jueves, 29 de octubre de 2020

Sale caro ser poeta, un poema de Gloria Fuertes.


 Sale caro, señores, ser poeta.

La gente va y se acuesta tan tranquila
-que después del trabajo da buen sueño-.

Trabajo como esclavo llego a casa,
me siento ante la mesa sin cocina,
me pongo a meditar lo que sucede.

La duda me acribilla todo espanta;
comienzo a ser comida por las sombras
las horas se me pasan sin bostezo
el dormir se me asusta se me huye
-escribiendo me da la madrugada-.

Y luego los amigos me organizan recitales,
a los que acudo y leo como tonta,
y la gente no sabe de esto nada.

Que me dejo la linfa en lo que escribo,
me caigo de la rama de la rima
asalto las trincheras de la angustia
me nombran su héroe los fantasmas,
me cuesta respirar cuando termino.

Sale caro, señores, ser poeta.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Amores flemáticos, un artículo de Irene Vallejo publicado en El País el 25 OCT 2020

Con el paso de los años, seguimos encontrando en la fantasía una aliada para las relaciones auténticas


Podemos enamorarnos de repente, por los motivos más menudos y nimios, con insensata euforia. El acento de una voz que nos habla por teléfono, una silueta apenas vislumbrada en la ventana, la promesa de una prenda de ropa que baila al son del viento en un tendedero, el sonido de unos pasos en la noche. Nuestra ilusión se aferra a cualquier brizna de oportunidad, como la hierba tenaz que brota en las grietas del asfalto.

Lo contó Clarín en un relato inolvidable titulado El dúo de la tos. La historia transcurre en un hotel de paso, poblado por huéspedes solitarios, en una ciudad norteña. Un hombre fuma en la ventana. Dos balcones más allá, envuelta en oscuridad, una mujer atisba la chispa triste del cigarrillo. Náufragos en el mismo piso de la fonda anónima, tuberculosos los dos, forasteros ambos, buscan aire sano para sus pechos enfermos. Ya dentro de las habitaciones, sin poder dormir, escuchan el tictac de los relojes y las toses del otro. A través de los tabiques, cada cual sueña que esa otra voz carraspea para hacerle compañía. La tos de la habitación 36 le suena a ella enérgica, atrevida. La de la puerta 32 resulta para él poética y dulce. Uno y otra creen entender mensajes ocultos en los gruñidos y sofocos, sienten lástima y simpatía mutua, empiezan a toser a dúo. Acostados en camas distintas, sin haber visto a su cómplice de flemas, ambos imaginan estar en una cita. Ella piensa: “¿Has llegado aquí solo? Yo también. ¿Te horroriza la muerte en soledad? También a mí. ¡Si nos conociéramos! Somos dos piedras que caen al abismo. ¿No conoces en mi forma de toser que soy buena?”. Pero, dice Clarín, ni siquiera los tísicos son románticos consecuentes, y ninguno se atreve a salir de su cuarto en la madrugada a buscar el abrazo que anhela. Al día siguiente, él debe dejar el hotel. Durante años, recordarán aquella experiencia erótica de toser al unísono. Ese enamoramiento.

Curiosamente, la palabra pasión deriva del verbo latino padecer. Comparte raíz con términos que hablan de enfermedad y muerte, como paciente o patíbulo. Durante largos siglos se describió el amor ardiente en términos de infección, como un trastorno que penetraba en los cuerpos por contagio o intoxicación. En la trágica leyenda de Tristán e Iseo, los protagonistas no deben enamorarse, pues ella está prometida a un familiar de él. Sin embargo, toman por equivocación un filtro mágico: “En cuanto bebieron el precioso vino, sus corazones se transmutaron, un irrefrenable amor los encadenó. Tristán se acordaba de su tío y se apartaba con horror de los sentimientos que lo invadían. Pronto su pasión fue más fuerte que sus almas y se entregaron a ella”. Invisible, poderoso, tóxico y mortal, el deseo se equiparaba a la peste.

En el más erótico de sus diálogos, El banquete, Platón describe una mansión donde se celebra una gran fiesta. Allí se acerca la Pobreza a rogar limosna, y queda fascinada por el Ingenio, un “charlatán, embelesador, cazador temible, valeroso e intrépido”. Embriagado de néctar, él se tiende en el jardín bajo las estrellas, y la mendiga se acuesta a su lado. Esa noche engendran a Eros. Así, el dios del amor nace pobre, flaco, descalzo y sin hogar. De su madre hereda el hambre permanente, la avidez. De su padre, el afán de belleza y un carácter soñador y fantasioso.

Según el mito platónico, nuestro deseo brota de la imaginación y la carencia; está tejido de apetito y búsqueda, de indigencia y esperanza. Igual que los dos solitarios tuberculosos, todos idealizamos los primeros compases del enamoramiento, cuando hasta la tos puede sonar a piropo e incluso expectorar se convierte en una forma de cortejo. Con el paso de los años, seguimos encontrando en la fantasía una aliada para las relaciones auténticas. El afecto no es una infección: se necesita creatividad para seguir queriéndonos un martes cualquiera, menos jóvenes cada día, rutinarios, ojerosos y acatarrados. En esos momentos, las palabras apasionadas requieren la inspiración y la constancia de una obra de arte. Como sabía la mendiga, el amor verdadero hay que estar siempre inventándolo.

martes, 27 de octubre de 2020

Un elefante ocupa mucho espacio. Un cuento de Elsa Bornemann

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento: 

Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente. 

-¿Te has vuelto loco, Víctor?- le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula. -¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo! 

La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche: 

-Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas... 

- ¿De qué te quejas, Víctor? -interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida? 

- Tú has nacido bajo la lona del circo... -le contestó Víctor dulcemente. La esposa del criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...  CONTINUAR LEYENDO

domingo, 25 de octubre de 2020

Secretarias, esposas y seudónimos: la escritura silenciada de las mujeres. Un artículo de Raquel Moraleja (elasombrario.com)

En su ensayo ‘Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres’, la guionista y profesora Raquel Presumido repasa brevemente algunos de los mecanismos a través de los cuales la escritura milenaria de las mujeres ha sido desde prohibida o menospreciada hasta deliberadamente ocultada.

