lunes, 30 de noviembre de 2020

Esa mujer, un cuento de Rodolfo Walsh.

 


Comencé a escribir “Esa mujer” en 1961, lo terminé en 1964, pero no tardé tres años, sino dos días: un día de 1961, un día de 1964. No he descubierto las leyes que hacen que ciertos temas se resistan durante lustros enteros a muchos cambios de enfoque y de técnica, mientras que otros se escriben casi solos.

ESA MUJER

El coronel elogia mi puntualidad:

-Es puntual como los alemanes -dice.

-O como los ingleses.

El coronel tiene apellido alemán.

Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.

-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.

Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.

Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.

El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.

Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.

Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.

El coronel sabe dónde está.

Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.

Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.

-Esos papeles -dice.

Lo miro.

-Esa mujer, coronel.

Sonríe.

-Todo se encadena -filosofa.

A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.

-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.

-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.

-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.

El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.

Entra su mujer, con dos pocillos de café.

-Contale vos, Negra.

Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita. CONTINUAR LEYENDO


domingo, 29 de noviembre de 2020

No volveré a ser joven, un poema de Jaime Gil de Biedma musicado por Joan Manuel Serrat

 

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

viernes, 27 de noviembre de 2020

La invasión sin paralelo, un cuento de Jack London

 Fue en el año 1976 cuando la contienda entre el mundo y China alcanzó su apogeo, y éste fue el motivo por el que se retrasó la celebración del segundo centenario de la libertad americana, y que otros muchos planes concebidos por las naciones de la tierra fueran reformados, revueltos o aplazados por idéntica razón.

El mundo se despertó de pronto ante el peligro que corría, pero desde hacía más de setenta años los acontecimientos tendían hacia esta crisis.

El año 1904 marca lógicamente el principio de un desarrollo que setenta años más tarde debía hundir al mundo entero en la consternación. En este año tuvo lugar la guerra ruso-japonesa, y los historiadores de la época anunciaron gravemente que aquel conflicto marcaba la entrada de Japón en la familia de las grandes naciones.

Las naciones occidentales habían intentado en vano estimular a China, pero con su natural optimismo y el egoísmo de raza habían llegado a la conclusión de que la tarea era imposible.

La verdadera causa de su fracaso, fue que entre ellas y China no existía ningún vínculo psicológico. Sus maneras de pensar eran radicalmente diferentes y no tenían un vocabulario común. El espíritu occidental no penetraba sino superficialmente en el espíritu chino y se perdía rápidamente en un laberinto sin salida. El espíritu chino quería sondear el espíritu occidental y chocaba siempre contra un muro infranqueable. No existía ningún medio de comunicar las ideas de Occidente a la mentalidad china. Y China seguía durmiendo. Los éxitos y progresos materiales del Oeste seguían siendo para ella letra muerta, y el Occidente no podía comprender tampoco la letra y el espíritu chinos. En el trasfondo de la conciencia de una raza de lengua inglesa, por ejemplo, yacía una capacidad de vibrar al oír el más mínimo atisbo de raíz sajona, y el subsuelo de la mentalidad china se estremecía a la vista de sus radicales monosílabos. Pero el chino se mostraba refractario a la fonética sajona, como el inglés a los caracteres jeroglíficos. Sus espíritus estaban compuestos de diferentes materiales. Y he aquí cómo los progresos y éxitos materiales de Occidente resbalaban sobre la intransigencia de la China dormida, sin lastimarla.

Sobrevinieron los acontecimientos de 1904 y la victoria de Japón sobre Rusia. No obstante, la raza japonesa representaba la más fantasiosa y paradójica de todas las naciones orientales. Dotada de una curiosa receptibilidad para todo lo que pudiera ofrecer Occidente, el Japón asimiló rápidamente las ideas occidentales, las digirió y las aplicó tan hábilmente que se encontró, de pronto, armado de pies a cabeza. Convertido en una potencia mundial. No podríamos explicar esta receptividad particular del Japón a la cultura extranjera de Occidente, fenómeno tan incomprensible como ciertas anomalías biológicas observadas en el reino animal.

Después de la derrota decisiva infligida al Gran Imperio Ruso, el Japón no tardó nada en soñar por su propia cuenta con un imperio colosal. Había hecho de Corea un granero de abundancia y una colonia: los privilegios obtenidos por tratado y una diplomacia de zorro le dieron el monopolio de Manchuria. Todavía no satisfecho volvió sus ojos hacia China. Allá existía un territorio conteniendo los más hermosos depósitos conocidos de carbón y hierro, esqueleto de las civilizaciones occidentales. Después de los recursos naturales, el factor más importante de la industria es la mano de obra. En este territorio vivía una población de cuatrocientos millones de almas, o sea un cuarto de la población mundial en esa época. Además, los chinos son excelentes trabajadores, sin contar con su filosofía o religión fatalista y su impasible constitución nerviosa hace de ellos soberbios soldados cuando son orientados convenientemente. Es inútil decir que el Japón estaba dispuesto a proveer de la dirección adecuada. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 26 de noviembre de 2020

Ovillo de trazos. Abuelas de Plaza Mayo.

Bajo la curaduría de Paula Bombara, las Abuelas convocaron a grandes escritores e ilustradores especializados en literatura infanto-juvenil para que, a través de sus palabras y trazos, aporten este riquísimo material para re-pensar quiénes somos. Las duplas de autores e ilustradores que se sumaron solidariamente a este proyecto son: Mario Méndez y Alina Sarli, Adela Basch y Ximena García, Silvia Schujer y Paula Elissambura, Andrea Ferrari y Max Aguirre, Laura Devetach y Cristian Bernardini, Iris Rivera y Marcela Calderón, Laura Escudero y Diego Moscato, Ricardo Mariño y Pablo Bernasconi, Franco Vaccarini y Gabriela Burin, Paula Bombara y Matías Trillo, Liliana Bodoc y Viviana Bilotti, y María Teresa Andruetto y Poly Bernatene.

