lunes, 31 de mayo de 2021

La máscara de la Muerte Roja, un cuento de Edgar Allan Poe

La «Muerte Roja» había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era su encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía. Y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.

Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil robustos y desaprensivos amigos de entre los caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto, era una locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.

Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitidme que antes os describa los salones donde se celebraba. Eran siete —una serie imperial de estancias—. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta yardas había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y las paredes, cayendo en pesados pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un profundo color de sangre. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 30 de mayo de 2021

REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES, un poema de Gioconda Belli


REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES

I

El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.

II

El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo.

III

El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.

IV

El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo,
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.

V

El hombre que me ame
podrá encontrar en mí
la hamaca donde descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro.

VI

El hombre que me ame
hará poesía con su vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.

VII

Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.

VIII

El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en la trinchera,
rodilla en tierra me amará
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.

IX

El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento
en una plaza llena de multitudes.
Podrá gritar -te quiero-o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el más hermoso y humano de los sentimientos.

X

El amor de mi hombre
no le huirá a las cocinas,
ni a los pañales del hijo,
será como un viento fresco
llevándose entre nubes de sueño y de pasado,
las debilidades que, por siglos,
nos mantuvieron separados
como seres de distinta estatura.

XI

El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria.

sábado, 29 de mayo de 2021

"Los días perdidos". Un cuento de Dino Buzzati (Beluno, Italia, 1906–1973)

Pocos días después de haber adquirido una lujosa finca y cuando volvía a casa, Ernst Kazirra avistó a lo lejos a un hombre que, con una caja sobre los hombros, salía por una pequeña puerta de la cerca, y la cargaba en un camión. No le dio tiempo a alcanzarlo antes de que se marchara. Decidió seguirlo con el coche. El camión hizo un largo trayecto hasta lo más lejano de la periferia de la ciudad, deteniéndose al borde de un barranco. Kazirra salió del coche y se acercó a mirar. El desconocido descargó la caja del camión y, dando unos pocos pasos, la arrojó al barranco, que estaba lleno de miles y miles de otras cajas iguales. Se acercó al hombre y le preguntó:
–Te he visto sacar esa caja de mi finca. ¿Qué había dentro? ¿Y qué son todas esas otras cajas?
El hombre lo miró y sonrió:
–Todavía hay más en el camión, para tirar. ¿No lo sabes? Son los días.
–¿Qué días?
–Tus días.
–¿Mis días?
–Tus días perdidos. Los días que has perdido. Los esperabas, ¿verdad? Han venido. ¿Qué has hecho? Míralos, intactos, todavía enteros. ¿Y ahora…?
Kazirra miró. Formaban una pila inmensa. Bajó por la pendiente escarpada y abrió uno. Dentro había un paseo de otoño, y al fondo Graziella, su novia, que se alejaba de él para siempre. Y él ni siquiera la llamó.
Abrió un segundo. Había una habitación de hospital, y en la cama su hermano Giosuè, que estaba enfermo y le esperaba. Pero él estaba en viaje de negocios.
Abrió un tercero. En la verja de la antigua y mísera casa estaba Duk, el fiel mastín, que le esperó durante dos años, hasta quedar reducido a piel y huesos. Y él ni pensó en volver.
Sintió como si algo le oprimiera en la boca del estómago. El transportista se mantuvo erguido al borde del barranco, impasible, como un verdugo.
–¡Señor! –gritó Kazirra–. Escúcheme. Deje que me lleve al menos estos tres días. Se lo ruego. Al menos estos tres. Soy rico. Le daré todo lo que quiera. El transportista hizo un gesto con la mano derecha, como señalando un punto inalcanzable, como diciendo que era demasiado tarde y que ya no había ningún remedio posible. Entonces se desvaneció en el aire y al instante también desapareció el gigantesco cúmulo de cajas misteriosas. Y la sombra de la noche descendía.

FIN

"Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado". Un poema de Maya Angelou.

El pájaro salta libre
sobre el dorso de la victoria
y flota río abajo
hasta donde termina la corriente
y sumerge sus alas
en los rayos de sol de color naranja
y osa reclamar el cielo.

Sin embargo, un pájaro que atisba
bajo su estrecha jaula
rara vez puede ver a través de
sus barrotes de furia
sus alas se recortan y
sus patas están atadas
lo que abre su garganta al canto.