En el principio hubo también palabras, pero antes de ser puestas por escrito, las historias viajaban a viva voz; eran los tiempos de la oralidad, cuando las leyendas y los mitos, también los saberes, pasaban de una generación a otra a través de una voz que, mientras tanto, cocinaba en un caldero o tejía un ajuar. La expresión “cuentos de viejas” –también “de brujas”, “de ayas”– no es fruto de la casualidad: tradicionalmente, eran las mujeres quienes narraban, ya fuera para entretenerse las unas a las otras durante la labor doméstica o para sumir en el sueño a los niños de los que cuidaban sin descanso. Esto, los orígenes femeninos de la narración, que podría haber sido venerado y preservado, se convirtió –lo convirtieron– en algo despectivo: un “cuento de viejas” es una noticia que se cree falsa, y una mujer que sabe demasiado, que habla demasiado, es una insoportable “marisabidilla”.

“Mujer que sabe latín no ha de tener buen fin”. Esta perla del refranero español la recoge la joven autora Raquel Presumido en su libro Anónimas (Antipersona, 2020), un breve ensayo que bebe de predecesoras expertas en el tema (Joanna Russ, Margaret Atwood, Virginia Woolf, Anna Caballé y Nuria Capdevilla, entre otras) y que es una lectura perfecta para empezar a descubrir cómo y por qué el arte literario de las mujeres ha sido torpedeado durante siglos.

El desconocimiento, la falsa creencia de que “mujer” y “creación literaria” –o “científica” o “filosófica” o…– son dos conceptos que no tienen nada que ver, empieza desde bien temprano. Como buena futura profesora de Lengua y Literatura, Presumido explica en su ensayo que la falta de representación de las mujeres creadoras en los libros de texto escolares “conlleva que las alumnas no vean la labor intelectual como una opción posible para ellas, y que los alumnos varones no consideren que una mujer se pueda ganar la vida de esta manera”. Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán en literatura castellana, y Jane Austen y Mary Shelley en literatura universal, son de los pocos nombres femeninos con los que se topará una alumna durante la enseñanza obligatoria. Para su trabajo de fin de máster, Presumido analizó una amplia muestra de los libros de texto más utilizados en España y descubrió que las escritoras no aparecen representadas ni en un 20%. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 23 de octubre de 2020

Después, un cuento de fantasmas de Edith Warton.

―Sí; hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es.

La aseveración, lanzada alegremente seis meses antes en un radiante jardín de junio, volvió a Mary Boyne con una nueva dimensión de su significado, en la oscuridad de diciembre, mientras esperaba a que trajesen las lámparas a la biblioteca. Estas palabras las había pronunciado su amiga Alida Stair, cuando tomaba el té en su jardín de Pangbourne, refiriéndose a la misma casa cuyo «elemento» principal era la biblioteca en cuestión. A su llegada a Inglaterra, Mary Boyne y su marido, buscando un rincón apartado en uno de los condados del sur o el sureste, habían confiado esta misión a Alida Stair, quien lo había resuelto perfectamente; aunque no sin que antes hubiesen rechazado, casi caprichosamente, varias sugerencias prácticas y prudentes que les brindó: «Bueno, está Lyng, en Dorsetshire. Pertenece a los primos de Hugo, y podéis conseguirla por un precio de ganga».

Las razones que dio por las que podían comprarla tan barata ―estar lejos de la estación; no tener luz eléctrica ni instalación de agua caliente y demás necesidades vulgares―, eran exactamente las que concurrían a favor para una pareja de románticos americanos que buscaban perversamente aquellas gangas que se asociaban, en su tradición, con la inusitada gracia arquitectónica.

―Jamás creeré que vivo en una casa vieja, a menos que sea completamente incómoda ―había insistido en broma Ned Boyne, el más extravagante de los dos―; el más pequeño indicio de comodidad me haría pensar que la había comprado en una exposición, con las piezas numeradas y vueltas a montar.

Y se habían puesto a recitar con humorística precisión la lista de sus diversas dudas y exigencias, negándose a creer que la casa que la prima les recomendaba fuese realmente de estilo Tudor, hasta que se enteraron de que carecía de calefacción central, y de que la iglesia del pueblo estaba literalmente en su terreno, además de recalcarles la lamentable incertidumbre en cuanto al abastecimiento de agua.

―¡Es demasiado incómoda para ser cierto!

Edward Boyne se había ido animando a medida que le sonsacaban la confesión de un nuevo inconveniente, y de repente interrumpió su rapsodia para preguntar, con súbita desconfianza:

―¿Y el fantasma? ¡Nos estás ocultando que no tiene fantasma!

Mary, en ese momento, se había reído con él; aunque, casi mientras reía, dotada como estaba de dotes perceptivas independientes, había captado una nota de sequedad en la respuesta alegre de Alida.

―Bueno, Dorsetshire está lleno de fantasmas.

―Sí, sí; pero eso no me vale. Yo no quiero tener que viajar diez millas para ver el fantasma de otro. Lo que quiero es uno que sea mío particular. ¿Hay alguno en Lyng?

La respuesta había hecho reír a Alida otra vez; y fue entonces cuando había exclamado tentadoramente:

―¡Sí, hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es! CONTINUAR LEYENDO

jueves, 22 de octubre de 2020

El oficio del poeta, un poema de José Agustín Goytisolo

 

Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.

Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.

La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.

miércoles, 21 de octubre de 2020

HISTORIA DE LA MOMIA DESATADA, un cuento de Ema Wolf

Hay una hora de la noche en que están despiertos los poderes del mal.

A esa hora, los martes, los monstruos se reúnen para hablar de sus cosas. Al final, alguno de ellos cuenta una historia de hombres.

El martes pasado le tocó a Lucy Mortaja, una monstrua cursi, loca por las historias de pasión.

Lucy, lánguidamente acodada sobre un gato negro, que no era sino el demonio disfrazado, se puso a contar la historia. La adornó con ademanes, suspiros, gestos de actriz berreta y comentarios inútiles.

Los monstruos la escucharon embobados, sin perder detalle.

Yo —si me permiten los lectores— voy a resumir la historia. No soporto la manera relamida como Lucy la cuenta.

Lo que pasó fue sencillamente ésto:

Resulta que una momia se enamoró de un hombre enyesado.

¡Deliraba por él!

El pobre había sufrido diecinueve fracturas en un accidente de moto-cross y no le quedaba un centímetro de piel sin vendar. Apenas se le veían los ojos y era lo único que podía mover.

Cuando la Momia lo vio se chifló sin remedio porque nunca había encontrado a alguien que se le pareciese tanto en cuerpo y en espíritu.

