lunes, 3 de noviembre de 2025

"AL OTOÑO". Un poema de John Keats seleccionado y comentado por Andrea Villarrubia Delgado

Hoy, en el primer domingo de noviembre, en medio del otoño, la más hermosa estación del año a mi parecer, quiero recordarlo con un poema de John Keats, ‘Al otoño’, considerado por la crítica uno de los poemas más sublimes de la literatura inglesa. El poema, una oda escrita por el poeta en 1819 tras un paseo por las afueras de Winchester, es una celebración del otoño visto desde la madurez, no con un sentimiento de melancolía y pérdida, tan del gusto de los poetas románticos, sino de abundancia y fertilidad. Un poema que llama a los sentidos a disfrutar plenamente de esta estación, a su hermosa música, a sus promesas. (Andrea Villarrubia Delgado)

AL OTOÑO

I
Dulce estación de nieblas y abundancia,
íntima del sol que madura todo,
que, tramando con él, bendices dando
sus frutos a la vid junto al alero;
que los árboles vences con manzanas
y llenas en sazón todos los frutos,
que hinchas la calabaza, y la avellana
en su cáscara; que abres más y más
las flores últimas a las abejas
que creen que el buen tiempo no termina
pues Verano
colmó sus lentas celdas.

II
¿Quién no te ve pletórica a menudo?
Quien busque fuera, a veces podrá hallarte
sentada sin cuidado en un granero
con el pelo aventado suavemente,
o la mitad de un surco adormecida
por el efluvio de las amapolas
dejando tu hoz a las mieses y las flores;
y, a veces, como una espigadora alzas
tu cargada cabeza en el riachuelo,
o con paciente mirada, horas y horas,
contemplas del lagar la última sidra.

III
¿Dónde los cantos ya de Primavera?
No importa; tú también tienes tu música:
mientras las nubes, expirando el día,
florecen y sonrojan los rastrojos;
en coro los mosquitos se lamentan
meciéndose en los sauces junto al río
según se levante o no leve brisa;
y balan los corderos en el monte,
canta el grillo en el seto, en una huerta
dulce silba el petirrojo, y gorjean
bandos de golondrinas en el cielo.



domingo, 2 de noviembre de 2025

TVE ofrece online trece series basadas en clásicos de nuestra literatura

La página de RTVE ofrece al internauta, de forma gratuita, permanente y sin publicidad, los capítulos íntegros de trece series basadas en clásicos de la literatura española, como El Quijote o La Regenta. Un proyecto que viene gestándose desde la pasada primavera, basado en la recuperación de antiguas series producidas y emitidas por la propia TVE que, seguramente, algunos ya hayan visto en el pasado y que ahora podemos volver a disfrutar gracias a Internet.