El pájaro enjaulado canta
con trino de miedo
por las cosas desconocidas
pero aún con anhelo
y se escucha su melodía
en el lejano castro el pájaro enjaulado
canta a la libertad.

El pájaro libre piensa en otra brisa
en un intercambio de suaves vientos a través de árboles
suspirando
y los gusanos de grasa en el césped esperando por un amanecer brillante
y da nombre a su propio cielo.

Pero un pájaro enjaulado se halla en la tumba de los sueños
su sombra grita en un grito de pesadilla
sus alas se recortan y sus patas están atadas
lo que abre su garganta al canto.
El pájaro enjaulado canta
con un trino de miedo
por las cosas desconocidas
pero aún con anhelo
y su melodía se escucha
en la colina distante
el pájaro enjaulado
canta a la libertad.

viernes, 28 de mayo de 2021

El entierro prematuro. Un cuento de Edgar Allan Poe.

Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de ficción. El mero escritor romántico debe evitarlos si no desea ofender o desagradar. Sólo se los usa con propiedad cuando lo severo y lo majestuoso de la verdad los santifican y los sostienen. Nos estremecemos con el más intenso de los «dolores agradables» ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé, o la asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Pozo Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como invenciones nos inspirarían simple aversión. 

He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades que registra la historia; pero en ellas el alcance, no menos que el carácter de la calamidad, es lo que con tanta vivacidad impresiona la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y horripilante catálogo de miserias humanas, podría haber elegido muchos ejemplos individuales más llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de estos vastos desastres generales. La verdadera desgracia, el infortunio por esencia, es particular, no difuso. ¡Agradezcamos a Dios misericordioso que los horribles extremos de agonía sean soportados por el hombre solo y nunca por el hombre en masa!

Ser enterrado vivo es, fuera de toda discusión, el más terrible de los extremos que jamás haya caído en suerte al simple mortal. Que ha caído con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie capaz de pensar lo negará. Los límites que separan la Vida de la Muerte son, en el mejor de los casos, vagos e indefinidos. ¿Quién puede decir dónde termina una y dónde empieza la otra? Sabemos que hay enfermedades en las cuales se produce una cesación total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, esa cesación es una simple suspensión para darle su justo nombre. Hay tan sólo pausas temporarias en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto período, algún misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los mágicos piñones y las ruedas de hechicería. La cuerda de plata no estaba suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿dónde se hallaba el alma?

Sin embargo, fuera de la inevitable conclusión a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso deben provocar naturalmente, una y otra vez, prematuros entierros, fuera de esta consideración tenemos el testimonio directo de la experiencia médica y vulgar para probar que realmente un gran número de estas inhumaciones se lleva a cabo. Yo podría referir de inmediato, si fuera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de características muy notables, y cuyas circunstancias quizá se conserven frescas todavía en la memoria de algunos de mis lectores, aconteció no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde provocó una penosa, intensa y dilatada conmoción. La mujer de uno de los más respetables ciudadanos — abogado eminente y miembro del Consejo— fue atacada por una súbita e inexplicable enfermedad que burló el ingenio de sus médicos. Después de mucho padecer murió, o se supone que murió. Nadie sospechó, a decir verdad, ni había razón para sospechar, que no estaba realmente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tenía el habitual contorno contraído, sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marmórea. Los ojos carecían de brillo. Faltaba el calor. Las pulsaciones habían cesado. Durante tres días el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquirió una rigidez pétrea. El funeral, en suma, fue apresurado a causa del rápido avance de lo que se supuso era descomposición. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 20 de mayo de 2021

El diablo de la botella. Un cuento de Robert Louis Stevenson

Había un hombre en la isla de Hawaii al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco.

San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del mañana!». Seguía aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.

De repente, el hombre sonrió moviendo la cabeza, hizo un gesto a Keawe para que entrara y se reunió con él en la puerta de la casa.

—Es muy hermosa esta casa mía—dijo el hombre, suspirando amargamente—. ¿No le gustaría ver las habitaciones?

Y así fue como Keawe recorrió con él la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo lo que había en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó gran admiración.

—Esta casa—dijo Keawe—es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra parecida, me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted más que suspirar?

—No hay ninguna razón—dijo el hombre—para que no tenga una casa en todo semejante a ésta, y aun más hermosa, si así lo desea. Posee usted algún dinero, ¿no es cierto?

—Tengo cincuenta dólares—dijo Keawe—, pero una casa como ésta costará más de cincuenta dólares.

El hombre hizo un cálculo.

