jueves, 31 de mayo de 2018

Familias, aprendizajes y lectura. Un artículo de Juan Mata (Universidad de Granada).

Cuando se habla de lectura e infancia, de inmediato se piensa en los profesores. Es a ellos a quienes la sociedad ha encomendado la tarea de enseñar a los niños a leer y escribir, y parece razonable que la responsabilidad del éxito o el fracaso de ese aprendizaje recaiga en gran medida sobre ellos. La comunidad en su conjunto no puede asumir todos los aprendizajes que los niños requieren, por lo que delegan esa misión en profesionales especializados. Los docentes constituyen la base de esa tarea. 

Pero, aun siendo cierta esa responsabilidad, es preciso hacer, a la luz de los conocimientos actuales, algunas observaciones. 

Leer no es una competencia que sirva solo para la escuela ni que solo se adquiera en la escuela. Aprendemos a leer y escribir para participar en el mundo social y, a la vez, para el puro disfrute personal. Y ese aprendizaje no lo iniciamos ni lo desarrollamos exclusivamente en la escuela. Fue así en tiempos remotos, cuando las escuelas eran uno de los escasos lugares donde era posible superar el analfabetismo. Pero hoy ya no se puede pensar en esos términos. Los reclamos y los estímulos presentes en los espacios públicos, sea una calle o sea un centro comercial, son incesantes. Y son escasísimos los hogares donde no se realizan prácticas, por limitadas que sean, de lectura o escritura. Es incongruente pensar, por lo tanto, que el aprendizaje y el ejercicio de la lectura y la escritura están limitados a las aulas. Basta observar el comportamiento de un niño ante los textos sociales, desde los carteles a las etiquetas o los letreros, para darse cuenta de ello. 

Así pues, tengan o no conciencia de ello, lo asuman o no, padres o hermanos mayores actúan también como modelos y guías de cualquier niño que comienza a interesarse por la lectura y la escritura. Y ello, por razones obvias: ese aprendizaje comienza de modo espontáneo desde el mismo momento en que un niño ve a otras personas leer y escribir. ¿Quiere ello decir que la familia tiene la obligación de enseñar a leer y escribir? No. Esa constatación plantea, simplemente, que un niño curioso se incorporará inevitablemente y con naturalidad a las prácticas letradas que vea en su entorno social y familiar, de modo que los miembros de su familia aparecen como sus primeros e ineludibles referentes. Además, los niños pasan muchas menos horas en la escuela que fuera de ella, por lo que el ambiente en el que crezca resulta, en ese sentido, determinante. Para lo mejor y lo peor, pues niños que crecen en hogares donde esas prácticas son frágiles o inexistentes van a estar en inferiores condiciones de aprendizaje que aquellos otros donde sean habituales y ponderadas. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 30 de mayo de 2018

Don Juan Bolondrón y La suegra del diablo. Dos cuentos del floclore español narrados por Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea).


ACCEDE DESDE AQUÍ A LOS CUENTOS


JUAN BOLONDRÓN: Don Juan Bolondrón Haz de saber para contar y entender para saber que éste era un pobre zapatero llamado Juan Bolondrón. Un día que estaba sentado en su banco tomando un plato de leche, como cayesen algunas gotas de leche en el banco, se agruparon muchas moscas y él les pegó una palmada, y mató siete. Entonces se puso a gritar: – ¡Soy muy valiente, y en adelante me he de llamar Don Juan Bolondrón Mata–siete–de–un–trompón! Había en los alrededores de la ciudad un bosque, y dentro del bosque un jabalí que hacía mucho mal a los habitantes, pues ya se había comido gran número de ellos. El rey había enviado mucha gente para cazarlo; pero siempre los hombres huían de miedo, y a otros se los comía, pues era sumamente bravo. Un día llegó a oídos del rey que había en su ciudad un hombre que se llamaba Don Juan Bolondrón Mata–siete–de–un–trompón. (Inicio)

LA SUEGRA DEL DIABLO: Pues, señor, érase, en un lugar llamado Villagañanes, una viuda más fea que el sargento de Utrera, que reventó de feo; más seca que un esparto; más vieja que el andar a pie y más amarilla que la epidemia. En cambio tenía un genio tan maldito, que ni el mismo Job la hubiera aguantado. Habíanla puesto por apodo la tía Holofernes, y apenas asomaba la cabeza cuando todos los muchachos daban a huir. Era la tía Holofernes limpia como el agua y hacendosa como una hormiga, y, por lo tanto, no tenía poca cruz con su hija Pánfila, la que, a la contra, era holgazana y tan amiga del padre Quieto, que no la movía un terremoto. Así es que la tía Holofernes empezaba riñendo con su hija cuando Dios echaba las luces, y cuando las recogía aún duraba la fiesta. (CONTINUAR LEYENDO)


martes, 29 de mayo de 2018

Intervención de la Tertulia Literaria Dialógica de 4º de Primaria del CPI Samaniego de Vitoria-Gasteiz en el Encuentro de Lekeitio (2018)


La intervención la hicieron en euskera y castellano. Aquí tenéis la de castellano y en la parte de abajo podéis acceder a la de euskera. En la imagen, además de las dos alumnas de Samaniego, aparecen las representantes de las Tertulias de Santurtzi y Zaramaga, así como el representante de las Tertulias de la Asociación "Compartiendo Culturas" y yo como lector de lo escrito por un tertuliano de la prisión.

Buenos días.

Estamos muy contentos por poder estar hoy aquí contando nuestra experiencia relacionada con las tertulias literarias dialógicas.Gracias por invitarnos.

Somos tres alumnos/as de CPI (Centro Público Integrado) Samaniego de Vitoria-Gasteiz. En nuestro centro ya llevamos alrededor de 7 años haciendo tertulias tanto en Educación Primaria como en Secundaria. Empezamos de la mano de Miguel Loza y él nos ha acompañado durante todos estos años, lo cual agradecemos desde aquí y valoramos enormemente. Él ha sido nuestro guía, animador, consejero y amigo. Nos ha apoyado en nuestros proyectos con su presencia y sabiduría.

Los que hemos venido hoy hasta aquí representamos al alumnado que actualmente cursa 4º de Educación Primaria. Realizamos tertulias semanalmente. En ellas compartimos palabras sobre muchos tipos de textos: cuentos cortos, poesías, artículos de revistas, libros. Entre los libros, este curso hemos leído: “El Cascanueces” de Hoffmann , “Palabras de Caramelo” de Gonzalo Moure y “Nire arreba Aixa” de Meri Torras.

Además de las tertulias literarias, también hacemos de vez en cuando tertulias de arte y tertulias musicales. De esta forma, además de compartir nuestras reflexiones y enriquecernos con las de los demás, vamos conociendo grandes músicos y artistas y sus obras. También hemos hecho alguna tertulia intergeneracional. Este curso nos hemos reunido con los tertulianos/as de Zaramaga para comentar “Bernardino” de Ana María Matute. Fue tan positivo que esperamos volver a repetir este tipo de tertulia con ellos/as.