La muestra "Ovillo de trazos" se propone como una herramienta de trabajo y reflexión con los niños para comenzar a instalar el Día Nacional por el Derecho a la Identidad en las aulas. Desde 2004, en homenaje al aniversario de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, cada 22 de octubre se conmemora este día, porque fue su lucha la que impulsó este derecho.

A tirar del hilo 

Un gato verde, una cuenta que da un resultado sorprendente, una nena prodigiosa. Una música nueva sumándose a un concierto. Un papá, un nene de orejas grandes, un pueblo de cinco casas. Una nena que se sueña en el futuro, una pregunta de aquellas, una viejita que es la que siempre fue. Un soy, un si–yo–fuera.

Veinticuatro autores –escritores e ilustradores– componen doce retratos hilados con palabras, formas y colores que se entraman para formar un tejido colectivo. Ese es el ovillo del que partimos para que de una pregunta no dicha, o mejor, dicha de tantos modos diferentes, sigan surgiendo nuevos trazos, nuevos modos de expresar lo que somos, lo que deseamos, lo que conseguimos. Trazos que buscan enlazarse con los tuyos, con los de ella, con los de quienes están lejos, con los de quienes seguimos buscando. 

Que en nuestro calendario exista un día por año en el que dediquemos el tiempo a pensarnos es un hecho que debe invitarnos a festejar. Que el 22 de octubre se marque como un día de preguntas. Preguntas sabueso, que sepan buscar para no perdernos. Encontrar para valorar las huellas y los caminos recorridos. Preguntas sonoras que den voz a cada historia particular para componer la historia de todos. Preguntas linterna que nos enfoquen y nos iluminen, a cualquier edad, pues la identidad siempre está construyéndose, moldeándose, resignificándose. 

Somos eso que traemos en el cuerpo más esto que vivimos a cada momento más los deseos para el futuro. Eso somos: cada uno, una historia que necesita de otras para poder contarse, un hilo de trazos indispensable, necesario, que se une a otros y forma un ovillo que crece. 

Paula Bombara

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miércoles, 25 de noviembre de 2020

"Fuga de la muerte", un poema de Paul Celan escrito en 1948, en el que hace una descripción del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau y en el que calca la estructura musical de la fuga.

Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no
se yace estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la
danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro
venido de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como
humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de
Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido
de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita

Paul Celan

De: «Amapola y memoria», 1952

Traducción de de José Ángel Valente


martes, 24 de noviembre de 2020

"La Ilíada o el poema de la fuerza". Un original y profundo ensayo sobre la obra de Homero de Simone Weil.

El verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de La Ilíada es la fuerza. La fuerza manejada por los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la cual la carne de los hombres se retrae. El alma humana sin cesar aparece modificada por sus relaciones con la fuerza, arrastrada, cegada por la fuerza de que cree disponer, doblegada por la presión de la fuerza que sufre. Los que soñaron que la fuerza, gracias al progreso, pertenecía ya al pasado, pudieron ver en este poema un documento; los que saben discernir la fuerza, hoy como antes, en el centro de toda historia humana, encuentran en él el más bello, el más puro de los espejos.

La fuerza es lo que hace de quienquiera que le esté sometido una cosa. Cuando se ejerce hasta el extremo, hace del hombre una cosa en el sentido más literal, pues hace de él un cadáver. Había alguien y, un instante después, no hay nadie. Es un cuadro que La Ilíada no se cansa de presentar.

... los caballos
haciendo resonar los carros vacíos por los caminos de la guerra.
en duelo de sus conductores sin reproche. Ellos sobre la tierra
yacían, de los buitres más queridos que de sus esposas.

El héroe es una cosa arrastrada tras un carro en el polvo:

... Alrededor, los cabellos
negros estaban esparcidos, y la cabeza entera en el polvo
yacía, antes encantadora; ahora Zeus a sus enemigos
había permitido envilecerla en su tierra natal.

A la amargura de tal cuadro la saboreamos pura, sin que ninguna ficción reconfortante venga a alterarla, ninguna inmortalidad consoladora, ninguna insípida aureola de gloria, o de patria.

Su alma fuera de sus miembros voló, fue hacia el Hades,
llorando su destino, abandonando su virilidad y su juventud.

Más patética todavía, por lo doloroso del contraste, es la evocación súbita, rápidamente borrada, de otro mundo, el mundo lejano, precario y conmovedor de la paz, de la familia, ese mundo donde cada hombre es para los que lo rodean lo que más cuenta.

En la casa ella ordenaba a sus sirvientas de hermosos cabellos que se
quedasen
para poner cerca del fuego un gran tr ́ıpode, a fin de que hubiera
para Héctor un baño caliente al retornar del combate.
¡Ingenua!. No sabía que muy lejos de los baños calientes
el brazo de Aquiles lo había sometido, a causa de Atenas la de los ojos
verdes.

En verdad, estaba lejos de los baños calientes el desdichado. No estaba solo. Casi toda La Ilíada transcurre lejos de los baños calientes. Casi toda la vida humana ha transcurrido siempre lejos de los baños calientes. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 23 de noviembre de 2020

La ejecución de Troppman, un relato de Iván Turgueniev.