—Siento que no tenga más —dijo—, porque eso podría causarle problemas en el futuro, pero será suya por cincuenta dólares.

—¿La casa?—preguntó Keawe.

—No, la casa no—replicó el hombre—, la botella. Porque debo decirle que aunque le parezca una persona muy rica y afortunada, todo lo que poseo, y esta casa misma y el jardín, proceden de una botella en la que no cabe mucho más de una pinta. Aquí la tiene usted.

Y abriendo un mueble cerrado con llave, sacó una botella de panza redonda con un cuello muy largo, el cristal era de un color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior había algo que se movía confusamente, algo así como una sombra y un fuego. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 19 de mayo de 2021

Sobredosis, un estremecedor poema de Pilar Herranz Adeva

 

Para José, in memoriam

I
La dama blanca conoce sus venas
las recorre en su azul.
La negra sombra acecha en los muros,
pasea silenciosa
por pasillos y celdas de castigo
como amante impaciente.
Se aposenta en un ángulo
de la marchita biblioteca
mientras conversamos,
volamos con palabras,
olvidamos tiempo y lugar entre muros.
Al regreso de los permisos
la droga entra a raudales,
el jaco cabalga a su antojo,
la reina gobierna en su trono.
Contra su voluntad,
entra en la biblioteca.
Preferiría recluirse en su celda
pero los altavoces en los muros
vociferan su nombre.
Las órbitas de los ojos se mueven
sin control. No es su voz la que habla

Me pagan de 50 a 80 pelas por cada espejo de coche que termino en el taller.
Colecciono chapitas de coca-cola para conseguir un coche cuando salga de la cárcel.
Me han sancionado sin permiso por jugar a las cartas con dinero, a veces apuesto 5 céntimos, pero hoy he jugado sin apostar. No podemos ni matar el tiempo.
Solo quedamos mi madre de 72 años y yo, mi padre y mi hermana murieron, solo me tiene a mí y estoy en la cárcel. Quiero acabar segundo de bachillerato y estudiar algún módulo, ya me quedan pocos meses para salir.

Un haz de luz se refleja en el muro.
La biblioteca está vacía,
hay una ausencia.
La sombra que pasea por pasillos
y celdas de castigo,
esa amante impaciente está con él.

II
Qué impulso de muerte te atrae en otoño
y que latido feroz en las venas azules
que conviertes en ríos de nieve.
Malgastas tus manos
inyectándote sueños mortales
en lugar de entregarte caricias.
La noche se hace más negra en la madre
en el corazón de la anciana madre.

III
Tu soplo en el corazón no es más
que la herida de ver
a tu hijo en la cárcel.
¿Regresarás antes del ocaso?
Y él murió primero.
Durante años fuiste
su única esperanza
en una triste celda
de tres por dos.

lunes, 17 de mayo de 2021

El silencio blanco, un cuento de Jack London

 -Carmen no durará más de un par de días.

Mason escupió un trozo de hielo y observó compasivamente al pobre animal. Luego se llevó una de sus patas a la boca y comenzó a arrancar a bocados el hielo que cruelmente se apiñaba entre los dedos del animal.

-Nunca vi un perro de nombre presuntuoso que valiera algo -dijo, concluyendo su tarea y apartando a un lado al animal-. Se extinguen y mueren bajo el peso de la responsabilidad. ¿Viste alguna vez a uno que acabase mal llamándose Cassiar, Siwash o Husky? ¡No, señor! Échale una ojeada a Shookum, es...

¡Zas! El flaco animal se lanzó contra él y los blancos dientes casi alcanzaron la garganta de Mason.

-Conque sí, ¿eh?

Un hábil golpe detrás de la oreja con la empuñadura del látigo tendió al animal sobre la nieve, temblando débilmente, mientras una baba amarilla le goteaba por los colmillos.

-Como iba diciendo, mira a Shookum, tiene brío. Apuesto a que se come a Carmen antes de que acabe la semana.

-Yo añadiré otra apuesta contra ésa -contestó Malemute Kid, dándole la vuelta al pan helado puesto junto al fuego para descongelarse . Nosotros nos comeremos a Shookum antes de que termine el viaje. ¿Qué te parece, Ruth?