Las series están interpretadas por algunos de los rostros más conocidos de nuestro cine como Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, Carmelo Gómez, Victoria Abril, Maribel Verdú, Jorge Sanz, Aitana Sánchez-Gijón, Alfredo Landa, Terele Pávez, Toni Cantó, Mercedes Sampietro o Charo López, entre muchos otros. En cada apartado, además de aparecer los episodios online, RTVE ha incluido información adicional sobre la obra y su autor, el rodaje, archivos de audio, notas de prensa, una medioteca con las mejores fotografías y vídeos, etc. Los usuarios incluso pueden participar mediante encuestas, o bien dejando su parecer en comentarios.
Los títulos disponibles son:
  • Los pazos de Ulloa (1985). Adaptación de la obra de Emilia Pardo Bazán. Dirigida por Gonzalo Suárez e interpretada por Fernando Rey, Omero Antonutti, Charo López, Victoria Abril y José Luis Gómez.
  • El camino (1978). Adaptación de la obra de Miguel Delibes. Fue dirigida por Josefina Molina e interpretada por Amparo Baró y Alicia Hermida.
  • El Quijote (1992). Adaptación de la obra universal de Miguel de Cervantes. Fue dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón, mientras que el guión fue escrito por Camilo José Cela, y estuvo protagonizada por Fernando Rey y Alfredo Landa.
  • La Regenta (1995). Adaptación de la novela de Leopoldo Alas ‘Clarín’, escrita y dirigida por Fernando Méndez-Leite. Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez, Héctor Alterio y Juan Luis Galiardo encabezan el reparto.
  • Los gozos y las sombras (1981). Adaptación de la obra de Gonzalo Torrente Ballester, quien supervisó el guión. Interpretada por Charo López, Eusebio Poncela, Amparo Rivelles y Carlos Larrañaga.
  • La barraca (1979). Adaptación de otra novela de Vicente Blasco Ibánez. Dirigida por León Klimovsky e interpretada por Álvaro de Luna, Marisa de Leza, Lola Herrera, Terele Pávez y Victoria Abril, entre otros.
  • Cañas y barro (1978). Adaptación de la obra de Vicente Blasco Ibáñez. Dirigida por Romero Marchent, en su reparto aparecen Alfredo Mayo, Manuel Tejada, Jóse Bódalo y Victoria Vera, entre otros.
  • La plaza del Diamante (1983). Adaptación de la obra de Merçé Rododera, fue dirigida por Francesc Betriu e interpretada por Silvia Munt.
  • Celia (1993). Adaptación del libro Celia en el colegio de Elena Fortún. Fue dirigida por José Luis Borau e interpretada por Cristina Cruz, Ana Duato, Tito Valverde y Carmelo Gómez.
  • La forja de un rebelde (1990). Adaptación de La forja, de Arturo Barea, por Vicente Aranda, dirigida por Mario Camus e interpretada por Antonio Valero.
  • Fortunata y Jacinta (1980). Adaptación de la obra homónima de Benito Pérez Galdos con dirección de Mario Camus. Interpretada por Ana Belén, Maribel Martín,Fernando Fernán Gómez, Paco Rabal y Manuel Alexandre.
  • Los jinetes del alba (1990). Adaptación de la obra de Jesús Fernández Santos, que fue dirigida por Vicente Aranda e interpretada por Victoria Abril, Jorge Sanza y Maribel Verdú.
  • Entre naranjos (1998). Tercera adaptación de una obra de Vicente Blasco Ibáñez. Dirigida por Josefina Molina e interpretada por Toni Cantó, Nina Agustí y Mercedes Sampietro.

sábado, 1 de noviembre de 2025

"NADA DE CARNE SOBRE NOSOTRAS". Un cuento de la argentina Mariana Enríquez

La vi cuando estaba a punto de cruzar la avenida. Estaba entre un montón de basura, abandonada sobre las raíces de un árbol. Los estudiantes de Odontología, pensé, esa gente desalmada y estúpida, esa gente que sólo piensa en el dinero, empapada de mal gusto y sadismo. La levanté con las dos manos por si se desarmaba. A la calavera le faltaban la mandíbula y la totalidad de los dientes, mutilación que me confirmó el accionar de los protodontólogos. Revisé alrededor del árbol, entre los residuos. No encontré la dentadura. Qué pena, pensé, y fui hasta mi departamento, apenas a doscientos metros, con la calavera entre las manos, como si caminara hacia una ceremonia pagana del bosque.

La puse sobre la mesa del living. Era pequeña. ¿La calavera de un niño? Lo ignoro todo sobre anatomía y temas óseos. Por ejemplo: no entiendo por qué las calaveras no tienen nariz. Cuando me toco la cara, siento la nariz pegada a mi calavera. ¿Acaso la nariz es cartílago? No creo, aunque es verdad que dicen que no duele cuando se rompe y que se rompe fácil, como si fuera un hueso débil. Examiné la calavera un poco más y encontré que tenía un nombre escrito. Y un número. «Tati, 1975». Cuántas opciones. Podía ser su nombre, Tati, nacida en 1975. O su dueña podía ser una Tati parida en 1975. O el número quizá no era una fecha y tenía que ver con alguna clasificación. Por respeto decidí bautizarla con el genérico Calavera. Por la noche, cuando mi novio volvió del trabajo, ya era solamente Vera.