A veces a las tertulias han acudido algunos familiares y conocidos que han hecho la tertulia más entrañable y especial.

Nos gustaría seguir haciendo este tipo de tertulias por las siguientes razones:
  • Nos ayudan a mejorar nuestra lectura y aumentar nuestro vocabulario.
  • Aprendemos a reflexionar sobre lo que leemos u observamos.
  • Conocemos obras famosas de arte, de la literatura y la música.
  • Disfrutamos cada vez más de los libros y del arte en general.
  • Aprendemos a respetarnos, escuchando y valorando las diferentes opiniones y reflexiones de los demás.
  • Disfrutamos contando nuestras experiencias y emociones así como escuchando las de los demás.
  • Es un momento especial que nos ayuda a conocer mejor a nuestros/as compañeros/as.
  • Aprendemos a respetar el turno de la palabra y a ayudar al que se pierde en la lectura.
  • Aprendemos a proyectar la voz y no tener miedo a hablar delante de los demás.
Por supuesto nos gustaría continuar haciendo tertulias el curso que viene.

Muchas gracias otra vez a los organizadores y a todos/as los que estáis aquí por escucharnos.


lunes, 28 de mayo de 2018

LA TURQUESA. Un cuento de Rafaela Contreras Cañas, esposa de Rubén Darío y primera escritora modernista.

Angelo era por fin libre. Tenía veintiún años, el capital mayor de Nápoles y el título de Marqués de Castelfiore. Era un joven verdaderamente seductor, hermoso como la mayor parte de los que nacen bajo el cielo azul de la bella Italia. Su corazón era perla de un valor inestimable, y estaba dotado de grandes virtudes; pero desgraciadamente su cabeza era bastante ligera. Así, pues, una vez terminado el luto que llevaba por el difunto Marqués, su padre, lanzóse en ese torbellino del que muchas veces no se sale ileso y que se llama “sociedad”. Su belleza y su figura eran dos tarjetas de entrada tan valiosas, como no lo es sino rara vez otra alguna.
Abrió el mundo su boca de monstruo, y el joven inexperto se precipitó en ella ansioso de placer.

Angelo se divertía, !y tanto! Estaba siempre contento, siempre risueño y feliz. Y su madre, la buena y virtuosa Marquesa, sonreía al verle y gozaba con la satisfacción suya. Angelo era mimado. Los hombres gozaban con su dinero; para las mujeres era un partido soberbio.

En sus palacios se veía el oro, la plata y el bronce en vajillas y estatuas. Las lámparas de rica porcelana o alabastro, los jardines de mármol y las columnas de pórfido brillaban por doquier. Allí se daban festines en que corría la champaña en tanta abundancia, como el oro en las mesas de juego. En los bosques de sus posesiones había frecuentes cacerías, a las que asistió la nobleza. Era, pues Angelo, el señor más poderoso de Nápoles. El llegó, por desgracia, a comprenderlo, y una embriaguez más peligrosa que la del alcohol, invadió su cerebro.

–Angelo –le dijo un día un amigo–, ¿has notado una cosa?
–¿Cuál?
–Que Lucrecia te ama.
–Bah! –dijo él soltando una carcajada–, parece que hasta las feas se atreven a amarme.
–¿Y tú?
–¿Yo? ¡Pues me dejo amar! No amo sino a la duquesita de Rossi.
–Hola! ¿Y es tu prometida?
–Ya lo creo.
–Pobre Lucrecia!

Era ésta una joven de diez y nueve años, delicada, sumamente delgada y pálida; tenía los ojos hermosísimos, negros y brillantes; pelo castaño, corto y muy lacio; nariz recta y clásica, y boca adorable. Su corazón era de ángel y su talento superior. Era bastante pobre, pero pertenecía a la nobleza. CONTINUAR LEYENDO



Fallecimiento de Rafaelita a sus 23 años
Ya en Nicaragua, cuando se hallaba en León recitando su “Elogio a don Vicente Navas” la noche del 2 de febrero de 1893, Rubén Darío fue interrumpido por la entrega de un telegrama en que se le comunicaba la gravedad de su esposa. El poeta presintió su muerte, acaecida a las nueve de la mañana del 26 de enero en San Salvador, a causa de una excesiva dosis de cloroformo que accidentalmente le suministró el doctor Tomás Palomo al intervenirla quirúrgicamente. Entonces, lleno de dolor, ahogó su pena en el alcohol durante ocho días. Rafaelita tenía 23 años, ocho meses y cinco días de edad al fallecer, y había pedido, en breve carta a su esposo, que dejara a su madre el cuidado de Rubén Álvaro, si algo fatal le sobreviniera en la operación a que iba a someterse.

Página de Luis de Góngora en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.



domingo, 27 de mayo de 2018

Soy sólo una mujer. Un poema de Gloria Fuertes

Soy sólo una mujer y ya es bastante,
con tener una chiva, una tartana
un “bendito sea Dios” por la mañana
y un mico en el pescante.

Yo quisiera haber sido delineante,
o delirante Safo sensitiva
y heme, aquí,
que soy una perdida
entre tanto mangante.
Lo digo para todo el que me lea,
quise ser capitán, sin arma alguna,
depositar mis versos en la luna
y un astronauta me pisó la idea.

De PAZ por esos mundos quise ser traficante
-me detuvieron por la carretera­
soy sólo una mujer, de cuerda entera,
soy sólo una mujer y ya es bastante.

(En ‘Cómo atar los bigotes del tigre’, El Bardo Colección de Poesía, Barcelona, 1969, página 53)

Los trabajos de las mujeres en el Museo del Prado. Itinerario didáctico sobre los trabajos de la mujeres en el Museo del Prado.

El Museo del Prado y el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid han dedicado su segundo Itinerario en femenino, que ahora les presentamos, a “Los trabajos de las mujeres”.

Las mujeres siempre han trabajado junto a sus compañeros varones, ya sea compartiendo o distribuyendo tareas, aunque las leyes hayan puesto límites a su formación, su ejercicio profesional y sus derechos. Sin embargo, la histórica voluntad de asociarlas al llamado ámbito doméstico y la identificación del concepto trabajo con la percepción de un salario que caracteriza a las sociedades industriales, han provocado un efecto perverso en la memoria histórica: se ha ocultado la creación y el protagonismo social de las mujeres en la producción, transformación y distribución de bienes y servicios, quitándoles protagonismo social en la configuración y evolución de las sociedades, al tiempo que se han infravalorado los trabajos y saberes considerados “propios de mujeres”.

El itinerario pretende sacar a la luz los trabajos compartidos y específicos de las mujeres y poner de relieve su valor social y cultura, así como destacar a algunas individualidades que, por su especial contribución a un campo de actividad laboral, merecen que su nombre permanezca no solo en la genealogía femenina sino en la memoria colectiva de los pueblos.


sábado, 26 de mayo de 2018

Recorrido poético en Agurain/Slavatierra.

