezaron justo después de que ella le confesara un episodio de abusos que había sufrido: “Decía que era para que superara las imágenes que yo tenía en mi cabeza, mi trauma”.

Alejandra describe la dinámica de premios y castigos que Ramón Flecha desplegaba con las mujeres: “No había un contexto para decir que no, no podíamos negarnos a lo que pedía, se enfadaba y te castigaba. Veías que lo había hecho con otra gente, apartarla de repente, o si se molestaba, estaba días sin invitarte a ir a nada, te rechazaba cosas, decidía no enviarte a una charla que pedía una universidad”. Ella nunca compartió con nadie lo que sucedía con los masajes y ni siquiera, afirma, se atrevían a hablarlo entre las mujeres que participaban.

A preguntas de elDiario.es, la actual directora de CREA (en el cargo desde 2006), Marta Soler, ha insistido en los mismos argumentos que Ramón Flecha y asegura que los testimonios responden a una campaña de difamación por su apoyo a las víctimas de violencia de género. Al mismo tiempo, y preguntada por si CREA ha tenido en algún momento conocimiento sobre los hechos relatados por estas mujeres, Soler responde: “Esta pregunta transmite otra falsedad que reproduce el peor machismo coercitivo y retrógrado que desarrolla actitudes paternalistas hacia mujeres mayores de edad que ejercen su libertad. Se trata de un discurso muy propio de contextos antidemocráticos con los que se infantiliza a las mujeres como si no tuviéramos capacidad de escoger con criterio nuestras relaciones personales o de amistad o incluso de gestionar nuestras vidas”.

En ningún caso Soler habla de abrir algún tipo de investigación interna para indagar sobre los comportamientos señalados por estas seis mujeres ni por las que suscriben la misiva a la UB. elDiario.es ha decidido publicar de manera íntegra la respuesta de Soler al final de este artículo.
Ocultar los encuentros

“2017 y 2018 fueron los peores años, llegué a tener pensamientos suicidas”, admite Sofía, que conoció a Ramón Flecha una década antes, cuando tenía un trabajo de unas pocas horas en un proyecto de CREA. Fue en 2011 cuando comienzan lo que ella describe como “acercamientos personales”. La primera quedada fue en la cafetería de un hotel, algo que le extrañó. En esas citas. la mujer relata conversaciones íntimas sobre sus vidas en las que él pedía detalles. Fue cuando ella le compartió un problema de salud que sufría, cuando Flecha le aseguró que se debía a su historia sentimental. “A partir de ahí empezó toda su teoría de que todos mis problemas derivaban de mis rollos sexuales. Según él, yo me iba a curar a través del diálogo con él, porque él despreciaba el tratamiento médico”, cuenta.

El primer masaje ocurrió en 2014: “Después de una cena con él y otra compañera, ella nos dejó con el coche en casa de Ramón, allí de repente se quitó la camiseta y me pidió un masaje. Entré en shock. Ese capítulo lo había querido dejar en el rincón de mi memoria. El miedo que tuve ese día, y la sensación de ”esto no está bien“, ”esto no lo quiero“... ”. La tensión era tan alta, recuerda, que el propio catedrático le dijo que parara.

Tiempo después hubo otro punto de inflexión, cuando Ramón Flecha la invitó a un viaje a Bilbao del que pidió que no contara nada a nadie: “Él me dice explícitamente que nadie se puede enterar de ese viaje, porque puede generar envidias. Era un viaje importante para él y una semana antes me dijo que yo no parecía lo suficientemente motivada. Yo estaba asustada, no quería nada con él”. En ese viaje, Sofía asegura que Flecha intentó besarla, pero ella lo esquivó. “Tenía ganas de vomitar. Sentí, ¿cómo me escapo de esto? Esto es claramente una emboscada. Era muy difícil”. La mujer recuerda que el catedrático aprovechó para criticar a su novio, con el que había roto, y para atacarla a ella por defenderlo y por haber estado con él.

“Volví a Barcelona con mucha angustia y mucha culpa y se lo digo a Ramón”, prosigue. A partir de ahí, empieza un año “en el que no para de reventarme”: “No paró de picar piedra, de decirme que yo tenía un problema de deseo ancla, que yo había hecho de puta gratis… Yo era la peor persona que pisaba el mundo. Durante esos meses, yo me convencí a mí misma de que me tenía que morder la lengua, y hablar menos. Él le contó a la gente que yo estaba en un proceso de resocialización”. Finalmente, una vez pasó ese año, Ramón Flecha la besó y ella cedió, “puse el piloto automático, pensé que era un acto que me iba a liberar de todo esto”. Al mismo tiempo, señala, el catedrático insistía mucho en la importancia de tener oportunidades en la academia.