¿Podemos llegar a movilizarnos activamente en contra de la guerra por una imagen (o un conjunto de imágenes) de igual modo que podríamos alistarnos entre los opositores a la pena capital leyendo, digamos, "Una tragedia americana de Dreiser" o «La ejecución de Troppmann» de Turgueniev, relato del escritor expatriado al que se invita a observar en una prisión parisina las últimas horas de un famoso criminal antes de la guillotina? Una narración parece con toda probabilidad más eficaz que una imagen. En parte tiene que ver con el periodo de tiempo en el que se está obligado a ver, a sentir. (Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, 2014, Barcelona, Debolsillo. pág. 103)


La ejecución de Troppman 
Iván Turgueniev

En el mes de febrero de este año, cuando me encontraba en París, almorzando en casa de unos amigos, recibí una invitación de Maxim Ducamp, totalmente inesperada, para asistir a la ejecución de Troppman.

No se trataba sólo de su ejecución: Ducamp me proponía contarme entre los raros privilegiados autorizados a entrar en la misma prisión.

El espantoso crimen cometido por Troppman no había sido todavía olvidado y, en aquellos momentos, París se interesaba tanto, o más, por él y por su próxima ejecución como por el nuevo misterio pseudo-parlamentario o por el asesinato de Víctor Noir, muerto a manos del príncipe Pedro Bonaparte, tan sorprendentemente absuelto después.

En todos los escaparates de los fotógrafos se exhibían series enteras de retratos que representaban a un joven robusto, de frente amplia, ojos negros y pequeños, y labios gruesos. Era el ilustre asesino de Pantin.

Desde hacía varias noches, miles de "blusones" se reunían en los alrededores de la Roquette para ver si se montaba ya la guillotina, y no se dispersaban hasta pasada la medianoche.

Cogido por sorpresa por la invitación de Ducamp, no lo pensé mucho y acepté.

Una vez dada mi palabra de acudir a la cita, delante de la estatua del príncipe Eugenio, en el bulevar del mismo nombre, a las once de la noche, no quise echarme atrás. Un falso pudor me lo impedía. Que nadie pensara que me faltaba valor.

Como castigo que me impongo a mí mismo y como enseñanza para los demás, quiero contar todo lo que vi y revivir, para el recuerdo, las penosas impresiones de aquella noche. Quizá, así, mi relato no sólo satisfaga la curiosidad del lector sino que, además, le sirva de alguna utilidad. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 22 de noviembre de 2020

Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario, un interesante artículo de Delia Lerner.

Leer y escribir... Palabras familiares para todos los educadores, palabras que han marcado y siguen marcando una función esencial -quizá la función esencial- de la escolaridad obligatoria. Redefinir el sentido de esta función -y explicitar, por lo tanto, el significado que puede atribuirse hoy a esos términos tan arraigados en la institución escolar- es una tarea ineludible. Enseñar a leer y escribir es un desafío que trasciende ampliamente la alfabetización en sentido estricto. El desafío que hoy enfrenta la escuela es el de incorporar a todos los alumnos a la cultura de lo escrito, es el de  lograr que todos sus ex-alumnos lleguen a ser miembros plenos de la comunidad de lectores y escritores. Participar en la cultura escrita supone apropiarse de una tradición  de lectura y escritura, supone asumir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos y la puesta en acción de conocimientos sobre las relaciones entre los textos, entre ellos y sus autores, entre los autores mismos, entre los autores, los textos y su contexto...

Ahora bien, para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza, es necesario construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura. Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una micro-comunidad de lectores y escritores. Lo necesario es hacer de la escuela una comunidad de lectores que acuden a los textos buscando respuesta para los problemas que necesitan resolver, tratando de encontrar información para comprender mejor algún aspecto del mundo que es objeto de sus preocupaciones, buscando argumentos para defender una posición con la que están comprometidos o para rebatir otra que consideran peligrosa o injusta, deseando conocer otros modos de vida, identificarse con otros autores y personajes o diferenciarse de ellos, correr otras aventuras, enterarse de otra historias, descubrir otras formas de utilizar el lenguaje para crear nuevos sentidos...

Lo necesario es hacer de la escuela una comunidad de escritores que producen sus propios textos para dar a conocer sus ideas, para informar sobre hechos que los destinatarios necesitan o deben conocer, para incitar a sus lectores a emprender acciones que consideran valiosas, para convencerlos de la validez de los puntos de vista o las propuestas que intentan promover, para protestar o reclamar, para compartir con los demás una bella frase o un buen escrito, para intrigar o hacer reír... Lo necesario es hacer de la escuela un ámbito donde lectura y escritura sean prácticas vivas y vitales, donde leer y escribir sean instrumentos poderosos que permiten repensar el mundo y reorganizar el propio pensamiento, donde interpretar y producir textos sean derechos que es legítimo ejercer y responsabilidades que es necesario asumir. Lo necesario es, en síntesis, preservar el sentido del objeto de enseñanza para el sujeto del aprendizaje, lo necesario es preservar en la escuela el sentido que la lectura y la escritura tienen como prácticas sociales para lograr que los alumnos se apropien de ellas y puedan incorporarse a la comunidad de lectores y escritores, para que lleguen a ser ciudadanos de la cultura escrita. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 20 de noviembre de 2020

Cómo se dibuja a un niño. Un poema de Gloria Fuertes

Para dibujar un niño
hay que hacerlo con cariño.
Pintarle mucho flequillo,
—que esté comiendo un barquillo—;
muchas pecas en la cara
que se note que es un pillo;
—pillo rima con flequillo
y quiere decir travieso—.
Continuemos el dibujo:
redonda cara de queso.
Como es un niño de moda,
bebe jarabe con soda.
Lleva pantalón vaquero
con un hermoso agujero;
camiseta americana
y una gorrita de pana.
Las botas de futbolista
—porque chutando es artista—.
Se ríe continuamente,
porque es muy inteligente.
Debajo del brazo un cuento
por eso está tan contento.
Para dibujar un niño
hay que hacerlo con cariño.

jueves, 19 de noviembre de 2020

El muro. Un cuento de Eraclio Zepeda.