La india aseguró la cafetera con un trozo de hielo, paseó la mirada de Malemute Kid a su esposo, luego a los perros, pero no se dignó responder. Era una verdad tan palpable, que no requería respuesta. La perspectiva de doscientas millas de camino sin abrir, con apenas comida para seis días para ellos y sin nada para los perros, no admitía otra alternativa. Los dos hombres y la mujer se agruparon en torno al fuego y empezaron su parca comida. Los perros yacían tumbados en sus arneses, pues era el descanso de mediodía, y observaban con envidia cada bocado.

-A partir de hoy no habrá más almuerzos -dijo Malemute Kid-. Y tenemos que mantener bien vigilados a los perros... Se están poniendo peligrosos. Si se les presenta oportunidad, se comerán a uno de los suyos en cuanto puedan.

-Y pensar que yo fui una vez presidente de una congregación metodista y enseñaba en la catequesis... -habiéndose desembarazado distraídamente de esto, Mason se dedicó a contemplar sus humeantes mocasines, pero Ruth lo sacó de su ensimismamiento al llevarle el vaso-. ¡Gracias a Dios tenemos té en abundancia! Lo he visto crecer en Tenesí. ¡Lo que daría yo por un pan de maíz caliente en estos momentos! No hagas caso, Ruth; no pasarás hambre por mucho tiempo más, ni tampoco llevarás mocasines.

Al oír esto, la mujer abandonó su tristeza y sus ojos se llenaron del gran amor que sentía por su señor blanco, el primer hombre blanco que había visto..., el primer hombre que había conocido que trataba a una mujer como algo más que un animal o una bestia de carga. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 16 de mayo de 2021

EL FIN DEL "HOMO SOVIETICUS", un magnífico libro de la Premio Nóbel de literatura Svetlana Aleksiévich

La voz que menos se oye en el libro es la de la propia Svetlana Aleksiévich, que se limita a trascribir los dramáticos testimonios de sus entrevistados, sin apenas plantearles preguntas. No trata de elaborar una interpretación histórica, sino de dar la palabra a unos seres humanos. "A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas [...] Pero yo observo el mundo con ojos de escritora". Ahora bien ¿se puede entender la historia si se prescinde de las emociones de quienes la vivieron?

En El fin del "Homo sovieticus" la periodista bielorrusa, aunque quizá será mejor definirla como exsoviética (padre bielorruso, madre ucraniana, formada en la gran cultura rusa, ciudadana soviética durante sus primeros cuarenta años), se enfrenta a uno de los cambios de entorno social más rápidos e intensos de los últimos tiempos: la desaparición de las instituciones y los modos de vida propios de la Unión Soviética, que dejados atrás los horrores del estalinismo ofrecía a sus ciudadanos una vida gris, pero segura, tanto en el terreno económico (empleos estables, vivienda, seguridad social) como en el emocional (adhesión unánime a la gran patria socialista, con la válvula de escape de las críticas al gobierno en el reducido marco de la cocina familiar).

El "Homo sovieticus", un término sarcástico difundido a partir de los años 70 para aludir al peculiar tipo humano generado por la implacable y prolongada tiranía soviética, se vio enfrentado, a partir de las reformas de Gorbachov y sobre todo de la disolución de la Unión Soviética, a un entorno drásticamente nuevo, el de la libertad, al que no parece que le haya resultado fácil adaptarse. No faltan entre los testimonios recogidos por Svetlana Aleksiévich los de quienes en un determinado momento de su vida creyeron en la libertad y estuvieron dispuestos a arriesgarse por ella.

sábado, 15 de mayo de 2021

El Ombúlobo, un cuento terrorífico de Esteban Valentino

Entre los personajes más célebres de la literatura oral, del folklore popular, está el hombre lobo o lobizón, que tiene también versiones femeninas, como la Cumanga, la mujer loba brasileña. Pero seguramente, hasta que Esteban Valentino* nos lo trajo, nadie conocía al terrorífico Ombúlobo,


“EL OMBÚLOBO (UN CUENTO TERRORÍFICO)”

Los chicos valientes no tienen por qué hacerle caso a todo lo que se dice por allí, aunque lo que se dice por allí tenga que ver con el miedo. Habían decidido pasar la noche solos en una carpa cerca de la casa de la chacra del tío de Lauti y nada los iba a
hacer cambiar de opinión. Tenían un farol a pilas espectacular, una radio para escuchar a la noche antes de dormir, tenían las bolsas de dormir para el frío. Iban a poner la carpa debajo del ombú que había crecido desde siempre a unos doscientos metros de la casa y ahora no se iban a echar atrás. El tío les contó que en el lugar se decía que ese ombú no era un ombú cualquiera. Se comentaba que era nada menos que el famoso ombúlobo, que todo el tiempo parecía una planta común y silvestre pero que los viernes de luna llena se volvía medio lobo. No se sabía cómo pero con las leyendas nunca se sabe bien cómo pasan las cosas. El tío les dio permiso aunque esa noche era viernes de luna llena porque era de los que piensan que a los miedos hay que enfrentarlos.