Él, mi novio, no la vio hasta que se sacó la campera y se sentó en el sillón. Es un hombre muy desatento.

Cuando la vio, dio un respingo, pero no se levantó. También es perezoso y se está poniendo gordo. No me gustan los gordos.

—¿Qué es esto? ¿Es de verdad?

—Claro que es de verdad —le dije—. La encontré en la calle. Es una calavera.

Me gritó. Por qué trajiste esto, me gritó, exagerado, de dónde la sacaste. Juzgué que estaba haciendo un escándalo y le ordené que bajara la voz. Traté de explicarle con tranquilidad que la había encontrado tirada en la calle, bajo un árbol, abandonada, y que hubiese sido totalmente indecente por mi parte actuar con indiferencia y dejarla ahí.

—Estás loca.

—Puede ser —le dije, y me llevé a Vera a la habitación.

Sé que él esperó un rato por si yo salía a hacerle la comida. No tiene que comer más, se está poniendo gordo, los muslos ya se le rozan, y si usara pollera de mujer, estaría siempre paspado entre las piernas. Después de una hora lo oí insultarme y usar el teléfono para pedir una pizza. La pereza: prefiere el delivery a caminar hasta el centro y comer en un restaurante. El gasto de dinero es casi el mismo. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 31 de octubre de 2025

"DELIRIO DEL INCRÉDULO". Un poema de María Zambrano comentado por Andrea Villarrubia Delgado

La autora del poema de este último domingo de octubre es María Zambrano, la gran filósofa española, o pensadora como a ella le gustaba definirse, empeñada siempre en tender puentes entre la filosofía y la poesía, cuya escritura también practicó. De hecho, la médula de su actividad intelectual radica en lo que ella denominó la “razón poética”, un modo profundo de pensar que tiene en cuenta el valor de las imágenes, los sentimientos, las metáforas, las pasiones... Como en la poesía. María Zambrano se sentía influida por igual por poetas y filósofos. En el poema que hoy comparto, titulado ‘Delirio del incrédulo’, escrito en Roma en el año 1950, la autora indaga en el sentido de la nada o del vacío, tema recurrente en su obra, en especial en el libro ‘Claros del bosque’, uno de sus libros fundamentales, en el que filosofía y poesía se funden armoniosamente, al igual que en este poema (ella llamaba delirios a sus poemas) que comparto hoy. (Andrea Villarrubia Delgado)
«Delirio del incrédulo»
Bajo la flor, la rama
sobre la flor, la estrella
bajo la estrella, el viento;
¿Y más allá?
Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada
la nada, óyelo bien, mi alma,
duérmete, aduérmete en la nada.
Si pudiera, pero hundirme.

Bajo la flor, la rama…

Ceniza de aquel fuego, oquedad, agua espesa
y amarga, el llanto hecho sudor
la sangre que en su huida se lleva la palabra
y la carga vacía de un corazón sin marcha.

Bajo la flor, la rama…

De verdad ¿es que no hay nada?
Hay la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma.
duérmete, aduérmete en la nada.
Y que no lo recuerdes. Era tu gloria.

Bajo la flor, la rama…

Más allá del recuerdo, en el olvido,
escucha en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.

Bajo la flor, la rama…

Mas no puedo, no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo
no puedo buscar nada
no llego hasta la Nada.

Bajo la flor, la rama
sobre la flor, la estrella
bajo la estrella, el viento
¿Y más allá?
Más allá ¿no recuerdas?,
sólo la nada.

jueves, 30 de octubre de 2025

"LEER LIBROS PROHIBIDOS". Irene Vallejo, El País

Con intolerable osadía, las bibliotecas públicas cobijan en su silencio la algarabía de las innumerables voces

Mil veces te dijeron que las bibliotecas son lugares aburridos, embalsamados, donde nada sucede ni se mueve. Rincones petrificados donde el tiempo y las palabras se han detenido. Contra el tópico, la realidad es que siempre fueron espacios sitiados, escenarios de conflicto. Recientemente las bibliotecas norteamericanas han denunciado los crecientes intentos de vetar o eliminar obras polémicas, sobre todo en pequeños centros rurales y educativos.