A esas horas de la noche en que están despiertos los poderes del mal, la Momia lo visitaba en su lecho del hospital.

Por la forma en que abría los ojos cuando ella se le acercaba, estaba convencida de que él la amaba también.

—¡Héroe mío! —le susurraba, envolviéndolo en su fragancia a bóveda.

Al fin decidió raptarlo.

El único problema era la caba enfermera, que había hecho la vista gorda a las visitas de la Momia, pero no iba a permitir que se llevaran un paciente.

La Momia estudió cuidadosamente el edificio. En su cabeza trazó un itinerario prolijo para llegar hasta su amor sin pasar por la sala de guardia ni por el pabellón de cardíacos, donde siempre se topaba con la enfermera caba.

Le contó al enyesado sus planes:

—Mañana vendré por ti, amor mío.

El hombre abrió los ojos más que nunca.

A la noche siguiente, a la hora en que están despiertos los poderes del mal. La Momia se puso en marcha para raptar a su hombre de yeso.

Para no perderse y encontrar rápidamente el camino de vuelta, decidió trazarlo con su propia venda, como hicieron Hansel y Gretel con las migas de pan. Así que ató una punta a la manija del sarcófago y allá fue.

Sorteó mil peligros, gambeteó a todos los enfermeros, trepó por las canaletas de desagüe y se coló por las banderolas de los baños.

Nadie la vio llegar.

Pero cuando se acercó a la cama de su momio e iba a extender los brazos para agarrarlo, ya estaba completamente desvendada.

Y una momia que se desata se convierte en apenas un montoncito de polvo antiguo.

¡Tristísima historia! ¡De dos que se amaban y no pudo ser!

Pero no es mía la historia, sino de Lucy Mortaja.

Los monstruos, que son flojos de lágrimas lloraron al oír el final. Pero más que nada porque se la escucharon contar a Lucy, que la hizo larguísima y siempre dice cosas a propósito para que todos lloren.

FIN 

domingo, 18 de octubre de 2020

Soneto de la dulce queja, un poema de Federico García Lorca

Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío.

No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.


sábado, 17 de octubre de 2020

El patito feo. Un cuento ilustrado de Hans Christian Andersen.

¡Estaba tan hermoso el campo! 

Era verano, el trigo estaba dorado, la avena verde y el heno apilado en haces en las verdes praderas. Sobre sus largas patas rojas se paseaba una cigüeña parloteando en egipcio, que era el idioma que su madre le había enseñado. Más allá de los sembrados y de las praderas se extendían grandes bosques, en medio de los cuales se encontraban lagos profundos y ocultos. 

Sí, ¡el campo estaba tan hermoso! 

En medio de aquel paisaje y bañada por el sol se alzaba una vieja mansión rodeada de un foso. Desde sus muros hasta el borde del agua crecían unas plantas de bardana de hojas enormes, algunas tan altas que un niño pequeño podría pararse debajo de ellas. En este paraje tan agreste como el mismo bosque, la señora pata estaba sentada sobre su nido. Se sentía un poco impaciente, pues empollar huevos es un oficio muy aburrido y casi nadie venía a visitarla. Los otros patos preferían pasar el tiempo nadando en el foso que recorrer esa distancia contoneándose para instalarse bajo las hojas de bardana a chismosear con ella.

Hasta que al fin comenzaron a abrir los huevos, uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos recién nacidos, asomando la cabeza del cascarón. 

—¡Cuac, cuac! —les decía la señora pata, y todos los patitos se apresuraban cuanto podían para echarle un vistazo al verde mundo que se extendía bajo las hojas. La mamá los dejaba mirar todo lo que quisieran, ya que el verde es bueno para los ojos. 

—¡Qué grande es el mundo! —exclamaban los patitos, pues ciertamente disponían de mucho más espacio ahora que el que tenían dentro del huevo.

—¿Ustedes creen que esto es el mundo entero? —preguntó la mamá pata—. ¡Claro que no! Han de saber que el mundo se extiende más allá del otro lado del jardín y se adentra en la finca del párroco, aunque yo nunca he llegado tan lejos. Vamos a ver, espero que ya estén todos afuera —dijo, levantándose del nido—. No, ¡qué va! ¡Si falta el huevo más grande de todos! ¿Pero cuánto tiempo se va a demorar? Ya estoy un poco harta de todo esto. 

Enseguida volvió a sentarse en el nido. 

—¡Bueno, bueno! ¿Cómo va eso? —le preguntó una pata vieja que venía a hacerle visita. 

—Este huevo está tan demorado —dijo la mamá pata sin moverse del nido—. No hay forma de que rompa, pero fíjate en los otros. Son los patitos más lindos que he visto en la vida. Idénticos al padre, ¡el muy bandido! No ha venido a visitarme una sola vez.

—Vamos a echarle un vistazo a ese huevo que no quiere reventar —dijo la anciana pata—. No me extrañaría nada que fuera un huevo de pava. 

En una ocasión también fui engañada con unos huevos de esos, ¡y no te imaginas el trabajo que me dio criar aquellos pavitos! Porque déjame advertirte que le tienen miedo al agua. No había forma de que se metieran. Yo les graznaba y les daba picotazos pero no servía absolutamente de nada. Déjame mirarlo… Sí, desde luego que es un huevo de pavo. De modo que puedes dejarlo un buen rato donde está mientras enseñas a las otras crías a nadar. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 16 de octubre de 2020

¿Por qué son importantes las historias para los niños menores de tres años, incluso cuando dan un poco de miedo? Un artículo de Dominique Morel Manela publicao en ACCES

 En el desarrollo normal del bebé, la sensación de que la imagen es una representación aparece muy temprano. Un bebé que toque un dibujo de un lobo moverá su mano, imitando el peligro de ser mordido y retirándola. Todo un desarrollo ya está en este gesto. Es una imagen, una ficción que el bebé sabe que no está presente de verdad. Esto es lo que llamamos una representación, como imágenes de objetos, las palabras también se refieren al objeto, la persona, todo tipo de variedades y diferencias. También se trata de la construcción de la ficción: "no es real ", es una analogía de la realidad. El bebé podrá organizar ensueños y enriquecer un mundo imaginario.