Y allá fueron, a eso de las nueve de la noche, Nico y Lauti a dormir en la carpa bajo el temible ombúlobo. Hasta las once todo fue bastante tranquilo. La luna iluminaba la noche con una redondez perfecta. Apenas alguna nube casi transparente la cruzaba de vez en cuando. Uno de los chicos sacaba a veces la cabeza a ver si el ombú seguía siendo un ombú y nada más y la volvía a meter lo más rápido que podía. A las doce tenían francamente miedo y ya nadie sacaba la cabeza afuera de la carpa. Los silbidos del viento entre las hojas y los que hacía al atravesar los huecos del tronco no ayudaban mucho. De pronto les pareció sentir un ruido como de madera que se abre inundando la quietud de la noche y un ulular que en cualquier parte del mundo donde hubiera un ser humano se habría tomado por un aullido de lobo. Pero esa noche los acampantes querían encontrarle explicaciones más sencillas a todo.

—Se habrá roto una rama con el viento —dijo Lauti.

—¿Quién estará enfermo que tuvieron que mandar a la ambulancia por la ruta? —preguntó Nico sin dejar espacio para la duda. Los dos miraban la puerta de la carpa y solo esperaban. Esperaban la claridad del día y esperaban su calma y algún trozo de valor que se les metiera a la fuerza en el corazón. Pero el valor andaba escaseando esa noche por esos territorios de tela y sobretecho.

A eso de las tres se durmieron, cansados de temer lo peor y que lo peor no llegara. Se despertaron a las diez de la mañana con un sol espectacular que los entibiaba y el olor de las tostadas que partía desde la casa y que viajaba hasta allí. Levantaron todo y se volvieron medio decepcionados. Nada, no había pasado nada espantoso que tuviera que ver con la leyenda del temible ombúlobo.

Pero mientras los chicos se alejaban, dos patas poderosas se metían bajo la corteza, un hocico babeante volvía a disfrazarse de tronco, dos ojos que nacían en la rama más gruesa los veían marcharse y un pensamiento nacía arriba de los ojos. “No. No estaban suficientemente gordos”.

FIN

viernes, 14 de mayo de 2021

CUENTOS AL AMOR DE LA LUMBRE, un poema de Pilar Herranz Adeva (El llanto del mundo)

En la cocina vieja
una lumbre encendida,
en la cocina vieja
no arde más luz que el fuego
y unos ojos de niño
que esperan un cuento.

En la silla de enea
el niño en el regazo,
el padre coge el libro de los cuentos,
los ojos del niño se abren atentos,
el fuego se refleja en sus pupilas,
son llamas impacientes.

En la penumbra de la tarde
se oye la voz del padre.

La madre mira al fuego,
al rostro de sus hijos encendido,
al mágico momento
en que surge la palabra.
Palabras

hijos

llama.

Y la cocina vieja
se incendia, resplandece.


jueves, 13 de mayo de 2021

METADONA EN LA BILIOTECA, Un poema de Pilar Herranz Adeba (El llanto del mundo)

Traspaso los candados de la cárcel,
surgen ojos solitarios, obscenos,
airados tras las rejas.
Metadona en los altavoces. Se abre la escuela.

Mientras espero, reviso los libros
polvorientos, marchitos, olvidados,
tristísimos de la biblioteca.
Las cortinas rasgadas
de plástico gris tapan
el único trozo de cielo posible
en este lugar.

A las nueve en punto de la mañana
agolpados en rejas
como en un circo negro
bebéis metadona en vasos de plástico.
Después a la escuela a aprender
y cerráis vuestros párpados
en inevitable sueño
como un anticipo de muerte.


EL ZAPATERO Y EL DIABLO [“El zapatero y la fuerza maléfica”], un cuento de Antón Chéjov

Era la víspera de Navidad. María llevaba ya un buen rato roncando sobre la estufa y en la lamparilla había ardido ya todo el petróleo, pero Fiódor Nílov seguía trabajando. Lo habría dejado hacía tiempo y se habría marchado a la calle, pero un cliente del callejón Kolokolni, que le había encargado unos empeines para sus botas dos semanas antes, había ido a verle el día anterior, le había insultado y le había ordenado que acabara sin falta el trabajo antes del servicio matinal.