Ayer participé en el "Recorrido poético por el Casco Antiguo" de Agurain/Salvatierra. Estaba organizado por URASKA y colaboraba la Asociación de Mujeres Sallurtegui, con la llevo haciendo Tertulias Literarias desde hace muchos años.

Era la primera vez que se celebraba y he de confesar que me encantó. Además fue un recorrido que acabamos compartiendo poesía y música. Se leyeron distintas poesías en castellano y euskera. El tema elegido para esta ocasión fue el de la mujer. Así que todos los poemas tenían que hacer referencia al tema o haber sido escritas por mujeres. Por mi parte leí un poema de la nicaragüense Gioconda Belli titulado: REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES.

Al terminar, nos fuimos a celebrarlo con un magnífico "pintxo-pote", haciendo votos para que el año que viene nos volvamos a juntar para seguir compartiendo poesía y música.






viernes, 25 de mayo de 2018

El perro. Un cuento del Premio Nóbel de Literatura J. M. Coetzee.

El letrero en la reja advierte “Chien méchant”, y el perro definitivamente es méchant. Cada vez que ella pasa por ahí el perro se lanza contra la reja, aullando de deseo por alcanzarla y hacerla pedazos. Es un perro grande, un perro en serio, un tipo de pastor alemán o de Rottweiler (no sabe mucho de razas). Desde esos ojos amarillos, siente el odio más puro brillar sobre ella.

Después, cuando deja atrás la casa con el chien méchant, ella rumia sobre ese odio. Sabe que no es personal: quienquiera que se acerque a la reja, quienquiera que pase por ahí caminando o en bici, estará en el polo receptor de esa rabia. Pero ¿qué tan profundamente se sentirá ese odio? ¿Será como una corriente eléctrica que se enciende cuando se percibe un objeto y se apaga cuando el objeto se desvanece al doblar la esquina? ¿Los espasmos de odio seguirán agitando al perro cuando está otra vez solo, o será que la rabia se calma de pronto, y que el perro regresa a un estado de tranquilidad?

Ella pasa en bici frente a la casa dos veces al día entre semana, una de camino al hospital donde trabaja, la otra después de terminar su turno. Como sus recorridos son tan regulares, el perro sabe cuándo esperarla: incluso antes de que aparezca en su campo de visión él está en la reja, jadeando con ganas. Como la casa está en una pendiente, su camino de las mañanas, de subida, es lento; en las noches, afortunadamente, logra pasar rápido.

Puede que no sepa nada de razas, pero tiene una muy buena idea de la satisfacción que el perro obtiene de sus encuentros. Es la satisfacción de dominarla, la satisfacción de ser temido.

El perro es un macho sin castrar, por lo que puede ver. No tiene idea si él sabe que ella es una hembra, si para sus ojos un ser humano debe pertenecer a algún género, que corresponde al género de los perros, y por lo tanto si él siente dos tipos de satisfacción al mismo tiempo —la satisfacción de una bestia dominando a otra, la satisfacción de un macho dominando a una hembra. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: www.nexos.com.mx/?p=37479

martes, 22 de mayo de 2018

Después Un cuento de Guy de Maupassant.

-Queridos -dijo la condesa- hay que ir a acostarse.

Los tres, niños y niñas, se levantaron y fueron a abrazar a su abuela.

Después vinieron a darle las buenas noches al señor cura, que había cenado en el castillo como todos los jueves.

El abad Mauduit sentó a dos sobre sus rodillas, pasando sus largos brazos vestidos de negro por detrás del cuello de los niños y, aproximando sus cabezas con un movimiento paternal, les besó la frente con un beso muy tierno.

Después los volvió a poner en el suelo, y las pequeñas criaturas, el niño delante y las niñas detrás, se fueron.

-¿Le gustan los niños, señor cura? -preguntó la condesa.

-Mucho, señora.

La anciana señora levantó sus ojos claros hacia el sacerdote.

-Y… su soledad, ¿nunca le ha pesado demasiado?

-Sí, a veces.

Él se calló, dudó, y después continuó:

-Pero yo no he nacido para la vida mundana.

-¿Qué sabe usted de eso?

-¡Oh! Lo sé bastante bien. Yo fui creado para ser sacerdote, he seguido mi senda.

La condesa lo observaba continuamente:

-Veamos, señor cura, dígame, dígame, ¿cómo se decidió a renunciar a todo lo que nos hace amar la vida, a todo lo que nos consuela y nos sostiene?. ¿Quién lo ha empujado o inducido a apartarse del gran camino natural, del matrimonio y la familia? Usted no es ni un exaltado, ni un fanático, ni un sombrío, ni un triste. ¿Ha sido algún acontecimiento, una pena, lo que lo ha decidido a pronunciar votos de por vida?

El abad Mauduit se levantó y se aproximó al fuego, después extendió hacia las llamas sus zapatones de sacerdote de pueblo. Parecía siempre dudar a la hora de responder. CONTINUAR LEYENDO

Inscripción sobre un sepulcro. Un poema de Tristan Tzara. Rumanía: 1896-1963

Y sentía tu alma pulcra y triste
como sientes la luna que se desliza calladamente
detrás de los visillos corridos.
Y sentía tu alma pobre y encogida,
como un mendigo, con la mano tendida delante de la puerta,
sin atreverse a llamar y entrar,
y sentía tu alma frágil y humilde
como una lágrima vacilando en el borde de los párpados,
y sentía tu alma ceñida y húmeda por el dolor
como un pañuelo en la mano en el cual gotean lágrimas,
y hoy, cuando mi alma quiere perderse en la noche,
solamente tu recuerdo la detiene
con invisibles dedos de fantasma.

lunes, 21 de mayo de 2018

Intervención de la Tertulia Literaria de la Prisión Araba en el Encuentro de Tertulias Literarias Dialógicas de Lekeitio (2018)

En el Encuentro de Tertulias Literarias Dialógicas de Lekeitio hubo una parte dedicada a la intervención de diferentes entidades para que contaran su experiencia en el campo de la Lectura Compartida.

La Tertulia Literaria de la Prisión también hizo su aportación a través de un escrito realizado por uno de sus componentes y que lleva por título: "COMO PARTICIPANTE EN LA TERTULIA".

El texto se organiza a través de cuatro preguntas que son hechas y contestadas por el autor del mismo.

1ª ¿Qué supone la tertulia para ti?

2ª ¿Cómo se vive la soledad de la prisión?

3ª ¿Qué te ofrece la literatura y los libros en la rutina penitenciaria?

4ª ¿Qué lectura recomendarías?


domingo, 20 de mayo de 2018

El árbol del orgullo. Un cuento de G.K. Chesterton.

Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos, eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones; abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda, como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción. Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila tribu de los árboles. Pero dicen que cuando vino la primavera todos los árboles dieron hojas, salvo este que dio plumas que eran estrelladas y azules. Y por esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.

FIN

Decía Kafka que "un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros".


sábado, 19 de mayo de 2018

Canción del esposo soldado. Un poema de Miguel Hernández.