El peligro acecha desde posturas opuestas, como fuego cruzado. A un lado, quienes sostienen que algunas obras clásicas deben ser apartadas o reescritas porque reflejan comportamientos racistas, la exclusión de las mujeres o trillados estereotipos y misantropías. En frente, quienes se oponen a la literatura que cuestiona valores tradicionales y religiosos por considerarla nociva e inmoral.

Desde la mítica Alejandría hasta los códices aztecas, la crónica de la destrucción de los libros es una historia interminable, con incontables rostros. Los imperios y el colonialismo son propensos a esta lamentable costumbre: convierten en botín de conquista la memoria y los sueños del vencido. Son bien conocidas las hogueras nazis y de la guerra civil española, contemporáneas de las purgas soviéticas. Después llegarían la Revolución Cultural china y los Jemeres Rojos de Camboya. Pol Pot, maestro de literatura francesa, ordenó una feroz persecución contra la letra escrita y, entre otras atrocidades, represalió a sus colegas profesores, a quienes sabían un segundo idioma y a toda la gente provocadora que usaba gafas —síntoma de veleidades intelectuales­—. Poco antes, horrorizado por las soflamas anticomunistas del senador McCarthy, Ray Bradbury había escrito Fahrenheit 451 en la biblioteca universitaria de Los Ángeles, “entre los estantes, perdido de amor, volviendo páginas, tocándolas”.

Proscribir un libro, cualquier libro, es una forma particularmente ingenua de barbarie. Necesitamos los textos malignos, incluso aquellos que detestamos. Al extirpar palabras ofensivas o suprimir la memoria de acontecimientos terribles, nos negamos a mirar cara a cara nuestro pasado. Si lo embellecemos o edulcoramos, los errores pretéritos caerán en el olvido y se cerrarán las puertas a otros posibles futuros, quizá mejores. Ante lo perturbador, no sirve el eufemismo ni el escondite. Encubrirlo implica sobrevalorar los poderes purificadores del silencio y confiar en la ignorancia como talismán protector: puro pensamiento mágico.

En el siglo III a. C., mientras Alejandría intentaba reunir el conjunto de los libros del mundo, el emperador chino Shi Huangdi ordenó destruirlos todos. Además, prohibió mencionar la muerte, persiguiendo la inmortalidad por elipsis. En sus delirios solo existía un presente interminable en el que siempre tenía razón. Sin embargo, seguidores del taoísmo y el confucianismo memorizaron y escondieron las obras prohibidas, como los protagonistas de Fahrenheit 451. En sus ensayos, Fernando Báez evoca a bibliófagos que engullían rollos de papiro a fin de digerir sus enseñanzas.

Para evitar estas clandestinidades e indigestiones existen las bibliotecas, zonas de promiscuidad que algunos quisieran cinceladas a su imagen y semejanza. El fuego sigue acechando: se ha editado una versión ignífuga de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, capaz de soportar las llamaradas más voraces. Los libros quemados son el detonante de graves acontecimientos en El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead, mientras que un personaje de la serie The Wire, el respetado Brother Mouzone, exclama: “¿Sabes qué es lo más peligroso en América? Un negro con una tarjeta de biblioteca”.