—¡Vaya una vida! —rezongaba Fiódor mientras trabajaba—. Algunas personas llevan ya un buen rato durmiendo, otras pasándoselo bien, y yo aquí trabajando como una mula, cosiendo para el primero que llega…

Para no quedarse dormido, cogía de vez en cuando una botella que había debajo de la mesa y bebía, sacudiendo la cabeza después de cada trago y diciendo en voz alta:

—Que alguien me explique por qué mis clientes se divierten mientras yo tengo que coser para ellos. ¿Acaso porque ellos tienen dinero y yo soy pobre?

Odiaba a todos sus clientes, especialmente al que vivía en el callejón Kolokolni. Era un hombre de aspecto sombrío, con el pelo largo, tez amarillenta, grandes lentes azules y voz ronca. Tenía un apellido alemán impronunciable. Nadie parecía saber cuál era su profesión ni en qué se ocupaba. Dos semanas antes, cuando Fiódor fue a su casa a tomarle las medidas, lo había encontrado sentado en el suelo, machacando alguna cosa en un mortero. Antes de que Fiódor tuviera tiempo de saludarlo, el contenido del mortero relampagueó y empezó a despedir una llama roja y brillante, se levantó un olor a azufre y a plumas quemadas y toda la habitación se llenó de un espeso humo de color rosa que hizo a Fiódor estornudar cinco veces. De camino a casa, pensaba: “Nadie que tenga temor de Dios podría ocuparse de esas tareas”.

Cuando la botella se quedó vacía, Fiódor puso las botas sobre la mesa y se quedó pensativo. Apoyó la pesada cabeza en el puño y se hundió en consideraciones sobre su pobreza, sobre su vida triste y sombría. Luego pasó a ocuparse de los ricos, de sus grandes casas, de sus coches y de sus billetes de cien rublos… ¡Qué bien estaría si las casas de esos malditos ricos se vinieran abajo, sus caballos se murieran y sus abrigos y gorros de piel se desgastaran! ¡Qué bien estaría si los ricos poco a poco se volvieran pobres y no tuvieran nada para comer, y él, un pobre zapatero, se convirtiera en un hombre adinerado y se pavoneara ante un zapatero pobre la víspera de Navidad! CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 12 de mayo de 2021

LOS VECINOS NUNCA SOSPECHAN LA VERDAD, un cuento de Óscar Collazos

Es verdad: los vecinos nunca sospechan la verdad: se encierran en sus conciliábulos, son herméticos en sus conjeturas, carecen de imaginación, no van más allá de los detalles ni se detienen en las sospechas. Los vecinos son, por naturaleza, torpes. Hacen daño o causan beneficios irrisorios sin llegar a ser inofensivos. Casi siempre la prudencia es una de sus virtudes: cuando salgo de casa quieren decirme (o hacerme caer en cuenta) que hablan de mí, que sus voces bajas tengo que oírlas y de ahí sus gestos grandilocuentes, sus dedos índices visibles, sus bocas torcidas de desprecio, sus espaldas dándome a la cara. En verdad: los vecinos no tienen la menor idea de la clandestinidad, de la conspiración, de las sutilezas o la inteligencia creadora, son, este, son —cómo decirlo—, son casi siempre como cacatúas alborotadas, hasta el momento de prender los noticieros de la tele, de darse a la tarea de hablar más alto que el locutor y de anunciar en coro los mismos productos de belleza. Los vecinos: es verdad, son impacientes, quieren darlo todo en un segundo, no entienden de sobreentendidos, son evidentes, literales, como un texto de lectura, son: despreciablemente ingenuos y es así como, en el momento monos pensado, son incapaces de calcular qué pasa en el segundo piso, por qué este ruido de disparos penetra por algún lugar del edificio y lo llena de ecos extrañísimos, por qué estos gritos desgarrados, por qué esta fuga de tres hombres en uniforme que han venido en la mañana a perturbar mi casa, a escarbarla sin ninguna prudencia. Los vecinos, siempre lo dije, no pueden llegar a sospechar del momento en que muera abatido por doce disparos de pistola, ahogado en mi propia sangre y en mis gritos. Los vecinos, es verdad, no pueden entenderlo, menos el momento en que en el segundo piso alguien grita “me matan” y un silencio ignominioso presagia el nacimiento de un nuevo terror. Es entonces cuando son incapaces de salir a la calle (miran, celosamente, detrás de las persianas, detrás de las hendijas de alguna puerta desvencijada, detrás de alguna celosía que se abrió para espiar los pecados de la calle, los adulterios de enseguida, las borracheras de-al-lado, las palizas del ferroviario, los deslices de la adolescente que cursa tercer año de comercio y mecanografía), los vecinos: es verdad, nunca podrán medir la dimensión del crimen del segundo piso ni sacar de la noticia leída algo más allá de ese texto que dice: “Misteriosamente muerto un joven de veinte años en su residencia del barrio San Antonio de la ciudad de Cali cuando ingería licores”.