Alrededor de los 9 meses, luego de cierta sociabilidad, aparece la angustia del extranjero. Se trata de diferenciar a "mamá" de otras personas, y de personas desconocidas que acarrean posibles peligros: a partir de ahí algunos bebés desarrollarán ansiedades importantes. Incluso a veces las imágenes, especialmente las máscaras, provocan ansiedad, al igual que las caras muy coloridas como las de los payasos. En todas las culturas indígenas estas máscaras se utilizan para ceremonias, representando los peligros que enfrentan los hombres. Pero la mayoría de las veces estas ceremonias no están diseñadas específicamente para bebés.

Por otro lado, la historia que se cuenta, el cuento, las historias de todo tipo de aventuras nos permiten nombrar las acciones, los sentimientos vividos, los acontecimientos que se desarrollan. En el último seminario de ACCES, un lector mostró cómo un niño de 2,5 años podía, después de 4 lecturas con un mes de diferencia, cuestionarse sobre el doble significado de una palabra y producir él mismo una pregunta sobre la complejidad de las cosas. "El lenguaje de la historia" es, para nosotros los psicoanalistas, el portador del lenguaje en su versión más complicada y menos factual. Lleva palabras que describen emociones, miedo pero también coraje, comprensión y lo que llamamos empatía.

La necesidad de protegerse y planificar las desviaciones y desvíos frente al peligro está contenida en historias sencillas. Para que conste, la historia muy clásica "Los tres cerditos " contiene tanto trabajo en equipo, la elección de estrategias para protegerse y técnicas de construcción. Más sutil “Caza de osos” evoca el peligro que enfrentan en familia, con la protección de los padres y el cruce de la naturaleza lleno de dificultades, luego el regreso al refugio compartido. "Más miedo que daño" Dice la expresión clásica. Si se quiere evitar el trauma en los niños pequeños, se les debe proporcionar las defensas normales para enfrentarlos. Una de estas grandes defensas es el lenguaje que permite comprender, compartir sus sentimientos, prever sus acciones y concebir desfiles en el peligro. Para enfrentar un miedo real, el hecho de nombrarlo es un paso adelante considerable en la solicitud de ayuda, en la expresión de una necesidad, en la previsión de un resultado. Darles a los niños palabras para describir sus emociones los saca del caos de la ansiedad arcaica y les permite organizar su mundo: el miedo a la oscuridad es más omnipresente que el miedo a los animales grandes, por ejemplo. No ves animales grandes todo el tiempo, te da una sensación de seguridad con más frecuencia.

 En este complicado momento de la pandemia, un colega nos aconsejó que nos asomáramos de lejos con la cara descubierta antes de ponernos una mascarilla si fuera necesario. Es importante ser reconocido primero y explicar la necesidad de máscaras y gestos de barrera a los niños. La frustración de limitar el contacto físico se percibirá como inusual y desagradable, lo que generará sentimientos negativos incluso para los adultos. Para superarlo, hay que encontrar un conjunto de palabras, expresiones, rimas de canciones, para crear una envolvente sonora cálida y benévola. Estar en un baño de idiomas permite:

estar tranquilo

- entender

- pensar

- confrontar sus ideas con un adulto interesado y benevolente

- en resumen, crecer.

Un niño pequeño no está físicamente armado para defenderse, por otro lado puede llorar, hablar, entender lo que le está pasando y devolvérselo a un adulto de confianza si tiene "Las palabras para decirlo" como dijo Marie Cardinale. Y esto lo adquiere en el intercambio con el adulto en torno a las historias por las discusiones que resultan de ellas. Las imágenes por sí solas, por ejemplo, no tienen el mismo poder en absoluto y pueden, precisamente por falta de nombre, tener un efecto traumático. (1)

Expresar las emociones con palabras es una de las respuestas que brindan los adultos al riesgo traumático. Las “historias de miedo” permiten un juego emocional compartido en torno a las palabras que designan sentimientos abstractos, en torno a las ansiedades. No es lo mismo que enfrentarse a un trauma del que no puede escapar por su cuenta. En la historia de ficción, el bebé puede tener miedo pero el efecto traumático será objeto de una búsqueda de solución. El bebé podrá tener la sensación de triunfar sobre el peligro, de salir victorioso de sus miedos. Es el inicio de un posible juego, donde inventamos el miedo y su solución en la base, de ciertas películas de historias y suspenso. Cuando cerramos la página de "Hush" el gigante permanece encerrado en el libro por el momento hasta que se vuelve a abrir.

Las expresiones tranquilizadoras de los adultos se perciben desde muy temprano como en la experiencia en la que a un bebé se le ofrece cruzar un espacio protegido por una superficie de vidrio con un hueco algo aterrador debajo. El bebé se inclina y se apoya en la mímica materna y, dependiendo de su apariencia, comienza o no mientras no está en peligro. Por tanto, es el rostro del adulto el que expresa el lado tranquilizador de la relación, los niños sacarán experiencias de él.

(1) Vea el trabajo de Serge Tisseron sobre la necesidad de limitar las pantallas a los niños menores de 3 años y la importancia de los intercambios de idiomas con adultos: TISSERON, Serge. 3-6-9-12 Domesticar pantallas y crecer . 2 nd ed. Toulouse: Erès, 2017. 157p. ; TISSERON, Serge. Los peligros de la televisión para bebés . 2 nd ed. Toulouse: Erès, 2018. 1001BB.148p. ; Véase también el sitio de Serge Tisseron .   

miércoles, 14 de octubre de 2020

El regalo del señor Maquiaveli, un cuento de Ema Wolf.

El señor Dante Maquiaveli quiso darle una sorpresa a su querida esposa Brígida y le regaló un fantasma.

Lo encontró en un cambalache fino cerca de su casa, en medio de percheros y soperas de porcelana.

El fantasma tenía un cartelito que decía “oferta: 20.000 $”.

La cifra representaba la cuarta parte de su sueldo pero Maquiaveli no vaciló: la patrona se merecía eso y mucho más.

El cambalachero anticuario le dijo que era un legítimo fantasma escocés, que gemía por las noches, arrastraba cadenas, tocaba la gaita con horrísona melancolía, paraba de punta los pelos de las visitas, etc.

—Lo llevo —dijo el señor Maquiaveli.

Cuando llegó al edificio donde vivía se escabulló por una escalera de incendios para que no lo viera el portero: el consorcio no admitía fantasmas. En la casa encontró a su esposa Brígida delante del espejo. Estaba poniéndose los ruleros y untándose la cara con crema de placenta de vinchuca. Cuando Brígida vio en el espejo la horrorosa aparición, lanzó un alarido que arrugó la médula de los vecinos en ocho manzanas a la redonda.