Desde ese momento, Sofía habla de lo que ve ahora como un patrón: “Quedábamos para lo que fuera y luego él decidía qué pasaba. Él podía decirme lo que quisiera, yo tenía que callarme porque estaba en un ‘proceso de reforma’. No te puedes atrever a hacer ninguna sugerencia ni nada, porque él nos dice que es el mejor tío del mundo y nos criticaba nuestra doble moral. Pensé que tenía que elegir: entre seguir en la academia y aguantar o irme, y la única forma de sobrevivir en la academia era enrollarme con él, así que lo hice y me disocié. Yo estaba hecha mierda por todo lo que había pasado. Sentía claramente que yo no quería, que no estaba bien, pero una parte de mí quería creerse que no pasaba nada, que nadie se enteraría nunca. Él estaba en una posición en la que podía tomar decisiones sobre mi carrera, yo me quería morir”. Él, asegura, insistía en que nadie debía saber lo que sucedía entre ellos.

Como con otras mujeres, después de esos encuentros él le hacía escribirle correos y mensajes “para decirle que todo estaba bien, para que le contara lo bonito que había sido el sexo, que le reportaras tu nivel de transformación y satisfacción… todo eran conversaciones sobre la bondad y la belleza de esos encuentros”. De la misma manera, cuando le hacía saber que se había equivocado en algo, ella tenía que escribirle una disculpa. “Tú ya sabías lo que tenías que escribir. Le obsesionaba mucho que le pudieran pillar”, piensa ahora esta mujer sobre aquellas instrucciones.

Su último encuentro fue en 2019: “Estuvo horas reventándome con cosas que yo había hecho mal y de repente todo está maravilloso y hay que ir a dormir juntos. Él elige siempre, no tienes margen, yo en esos encuentros no era un sujeto, era un objeto”. Sofía empezó a inventarse que tenía la regla o migrañas para evitar esos momentos a solas.

Tutorías en su casa

Raquel, que fue alumna de doctorado con Ramón Flecha a principios de los 2000, relata una dinámica similar. Encuentros con más gente en los que él reproduce la idea de que a las mujeres les gustan “los cabrones” porque tienen un problema de socialización, en los que se anima a las personas a compartir detalles íntimos sobre sus vidas y a analizar sus relaciones.

Tres semanas después de dejar la relación con su pareja, Ramón Flecha le propone hacer un viaje a Bilbao. “Estamos con otra compañera, que se va a dormir, nos quedamos en el sofá, empieza a acercarse, a acariciarme, yo estoy muy incómoda y me dice que miremos por la ventana a ver no sé qué. Cuando volvemos al sofá ya me da un beso, no pasó nada más”, recuerda. En el viaje de vuelta a Barcelona, en coche, Raquel, a petición de Flecha, tuvo que “repasar todas y cada una de las relaciones que yo había tenido y él me reinterpreta mis historias, me decía quién me había tratado bien y quién mal”. Desde entonces, esa información sirvió, “de manera insistente” para relacionar cada error de ella con esas historias. “También me contó detalles de mujeres de CREA que eran profesoras con las que tenía relaciones y me preguntaba que dónde me situaba yo. Y me decía que la transformación social y personal van de la mano”.

En 2002, a la salida de un seminario, una profesora de CREA se dirigió a ella: “Me dijo que me veía muy bien y que yo ya estaba preparada. Entendía que se refería a tener sexo con él. Estaba nerviosísima, lo consulto con una de esas personas cercanas a él y me dice que tengo que entregarme. En ese momento yo colaboraba con CREA y, no recuerdo ni cómo, empezaron las relaciones en casa de él”. Raquel le contó uno de sus encuentros a una amiga y eso llegó a oídos de Flecha: “Me echó una bronca tremenda, que no podía decírselo a nadie, solo a una persona que era de su confianza”.

Desde entonces, la mayoría de veces que ella pedía tutoría para su tesis, las reuniones tuvieron lugar en casa de Ramón Flecha, “y a veces acababa en sexo”. Él fue el presidente de su tribunal de tesis. En ese mismo periodo y durante algunos meses, Raquel tuvo una beca en el grupo en el que Flecha era el investigador principal. Esas relaciones duraron tiempo, hasta que ella logró tomar distancia del grupo, aunque seguía ocupándose de otras tareas personales. Raquel también participó de los masajes durante años, casi siempre con otras chicas y con Flecha, apunta, desnudo de cintura para arriba, “puntualmente sin pantalón”

“A mí Ramón me ha machacado personalmente, también delante de otras personas. Me ha dicho que destrozo los momentos bonitos, que siempre voy a fastidiar. Si te rebelas, te amenaza con que te vas porque no apoyas a las víctimas de violencia de género”, asevera.

Control

Los testimonios de Sonia y María tienen también muchos puntos en común. En el caso de Sonia, Ramón Flecha fue su codirector de tesis a comienzos de los 2000.. Ella había entrado a trabajar en CREA en el 2000. “Hablamos mucho sobre relaciones, empiezo a pensar que yo elijo mal y que por eso me va mal, él lo contrapone a su modelo de relaciones abiertas, podías contarle todo, no se escandalizaba de nada. Él iba de que era el hombre más feminista del mundo”, relata. Pronto comenzaron las conductas de control, por ejemplo era él quien tenía que darle permiso a ella si quería entablar alguna relación con un chico.