Canción del esposo soldado en la voz de Miguel Hernández

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos,
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

domingo, 13 de mayo de 2018

ENCUENTRO DE TERTULIAS LITERARIAS DIALÓGICAS DE EUSKAL HERRIA, Lekeitio 12 de mayo de 2018

Ayer, alrededor de 180 personas nos justamos en Lekeitio para celebrar el I Encuentro de Tertulias Literarias de Euskal Herria. Fue un día memorable en el que volvimos a a experiementar las buenas vibraciones de anteriores Encuentros. Poco a poco os iré informando. De momento aquí tenéis el poema que la poeta Ainhoa Elordi compuso para dar inicio a la Jornada.


Hoy nos une la lectura,
esa que nos hace libres,
esa que nos ayuda a creer,
creer en las diferentes realidades.

La lectura que acaricia nuestra alma
con suaves destellos de felicidad
ayudándonos a imaginar un mundo con calma
un mundo con la palabra como única arma.

Es la llave que abre la puerta al conocimiento,
quien habla en nuestra conciencia
y arremete contra la intolerancia,
quien valora y protege a quien la abre.

No me rendiré. Ez dut etsiko. I won´t give up,
y venceré

Ganaremos al desconocimiento,
el que aporta la ignorancia
sin importarnos la edad, raza o pensamiento
diferencias que nos ofrecen 
riqueza y democracia.

Defendamos, pues, la lectura
sin caer en la locura,
leyendo o tal vez escribiendo,
abriendo la mente al mundo,
un mundo tolerante guiado por la letras,
letras unidas por reglas 
adecuadas y perfectas.

Espero, pues, que sea mi esperanza
aliento de fuerza
raíz y alimento presente
convirtiéndose así
en el fruto del futuro reciente



Leer te convierte en alguien que lee. Por David Vicente en Zenda.

Voy a comenzar este artículo realizando una afirmación arriesgada, lo sé. Pero asumo lo que de ella se pueda derivar. Así soy yo, un kamikaze de la opinión, qué le vamos a hacer. Ahí va: leer te convierte en alguien que lee y escribir te convierte en alguien que escribe.

¿Cómo? ¿Que no te parece para tanto? ¿Que es evidente? ¿Una obviedad? Sí, ahora que lo dices, la releo y tienes razón. Puede que se me haya olvidado un adverbio. A ver esta vez: leer solo te convierte en un alguien que lee y escribir solo te convierte en alguien que escribe.

Sí, sería maravilloso que al unir unas palabras con otras en nuestro cerebro nos trasformásemos, cual pócima de la aldea gala creada por Uderzo, en personas más tolerantes, más solidarias, más amables, más humanas, más analíticas… Pero no, siento decirles que no es así. No hay ningún estudio de la Universidad de Wichita que confirme esta teoría. Y cualquiera sabe que todo lo que no confirma una universidad de un recóndito rincón de Norteamérica no se puede afirmar así tan a la ligera.

Hace unas semanas el escritor Juan Carlos Márquez (@JCarlosMarquez8) twitteaba esto:
«Hay pocos lectores. Muy pocos. Cada vez menos. La prueba es que se sienten muy especiales, yo diría que orgullosos. Posan junto a los libros que leen. Tienen una necesidad constante de contarlo. La autopromoción del lector es tanto o más intensa hoy que la del escritor».
Yo añado, si se me permite, que cada vez observo más lectores, no sólo orgullosos, sino con cierto aire de superioridad moral sobre algunos de sus interlocutores simplemente por el hecho de leer. No digamos ya si supuestamente lo que uno lee es eso que se denominan “autores literarios” y no el best seller de turno.

Provengo de un pueblo de Cuenca en La Mancha más profunda, donde ya solo van quedando los más viejos del lugar. No cuenta con una sola librería o biblioteca de relevancia en más de treinta y cinco kilómetros a la redonda. Afirmaría, sin temor a equivocarme, que más del 50% de su población es analfabeta o semianalfabeta. En todo caso, que se podrían contar con los dedos de una mano los que utilizan su capacidad lectora para descifrar más allá de los mensajes necesarios para la vida cotidiana: prospectos farmacológicos, carteles informativos, programas de ferias populares, etc., etc.

Sin embargo, les puedo garantizar que, hasta donde yo percibo, no parece que el porcentaje de psicópatas, delincuentes en general o, sin más, groseros y maleducados de andar por casa, sea mayor que el de cualquier otro rincón del planeta. Ya no digo tanto, tampoco parece serlo el de homófobos, xenófobos o la fobia que más les disguste.

Diría, incluso, que se respira una cierta amabilidad, solidaridad, colaboración social y respeto, mayor que en muchas otras poblaciones. Aunque supongo que esto tampoco es mérito de su poco interés por la literatura, sino de la paz y la menor acumulación de estrés que otorga vivir en una localidad tranquila.

Por el contrario, conozco un buen número de lectores, críticos, eruditos y escritores que no son especialmente un dechado de virtudes y a los que trato de frecuentar lo justo y necesario que me imponen mis obligaciones laborales.

¿Alguien pone en duda acaso que, como recordó Paul Auster en su discurso al recoger el Premio Príncipe de Asturias, los tiranos, los asesinos y los dictadores leen novelas y disfrutan con ellas?

Efectivamente, por muy obvio que parezca, leer sólo te convierte en lector y escribir sólo te convierte en escritor.

«En otras palabras —continuaba Auster su discurso—, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero, ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos».

Yo también lo sostengo y añadiría que es, sobre todo, una de las mayores fuentes de placer que conozco junto con el sexo. Creo que no leer es equivalente a no follar. Uno no sabe lo que se pierde.

Me da pena la gente que no lee y me da pena la gente que no folla. Pero no considero que un mundo conformado por lectores fuese necesariamente un mundo mejor —dicho sea de paso, sí lo opino de un mundo lleno de personas que practican sexo—. Aunque, probablemente para centrar la discusión, tendríamos que definir qué consideramos un mundo mejor. Pero eso es harina de otro costal.

«El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando», aseguró Pío Baroja. Ojalá fuese tan fácil, maestro Pío. Solo hace falta ver los informativos para darse cuenta de que no es así ni por asomo.

Fuente: zendalibros.com

jueves, 10 de mayo de 2018

El hechizo de la lectura Un artículo de Guillermo Busutil (22.04.2018) publicado en "La Opinión de Málaga".