Ni bien entendió que era un regalo de su marido no pudo menos que sentirse agradecida. Hizo lo que hace todo el mundo cuando recibe un regalo. Dijo:

—¡Qué lindo!

Después con su habitual sentido práctico agregó:

—¿Y dónde lo ponemos, viejo?

El departamento era de dos ambientes con kitchinette, así que instalaron el fantasma en la baulera de la terraza. Desde allí podría pasearse por las azoteas y aterrorizar a sus anchas.

Esa noche Dante y Brígida se acostaron emocionados, con las cabezas juntas y las manos enlazadas. De un momento a otro esperaban oír el quejido ululante y tenebroso, típico de los fantasmas, una risotada siniestra o algo así.

En cambio escucharon un bostezo grosero y vieron que el fantasma se filtraba en el mismísimo dormitorio. Después se metió a los pies de la cama y se tapó con la frazada.

Dante Maquiaveli quedó estupefacto. Brígida gritó espeluznada.

Después reaccionó y le dijo a su marido:

—Viejo, ¿por qué no lo llevas de nuevo a la terraza?

Dante agarró al fantasma por el pescuezo y lo fletó para arriba. Inútil.

El horripilante espectro atravesaba las paredes y en dos minutos lo tenían de nuevo en la cama.

Así pasaron esa noche y varias otras noches: ellos que lo sacaban y el fantasma que volvía y Brígida que gritaba y dormía con las rodillas en el mentón.

Hasta que la señora de Maquiaveli se puso firme y una madrugada le dijo a su marido:

—El fantasma o yo.

Dante tuvo un momento de duda. Su esposa no atravesaba paredes, así que no había peligro de que volviera. Además el fantasma no dormía con ruleros ni ungüentos de vinchuca. Hasta podía jurar que no tenía los pies tan helados como ella.

¡Pero no, no! Dante espantó esa idea como quien espanta un gato a escobazos. ¡Él amaba a Brigidita!

Al día siguiente llevó al fantasma de vuelta al cambalache. Como no le quisieron devolver la plata lo cambió por una capa negra y unos dracu-dracu usados.

Esperó que cayera el sol y volvió enternecido a su casa.

Estaba empeñado en darle una sorpresa a Brigidita.

FIN

lunes, 12 de octubre de 2020

Libros seleccionados para el catálogo White Ravens 2020 (recogido de Revista Babar)

 

Los libros seleccionados para el catálogo White Ravens, que cada año elabora la Internationale Jugendbibliothek (International Youth Library), ya se han dado a conocer. Un catálogo formado por 200 títulos (procedentes de 56 países y escritos en 36 lenguas diferentes) publicados recientemente y que, por sus características (temática, innovación artística, estilo literario, diseño…), merecen ser destacados. La elección de los libros, entre los miles que recibe cada año la biblioteca, es realizada por 20 especialistas en literatura infantil y juvenil.

Este año, coincidiendo con el rediseño de la web de la IJB, el catálogo no se hará en formato impreso, solo en digital. Puede descargarse gratuitamente el PDF en este enlace. También se puede consultar el listado y las reseñas de cada uno en su web.

Enumeramos a continuación los 17 (uno más que el año pasado) que han sido publicados originalmente en castellano, con el título enlazado a los comentarios (en inglés) de la IJB:

Argentina

El ascensor
Frankel, Yael (texto e ilustraciones)
Buenos Aires: Limonero, 2019

Mis tíos gigantes
Schuff, Nicolás (texto)
Reboursin, Javier (ilustraciones)
Buenos Aires: Santillana, 2019

Nunca jamás
Martinez Arroyo, Carola (texto)
Buenos Aires: Norma, 2019

Chile

¡Fiesta! Cómo se celebra en Ámerica
Quinteros, Ángeles (texto)
Vargas, Ángeles (ilustraciones)
Santiago de Chile: Escrito con Tiza, 2019

Tu cerebro es genial
Habinger, Esperanza (texto)
Sebastián, Sole (ilustraciones)
Santiago de Chile: Editorial Amanuta, 2019

Colombia

Cocodrilo con flor rosa
Siemens, Sandra (texto)
Bogotá: Norma, 2019

España

Cosas de bruja
Brusa, Mariasole (texto)
Sevilla, Marta (ilustraciones)
Zanabria, Raúl (traducción)
Amavisca, Luis (traducción)
Madrid: NubeOcho, 2019

La playa de los inútiles
Nogués, Alex (texto)
Enríquez, Bea (ilustraciones)
Barcelona: Akiara books, 2019

Lilo
Garland, Inés (texto)
Mutuberria, Maite (ilustraciones)
Zaragoza: Edelvives, 2019

Migrantes
Watanabe, Issa (ilustraciones)
Barcelona [et al.]: Libros del Zorro Rojo, 2019

Ninfa rota
Gómez Cerdá, Alfredo (texto)
Madrid: Anaya, 2019

Sentimientos encontrados
Puerta Leisse, Gustavo (texto)
Odriozola, Elena (ilustraciones)
Madrid: Ediciones Modernas El Embudo, 2019

Un millón de ostras en lo alto de la montaña
Nogués, Alex (texto)
Asiain Lora, Miren (ilustraciones)
Barcelona: Editorial Flamboyant, 2019

México

Kitsunebi, fuego de Zorro
Riva Palacio Obón, Martha (texto)
Sekkur, Sólin (ilustraciones)
México, D.F.: Ediciones Castillo, 2019

La Nacionalien
Bassi, Sandro (ilustraciones)
México: Alboroto Ediciones, 2019

Nosotras – Nosotros
Romero, Ana (texto)
Gallo, Valeria (ilustraciones)
Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2019

Venezuela

Los carpinchos
Soderguit, Alfredo (texto e ilustraciones)
Caracas: Ediciones Ekaré, 2020

jueves, 8 de octubre de 2020

LA ALDOVRANDA EN EL MERCADO, un cuento de Ema Wolf.

La aldovranda vesiculosa entró en el mercado.

Como es una planta carnívora, venía a buscar algo para la cena, así que fue derecho al puesto del carnicero y se puso en la cola con las otras viejas.

Delante de ella había una cargando un perro del tamaño de un monedero, friolento y quejoso. La aldovranda lo miró con gula. Se relamió.

—¡Qué lindo perrito! ¡Y qué chiquito! Seguro que hace pis en un bonsail… —hizo ademán de agarrarlo—. ¿Me deja que se lo tenga?