“Ni me planteaba no seguir esas normas, tenía miedo al machaque, a que me hundieran. Me echaban broncas porque decían que era muy competitiva por los hombres y que quería quitarle el chico a las demás. Tenías que pedir perdón, reconocer que te habías equivocado, obedecer. Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, cuenta.

Sonía empezó a tener sexo con Ramón Flecha. “Cuando empezamos a tener relaciones, él dirigía los proyectos en los que yo participaba y mi tesis”, asegura. La mujer recuerda que en ese momento se sentía fascinada por la atención que le daba el profesor. También que existía una dinámica de “premios y castigos”: “Si después de una bronca de trabajo, quedabas con él y te enrollabas con él, eso significaba que lo que había pasado estaba perdonado. Si le decías que no a algunas cosas, entonces podía haber una connotación patologizante o te decía algo como que yo era una conservadora y que por eso no se podían hacer cosas conmigo”. Negarse a hacer un trío le costó a Sonia sufrir ese tipo de “consecuencias”. En ese momento, Flecha era su director de tesis.

En el caso de María, conoció a Flecha cuando él fue su profesor de Sociología de la Educación en segundo de carrera en la UB. “Hablábamos en los pasillos o al final de clase. Un día llegué muy preocupada por un tema personal, me hizo acercarme y me preguntó qué me pasaba y se lo conté. Me dijo: ‘eso es porque tiene problemas sexuales’. Me quedé muy descolocada, él era un señor importante”, rememora. Al final de una de esas clases le ofreció un contrato en CREA, y así fue, como becaria.

Durante las vacaciones de esa beca, Flecha la llamó para invitarla a tomar algo con unos amigos. “Hablamos de cosas personales, me recomendó un libro y me dijo que si subía a su casa me lo dejaba. Una vez allí me dijo que tenía una sala con discos, fuimos, se sentó en su sofá y me sentó encima, yo estaba muy incómoda, solo pensaba ‘¿este hombre qué está haciendo?’ Ante un comentario físico que me hizo, me levanté, entonces él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación. Tuve que dormir allí, no dormí nada. En ningun caso mi voluntad era tener sexo con él”, relata. Días después, Flecha le pidió que le enviara un correo contándole qué había sentido en el encuentro “y que tuviera presente que él era la primera persona que me había dicho que me quería mientras me hacía el amor”. Su beca se reanudó poco después.

Durante años, María asumió responsabilidades y proyectos en CREA y fue testigo de las dinámicas del catedrático. “Escoge chicas para ser sus preferidas y para ser su mano derecha. Ha explicado relaciones con compañeras de CREA delante de gente ajena o de mucha gente que no tenía nada que ver. Da detalles de sus relaciones con nombre y apellidos de las chicas y dice cosas como ‘esa chica es de las que no follan’ o ‘¿no la ves más guapa? Es porque ha estado conmigo’. Esas chicas de las que hablaba eran becarias o doctorandas y él igual era su director de tesis o iba a estar en su tribunal de tesis”, explica. María también cuenta “el machaque” al que la sometía con comentarios sobre su físico o su manera de vestir, o las referencias constantes a sus relaciones cuando consideraba que ella había cometido algún error: “Esto es porque te gustan los guarros” o “porque quieres machacar a los chicos majos”.

María cuenta que las peticiones de Ramón Flecha eran prácticamente imposiciones, también en lo académico, cuando les exigía, por ejemplo, que hablaran bien de él a los rectores, que solicitaran que le hicieran doctor honoris causa y que si nadie lo hacía era “porque él estaba del lado de las víctimas de violencia de género”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera, dejas la universidad por las represalias y consecuencias que íbamos a sufrir”, resume.

Respuesta de la directora de CREA, Marta Soler, a las preguntas de elDiario.es

“Contesto a todas sus preguntas después de dejar constancia por escrito a todos los efectos la aclaración de quién diseña la campaña en la que ustedes están colaborando activamente y en qué momento se produce y por qué se produce intensivamente en cada uno de los tres momentos que ha habido en el 2004-2006, en el 2016 y ahora en el 2025.

Quien diseña las campañas es un abusador de menores, desde que el CREA apoyó a una de sus víctimas que fue forzada sexualmente por él cuando era menor. En el 2004 encontró la complicidad de varias personas de CREA a quienes una becaria de CREA acusaba de malos tratos. En el 2016 encontró una gran complicidad ya que el CREA había denunciado al catedrático más acosador de las universidades españolas y se sintieron atacados muchos acosadores y sus cómplices. No por casualidad, como el tiempo y las denuncias han demostrado, quienes fueron más activos y activas en los medios fueron quienes tenían más complicidad activa o pasiva de lo que pasaba dentro de ellos.