Los libros son los tatuajes de la memoria. Nos dibujan emociones y huellas de una experiencia, de un deseo, de un conjuro sobre el que ser. Cada uno tiene un trazo, un estilo, un significado. Lo mismo que pueden leerse por fuera para saber acerca de la persona cuya piel ornamentan, su lenguaje revelaría nuestro espíritu si fuese posible exhibir el cuerpo de nuestra memoria. Las lecturas que fuimos y nos siguen permitiendo ser otro, muchos, diferentes entre sí y un solo ADN: la literatura. Leer es la mejor manera de tener y de sentir una identidad de yoes y de ellos, y la celebración del nosotros. Porque todos somos Stevenson, Cortázar, Borges, Poe, Flaubert, Faulkner, Camus, Kafka, Scott Fitzgerald, Henry Miller, Virginia Woolf, Jane Austen, Mary Shelley, Simone de Beauvoir, Anais Nin, María Zambrano o Alice Munro. Una interminable lista de nombres en los que reconocernos en sus personajes, en sus aventuras y en sus ideales, tatuados en tinta negra, azul cobalto o verde cromo. A los libros les debemos la capacidad de explorar nuevas realidades, de entender la que a diario nos exige compromiso y batalla, y el diálogo con la parte secreta de lo que somos. También la manera en la que leemos a quiénes nos despiertan el deseo, la pasión, el miedo, la curiosidad de descifrar su misterio. Cada libro es un mapa único y a la vez una brújula abriéndonos un mundo por el que se viaja con los ojos de los labios. Los que miran y pronuncian hacia dentro la letra de la voz con la que la escritura relata. Los que silabean la lectura de la piel que uno se aventura a leer, al mismo tiempo que escribe sobre ella. No hay susurro más hermoso que el de la unión de los labios con los que nos contamos lo que el libro nos cuenta, y el de los cuerpos que se narran el uno al otro. Lo que convierte la lectura en un acto de amor, en una actitud de conquista y de placer.

«Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado. Recuerdo con nitidez esa magia de traducir las palabras en imágenes». Lo dijo Vargas Llosa, uno de nuestros escritores Nobel. Comparto ese mismo deslumbramiento. No me olvido tampoco del que produce la magia para un niño de traducir las imágenes en palabras. De ver y nombrar, de nombrar, aprehender e idear otras imágenes a las que delinearle una figura. Su caligrafía lenta, suave, con el lápiz en voz baja sobre el papel. Mamá, mimar, casa, árbol, montaña, felicidad. Iguales en el sonido de la lectura deletreada despacio, moldeando el eco de lo fonético entre el paladar, la lengua y las consonantes labiales; diferentes en la mirada que las imagina lo mismo que en la escritura con la que expresamos los significados con los que nombrar nuestro mundo, y el recinto de los afectos. Cada uno tiene su propia representación de la madre, de sus mismos, de la casa, de un árbol, de una montaña o de la felicidad. Las palabras comunes y a la vez únicas son la prestidigitación de un contorno con sonido en el que sucede el presagio de lo que se nombra. Sus tonos, su intensidad o su flexión crean cromatismos y música, y hacen que las palabras sean responsables de lo que dicen y de la forma en cómo lo dicen. Ese es el poder de su embrujo, contagiado a través de su naturaleza escrita y de su lectura, y cuyo botín es la ventana que nos abre en la mente o en el corazón. En lo real y en lo imaginado. Allí donde conversamos acerca de miedos o emprendemos esperanzas. Es profunda la huella de la emoción de ese primer momento en el que sentimos y comprendemos lo que significa un libro y la forma en la que lo hacemos nuestro, y después intercambiamos con los otros. Es triste pensar que el hechizo de ese asombroso descubrimiento de nuestra infancia, y de la primera identidad que pensamos para ser en el mundo -pirata, princesa, soldado, bailarina, arponero o capitana- se adormezca muchas veces en la adolescencia de lo rebelde y nunca más otro libro lo despierte. Ni siquiera se la da la oportunidad a que nos bese.

Nadie nace lector, lector hay que hacerse. Libro a libro aprendemos a leer, a degustar, a exigir al lenguaje, la manera en la que funciona la historia y resuelve su conflicto, su enigma, la vida impresa de los personajes entre los que caminamos. Igual que lo hacemos con Muñoz Molina en su última novela ensayo y moleskine, Un andar solitario entre la gente, en la que nos propone la celebración del flaneur y del instante espontáneo, una reflexión acerca de los residuos cotidianos del consumo, una aventura sobre ser náufrago en la calle, y la polifonía de la ciudad que se puede escuchar con la mirada. La lectura apasiona porque, como defiende Pere Gimferrer –poeta del amor para salir del coto cerrado de uno mismo, lo hace en su último libro Las llamas- el texto en pos de otro texto y, a través de él, en pos del autor nos proporciona que en ésta búsqueda todos podamos reconocernos. Esto es lo que distingue un libro de otros, el que nos enseña el pulso de las palabras y se asoma dentro de nosotros, de los que al terminar se convierten en humo.

La lectura es uno de los ejes fundamentales que expresan el progreso económico, moral y crítico de una sociedad. En España se lee poco. Los informes de la Federación del Gremio de Editores cuantifican un 50% de ciudadanos sin rubor en afirmar que nunca lee, y otra mitad que lo hace por ocio. Las cifras pueden operarse en función de intereses, la realidad no. Así que no importa el peso de la estadística y sí la gravedad de la escasa respuesta de los ciudadanos ante la falta de ética que exhiben los políticos en casos de corrupción, de violencia, de supremacía, de incapacidad para gestionar divergencias y confrontaciones. No hacerlo supone aceptar la realidad que se nos imponga, y su lenguaje de la posverdad, sus reglas de la moral en justicia y convivencia. Leer es pensar. La mejor fórmula para defendernos de sectarismos, desafiar lo trillado, luchar desde la ética del coraje y la inteligencia audaz. De viajar a través de los ámbitos de lo fantástico. ¿Se enseñan estas aptitudes y bienes en la educación cuando se invita a la lectura? ¿Se despierta el entusiasmo de los jóvenes lectores desde la pasión lectora de la docencia? ¿Leer ha dejado de ser una herramienta eficaz para enriquecer el sentido de las cosas y el mundo? ¿Hemos convertido los libros en objetos de anticuario, y la lectura en una exigencia inservible?

Nadie se atreve a hacer un diagnóstico concluyente ni a buscar un medicamento que abra el apetito de leer y contribuya a mejorar la salud del sector del libro y a favorecer su calidad de prestaciones. Ninguna televisión apuesta en serio por la promoción de la cultura ni por la importancia de leer más allá del entretenimiento. Todo queda en la fiesta de rosas de mañana en Barcelona, esperemos que con la misma celebración de siempre, y con las ferias del libro que empiezan a florecer en muchas ciudades. Aunque en otras es más bien una verbena de barrio.

Lo he reivindicado muchas veces. Leer en presente es un indicativo de cultura. Yo leo, tú lees, él lee, nosotros leemos, vosotros leéis, ellos leen. En los autobuses, los metros, los trenes, los aviones, los barcos, los parques, las bibliotecas, las salas de espera, las cafeterías, las playas, en las casas de hoy y del mañana que celebramos libro adentro. Y también libro afuera, porque cada calle es una página de la ciudad por la que transitamos como palabras sueltas de un lenguaje que nos va escribiendo sin que nos demos cuenta, convirtiéndonos en personajes de una historia sobre el amor, el tiempo, la muerte. En un relato que encaja en los otros. Por eso cada día, y mañana más, dejo que un libro me bese.