La mujer, horrorizada, escondió el perro en el escote.

La planta ponía muy nerviosa a la clientela.

Sin nombrarla directamente, dejaron caer algunos comentarios maliciosos:

—Yo a mis plantas las alimento con agua y abono, no con milanesas…

—¡Si este mundo es una degeneración, m’hija! ¿No ve que están desapareciendo todos los gatos del barrio?

La planta, como si oyera llover.

El carnicero la apreciaba. Era una buena clienta y se comía las moscas del negocio. Ella le sonreía. La simpatía era mutua.

En cambio, la aldovranda odiaba al verdulero del puesto de enfrente. ¡Sólo un monstruo podía vender vegetales para que otros se los comieran! Cada vez que el hombre pasaba a su lado rumbo a la balanza con los brazos rebalsando mandarinas, le susurraba al oído: “¡Caníbal!”. El verdulero soñaba con verla hervida. Pero más la odiaba por todo lo que sucedía después.

Esta vez, como otras veces, la aldovranda empezó con su rutina:

—¡AY, ESAS TRISTES ZANAHORIAS DESENTERRADAS!

Al rato:

—¡POBRES PEREJILES MUSTIOS! ¡POBRES ESPINACAS PRISIONERAS!

La gente se puso muy incómoda.

El verdulero miró al carnicero con furia acusadora por tener semejante cosa entre sus parroquianos. El carnicero la defendió con el alma en los ojos.

Ella siguió:

—¿CUÁL FUE EL PECADO DE ESOS ZAPALLITOS PARA QUE LOS ARRANCARAN TIERNOS DE SU MADRE PLANTA?

Arreciaron los comentarios. La cola de la verdulería defendió al verdulero. La de la carnicería se sintió en el deber de ser fiel al carnicero aunque la aldovranda no fuera santa de su devoción.

Discutieron. Se juntó más gente, que tomaba partido por uno u otro bando.

—¡Hagan callar a ésa! —gritaron los verdes apuntando a la planta.

—¡La gente tiene derecho a opinar! —retrucaron los otros.

A todo esto la aldovranda papaba moscas y aullaba:

—¡INFELICES REMOLACHAS MANIATADAS, ALGÚN DÍA LES LLEGARÁ LA LIBERTAD!

El verdulero avanzó como para apretarle el pescuezo. Lo sujetaron entre varios.

—¡No se meta con mis clientas! —bramó el carnicero.

—¡Vivan las proteínas! ¡Arriba el asado con cuero! —respondieron sus leales, y arrancaron con un malambo.

Una mujer contó a voz en cuello cómo se había hecho vegetariana el día que soñó que comía una vaca viva entre dos rodajas de pan. Lloró a mares recordando cómo la miraba la vaca. Muchos la apoyaron con gritos de “¡Aguante la fruta!”, “¡Vitaminas sí, otras no!”. La discusión se hizo tan violenta que algunos llegaron a las manos.

La aldovranda vociferó:

—¡PELADAS, CORTADAS, HERVIDAS Y APLASTADAS! ¡QUÉ DESTINO EL DE LAS PAPAS!

Entonces se produjo el desbande.

Unos se fueron a sus casas protestando porque cada vez que aparecía la planta se armaba el mismo pandemónium. Otros se quedaron para ver una vez más el gran duelo: el carnicero y el verdulero frente a frente, uno con la sierra de separar costillas y el otro con la de cortar zapallo.

En medio del mercado, como dos gladiadores del futuro, quedaron trenzados en combate feroz. El destello azul de las sierras al cruzarse iluminaban la ganchera en la penumbra del atardecer.

Entre los alaridos de los dos ninjas, se oyó la voz de la aldovranda:

—¡HERMANAS VERDURAS, VOLVERÉ!

Y se fue. Esta vez con una pierna de cordero porque a la noche tenía visitas.

FIN

El príncipe de las tinieblas, un artículo del escritor Gustavo Martín Garzo publicado en El País acerca de la novela de Bram Stoker: "Drácula" .

 Se ha cumplido este año, en el mes de abril, el centenario de la muerte del escritor irlandés Bram Stoker, autor de Drácula (1897), de la que Oscar Wilde dijo que era la novela más bella escrita jamás. Es extraño un calificativo así referido a un libro que habla de la desgracia de existir, de un mundo presidido por la abyección y el mal. La novela comienza con el diario de Jonathan Harker, un agente inmobiliario que viaja a la remota región de los Cárpatos para formalizar la venta de una casa en Londres, y que no tarda en descubrir que es prisionero del extraño y monstruoso ser que le acoge en su castillo.

En uno de los pasajes de este diario, Jonathan Harker nos narra su encuentro con tres lujuriosas mujeres que irrumpen en su habitación aprovechando la ausencia del conde, su amo y señor. Son tres vampiras y, aunque Harker se da cuenta enseguida de que algo maléfico las impulsa, no puede evitar caer bajo su hechizo. “Mi corazón, escribe, se inflamó con un deseo malvado y ardiente de que me besaran con aquellos labios rojos”. Representan, como la Lilith bíblica, el lado oscuro y perverso del ser femenino, la amenaza de una sexualidad libre, sin las ataduras de la religión o las convenciones sociales. Primo Levi, en su relato Lilith, describe así a la primera compañera de Adán: “A ella le gusta mucho el semen del hombre, y anda siempre al acecho de ver adónde ha podido caer (generalmente en las sábanas). Todo el semen que no acaba en el único lugar consentido, es decir, dentro de la matriz de la esposa, es suyo: todo el semen que ha desperdiciado el hombre a lo largo de su vida, ya sea en sueños, o por vicio o adulterio”. Ese semen desperdiciado, el que tiene que ver con los sueños y los deseos inconfesables, es el símbolo de esa sexualidad oscura y siempre ávida de nuevas víctimas que representa el vampiro.

Drácula, escrita en plena época victoriana, habla con un atrevimiento insólito en su época del deseo sexual. Ese deseo no sólo aparece en los merodeos nocturnos del conde sino en el consentimiento de sus víctimas. Una de las leyes que rigen el mundo de los vampiros es que estos sólo pueden entrar en una casa si alguien los llama desde su interior, lo que explica la frase con que el conde recibe a Jonathan Harker, al comienzo de la novela, en la puerta de su castillo: “Entre libremente”. Es decir, porque así lo desea. Es Jonathan Harker el que desea besar los labios rojos de la vampira, y serán, más tarde, Lucy y Mina, la prometida de Jonathan, las que llamen al conde para ofrecerse a él. Las escenas de esa entrega son de una intensidad sexual que todavía hoy, en que la sexualidad ha dejado de ser un tabú, nos hacen estremecernos, y no es difícil imaginar lo que supuso en su tiempo leer unos pasajes como estos.