En esta tercera ocasión el motivo es la defensa del CREA de cualquier persona becaria por reciente y desconocida que sea frente a comportamientos no adecuados de cualquier otra persona, por conocida que sea. Para asegurar institucionalmente su defensa, y a partir de la petición pública de una de ellas el 15 de diciembre del 2023 hasta el 17 de enero del 2025 se ha estado elaborando por parte de la Comisión de Igualdad Violencia 0 un comunicado con comportamientos de abusos de poder que no se admiten en CREA. Ha habido personas que durante ese proceso se han opuesto a ese pronunciamiento y se han ido de CREA. Son ellas las que presentan las denuncias falsas que el abusador de menores quiere que presenten. Saben que, igual que en el 2006 y 2016 se archivarán, pero el abuso de poder mediático que ustedes están preparando, les sirve para poder seguir diciendo toda la vida “se les denunció por”. Esta violencia de género aisladora es la que deja aislada a las víctimas de violencia de género y de abuso de poder. Van a tener ustedes el mérito de dar la razón a quien les dice: “no les apoyes que te van a machacar”.

Por supuesto nos reservamos el derecho de hacer público a nivel internacional esta comunicación que les hacemos a tiempo de que no cometan ese error. También me reservo el derecho de publicar cada una de las palabras con las que contesto a sus preguntas“.

¿Tiene CREA conocimiento de que Ramón Flecha ha mantenido tutorías en su casa con alumnas?

Tengo conocimiento de que eso no lo ha hecho nunca nadie de CREA. También tengo conocimiento de que esa práctica es demasiado habitual. Cuando yo llegué a la universidad fue CREA quien primero lo denunció en las universidades españolas y en nuestra propia universidad al catedrático más reincidente de España.

¿En algún momento CREA ha conocido que Flecha coaccionaba a mujeres que colaboraban con el grupo para hacerle masajes y mantener sexo?, ¿y que estas mujeres asumían a veces labores como prepararle la maleta, encargarse de compra y tareas como fregar o plancharle las camisas?

Esta pregunta transmite otra falsedad que reproduce el peor machismo coercitivo y retrógrado que desarrolla actitudes paternalistas hacia mujeres mayores de edad que ejercen su libertad. Se trata de un discurso muy propio de contextos antidemocráticos con los que se infantiliza a las mujeres como si no tuviéramos capacidad de escoger con criterio nuestras relaciones personales o de amistad o incluso de gestionar nuestras vidas. Es el mismo discurso coercitivo dominante que se encuentra en los centenares de posts que el abusador de menores que ataca a CREA desde el 2004 realiza bajo perfiles anónimos. Realmente quienes les han dicho estas cosas plagian tan bien al abusador de menores que cualquier lector que conozca ambas cosas pensará que se han hecho en estrecha comunicación con él.

¿Cómo es posible que existan testimonios de este tipo de comportamientos durante décadas y nadie en CREA tuviera conocimiento o tomara medidas?

Aunque lleve interrogantes al principio y al final esto que dice usted es una acusación gravísima, ya que está afirmando que había esos comportamientos. Me reservo el derecho de publicar esta entrevista en su integridad con sus preguntas y las respuestas.

Las mujeres aseguran que sentían que corrían un riesgo, en términos personales y laborales, si se desvinculaban del grupo o se negaban a participar en determinadas dinámicas internas o si dan testimonio sobre lo vivido. ¿Qué responden a esto?

Esta acusación que insinúa represalias por desvincularse del grupo es totalmente falsa como demuestran muchas pruebas por escrito de que la realidad es justo la contraria. Lástima que las denuncias se archiven y nunca nos den la oportunidad de presentar las pruebas de las mentiras que dicen cada una de ellas. Claro que usted ya sabe que el objetivo no es ese, sino que usted pueda disfrazar de libertad de expresión la violencia de género aisladora hacia quien apoyamos a las víctimas.

Nos parece que por razones que algún día saldrán a la luz ustedes han elaborado un reportaje queriendo creerse sus mentiras sin contrastarlas, que recurren a nosotras a última hora para cumplir el expediente. Van a hacer un mal infinito, no solo a quienes defendemos a las víctimas y a nuestros hijas e hijos, sino a todas las víctimas de violencia de género y abuso de poder de toda España.

Saludos,

Marta Soler

Doctora por Harvard y Catedrática de la Universitat de Barcelona

Directora de CREA

PD: Como ve, he respondido a todas sus preguntas. Espero que usted también responda a las mías cuando hagamos una investigación científica internacional sobre el impacto que su “periodismo” ha tenido en el aumento de sufrimiento de las víctimas y en el aumento de la violencia de género.


martes, 1 de julio de 2025

"ESCRIBO SOBRE LOS OJOS DE LAS VÍCTIMAS". Un poema de Julia Otxoa seleccionado y comentado por Andrea Villarrubia Delgado

Ficha de Alfonso Matarán cuando era estudiante,
unos pocos meses antes de ser fusilado
A finales del pasado mes de mayo asistí invitada por la familia Matarán al emotivo homenaje que se rindió a cinco de las personas asesinadas en 1936 y enterradas en una fosa común en el cementerio de Nigüelas. El laboratorio de Genética de la Universidad de Granada ha puesto nombre a los restos de esas cinco personas, aunque aún quedan por identificar catorce más de la fosa número uno. La entrega de las cajas con los restos fue un sentido acto de memoria y reivindicación, de reparación y justicia. Un acto de bienvenida también, pues una vez recuperados se les podrá dar el adiós digno que se merecen. En ese acto leí un poema de la poeta Julia Otxoa titulado ‘Escribo sobre los ojos de las víctimas’, escrito en recuerdo del fusilado abuelo materno, guarda forestal en la Sierra de Urbasa, en Navarra, una víctima más de la barbarie y sinrazón del golpe de estado militar. (Andrea Villarrubia Delgado)