Fuente: laopiniondemalaga.es/

miércoles, 9 de mayo de 2018

El Otro Yo. Un cuento de Mario Benedetti.

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: P"obre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable".

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

FIN

martes, 8 de mayo de 2018

Un ojo desaparecido. Cuento de Mijaíl Bulgákov:

Así pues, había transcurrido un año. Justamente un año desde el momento en que llegué a esta misma casa. También entonces colgaba una cortina de lluvia detrás de las ventanas y también entonces las últimas hojas de los abedules se marchitaban melancólicamente. Parecía que nada había cambiado a mi alrededor. Pero yo sí había cambiado mucho. Decidí festejar, en la más completa soledad, esta noche de recuerdos…

Me dirigí por el crujiente suelo a mi dormitorio y me miré en el espejo. Sí, había una gran diferencia. Un año antes, en el espejo recién sacado de la maleta se había reflejado un rostro afeitado. En ese entonces, la raya a un lado adornaba la cabeza de veinticuatro años. Ahora la raya había desaparecido. Los cabellos estaban echados hacia atrás sin ninguna pretensión. Es imposible seducir a nadie con la raya en el pelo si te encuentras a treinta verstas de la línea del ferrocarril. Lo mismo en cuanto al afeitado: sobre mi labio superior se había establecido firmemente una franja que parecía un cepillo de dientes amarillento y duro y mis mejillas se habían vuelto como un rallador, de modo que si durante el trabajo sentía comezón en el antebrazo, era muy agradable rascármelo con la mejilla. Suele ocurrir así si en vez de tres veces a la semana te afeitas sólo una.

En alguna ocasión, en algún lugar… no recuerdo en dónde… leí algo acerca de un inglés que fue a parar a una isla desierta. Era un inglés muy interesante. Estuvo en esa isla hasta tener alucinaciones. Y cuando un barco se acercó y la lancha arrojó a los hombres salvavidas él –anacoreta– los recibió con disparos de revólver, creyendo que se trataba de un espejismo, de un engaño del desierto campo de agua. Pero ese inglés estaba afeitado. Cada día se afeitaba en la isla deshabitada. Recuerdo que este orgulloso hijo de Britania me produjo la más grande admiración. Cuando vine a este lugar, puse en mi maleta una maquinilla de afeitar Gillette, con una docena de hojas de recambio, una navaja y una brocha. Había decidido firmemente que me afeitaría cada tercer día, porque este lugar no era en nada inferior a una isla deshabitada.

Pero sucedió que, en cierta ocasión, un claro día del mes de abril, después de que yo hubiera colocado todos esos encantos ingleses bajo un dorado y oblicuo rayo de luz y hubiera dejado impecable mi mejilla derecha, irrumpió, trotando como un caballo, Egórich, calzado con unas enormes botas rotas, y me informó que una mujer estaba dando a luz en los matorrales del vedado, junto al riachuelo. Recuerdo que con la toalla me limpié la mejilla izquierda y salí a toda prisa acompañado de Egórich. Éramos tres los que corríamos hacia el riachuelo, turbio y crecido en medio de los desnudos sotos de mimbres: la comadrona llevando las pinzas de torsión, un rollo de gasa y un frasco de yodo, yo con los ojos extraviados y saltones y, detrás, Egórich. Éste, a cada cinco pasos, se sentaba en la tierra y, maldiciendo, arrancaba pedazos de su bota izquierda: se le había despegado la suela. El viento volaba a nuestro encuentro, el dulce y salvaje viento de la primavera rusa. La comadrona Pelagueia Ivánovna había perdido su pasador y sus cabellos recogidos en un moño se habían soltado y le golpeaban el hombro.CONTINUAR LEYENDO

Fuente: narrativabreve.com

El Mago de Oz o el elogio de la diferencia. Un artículo de Claudia López

Un clásico 

“—No sé dónde está Kansas, pues nunca había oído mencionar ese país. Pero dime, ¿es un país civilizado?
—Sí, claro —respondió Dorothy.
Eso lo explica todo. En los países civilizados, si no me equivoco, ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores. Pero el país de Oz nunca ha sido civilizado, ¿sabes?, pues estamos incomunicados con el resto del mundo. Así es que seguimos teniendo brujas y magos entre nosotros.”

El Maravilloso Mago de Oz, la novela de L. Frank Baum publicada a principios del siglo pasado (el 15 de mayo de 1900 para ser exactos), se convirtió rápidamente en un éxito comercial (la primera edición de 10.000 ejemplares se agotó en una semana) y casi a la misma velocidad en un clásico. Esto es, no fue necesario el moroso juicio de la historia para que su lectura se volviera productiva. El propio Baum continuó la saga narrativa de Oz con catorce libros, adaptó la novela a una comedia musical que permaneció en cartel 9 años (de 1902 a 1911) y creó con un grupo de amigos la “Oz Film Company” dedicada a la producción de películas sobre la serie. En 1925, Hollywood produjo la versión muda de El Mago de Oz, con Larry Semon y Oliver Hardy, y en 1939, la versión musical con Judy Garland. El mundo de Oz resultó en más de un sentido “maravilloso” ya que, muerto su demiurgo, se prolongó en alrededor de cuarenta títulos y sedujo con las mismas armas a niños y adultos. Desafío del que no muchas de las obras destinadas para chicos suelen salir airosas.

El Maravilloso Mago de Oz comenzó siendo una historia que Baum inventó para el entretenimiento de sus hijos y que, por distintas vías, aún sigue suscitando aquella fascinación inicial. Sin lugar a dudas es un clásico infantil. Como tal, presenta algunas estrategias comunes a otros: protagonista niña que actúa como centro de los procesos de identificación de los lectores, búsqueda de un equilibrio entre mundo adulto e infantil a partir de la convivencia de ambos en el universo del texto elección de un narrador observador que se mantiene equidistante y utilización del humor para distender las sobrehumanas tareas del héroe y las crueldades que depara la aventura. 


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Fuente: imaginaria.com.ar/

lunes, 7 de mayo de 2018

El abuelo de la joroba y el hijo del banano Cuento popular chino.

El abuelo jorobado tenía una plantación de varios bananos a la orilla de un sinuoso arroyo. Los frutos crecían en grandes racimos y el anciano iba todos los días, con su espalda doblada, a venderlos en las calles. Así no tenía que preocuparse por el sustento.

Estaba muy solo, no tenía ni un familiar que lo acompañara y cada vez que veía niños se acercaba a acariciarlos y no podía contener las lágrimas: "¡Ay! ¡Si yo tuviera un niño!" - pensaba.

No obstante, cuando se ponía de cuclillas a la orilla del arroyo y contemplaba los racimos de los bananos, se consolaba a sí mismo diciendo: "¿Acaso éstos no son mis niños?

Pero un año cayó una gran nevada que estropeó todos los bananos. Luego sopló el viento del norte, tirando todos los frutos al suelo.

El abuelo sufrió un gran dolor.