Dráculala novela de Bram Stoker, nos enseña que no somos dueños de nuestros deseos, por eso nos perturban. No es cierto que nuestro cuerpo nos pertenezca, siempre pertenece a otro: a aquel o aquella que lo hace despertar. Mina y Lucy rechazan todo lo que el conde representa —la oscuridad, el daño, el dominio—, y sin embargo una y otra vez le llaman a su lado pues inconscientemente ansían ese semen que se pierde en las noches, que no llega a la matriz de la esposa, y que representa la sexualidad libre que no dejan de anhelar. Pero mientras que Lucy termina devorada por esa sexualidad y por transformarse ella misma en una vampira; Mina logra sustraerse a su influjo gracias a la fuerza del amor. La historia de estas dos muchachas es sin duda el corazón de este libro extraordinario.

Pero Drácula es también, entre muchas otras cosas, una novela sobre la escritura de un libro. Un libro que lector ve crecer ante sus ojos, como esa obra que separa la razón de la locura, el mundo de los hombres del de la animalidad y el mal. Todos los que se acercan a Drácula comparten misteriosamente esta necesidad de escribir, de contar lo que les sucede cuando se acercan a él, y así, tras el diario de la visita al castillo del conde de Jonathan Harker, nos encontraremos con el diario de Mina y con las cartas que ésta intercambia con su amiga Lucy. A estos documentos no tardan en sumarse las notas de los doctores Seward y del doctor Van Helsing. Todos ellos padecen, como Hamlet, la misma compulsión a anotar lo que ven, sin perder ni un solo momento, como si supieran que lo que está en peligro no es sólo sus propias vidas sino la posibilidad misma de lo humano.

Drácula representa lo que Nietzsche llamó la “gran razón del cuerpo”, que es justo lo que niegan los sensatos diarios que leemos, como si eso tan humano de lo que no dejan de hablar, con su sometimiento a todos los convencionalismo de la época, terminara por resultar insignificante. Sólo el conde Drácula habla de lo que somos, sólo en él se esconde nuestra verdad.

Las victorias de Drácula, como las del demonio cristiano, proceden de una comprensión profunda de la naturaleza de sus víctimas. El hecho de que Lucy se transforme en vampira, y que la misma Mina esté a punto de hacerlo, significa que esas damas sangrientas que tanto temen viven agazapadas en su interior. Drácula no hace sino liberarlas, pues nadie puede transformarse en algo que no es. La amenaza del vampiro está inscrita en la misma naturaleza de sus víctimas. Habla en suma de todo lo que estas son y se niegan a reconocer.

Todo esto aparece expresado con perturbadora y bella crueldad en la escena de la vampirización de Mina. Drácula se acerca a la joven y, tomándola en sus brazos, le dice que a partir de ahora será de su raza, será carne de su carne, sangre de su sangre, su compañera y su ayudante. Luego posa una mano sobre su hombro para sujetarla y, tras desnudar su cuello con la otra, se inclina sobre ella para beber su sangre. Y, al día siguiente, Mina anota en su diario, recordando la escena: “Yo estaba desconcertada y, por extraño que parezca, no deseaba entorpecerle”. A pesar de todo el horror que le produce el conde, lo que Mina nos dice es que deseaba entregarse a él.

Pero no sólo es Mina la que cae bajo el influjo de Drácula, sino que también este se siente turbado, al menos unos instantes, por la irrupción de un sentimiento nuevo, incompatible con su naturaleza demoníaca: la intuición del amor humano. Así es, en efecto, como el doctor Seward describe el comportamiento de Drácula en la misma escena: “A pesar de las circunstancias, me resultó curioso observar que, en tanto que el rostro (del conde), blanco de color, se agitaba convulso sobre la cabeza inclinada de la mujer, las manos acariciaban tierna y amorosamente su cabello revuelto”.

Drácula representa el mundo del deseo sin límites, sin moral, sin posibilidad de aplazamiento o renuncia; Mina, el mundo paciente e inquieto del amor humano, tan cercano a esa escritura que trata de liberarse de la tiranía de las convenciones sociales y atender las razones del cuerpo. Y lo perturbador de esta novela es que nos dice que esos mundos no pueden dejar de estar juntos. El deseo le pide al amor que prolongue sus goces, y el amor le pide al deseo que no lo deje sin locura. Ambos buscan lo que no puede ser: las nupcias entre la vida y la muerte.


domingo, 4 de octubre de 2020

Los estornudos, un cuento de Conrado Nalé Roxlo

Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncian, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica.

Las cosas ocurrieron así.

El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen.
—Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol... ¡atchís!
—¡Salud, señor inspector! —prorrumpió la clase en pleno.
El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso:
—¡El sol!..., ¡el sol!... ¡atchís!
Martirena me dijo por lo bajo, pero de modo que sonó bien alto:
—Debe ser un resfrío de sol...
El inspector intentó matarlo de una mirada y continuó:
—El sol o, mejor dicho, sus rayos, llamados también irradiación febea... ¡atchís!
—¡Salud, señor inspector! —volvimos a decir a coro, creyendo proceder muy correctamente. 
La señorita nos hacía señas de que no insistiéramos, pero nosotros éramos muy bien educados y no perdonábamos estornudo. Y éstos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y el inspector, para retomar el hilo de la perorata, tenía antes que retomar el hilo del pañuelo, suponiendo que lo fuera. Hasta que, con un violento "buenas tardes", se despidió y se fue como una tromba a ponerse sinapismos, sin duda.
Ya alejado el ogro, la clase en pleno soltó la carcajada, y muchos se pusieron a estornudar por burla.
—Niños —dijo severamente la señorita Italia—, nunca debemos burlarnos de los defectos físicos del prójimo.
Y para aleccionarnos trajo al día siguiente, pues era repentista, la fábula que va a leerse y que felizmente guardo entre mil cuadernos escolares.