FIN

lunes, 10 de mayo de 2021

La memoria en las palabras, un interesante artículo de Juan Mata.


La memoria, la capacidad de recordar es exclusiva del ser humano. La memoria de la humanidad pervive en las palabras y se expresa mediante el lenguaje. Recor dar es una forma de abrir el presente al pasado. Recurrir a la memoria acumulada en las palabras, escuchar lo que nos dicen del pasado, tal vez podría ayudarnos a comprender mejor nuestro ahora.

... Somos herederos, en efecto, de un legado frágil e inestable, que nos ha llegado fragmentado y a menudo desarraigado, una circunstancia que nos plantea un dilema moral, no solo filológico o educativo: ¿qué hacer con esa inconmensurable heren cia: preservarla, dejarla extinguirse, embalsamarla? La decisión es compleja, pues afecta al significado y a la formación de una memoria que no nació con nosotros ni nos pertenece solo a nosotros, sino que comenzó muchas generaciones atrás y es ahora un patrimonio colectivo.

La memoria es una facultad admirable del cerebro humano. Gracias a la memo ria podemos retener el flujo huidizo de la existencia y modelar nuestra identidad, nuestro sentido del yo. Somos lo que hemos vivido, pero somos sobre todo lo que recordamos. O lo que podemos recordar. O lo que queremos recordar. Recordar, evocar episodios del pasado, revivir cuantas veces queramos experiencias de nuestra vida, puede decirse que es una capacidad exclusiva de los seres humanos. Somos una especie privilegiada en ese sentido. Podemos regresar al pasado a voluntad, recrearlo y observarlo con delectación, y, más asombroso aún, podemos contar a otros lo que nos pasó, lo que ya vivimos. Somos seres que viven, recuerdan y disfrutan narrando y compartiendo recuerdos, más afianzados cuanto más impacto emocional provocó un suceso en nuestra vida. Pocas cosas nos satisfacen más. Somos seres memoriosos, capaces no solo de recuperar una y otra vez nuestros recuerdos, sino de disfrutar escuchando y contando episodios, reales y ficticios, de los que no fuimos protagonistas, que les sucedieron a otros o los imaginaron otros, pero que están ya integrados en una memoria común, compartida. 

La expresión pública de la memoria compartida es el lenguaje. Las palabras condensan la experiencia vivida, la hacen reconocible, narrable, comprensible. Las palabras hacen que la memoria personal se expanda y se socialice. Podemos rememorar a solas, en silencio, de hecho lo hacemos continuamente, pero si queremos que la memoria personal se haga común, tenemos que narrarla. Y esa narración solo es posible a través del lenguaje, de las palabras, en las cuales se ha ido sedimentan do la historia de la humanidad. Rememorar en esos casos significa rescatar, aunque sea de modo leve y breve, lo que los seres humanos pensaron, sintieron, dijeron.


domingo, 9 de mayo de 2021

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".


sábado, 8 de mayo de 2021

EL GRAN INQUISIDOR, un relato de Fiódor Dostoyevski

Este es un texto que forma parte de forma parte de "Los hermanos Karamazov", novela de Fiódor Dostoyevski. Lo que ha ocurrido es que, con el tiempo, ha tomado relevancia por sí mismo y, hoy en día, se presenta como un texto independiente.

La relevancia le viene de la forma en que el autor, utilizando un diálogo, o más bien un monólogo del inquisidor, entre Jesús de Nazaret, prisionero de la Inquisición, y el Gran Inquisidor, profundiza sobre la libertad. Yo diría que, entre otras cosas, la reflexión que hace Dostoyevski se centra en el miedo a la libertad y en el binomio libertad-seguridad. Es un gran texto en el que se profundiza con extraordinaria lucidez sobre esas cuestiones, y que, como es de esperar, y al ser temas de candente actualidad, ayuda a compartir y contrastar diversas miradas sobre el tema en cuestión.