En la primavera siguiente, sólo las raíces de un banano dieron brotes y el anciano se apresuró a regarle y ponerle fertilizantes. El árbol creció tan rápido que en tres meses ya había dado una banana. Nuestro amigo se sintió afligido al ver que sólo había dado un fruto, pero luego recapacitó y se dio cuenta de que aquello era mejor que nada.

La banana crecía cada vez más, hasta que alcanzó el grosor de un cubo de agua y al estar en la copa del árbol, dobló el tronco con su peso.

Cierto día, un hermoso pavo real se acercó volando, le dio un picotazo a la fruta y volvió a levantar vuelo. La cáscara de la banana se abrió con ruido y un hermoso niño gordito salió de adentro, cayó y corrió hacia el abuelo, diciéndole, al tiempo que le abrazaba la pierna: "Papá, papá."

El anciano con su espalda encorvada alzó al niño en brazos, acercando hacia él la carita fresca y sonrosada y le llamó "Hijo del banano". CONTINUAR LEYENDO

domingo, 6 de mayo de 2018

HACIA UNA LITERATURA DIN ADJETIVOS. Ponencia presentada por la escritora María Teresa Andruetto en la Jornada de Literatura Infantil y Juvenil “Abrir un libro, abrir el mundo”, realizada dentro del marco del Seminario de Literatura Infantil Latinoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires el 5 de julio de 2008.

1. ¿Para qué sirve la ficción?

¿Para qué sirve la ficción? ¿Tiene alguna utilidad, alguna funcionalidad en la formación de una persona, en nuestro caso de un niño, es decir justamente de una persona en formación? Vamos los hombres y mujeres al diccionario para saber acerca de las palabras y a los libros de ciencia para saber de ciencia y a los diarios y periódicos para leer las noticias de último momento y a las carteleras de cine para saber qué películas pasan. Pero, ¿a qué sitio vamos para saber acerca de nosotros mismos? Los lectores vamos a la ficción para intentar comprendernos, para conocer algo más acerca de nuestras contradicciones, miserias y grandezas, es decir acerca de lo más profundamente humano. Es por esa razón, creo yo, que el relato de ficción sigue existiendo como producto de la cultura, porque viene a decirnos acerca de nosotros de un modo que aún no pueden decir las ciencias ni las estadísticas. Un relato es un viaje que nos remite al territorio de otro o de otros, una manera entonces de expandir los límites de nuestra experiencia, accediendo a un fragmento de mundo que no es el nuestro. Refleja una necesidad muy humana: la de no contentarnos con vivir una sola vida y por eso el deseo de suspender cada tanto el monocorde transcurso de la propia existencia para acceder a otras vidas y mundos posibles, lo que produce por una parte cierto descanso ante la fatiga de vivir y por la otra el acceso a sutiles aspectos de lo humano que tal vez hasta entonces nos habían sido ajenos. Así, las ficciones que leemos son construcción de mundos, instalación de “otro tiempo” y de “otro espacio” en “este tiempo y este espacio” en que vivimos. Un relato de ficción es por lo tanto un artificio, algo por su misma esencia liberado de su condición utilitaria, un texto en el que las palabras hacen otra cosa, han dejado de ser funcionales, como han dejado de serlo los gestos en el teatro, las imágenes en el cine, los sonidos en la música, para buscar a través de esa construcción algo que no existía, un objeto autónomo que se agrega a lo real. La ficción, cuya virtualidad es la vida, es un artificio cuya lectura o escucha interrumpe nuestras vidas y nos obliga a percibir otras vidas que ya han sido, que son pasado, puesto que se narran. Palabra que llega por lo que dice, pero también por lo que no dice, por lo que nos dice y por lo que dice de nosotros, todo lo cual facilita el camino hacia el asombro, la conmoción, el descubrimiento de lo humano particular, mundos imaginarios que dejan surgir lo que cada uno trae como texto interior y permiten compartir los texto/mundos personales con los texto/mundos de los otros. Posibilidad de hacer un impasse, de sortear por un momento la pesada flecha de lo real que indefectiblemente nos atraviesa, para imaginar otros derroteros humanos.


"Strange Fruit (Extraña fruta)". Billie Holiday.Voz negra.


La empresa Columbia se negó a grabar esa canción, y el autor tuvo que firmar con otro nombre. Pero cuando Billie Holiday cantó Strange Fruit, cayeron las barreras de la censura y el miedo. Ella cantó con los ojos cerrados y la canción fue un himno religioso por obra y gracia de esa voz nacida para cantarlo, y desde entonces cada negro linchado pasó a ser mucho más que un extraño fruto colgado de un árbol pudriéndose al sol. 

Billie,
la que a los catorce años lograba el milagro del silencio en los ruidosos puteros de Harlem donde cambiaba música por comida,
la que bajo la falda escondía una navaja,
la que no supo defenderse de las palizas de sus amantes y sus maridos,
la que vivió presa de las drogas y de la cárcel,
la que tenía el cuerpo hecho un mapa de pinchazos y cicatrices,
la que siempre cantaba como nunca.

Eduardo Galeano - Espejos. Una historia casi universal.


Letra de la canción en español

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña,
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur,
Extraña fruta que cuelga de los álamos.

Escena pastoral del galante sur,
Los ojos saltones y la boca torcida,
Aroma de las magnolias, dulce y fresco,
y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos ,
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,
Para que el sol la pudra,para que los árboles la suelten,
Esta es una extraña y amarga cosecha.


La letra de la canción se refiere a una extraña fruta que pende de un árbol y que en realidad es el cuerpo de un negro que ha sido ahorcado impunemente, aunque nunca se habla de linchamiento. Fue concebida como una denuncia del racismo que prevalecía en Estados Unidos y se convirtió en un emblema del movimiento por los derechos civiles. Después de Billie Holiday, otros vocalistas de jazz siguieron su ejemplo, pero ninguna versión causaría tanta conmoción como la suya. No está de más recordar que, debido al color de su piel, la cantante sufrió reiteradas afrentas y humillaciones. De ahí que cantar “Strange fruit” fuera considerado un acto de provocación.

“Los árboles sureños dan frutas extrañas, sangre en las hojas y sangre en la raíz, cuerpos negros que se balancean con la brisa del sur, frutas extrañas que cuelgan de los álamos”, reza la primera estrofa de este tema controversial que, pese a la creencia popular, no fue compuesto por Billie Holiday. Ella sembró la confusión cuando, en sus memorias, insinuó que había participado en la musicalización del texto original. Pero la verdad es otra. “Strange fruit” era un poema de un profesor de secundaria del Bronx, Abel Meeropol, quien lo publicó bajo el seudónimo de Lewis Allan en un periódico sindical en 1937 y, más adelante, le puso música. Según reveló, decidió escribirlo a raíz del impacto que le produjo la fotografía de un linchamiento. Cuando la composición emergió como una canción de protesta, Billie Holiday se entusiasmó y la estrenó en el Cafe Society de Nueva York una noche de 1939, lo que suscitó un tremendo alboroto.


sábado, 5 de mayo de 2018

Entrevista al el escritor José Zuleta Ortiz, fundador y coordinador del programa ‘Libertad bajo palabra’ en diferentes centros penitenciarios de Colombia. Desde el 2007, Zuleta ha trabajado con personas privadas de la libertad con el fin de acercarlos a la literatura y a la escritura en un espacio de reflexión y sanación alrededor de las historias.