Al principio fue sólo una sensación. Pero al paso de las horas, la fábrica de aquella resuelta pared progresaba a ritmo franco. El más pequeño ademán de él o la más simple inflexión en la voz de ella colaboraban, eficazmente en su erección. 

Había sido un descubrimiento repentino logrado al mismo tiempo por él y por ella, un hallazgo simultáneo reservado sólo a la pareja. Fue cuando él relataba la historia repetida en todas las reuniones, en que como siempre, la risa de los oyentes rubricaba el pasaje exacto, la frase precisa siempre igual. Aquella historia que tanto había celebrado ella las primeras veces, al principio de su matrimonio, y que ahora, a fuerza de oírla odiaba. El relato reveló el primer síntoma de lo que estaba ocurriendo. Las miradas de él y de ella se encontraron como si vinieran de muy lejos para cruzarse sin especial intención. Sin embargo ambos advirtieron que la muralla estaba allí, recién nacida a la altura de las rodillas. 

Ya no fue posible ocultarla. En realidad hacía tiempo que esperaban su advenimiento, pero no dejaba de ser extraño que ello sucediera precisamente en la fiesta de su aniversario. 

Los invitados, los amigos íntimos, permanecían ajenos a la construcción que ante sus ojos ausentes progresaba. Para ellos era una espléndida ocasión de hablar de lo que siempre se había conversado. 

Cuando el último invitado se despidió, el muro llegaba ya muy cerca del techo y la sala había quedado dividida, sin posibilidad de contemplarse uno a otro los rostros ni los cuerpos ni nada. 

Al salir del baño encontró que la sala estaba definitivamente cercenada por un cancel de cal y canto, pintado hermosamente de blanco, con grandes contrafuertes de piedra a cada extremo. Lo más sorprendente era la falta de asombro. 

Serenamente, él golpeó el muro con el puño, suaves golpes espaciados cuidando los intervalos, de modo tal que al otro lado pudiera entenderse la intención de un mensaje. Aguardó con atención: al cabo de un momento escuchó, muy lejanas, las noticias de ella al otro lado de la muralla. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Nadar en aguas inquietas: una aproximación a la poesía infantil de hoy. Cecilia Bajour

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Conferencia presentada por la autora en la Biblioteca Luis Ángel Arango, dentro del marco del Congreso Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ), en Bogotá, el 8 de marzo de 2013.

Comienzo por aclarar qué es lo que no pretendo con estas palabras. No buscaré plantear un panorama de la poesía actual destinada a la infancia en América Latina y España, tarea de por sí ambiciosa y necesaria en algunas ocasiones.

... La poca presencia de teorías sobre lo poético en relación con la infancia quizás tenga que ver con una visión empañada por algunos temores vinculados a representaciones bastante extendidas y nada nuevas en el público en general y en muchos mediadores en particular sobre la propia poesía (no sólo infantil). El miedo a la aparente dificultad que implica una zona del arte más inasible y salvaje que otras. La resistencia a la supuesta operación reduccionista de la poesía como consecuencia de mirarla de cerca con ojos de teoría: el fantasma del poema en la mesa de disección. La creencia de que pensar sobre poesía congela toda emoción. Los reparos de caer y perderse en presuntos abismos de abstracción.

Pulsa AQUÍ para acceder al artículo

Fuente: imagiaria.com.ar

martes, 17 de noviembre de 2020

Rumpelstikin, el enano saltarín. Un cuento de los hermanos Grimm

Había una vez un pobre molinero que tenía una bellísima hija. Y sucedió que en cierta ocasión se
encontró con el rey, y, como le gustaba darse importancia sin medir las consecuencias de sus mentiras, le dijo:

-Mi hija es tan hábil y sabe hilar tan bien, que convierte la hierba seca en oro.

-Eso es admirable, es un arte que me agrada -dijo el rey-. Si realmente tu hija puede hacer lo que dices, llévala mañana a palacio y la pondremos a prueba.

Y en cuanto llegó la muchacha ante la presencia del rey, éste la condujo a una habitación que estaba llena de hierba seca, le entregó una rueca y un carrete y le dijo:

-Ahora ponte a trabajar, y si mañana temprano toda esta hierba seca no ha sido convertida en oro, morirás.

Y dichas estas palabras, cerró él mismo la puerta y la dejó sola.

Allí quedó sentada la pobre hija del molinero, y aunque le iba en ello la vida, no se le ocurría cómo hilar la hierba seca para convertirla en oro. Cuanto más tiempo pasaba, más miedo tenía, y por fin no pudo más y se echó a llorar.

De repente, se abrió la puerta y entró un hombrecito. 

-¡Buenas tardes, señorita molinera! -le dijo- . ¿Por qué está llorando? CONTINUAR LEYENDO

viernes, 13 de noviembre de 2020

El Mago de Oz o el elogio de la diferencia, un artículo de Claudia López publicado en el Nº 6 de la revista "La Mancha. Papeles de Literatura Infantil y Juvenil".

Un clásico

“—No sé dónde está Kansas, pues nunca había oído mencionar ese país. Pero dime, ¿es un país civilizado?
—Sí, claro —respondió Dorothy.
Eso lo explica todo. En los países civilizados, si no me equivoco, ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores. Pero el país de Oz nunca ha sido civilizado, ¿sabes?, pues estamos incomunicados con el resto del mundo. Así es que seguimos teniendo brujas y magos entre nosotros.”