ESCRIBO SOBRE LOS OJOS DE LAS VÍCTIMAS

Escribo sobre los ojos de las víctimas,
la memoria,
como quien siembra en la nieve,
en espera de un milagro,

escribo desde la herida
de la barbarie repetida,
desde esta tierra,
que en un tiempo oscuro
fue amiga de Alemania.

Intento escribir sobre vosotros
arrancados violentamente de la vida,
entre ellos, tú, abuelo,
apoyo mi palabra sobre el equipaje roto de tus huesos
mordido por los perros,
mis labios sobre tu calavera horadada por las balas.

Allí, en la sima donde yaces,
te pido perdón por mi torpeza en nombrar el horror.
Y dejo mi llanto sobre el pequeño altar
que han levantado los pájaros
para acunar la noche
y despertar el alba.

JULIA OTXOA

domingo, 29 de junio de 2025

"UN CUENTO AL DÍA". Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno de Chile

Nuestra propia experiencia nos dice que cuando leemos o escuchamos cuentos creamos un espacio íntimo de encuentro entre el que relata y el o los que escuchan. Cuando un papá, mamá, hermano, abuelo o profe sor, le lee a un niño posibilita un acercamiento afectivo, porque al leerle también le está diciendo: “Te lo cuento porque te valoro y te quiero”.

Sabemos también que no hay mejor manera para fomentar la lectura que generando experiencias significativas relacionadas a los libros o a las historias, que tengan un eco directo en la vida, cualquiera sea la eta pa en que se esté. Esta es la idea que promueve el programa Un cuento al día, iniciativa que invita a los adultos a leerles diariamente a los niños a través de acciones directas del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como la distribución de cuentos para niños de todas las regiones del país entregadas a través de diarios, en el transporte público, bibliotecas y escuelas y una campaña en medios de comunicación que incentivó y celebró la lectura como práctica habitual.

Este programa fue impulsado por el Plan Nacional de Fomento de la Lectura Lee Chile Lee, política instaurada el año 2010 en coordinación entre el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, el Ministerio de Educación y la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Lee Chile Lee ha tenido como principal énfasis la promoción de la lectura en la primera infancia, ya que este período, que va desde los cero a los seis años, es crucial en el desarrollo de las personas y, por supuesto, en su camino como lectores. Este Plan también busca facilitar el acceso a los libros, así como poner a la lectura en la vida cotidiana de los chilenos, dos ejes que son partes fundamentales de Un cuento al día.


ÍNDICE

11 El niño que quería ver a su ángel Escrito por Jacqueline Balcells Ilustrado por Bárbara Oettinger 

23 Amores de perros Escrito por Sara Bertrand Ilustrado por Pati Aguilera 

33 Una verdadera maravilla Escrito por Cecilia Beuchat Ilustrado por Maya Hanisch 

43 Tres cuentos para leer uno a uno Escrito por Esteban Cabezas Ilustrado por Sol Díaz 

51 Harry Houdini en el barrio Escrito por Sergio Gómez Ilustrado por Fran Meneses 

67 El vendedor de lluvias Escrito por Héctor Hidalgo Ilustrado por Hernán Kirsten Índice 

75 Las cosas raras Escrito por Andrea Maturana Ilustrado por Isabel Hojas 

85 La noche del tatú Escrito por Alicia Morel Ilustrado por Loreto Salinas 

95 El niño más bueno del mundo y su gato Estropajo Escrito por Mauricio Paredes Ilustrado por Fito Holloway 

99 La Caperucítala Escrito por Pepe Pelayo Ilustrado por Margarita Valdés 

107 Lily, el pequeño duende del Callejón de las Hormigas Escrito por Manuel Peña Muñoz Ilustrado por Alejandra Acosta 

119 El Diablo y el boxeador Escrito por Floridor Pérez Ilustrado por Pati Aguilera 

127 La ciudad junto al mar Escrito por Alberto Rojas M. Ilustrado por Jorge Quien 137 Quiénes son los autores 140 Créditos

sábado, 28 de junio de 2025

"LA SEÑAL". Un cuento de Inés Arredondo

El sol denso, inmóvil, imponía su presencia; la realidad estaba paralizada bajo su crueldad sin tregua. Flotaba el anuncio de una muerte suspensa, ardiente, sin podredumbre pero también sin ternura. Eran las tres de la tarde.

Pedro, aplastado, casi vencido, caminaba bajo el sol. Las calles vacías perdían su sentido en el deslumbramiento. El calor, seco y terrible como un castigo sin verdugo, le cortaba la respiración. Pero no importaba: dentro de sí hallaba siempre un lugar agudo, helado, mortificante que era peor que el sol, pero también un refugio, una especie de venganza contra él.