EL CANARIO Y EL JAMELGO
Cierto coche de punto,
también puede llamárselo de plaza,
que formaba conjunto
con un jamelgo de raída traza,
y un anciano cochero, en el pescante,
detúvose delante
de una pajarería en cuya puerta
un canario, infatuado tenorino,
con sutil artificio,
sacaba dulce trino
de melodías rico
de su órgano bucal al orificio
también llamado pico.
El equino aludido,
cuyo nombre vulgar era "Pirincho",
no con mala intención, de distraído,
dejó escapar un natural relincho.
(Expresión incorrecta, sea dicho,
mas perdonable en tan humilde bicho).
La gente que lo oyó, de baja estofa,
elogiando al canario melodioso
cubrió al jamelgo de improperio y mofa.
Pasó el tiempo premioso,
y ambas bestias murieron a su hora,
y escuchad, niños, lo que viene ahora.
El canario, ya inútil, fue a parar
a infecto muladar,
y, en cambio, con las tripas del rocín
hicieron varias cuerdas de violín,
en que un artista joven
interpretó a Mozart, Verdi, Beethoven.

MORALEJA
No desprecies, ¡oh, niño!, al que algún día
estornudó en momento inadecuado,
pues, como aquel caballo mal juzgado,
puede esconder torrentes de armonía.


¿Cómo escoger buena literatura para niños? Un artículo de YOLANDA REYES

Ésa es la pregunta más frecuente que me hacen los padres y no me gusta contestarla en abstracto porque cada niño y cada niña son diferentes y los padres también lo son y cada persona tiene sus gustos, sus preguntas, sus formas de leer… Y todavía no he mencionado las edades, porque hay desde bebés, hasta adolescentes en ese rótulo que los adultos denominan con el genérico de “niños”.

Pero también ésas son categorías abstractas porque a un bebé le gustan los animales, mientras el bebé de al lado prefiere las flores y una niña de diez años odia los poemas, aunque a otro niño le fascinen. Lo mismo sucede con las novelas de aventuras o con las que hablan de la vida real. Igual con los monstruos que con las hadas. Unos se van por los cuentos; otros, por las historietas. Algunos quieren muchos dibujos y otros quieren letra pequeña. Y eso por no hablar de momentos, porque hay libros para leer de noche y otros para leer de día. Hay libros para llorar y hay otros para reírse. Unos son perfectos para contestar esa pregunta que nos da vueltas en la cabeza pero hay otros que nos dejan un montón de preguntas nuevas. A veces necesitamos una respuesta y a veces necesitamos más preguntas. Y así sucesivamente…

Entonces, ¿no hay respuesta? Más bien no hay una receta. O, tal vez, podría haber una: Para dar de leer a un niño, sólo hay que saber leer. ¿Leer cómo? ¿Leer qué?


viernes, 2 de octubre de 2020

El mentiroso, un cuento de Tobías Wolff

 Mi madre leía todo menos libros. Los anuncios de los autobuses, toda la carta del restaurante mientras comíamos, las vallas publicitarias; si no tenía tapas le interesaba. Así que cuando encontró en mi cajón una carta que no iba dirigida a ella, la leyó. «¿Qué más da si James no tiene nada que ocultar?» fue lo que pensó. Cuando terminó de leerla, metió la carta en el cajón y fue de una habitación a otra en la gran casa vacía, hablando sola. Volvió a sacar la carta y a leerla para entenderla bien. Luego, sin ponerse el abrigo y sin echar la llave a la puerta, bajó los escalones y se dirigió a la iglesia que había al final de la calle. Por muy enfadada o confusa que estuviera, siempre iba a misa de cuatro y ahora eran las cuatro.

Hacía un hermoso día, frío, azul y calmado, pero mi madre andaba como si hubiera un fuerte viento, inclinada hacia delante y dando pasos cortos y apresurados. A mi hermano, a mis hermanas y a mí nos parecía graciosa esta forma de andar suya y nos reíamos cuando cruzaba por delante de nosotros para atizar el fuego o regar las plantas. No permitíamos que nos pillara riéndonos. Le hubiera desconcertado pensar que pudiera resultar divertida. Su única concesión al humor era una risa falsa y sorprendente. Los desconocidos se quedaban mirándola con frecuencia.

Mientras esperaba al sacerdote, que llegó tarde, mi madre se puso a rezar. Rezaba de un modo familiar, ordenado y firme: primero por su difunto esposo, mi padre, luego por sus propios padres, también fallecidos. Decía una rápida oración por los padres de su esposo (sólo tocar la base; nunca los quiso) y finalmente por sus hijos por orden de edad, acabando conmigo. Mi madre no consideraba que la originalidad fuese una virtud y hasta que surgió mi nombre, sus oraciones eran exactamente iguales a las de cualquier otro día.

Pero cuando llegó a mí habló en voz alta.

—Creí que no lo haría nunca más. Murphy dijo que ya estaba curado. ¿Qué voy a hacer ahora?

Había un tono de reproche en su voz. Mi madre había puesto grandes esperanzas en la idea de que yo estaba curado. Consideraba mi curación como una respuesta a sus plegarias y en acción de gracias había mandado mucho dinero a la Misión India Tomasiana, dinero que había estado ahorrando para hacer un viaje a Roma. Se sintió estafada y así lo manifestó. Cuando entró el sacerdote, mi madre se sentó en el banco y siguió la misa con gran concentración. Después de la comunión empezó a preocuparse de nuevo y regresó directamente a casa sin pararse a hablar con Frances, la mujer que siempre la abordaba después de misa para contarle todos los horrores que le habían hecho los comunistas, los adoradores del diablo y los rosacruces. Frances la vio marchar frunciendo el ceño.

Una vez en casa, mi madre sacó otra vez la carta de mi cajón y se la llevó a la cocina. La sostuvo sobre la estufa, sujetándola con las uñas y mirando hacia otro lado para no sentirse atraída de nuevo por el contenido, y le prendió fuego. Cuando empezó a quemarse los dedos la tiró en la pila y la miró mientras se ennegrecía, se estremecía y se cerraba sobre sí misma como un puño. Luego abrió el grifo para que las cenizas se fueran por el desagüe y telefoneó al doctor Murphy.

La carta era para mi amigo Ralphy. Antes vivía al otro lado de la calle pero luego se había trasladado a Arizona. La mayor parte de la carta describía una excursión a Alcatraz que habíamos hecho los de mi clase. Eso estaba bien. Lo que horrorizó a mi madre era el último párrafo en el que decía que ella había estado escupiendo sangre y que los médicos no estaban seguros de qué le pasaba, pero esperábamos que no fuera nada grave. CONTINUAR LEYENDO