El Maravilloso Mago de Oz, la novela de L. Frank Baum publicada a principios del siglo pasado (el 15 de mayo de 1900 para ser exactos), se convirtió rápidamente en un éxito comercial (la primera edición de 10.000 ejemplares se agotó en una semana) y casi a la misva velocidad en un clásico. Esto es, no fue necesario el moroso juicio de la historia para que su lectura se volviera productiva. El propio Baum continúó la saga narrativa de Oz con catroce libros, adaptó la novela a una comedia musical que permaneció en cartel 9 años (de 1902 a 1911) y creó con un grupo de amigos la “Oz Film Company” dedicada a la proudcción de películas sobre la serie. En 1925, Hollywood produjo la versión muda de El Mago de Oz, con Larry Semon y Oliver Hardy, y en 1939, la versión musical con Judy Garland. El mundo de Oz resultó en más de un sentido “maravilloso” ya que, muerto su demiurgo, se prolongó en alrededor de cuarenta títulos y sedujo con las mismas armas a niños y adultos. Desafío del que no muchas de las obras destinadas para chicos suelen salir airosas.

El Maravilloso Mago de Oz comenzó siendo una historia que Baum inventó para el entretenimiento de sus hijos y que, por distintas vías, aún sigue suscitando aquella fascinación inicial. Sin lugar a dudas es un clásico infantil. Como tal, presenta algunas estrategias comunes a otros: protagonista niña que actúa como centro de los procesos de identificación de los lectores, búsqueda de un equilibrio entre mundo adulto e infantil a partir de la convivencia de ambos en el universo del texto elección de un narrador observador que se mantiene equidistante y utilización del humor para distender las sobrehumanas tareas del héroe y las crueldades que depara la aventura.

La novela se inscribe en uno de los géneros de ficción predilectos de los que escriben para chicos: lo maravilloso. Ya en el prólogo Baum enuncia una posible genealogía: “El folklore, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a la infancia a través de todos los tiempos (…) Las hadas aladas de Grimm y Andersen han proporcionado más felicidad a los corazones infantiles que cualquier otra creación del género humano.” Frente a esta literatura, Baum sitúa su novela como un relato maravilloso “moderno”. El cambio que establece con respecto a la tradición consiste en la eliminación del horror, las situaciones escalofriantes y las pesadillas “que los autores imaginaban para resaltar la pavorosa moraleja de cada cuento”. Define la propia modernidad de su literatura como entretenimiento en oposición a la educación fuertemente moralista que recibían los chicos a principios de siglo. Aunque el Bien y el Mal tienen sus lugares en la cartografía del mundo de Oz, la lucha queda encuadrada en la lógica del género. Besos en la frente, zapatitos de plata y un gorro dorado son la tecnología necesaria para la salvación. Sin embargo, como toda la literatura para chicos generada en esa época, el texto no escamotea la enseñanza. Se podría decir que la conducta preferida por Baum es el cuestionamiento de las apariencias y de los lugares comunes sobre los que descansa la ética de sus contemporáneos. Desde esta “contramoral” Baum comete algunos “deslices”: asesinatos, abusos de poder y otras pesadillescas miserias humanas.

Lejos de indagar en las reacciones y sentimientos de la protagonista o de elaborar forzadas hipótesis sobre sus conflictos, el autor se entretiene en inventar una galería de “grandes” para la perplejidad de los chicos. Ayudado por el género de lo maravilloso, que impone un verosímil totalmente alejado del mundo posible de los lectores, Baum aprovecha para dejar su legado: una visión crítica de la civilización. Civilización en la cual, al decir de la Bruja del Norte, “ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores.” Civilización que, en contraste con el País de Oz, se proyecta hacia la comunicación y el pragmatismo. Creo que es por este camino por donde se puede encontrar una de las claves que expliquen la actualidad de su lectura. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 12 de noviembre de 2020

El profesor Terríbilis, un cuento de Gianni Rodari.

 Hoy el profesor Terríbilis es más alto de lo normal. Le sucede siempre eso los días de interrogatorio. Los estudiantes miden con miradas de precisión su estatura: ha crecido por lo menos veinticinco centímetros. Ha crecido tanto que se le ven los calcetines violeta al final de los pantalones marrones, y por encima de los calcetines una franja de chicha blanca, que de ordinario se tiene púdicamente cubierta.

—Ya está —suspiran las masas estudiantiles—, mejor sería irnos a jugar a los bolos.

El profesor Terríbilis hojea sus expedientes y anuncia:

—Os he convocado aquí para saber la verdad y de aquí no saldréis ni vivos ni muertos hasta que me la hayáis dicho. ¿Está claro? Que salga… veamos la lista de los encausados: Albani, Albetti, Albini, Alboni, Albucci… Está bien, que salga Zurletti.

El alumno Zurletti, que es el último por orden alfabético, se aferra al pupitre para retrasar el instante fatal y cierra los ojos para hacerse la ilusión de encontrarse en la isla de Elba de pesca submarina. Por fin se levanta, con la lentitud con que se levantan las naves de siete mil toneladas allá en las esclusas del Canal de Panamá, se arrastra hacia la tarima dando un paso hacia delante y dos hacia atrás.

El profesor Terríbilis le atraviesa varios puntos del cuerpo con ojeadas incandescentes y lo pincha con numerosas frases punzantes:

—Querido Zurletti, se lo digo por su bien: cuanto antes confiese, antes lo pongo en libertad. Usted sabe, por otra parte, que no me faltan medios para hacerlo hablar. Dígame, pues, a toda prisa y sin reticencias, cuándo, cómo, por quién, dónde y por qué fue asesinado Julio César. Precise cómo iba vestido ese día Bruto, cómo era de larga la barba de Casio y dónde se encontraba en ese momento Marco Antonio. Agregue el número de zapato que usaba la mujer del dictador y cuánto había pagado esa mañana en el mercado por el queso fresco de búfala.

Ante esta tempestad de preguntas, el alumno Zurletti vacila… Sus orejas tiemblan… Terríbilis se las asaetea repetidamente con palabras como flechas…

—¡Confiese! —apremia el profesor con voz apremiante, alzándose otros cinco centímetros (ahora al final de los pantalones se ve casi toda la pantorrilla).