Tras siglos de resistencia, son espacios ­—no hay tantos— donde todo el mundo es bienvenido y acogido sin cobrarle nada. Este asombroso logro es fruto de un camino lleno de recovecos. Nunca fueron refugios tranquilos, sino asediados territorios de frontera. Con intolerable osadía, las bibliotecas públicas cobijan en su silencio la algarabía de las innumerables voces. Proponen un pacto que protege todas las disidencias: tenemos derecho a elegir lo que leemos, pero no a imponer qué libros eligen libremente los demás.

miércoles, 29 de octubre de 2025

"INAMIBLE". Un cuento de Baldomero Lillo

Ruperto Tapia, alias “El Guarén”, guardián tercero de la policía comunal, de servicio esa mañana en la población, iba y venía por el centro de la bocacalle con el cuerpo erguido y el ademán grave y solemne del funcionario que está penetrado de la importancia del cargo que desempeña.

De treinta y cinco años, regular estatura, grueso, fornido, el guardián Tapia goza de gran prestigio entre sus camaradas. Se le considera un pozo de ciencia, pues tiene en la punta de la lengua todas las ordenanzas y reglamentos policiales, y aun los artículos pertinentes del Código Penal le son familiares. Contribuye a robustecer esta fama de sabiduría su voz grave y campanuda, la entonación dogmática y sentenciosa de sus discursos y la estudiada circunspección y seriedad de todos sus actos. Pero de todas sus cualidades, la más original y característica es el desparpajo pasmoso con que inventa un término cuando el verdadero no acude con la debida oportunidad a sus labios. Y tan eufónicos y pintorescos le resultan estos vocablos, con que enriquece el idioma, que no es fácil arrancarlos de la memoria cuando se les ha oído siquiera una vez.

Mientras camina haciendo resonar sus zapatos claveteados sobre las piedras de la calzada, en el moreno y curtido rostro de “El Guarén” se ve una sombra de descontento. Le ha tocado un sector en que el tránsito de vehículos y peatones es casi nulo. Las calles plantadas de árboles, al pie de los cuales se desliza el agua de las acequias, estaban solitarias y va a ser dificilísimo sorprender una infracción, por pequeña que sea. Esto le desazona, pues está empeñado en ponerse en evidencia delante de los jefes como un funcionario celoso en el cumplimiento de sus deberes para lograr esas jinetas de cabo que hace tiempo ambiciona. De pronto, agudos chillidos y risas que estallan resonantes a su espalda lo hacen volverse con presteza. A media cuadra escasa una muchacha de 16 a 17 años corre por la acera perseguida de cerca por un mocetón que lleva en la diestra algo semejante a un latiguillo. “El Guarén” conoce a la pareja. Ella es sirvienta en la casa de la esquina y él es Martín, el carretelero, que regresa de las afueras de la población, donde fue en la mañana a llevar sus caballos para darles un poco de descanso en el potrero. La muchacha, dando gritos y risotadas, llega a la casa donde vive y se entra en ella corriendo. Su perseguidor se detiene un momento delante de la puerta y luego avanza hacia el guardián y le dice sonriente:

-¡Cómo gritaba la picarona, y eso que no alcancé a pasarle por el cogote el bichito ese!

Y levantando la mano en alto mostró una pequeña culebra que tenía asida por la cola, y agregó:

-Está muerta, la pillé al pie del cerro cuando fui a dejar los caballos. Si quieres te la dejo para que te diviertas asustando a las prójimas que pasean por aquí.

Pero “El Guarén”, en vez de coger el reptil que su interlocutor le alargaba, dejó caer su manaza sobre el hombro del carretelero y le intimó.

-Vais a acompañarme al cuartel.

-¡Yo al cuartel! ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Me lleváis preso, entonces? -profirió rojo de indignación y sorpresa el alegre bromista de un minuto antes.

Y el aprehensor, con el tono y ademán solemnes que adoptaba en las grandes circunstancias, le dijo, señalándole el cadáver de la culebra que él conservaba en la diestra:

-Te llevo porque andas con animales -aquí se detuvo, hesitó un instante y luego con gran énfasis prosiguió-: Porque andas con animales inamibles en la vía pública. CONTINUAR LEYENDO

martes, 28 de octubre de 2025

"SOLILOQUIO DEL FARERO". Un poema de Luis Cernuda

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco,
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos,
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todos ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y el deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.