Este texto lo he compartido en secundaria, bachillerato, con personas adultas, en la tertulia de la prisión y en sesiones de formación del profesorado. Y ahora, al escribir esto, recuerdo cómo me sorprendió que en una de esas sesiones, el profesorado que participaba en ella no había sabido captar el profundo dilema que planteaba, cuando en las otras tertulias lo vieron sin ningún problema. Curioso, ¿verdad?

En resumen, un texto muy recomendable para leer y compartir.


EL GRAN INQUISIDOR

Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: "No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe". Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible, que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto "¡Señor, dignaos, apareceros!", que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.

Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.

No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, "como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente". No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.

Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.

El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: "¡Señor, cúrame para que pueda verte!" Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: "¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!"

Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.

–¡Él resucitará a tu hija! –le grita el pueblo a la desconsolada madre.

El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño. CONTINUAR LEYENDO



jueves, 6 de mayo de 2021

LA MURALLA, un poema del poeta cubano Nicolás Guillén

Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.

Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—Una rosa y un clavel…
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El sable del coronel…
—¡Cierra la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—La paloma y el laurel…
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El alacrán y el ciempiés…
—¡Cierra la muralla!

Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la hierbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla…

Alcemos una muralla
juntando todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte…

HE AQUÍ EL POEMA MUSICADO POR QUILAPAYÚN




martes, 4 de mayo de 2021

El Príncipe Feliz, un cuento de Oscar Wilde

Oscar Wilde es otro de mis autores favoritos de cuentos. Con este, el de "El príncipe feliz" he realizado muchas tertulias con personas de todas las edades, tanto en el aula como en cursos de formación y en distintas entidades. Y en ese compartir han salido pensamientos preciosos acerca de las injusticias de este mundo y de la solidaridad y la justicia como remedios infalibles para hacerles frente.

La historia se centra en dos personajes, el Príncipe y la golondrina. Un príncipe que desde su estatua engalanada con oro y piedras preciosas, ve la triste realidad de su reino. Y así le habla a la golondrina pidiéndole ayuda para remediar esa situación:

"Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar."

 La golondrina accede a ayudarle y de ahí nace una amistad, un amor que llevará al ave a dar la vida por el Príncipe.


EL PRÍNCIPE FELIZ

En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- . Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico, cosa que, en realidad, no era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 2 de mayo de 2021

Tres gatos tres, un poema de María Cristina Ramos

El gato pomposo
y el gato tigrés
y el grisgrís que tiene
bigotes café.

Ya tomaron leche
y lluvia, tal vez,
y la luna nueva
que cayó al llover.

Si se duermen pronto,
yo me dormiré,
pero por ahora
trepan la pared,
se suben al árbol,
se dejan caer.
Los asusta un trébol,
los asusta un pez,
y cierran los ojos
una y otra vez.

Para que se duerman
yo me dormiré.
Y que en un ovillo
se duerman los tres:
el gato pomposo
y el gato tigrés
y el grisgrís que tiene
bigotes café.


sábado, 1 de mayo de 2021

LANZAMIENTO VOCES & TINTAS - REVISTA DE LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL PARA EL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL DE LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE. Revista IBBY

Esta iniciativa busca reunir las voces de Latinoamérica y el Caribe entorno a la lectura, los libros y la cultura escrita para niños, niñas y adolescentes.

SUSCRIPCIÓN Revista Voces & Tintas/ SUBSCRPTION to Voces & Tintas [Voices & Inks] Magazine

La revista VOCES & TINTAS es una iniciativa de los dieciséis países que conforman IBBY (International Board on Books for Young People) en Latinoamérica y el Caribe. Nuestra revista busca ser un canal de difusión desde y para la región, basado en nuestra misión de promover el entendimiento internacional de la literatura infantil y juvenil.

Esta suscripción le permitirá acceder de forma exclusiva a los números de la revista.

Publicaremos dos números anuales con diferentes temas de interés para mediadores, autores, investigadores y todas las personas interesadas en la reflexión entorno a las expresiones orales, artísticas, gráficas, audiovisuales, académicas y literarias.

Gracias a su versión bilingüe y a la articulación de todas estas expresiones esperan llegar a diferentes países, instancias y modos de entender nuestro ecosistema cultural.

¡Bienvenidos/as!