Llegó a la placita y se sentó debajo del gran laurel de la India. El silencio hacía un hueco alrededor del pensamiento. Era necesario estirar las piernas, mover un brazo, para no prolongar en uno mismo la quietud de las plantas y del aire. Se levantó y dando vuelta alrededor del árbol se quedó mirando la catedral.

Siempre había estado ahí, pero solo ahora veía que estaba en otro clima, en un clima fresco que comprendía su aspecto ausente de adolescente que sueña. Lo de adolescente no era difícil descubrirlo, le venía de la gracia desgarbada de su desproporción: era demasiado alto y demasiado delgado. Pedro sabía desde niño que ese defecto tenía una historia humilde: proyectada para tener tres naves, el dinero apenas había alcanzado para terminar la mayor; y esa pobreza inicial se continuaba fielmente en su carácter limpio de capilla de montaña —de ahí su aire de pinos. Cruzó la calle y entró, sin pensar que entraba en una iglesia.

No había nadie, solo el sacristán se movía como una sombra en la penumbra del presbiterio. No se oía ningún ruido. Se sentó a mitad de la nave cómodamente, mirando los altares, las flores de papel… pensó en la oración distraída que haría otro, el que se sentaba habitualmente en aquella banca, y hubo un instante en que llegó casi a desear creer así, en el fondo, tibiamente, pero lo suficiente para vivir.

El sol entraba por las vidrieras altas, amarillo, suave, y el ambiente era fresco. Se podía estar sin pensar, descansar de sí mismo, de la desesperación y de la esperanza. Y se quedó vacío, tranquilo, envuelto en la frescura y mirando al sol apaciguado deslizarse por las vidrieras.

Entonces oyó los pasos de alguien que entraba tímida, furtivamente. No se inquietó ni cambió de postura siquiera; siguió abandonado a su indiferente bienestar hasta que el que había entrado estuvo a su lado y le habló.

Al principio creyó no haber entendido bien y se volvió a mirarlo. Su rostro estaba tan cerca que pudo ver hasta los poros sudorosos, hasta las arrugas junto a la boca cansada. Era un obrero. Su cara, esa cara que después le pareció que había visto más cerca que ninguna otra, era una cara como hay miles, millones: curtida, ancha. Pero también vio los ojos grises y los párpados casi transparentes, de pestañas cortas, y la mirada, aquella mirada inexpresiva, desnuda.

—¿Me permite besarle los pies?

Lo repitió implacable. En su voz había algo tenso, pero la sostenía con decisión; había asumido su parte plenamente y esperaba que él estuviera a la altura, sin explicaciones. No estaba bien, no tenía por qué mezclarlo, ¡no podía ser! Era todo tan inesperado, tan absurdo.

Pero el sol estaba ahí, quieto y dulce, y el sacristán comenzó a encender con calma unas velas. Pedro balbuceó algo para excusarse. El hombre volvió a mirarlo. Sus ojos podían obligar a cualquier cosa, pero solo pedían.

—Perdóneme usted. Para mí también es penoso, pero tengo que hacerlo.

Él tenía. Y si Pedro no lo ayudaba, ¿quién iba a hacerlo? ¿Quién iba a consentir en tragarse la humillación inhumana de que otro le besara los pies? Qué dosis tan exigua de caridad y de pureza cabe en el alma de un hombre… Tuvo piedad de él.

—Está bien.

—¿Quiere descalzarse?

Era demasiado. La sangre le zumbaba en los oídos, estaba fuera de sí, pero lúcido, tan lúcido que presentía el asco del contacto, la vergüenza de la desnudez, y después el remordimiento y el tormento múltiple y sin cabeza. Lo sabía, pero se descalzó.

Estar descalzo así, como él, inerme y humillado, aceptando ser fuente de humillación para otro… nadie sabría nunca lo que eso era… era como morir en la ignominia, algo eternamente cruel.

No miró al obrero, pero sintió su asco, asco de sus pies y de él, de todos los hombres. Y aún así se había arrodillado con un respeto tal que lo hizo pensar que en ese momento, para ese ser, había dejado de ser un hombre y era la imagen de algo más sagrado.

Un escalofrío lo recorrió y cerró los ojos… Pero los labios calientes lo tocaron, se pegaron a su piel… Era amor, un amor expresado de carne a carne, de hombre a hombre, pero que tal vez… El asco estaba presente, el asco de los dos. Porque en el primer segundo, cuando lo rozaba apenas con su boca caliente, había pensado en una aberración. Hasta eso había llegado para después tener más tormento… No, no, los dos sentían asco, solo que por encima de él estaba el amor. Había que decirlo, que atreverse a pensar una vez, tan solo una vez, en la crucifixión.

El hombre se levantó y dijo: “Gracias”; lo miró con sus ojos limpios y se marchó.

Pedro se quedó ahí, solo ya con sus pies desnudos, tan suyos y tan ajenos ahora. Pies con estigma.