—Exijo un abogado —murmura Zurletti.

—No hay nada que hacer, amigo. Aquí no estamos ni en la Comisaría ni en el Tribunal. Usted tiene tanto derecho a un abogado como a un billete gratis para las Azores. Debe limitarse a confesar. ¿Qué tiempo hacía el día del crimen?

—No me acuerdo…

—Naturalmente. Me imagino que usted ni siquiera se acuerda de si Cicerón estaba presente, si llevaba paraguas o una trompetilla, si había llegado al lugar en taxi o en calesa…

—No sé nada.

Zurletti se está tranquilizando ligeramente. Nota que la clase lo sostiene en sus titánicos esfuerzos para resistirse a la presión del inquisidor. Alza la cabeza de golpe:

—¡No hablaré!

Aplausos.

Terríbilis:

—¡Silencio, o mando desalojar la sala!

Pero Zurletti ha agotado ya sus energías y se derrumba desmayado. Terríbilis llama a un bedel, que llega corriendo con un cubo de agua y lo arroja sobre el rostro del malaventurado. Zurletti abre los ojos, lame golosamente el agua que corre por las inmediaciones de los labios: ¡Dios mío, es agua salada! No hará sino acrecentar sus torturas… CONTINUAR LEYENDO


miércoles, 11 de noviembre de 2020

Me declaro vencido, un poema de Miquel Martí i Pol.

 «Me declaro vencido»

Me declaro vencido. Los años que me quedan
los malviviré en penumbra. Cada mañana
deshojaré una rosa, la misma,
y con tinta evanescente escribiré un verso
débil y nostálgico en cada pétalo.
Os lego mi sombra en testamento:
es lo más perdurable y sólido que tengo,
y los cuatro palmos de mundo tranquilo
que creo cada día con la mirada.
Cuando muera, cavad un profundo hoyo
y enterradme en él de pie, frente al mediodía,
que el sol, al salir, me ciegue el fondo de los ojos.
Así la gente que me vea exclamará:
Mirad, un muerto con la mirada viva.

Poema en catalán:

«Em declaro vençut»

Em declaro vençut. Els anys que em resten
els malviuré en somort. Cada matí
esfullaré una rosa, la mateixa,
i amb tinta evanescent escriuré un vers
decadent i enyorós a cada pètal.
Us llego la meva ombra en testament:
és el que tinc més perdurable i sòlid,
i els quatre pams de món sense neguit
que invento cada dia amb la mirada.
Quan em mori, caveu un clot profund
i enterreu-m’hi dempeus, cara a migdia,
que el sol, quan surt, m’encengui el fons dels ulls.
Així la gent que em vegi exclamarà:
Mireu, un mort amb la mirada viva.

martes, 10 de noviembre de 2020

"RISA SALVAJE: CÓMO LEER LOS ÁLBUMES DE SENDAK", un artículo de José Antonio ESCRIG APARICIO (Universidad de Zaragoza) publicado en la revista Ondina~Ondine Revista de Literatura Comparada Infantil y Juvenil. Investigación en Educación.

 

Resumen

La obra de Maurice Sendak condensa una serie de temas centrales (humor, violencia  polémica,sexualidad...) que en ocasiones ha dificultado su comprensión estética. Una lectura formal o moralista no permite descubrir la raíz común de estos fenómenos y aparta a Sendak de la cadena artística (El Bosco, William Blake, los ilustradores del expresionismo alemán...) a la que pertenece.
Este artículo explora la raíz común de la imaginación de Maurice Sendak partiendo del concepto de “grotesco”, fundamental en los estudios estéticos contemporáneos sobre la risa.



lunes, 9 de noviembre de 2020

La tortuga gigante, un cuento de Horacio Quiroga.

Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:

—Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.

El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.

Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.

Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.

El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.

—Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.

Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.

A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.

La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 8 de noviembre de 2020

Te amo con un amor inalterable, un poema de Ibn Hazm (994-1064)

Te amo con un amor inalterable,
mientras tantos amores humanos no son más que espejismos.
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.
Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,
la arrancaría y desgarraría con mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor;
fuera de él no te pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad
serán para mí como motas de polvo y los habitantes del país, insectos.

**************

Abu Muhammad Ali Ibn Hazm (أبو محمد علي بن احمد بن سعيد بن حزم) nació en Córdoba, Al-Andalus (actual Andalucía), el 7 de noviembre de 994. Su familia era originaria de la kûra de Lebla (actual provincia de Huelva).

Filósofo, polígrafo, teólogo, historiador, narrador y poeta hispano-árabe, hijo de un alto funcionario de Almanzor, fue visir del califa Abderramán V.
Participó en las guerras que dieron fin al califato Omeya, por lo que fue encarcelado; al quedar en libertad sufrió un breve destierro, tras lo que abandonó la política, dedicándose sólo a escribir y a sus estudios de teología y derecho, abandonó el rito Malequí y adoptó el rito Zaharí.
Debió exiliarse en diferentes taifas de Al Andalus tras la crisis del califato, exilio que le llevó a recorrer varias taifas, entre ellas Sevilla, invitado por Al Mutamid y la taifa de Mallorca.

La célebre quema pública de sus libros en Sevilla le inspiró un conocido poema que dice:

«Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,
y en mi tumba será enterrado luego.»

jueves, 5 de noviembre de 2020

Tres cartas de Teddy. Un cuento de Elizabeth Silance Ballard.

La maestra de niños y niñas, obra de Morgan Weistling.
Aquella mañana la señorita Thompson fue consciente de que había mentido a sus alumnos. Les había dicho que ella les quería a todos por igual pero, acto seguido se había fijado en Teddy, sentado en la última fila, y se había dado cuenta de la falsedad de sus palabras.

La señorita Thompson había estado observando a Teddy el curso anterior y se había dado cuenta que no se relacionaba bien con sus compañeros y que tanto su ropa como él parecían necesitar un buen baño. Además el niño acostumbraba a comportarse de manera bastante desagradable con sus profesores. Llego un momento en que la señorita Thompson disfrutaba realmente corrigiendo los deberes de Teddy y llenando su cuaderno de grandes cruces rojas y bajas puntuaciones. Sin duda era lo que merecía por su dejadez y falta de esfuerzo.

En aquel colegio era obligatorio que cada maestro se encargara de revisar los expedientes de los alumnos al inicio de curso, sin embargo la señorita Thompson fue relegando el de Teddy hasta dejarlo para el final. Sin embargo al llegarle su turno, la profesora se encontró con una sorpresa. La profesora de primer curso había anotado en el expediente del chico: “Teddy es un chico brillante, de risa fácil. Hace sus trabajos pulcramente y tiene buenos modales. Es una delicia tenerle en clase.” Tras el desconcierto inicial, la señorita Thompson continúo leyendo las observaciones de los otros maestros. La profesora de segundo había anotado, “Teddy es un alumno excelente y muy apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas en seguir el ritmo porque su madre está aquejada de una enfermedad terminal y su vida en casa no debe ser muy fácil.” Por su parte el maestro de tercero había añadido: “La muerte de su madre ha sido un duro golpe para él. Hace lo que puede pero su padre no parece tomar mucho interés, sin no se toman pronto cartas en el asunto, el ambiente de casa acabará afectándole irremediablemente.”. Su profesora de cuarto curso había anotado: “Teddy se muestra encerrado en sí mismo y no tiene interés por la escuela. No tiene demasiados amigos y, a veces, se duerme en clase.”

Avergonzada de sí misma, la señorita Thompson cerró el expediente del muchacho. Días después, por Navidad, aún se sintió peor cuando todos los niños le regalaron algunos detalles envueltos en brillantes papeles de colores. Teddy le llevó un paquete toscamente envuelto en una bolsa de la tienda de comestibles. En su interior había una pulsera a la que faltaban algunas piedras de plástico y una botella de perfume medio vacía. La señorita Thompson había abierto los regalos en presencia de la clase, y todos rieron mientras enseñaba los de Teddy. Sin embargo las risas se acallaron cuando la señorita Thompson decidió ponerse aquella pulsera alabando lo preciosa que le parecía, al tiempo que se ponía unas gotas de perfume en la muñeca. Teddy fue el último en salir aquel día y antes de irse se acercó a la señorita Thompson y le dijo: “Señorita, hoy huele usted como solía oler mi mamá.”

Aquel día la señorita Thompson quedó sola en la clase, llorando, por más de una hora. Aquel día decidió que dejaría de enseñar lectura escritura o cálculo. A partir de ahora se dedicaría a educar niños. Comenzó a prestar especial atención a Teddy y, a medida que iba trabajando con él, la mente del niño parecía volver a la vida. Cuánto más cariño le ofrecía ella, más deprisa aprendía él. Al final del curso, Teddy estaba ya entre los más destacados de la clase. Esos días, la señorita Thompson recordó su “mentira” de principio de curso. No era cierto que los “quisiera a todos por igual”. Teddy se había convertido en uno de sus alumnos preferidos.

Un año después la maestra encontró una nota que Teddy le había dejado por debajo de su puerta. En ella Teddy le decía que había sido la mejor maestra que había tenido nunca.

Pasaron seis años sin noticias de Teddy. La señorita Thompson cambió de colegio y de ciudad, hasta que un día recibió una carta de Teddy. Le escribía para contarle que había finalizado la enseñanza superior y para decirle que, continuaba siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

Unos años más tarde recibió de nuevo una carta. El niño le contaba como, a pesar de las dificultades había seguido estudiando y que pronto se graduaría en la universidad con excelentes calificaciones. En aquella carta tampoco se había olvidado de recordarle que era la mejor maestra. Cuatro años después, en una nueva carta, Teddy relataba a la señorita Thompson como había decidido seguir estudiando un poco más tras licenciarse. Esta vez la carta la firmaba el doctor Theodore F. Stoddard, para la mejor maestra del mundo.

Aquella misma primavera, la señorita Thompson recibió una carta más. En ella Teddy le informaba del fallecimiento de su padre unos años atrás y de su próxima boda con la mujer de sus sueños. En ella le explicaba que nada le haría más feliz que ella ocupara el lugar de su madre en la ceremonia.

Por supuesto la señorita Thompson aceptó y acudió a la ceremonia con el brazalete de piedras falsas que Teddy le regalará en el colegio y, perfumada con el mismo perfume de su madre. Tras abrazarse, Teddy le susurró al oído: “Gracias, señorita Thompson, por haber creído en mí. Gracias por haberme hecho sentir importante, por haberme demostrado que podía cambiar.”

Visiblemente emocionada, la señorita Thompson le susurró: “Te equivocas, Teddy, fue al revés. Fuiste tú el que me enseñó que yo podía cambiar. Hasta que te conocí, yo no sabía lo que era enseñar.”

martes, 3 de noviembre de 2020

Los cuentos de Charles Perrault, ¿cuentos maravillosos o documentos históricos? Un artículo de Susana Navone publicado en Imaginaria, revista sobre literatura infantil y juvenil.

Texto de la ponencia presentada por la autora en el II Congreso Internacional de Literatura para Niños “Producción, Edición y Circulación” (Buenos Aires, agosto de 2010). Imaginaria agradece su gentileza y autorización para publicarla en estas páginas.