Para siempre en mí esta señal, que no sé si es la del mundo y su pecado o la de una desolada redención.

¿Por qué yo? Los pies tenían una apariencia tan inocente, eran como los de todo el mundo, pero estaban llagados y él solo lo sabía. Tenía que mirarlos, tenía que ponerse los calcetines, los zapatos… Ahora le parecía que en eso residía su mayor vergüenza, en no poder ir descalzo, sin ocultar, fiel. No lo merezco, no soy digno. Estaba llorando.

Cuando salió de la iglesia el sol se había puesto ya. Nunca recordaría cabalmente lo que había pensado y sufrido en ese tiempo. Solamente sabía que tenía que aceptar que un hombre le había besado los pies y que eso lo cambiaba todo, que era, para siempre, lo más importante y lo más entrañable de su vida, pero que nunca sabría, en ningún sentido, lo que significaba.

FIN

viernes, 27 de junio de 2025

"PARÁBOLA DE LA INCONSTANTE". un poema de la poeta mexicana Rosario Castellanos.

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.
 
Y acaso era verdad. Una verdad.
 
Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro con sus juramentos.
 
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
-a su cuchillo agudo de memoria-
el testimonio fiel de mi corteza.
 
Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.
 
Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que no me fue posible dejar nada.
 
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después, lejos de mi, el despojo.
 
Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.

jueves, 26 de junio de 2025

"LA CONVERSACIÓN DE LA ESCRITURA". Dalia Alonso. Ethic, 18 JUN 2025

Para Carmen Martín Gaite, la escritura era un sucedáneo de la conversación. Lo cierto es que escribir nos permite charlar con otros mundos, con quienes ya no están y con nosotros mismos.

Preguntarnos para qué y por qué escribimos tiene el mismo sentido que preguntarnos por qué paseamos o por qué escuchamos música. La escritura, como la lectura, pertenece a esa categoría de acciones vitales que, si bien no son imprescindibles para el desarrollo fisiológico de nuestro día a día, sí otorgan a la vida ese fuego que le da sentido. No todo el mundo es escritor, pero todo el mundo escribe: desde un poema en endecasílabos hasta un texto confesional en la app de notas del móvil, pasando por una dedicatoria en una tarjeta o una carta que nunca echaremos al buzón, todos los seres humanos sentimos, con más o menos fortuna, la pulsión de trasladar el pensamiento en palabras.

Para la escritora Carmen Martín Gaite, escribir era sinónimo de conversar. La salmantina, una de las voces más preclaras del siglo XX español, resumió así el hecho literario en una entrevista en el programa A fondo, en abril de 1981: «Escribir es un sucedáneo de la conversación. Si pudiéramos hablar bien con toda la gente que queremos, tal como queremos, con tiempo para disfrutar de ello en un plazo narrativo, en una pausa segura para ser escuchados y escuchar, quizá no escribiríamos».

Resulta premonitoria y paradójica esta afirmación de la escritora, hecha treinta años antes de la aparición en nuestras vidas de la extrema inmediatez. Vivimos en un contexto en el que la escritura es más conversación que nunca, pero en el que el «plazo narrativo» ha desaparecido casi por completo tanto para la conversación en sí misma como para el hecho literario. Escribir ya no es sinónimo de pausa ni de detenimiento. La velocidad que también ha llegado a la industria del libro y al hábito lector va atravesando poco a poco también el hábito del escritor, que se siente presionado a producir libro tras libro para responder a las demandas de un sector cada vez más acelerado.

Con libros que pasan de moda a los tres meses y una conversación literaria que se reduce a una calificación de 1 a 5 estrellas, reclamar espacios en los que se reflexione de manera más sosegada sobre el hecho literario (clubes de lectura, talleres de escritura, tertulias) no es solo un deber, sino también un derecho de nuestro pensamiento. La conversación de la escritura, como la conversación de viva voz, requiere de esa «pausa segura», ese no estar haciendo nada y a la vez estar haciéndolo todo. ¿No se dan las conversaciones más profundas en los lugares más ociosos, cuando, perdida la idea de la producción, nos dejamos llevar? Como afirma Selby Wynn Schwartz al hablar de Virginia Woolf en su novela Después de Safo, «la mitad de la escritura de una novela consiste en mirar por la ventana con una blanda desesperanza y con ociosidad».

La conversación inacabable

Escribir sirve, también, para invocar a los muertos: el poema al fantasma de Cintia del latino Propercio, en el que el amante arrepentido convoca a su amada muerta para que esta pueda reprocharle sus fallos, o algunas de las novelas de la propia Martín Gaite, como Caperucita en Manhattan o Nubosidad variable, dedicadas a su hija fallecida, sirven para que el autor convoque una última vez a esas presencias perdidas y así poder seguir pasando tiempo con ellos. La escritura no es nunca un grito al vacío, aunque lo parezca: cada texto es una llamada al otro, una respuesta a una pregunta que alguien se ha hecho, o una pregunta que otros han de contestar.

Al fin y al cabo, la literatura comienza siendo oral, y las primeras manifestaciones occidentales de la escritura están fuertemente arraigadas a esa oralidad y a esa comunicación fluida entre escrituras. En Grecia, la poesía no se leía a solas, se cantaba en banquetes, y la filosofía se entendía sobre todo como diálogo. El resultado escrito final no era más que una «adaptación» de la conversación real, un testimonio de todo lo tangible de una charla, para que quienes no pudieran acceder a esa conversación al menos tuvieran una muestra de ella. El hecho de que, hoy en día, un diálogo de Platón o la poesía de Safo sigan siendo motivo de artículos en prensa o de libros enteros, no hace más que demostrar la verdad de la afirmación de Martín Gaite: como no podemos conversar con nuestros escritores favoritos como querríamos, les escribimos. A la vez, esas «respuestas» suscitarán respuestas de otros creadores del presente y del futuro, en una conversación inacabable y que va mucho más allá del tiempo y el espacio. La respuesta puede venir de nosotros mismos: puesto que, una vez que hemos escrito una idea, esta deja de ser del todo nuestra, el tiempo nos proporcionará la distancia adecuada para charlar con ese yo pasado que ha quedado grabado en la página.

Quizá, más que por qué escribimos, cabría preguntarse por qué tenemos esa necesidad de conversar. La respuesta quizá está en entender que la humanidad se define por la voluntad de la compañía o, siendo un poco más pesimistas y como afirma Victoria Ocaña, porque «la búsqueda del interlocutor y su consecuente entendimiento es el alivio de nuestro mal endémico: la soledad».

martes, 24 de junio de 2025

"EL ACERTIJO". Un cuento de ciencia ficción de Stanislaw Lem

El padre Cincán, el Doctor Magnéticus, se hallaba sentado en su celda, y en aquel monacal silencio, mientras estudiaba el comentario de Clorofanto Omnicki sobre el famoso fragmento sexto, "Acerca de la creación de los robots", el crujido de sus huesos resonaba con fuerza cuando se movía, pues había decidido dejar de practicar la mortificación mediante los ungüentos. Concentrado, tras haber terminado el versículo que aborda la programación del Universo, ojeaba las coloreadas láminas que representaban al Señor en el acto de insuflar el espíritu en el hierro, su preferido entre todos los metales. En ese momento, el padre Clorián entró en la celda sin hacer ruido y permaneció tranquilamente junto a la ventana para no interrumpir las meditaciones de tan eximio teólogo.

–¿Qué tal, mi Cloriancito? ¿Qué me cuentas? –lo saludó poco después el padre Cincán, levantando sus cristalinos ojos del volúmine.

–Señor y Padre –dijo aquel–, le traigo el Halogénico, el libro que el Santo Oficio proscribió recientemente; un libro nacido del susurro satánico que fue escrito por el terrible Marmagedón Lapidor. Incluye la descripción de los obscenos experimentos con los que este intentó derrocar al Poder verdadero.

Dicho eso, colocó delante del padre Cincán un fino librito que había sido debidamente sellado por el Santo Oficio.

El anciano se frotó la frente y de ella se desprendió un poco de herrumbre que fue a caer sobre las páginas del folleto, que había tomado en el ínterin con gran rapidez, mientras pronunciaba estas palabras:

–¡No es nada terrible, nada terrible, mi Clorete! Más bien desgraciado a causa de sus errores…
Mientras hablaba, hojeaba el macilento libro y, al advertir los nombres de capítulos tales como "Sobre los ductilaxos, los morbidacos y los maleabilis Pallens", "Sobre los lácteos pensantes", "Sobre la génesis de la Razón de una Máquina Irracional", apareció en sus labios una insignificante sonrisa, a la vez que bondadosa, hasta que al fin dijo:

–Tú, Clorete, y tu Santo Oficio, por el que tengo un más que profundo respeto, abordáis este asunto de una forma totalmente errónea. ¿Qué es lo que, en realidad, tenemos aquí? Pues, simplemente, puñetas en vinagre, soberanas tonterías, falsas leyendas interpretadas por enésima vez y cuya trama se basa bien en aquellos blandurrios, morbiduchos o maleables Pallens (según otros apócrifos), o bien en los Gelatinados, que supuestamente nos crearon, hace muchísimo tiempo, a base de alambre y de tornillos.

–¡Por el Altísimo! –exclamó el padre Clorián, estremeciéndose.

–De poco sirve maldecir a diestro y siniestro –dijo el padre Cincán, y prosiguió su alegato bondadosamente–: En realidad, ¿no es más sensata la postura del padre Etérico, de los Ciclotrones, quien, hace ya tres décadas, afirmó que no era éste un problema de carácter teológico sino más bien propio de las ciencias naturales?

–Pero, padre Cincán –repuso el padre Clorián, con un fatigoso hilo de voz que adelgazaba por momentos–, está prohibido proclamar esa doctrina ex cathedra. Si no la hemos censurado ya, es únicamente por la devoción de su autor, quien… CONTINUAR LEYENDO