Charles Perrault vivió entre 1628 y 1703, en pleno siglo de Luis XIV. Fue contemporáneo de Molière, Racine y La Fontaine. Miembro de la Academia Francesa, así como de las Academias de Pintura, de Escultura y de Ciencia, tuvo los cargos de Canciller de la Academia de Letras y Controlador general de los edificios y jardines de Francia. Habitaba una casa con acceso a los jardines del Palacio Real y tenía, además, un gabinete en la casa de su protector, Colbert, el primer ministro, y una cámara en Versalles. Desde joven se dedicó a escribir. Escribió libros en verso, sátiras, libros de arte y de caza, biografías de hombres ilustres, obras de tema mitológico. La obra por la cual fue famoso en su época es Paralelos, una serie de volúmenes en los que trata de demostrar la superioridad de los modernos sobre los antiguos. Hizo traducciones del latín y escribió sus memorias. Sin embargo, pasó a la posteridad por un librito de cuentos, escrito ya pasados los sesenta años, que ni siquiera se molestó en firmar.

Los tres primeros cuentos de Perrault son relatos en verso: “La paciencia de Griselda”, “Los deseos ridículos” y “Piel de Asno”. A partir de 1691 comenzaron a aparecer en periódicos y en antologías hasta que en 1694 estos tres relatos fueron publicados en un solo volumen en La Haya por Adrián Moetjens. Poco después, hubo una reedición acompañada de un prefacio. Los cuentos en verso no se volvieron a publicar hasta el año 1781 en que aparecieron junto a los cuentos en prosa.

Se conserva un manuscrito de 1695 con cinco cuentos en prosa: “La Bella Durmiente del bosque”, “Caperucita Roja”, “Barba Azul”, “El gato con botas” y “Las hadas”. La obra lleva por título Cuentos de Mamá Oca. Dos años después, en 1697, el editor Barbin publicó un libro con el título de Historias o Cuentos del tiempo pasado con moralejas. Tenía ocho cuentos en prosa, los cinco que estaban en el manuscrito de 1695 más otros tres: “Cenicienta”, “Riquete el del copete” y “Pulgarcito”.

Los cuentos de Perrault, en el momento en que fueron escritos, tenían un doble destinatario: las personas concurrentes a la corte de Versalles y los niños. La moda de los cuentos de hadas entre la gente de la clase alta había empezado unos años antes, en 1685, con la condesa d’Aulnoy. Testimonios de la época prueban que los cinco cuentos en prosa que figuran en el manuscrito de 1695 fueron leídos en voz alta y discutidos en las reuniones literarias cortesanas. Ahora bien, el mismo autor, en el prefacio a la cuarta edición de los tres cuentos en verso de 1694, indica que su obra está dedicada a los niños: 

“Por más frívolas y bizarras que sean estas fábulas en sus aventuras, es seguro que despiertan en los niños el deseo de parecerse a aquellos que ven arribar a un final feliz y al mismo tiempo el temor a las desgracias en que caen los malvados a causa de su maldad. ¿No es acaso elogiable de parte de los padres y las madres, que cuando sus niños no son todavía capaces de paladear las verdades sólidas y desnudas de todo encanto, se las hagan amar y, si se me permite decirlo, se las hagan tragar envueltas en relatos agradables y proporcionados a la debilidad de su edad?” 



lunes, 2 de noviembre de 2020

El rey de los topos y su hija. Un cuento ilustrado de Alejandro Dumas.

En las afueras de un pueblito de Hungría, tan pequeño que su nombre ni siquiera aparece en el mapa, había una casita en la que vivía una pobre viuda con su hijo. 

La viuda se llamaba Madeleine, y su hijo Joseph.

Un pequeño huerto, tras el cual había un campo, era toda su riqueza. 

Trabajaban en él con tenacidad, y vendiendo frutas y cosechando trigo se ganaban la vida, aunque pobremente, es cierto. Pero ninguno de los dos tenía otra ambición que disfrutar aquello que les fue concedido por la parsimoniosa bondad del Señor. 

Joseph siempre había sido un buen hijo, un muchacho piadoso. Amaba a su madre, la cuidaba en su vejez y nunca la había hecho sufrir, al menos no de manera deliberada. Así llegó a la edad de veinte años.

Era un joven apuesto de 1,62 metros, bien distribuidos a lo largo de su mediana estatura, con un hermoso pelo rubio y rizado, tal y como aquel con el que los iluminadores del siglo XVI dotaban a los ángeles en los misales. Tenía los ojos muy rasgados, tan azules como el cielo, los dientes blancos y una tez que, a través de su bronceado, reflejaba la frescura y la salud de la juventud.

Joseph siempre había sido festivo y alegre. El domingo, después de vísperas, era el primero en salir corriendo tras los violinistas, y una vez daban la señal para que el baile empezara, no abandonaba el lugar hasta que el último músico pasaba el arco sobre las cuerdas de su violín.

El resto de la semana era totalmente diferente. El pueblo no conocía un hombre más trabajador que él: labraba el campo, araba el huerto, injertaba árboles y podaba los rosales; pues, gracias a la manera en que organizaba sus cosas, tenía tiempo para todo, y en medio de los perales, manzanos y melocotoneros, había también lugar para las flores.

A menudo su madre quería ayudarle, aunque solo fuese quitando la maleza de los caminos o los parterres. Pero él, riendo, le quitaba el azadón de las manos y le decía:

–Madre, cuando usted se tomó la molestia de tener un hijo tan grande y robusto como yo, hizo la promesa a Dios de que una vez ese niño tuviera veinte años, usted podría descansar. Ya tengo veinte años, así que descanse. Y si no quiere dejarme solo, pues mucho mejor. Siéntese allí, que el solo hecho de verla me dará ánimos. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 1 de noviembre de 2020

Autopsicografía, un poema de Fernando Pessoa


El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.

Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.

Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.