“En las cárceles la escritura vuelve a ser lo que es la escritura de literatura: una necesidad, una vía para tratar de comprender, de salvarse”.


¿Cómo nació el programa ‘Libertad bajo palabra’?

Libertad Bajo Palabra nació en Cali en el año 2007 y como parte del VII Festival Internacional de Poesía de Cali, en el cual se realizaron dos talleres de escritura creativa en los centros de reclusión. El Buen Pastor y la cárcel de hombres de Cali. Allí con la colaboración de la sicóloga de la prisión Sandra Lizarazo realizamos los primeros dos talleres que fueron la semilla de este programa.

¿Cuál es el principal objetivo de este programa?

Que las personas privadas de libertad, sin que importe su condición, (sindicados o condenados) ni su nivel educativo, encuentren en la escritura y la lectura herramientas para pensarse y confrontarse. Consideramos que ello es esencial para fundar un proyecto de trasformación en sus vidas. Libertad bajo palabra se define como un espacio para disfrutar el placer y el conocimiento de la literatura. Un lugar privilegiado para la formación, producción y circulación de textos literarios. Además de promover la reflexión, la lectura, la interpretación y la investigación literaria sobre las obras producidas en los talleres.

Hace once años inició este programa que ha permitido que personas privadas de la libertad puedan acerarse a los libros y a la escritura. ¿Cuáles han sido los resultados durante estos diez años? ¿Qué se puede resaltar del trabajo que ha hecho el Ministerio de Cultura y el INPEC durante este tiempo?

Durante 10 años (2007 -2017) hemos realizado 143 talleres en 31 centros penitenciarios de Colombia. Y en ellos han participado cerca 3.750 reclusas y reclusos. Hemos publicado diez libros con los materiales logrados (uno por cada ciclo anual de talleres), que son antologías en que las reunimos los mejores textos logrados bajo el nombre de Fugas de tinta. Durante esta década dotamos con la colaboración de la Biblioteca Nacional 12 bibliotecas en los centros de reclusión en los que se realiza el programa; y gestionamos con donantes privados dotaciones de libros para otras 17. Creamos una metodología de trabajo y unas guías para los directores taller, además realizamos un convenio de cofinanciación con el Instituto Penitenciario y Carcelario INPEC.

¿Cuál es la importancia de desarrollar y mantener programas como estos en Colombia?

Este programa permite a mujeres y hombres que han perdido su libertad escribir. Buscamos que al querer contar se conviertan en lectores. Ocurre con frecuencia en nuestros talleres, que personas que nunca habían leído un libro terminan siendo lectores movidos por la curiosidad de saber cómo se cuenta una historia. El deseo de saber cómo lo hacen otros, lo aprovechamos para sugerir lecturas y para acompañar cada proyecto personal de escritura con una bibliografía que les dé luces sobre cómo pueden lograrlo.

¿Por qué la lectura y la escritura se convierten, para los reclusos, en una terapia para sanar el alma?

Luego de leer lo que escriben y de conversar con muchos prisioneros de las cárceles colombianas, observamos dos situaciones humanas que se repiten en sus historias y que facilitan la inclusión de los niños y los jóvenes en el mundo de la ilegalidad. Ellas son, una familia rota o inexistente, y/o, una educación que expulsa, con su rigidez y su anacronismo, a los niños y a los jóvenes a la nada, pues no hay otras opciones de formación. Escribir sus historias compartirlas y leer literatura les permite tomar distancia de su propia historia y les ayuda a aceptarla y a superarla.

¿Cómo son los talleres y procesos de escritura con los internos?

Los docentes adscritos al programa Libertad Bajo Palabra son capaces de manejar diferentes enfoques y metodologías con el propósito de motivar a la heterogénea población carcelaria a construir textos y compartirlos, estos son algunos elementos comunes que se trabajan en los talleres:
  • Fundamentación en creación literaria, lecturas guiadas, lecturas en voz alta.
  • Ejercicios de sensibilización, ejercicios como escribir cartas, sueños y recuerdos.
La población de internos sugerida para cada taller es de 30 cupos para cada uno de los establecimientos. Los talleres se desarrollan en (14) sesiones de (3) horas cada una. Se recomienda una sesión por semana. Y se realiza un trabajo adicional para la revisión de trabajos, corrección de textos y transcripción de los que son postulados para de ser publicados.

Algunos de los contenidos son Taller de crónica. Leer y escribir: vivir para contar; Biografía y autobiografía (ejercicio: el escritor como cronista de su vida); lectura en voz alta de poemas “cautivos”; lectura de memorias y testimonios; escritura de correspondencia en la cárcel; distintas formas de narrar; poética de la narración. (¿Qué es una metáfora?)

Algunos autores se leen son: Liliana Etayo (Fugas de tinta 3), Cervantes, Jean Genet, Francois Villon, Nazim Hikmet, Ósip Mandestam, Álvaro Mutis, César Vallejo, Cesare Pavese, Miguel Hernández, Gonzalo Arango, Oscar Wilde, María Zambrano, Dulce María Loynaz, José Libardo Porras, entre otros.

¿Por qué estos textos son tan valiosos?

Sí hay algo poderoso en estos escritores y es que, a diferencia de muchos otros formados en la academia, tienen mucho que contar. En la mayoría de los casos son sus vidas el tema; vidas vividas al límite; o que en un instante cambiaron de rumbo de manera dramática. Relatos que muestran la iniquidad y la marginalidad, las violencias que nos habitan y a las que nos exponemos. Historias que son un complejo mapa de lo que es nuestra sociedad y la condición humana. Curiosamente en las caréceles el escritor no posa de escritor, no busca redención ni notoriedad, tampoco beneficio. No pretende publicidad. La mayoría no desean ser publicados, acceden a regañadientes a la publicación, o firman con seudónimo. En las cárceles la escritura vuelve a ser lo que es la escritura de literatura: una necesidad, una vía para tratar de comprender, de salvarse.

¿Qué emociones se pueden encontrar detrás de las palabras escritas por los participantes de ‘Libertad bajo palabra’?

En una de las presentaciones de Fugas de Tinta comenté: estos textos son un documento valiosísimo sobre Colombia y deberían ser leídos por quienes se interesan por los problemas sociales de nuestro país; agregaría: por los que se interesen por su salud mental y por su tragedia ética. El programa Libertad Bajo Palabra nos ha permitido dar la palabra como herramienta a quiénes no la tenían. Muchas de las conductas humanas son respuesta, reacción a hechos trágicos, a injusticias de todo tipo, a miedos insoportables. Propusimos la palabra a cambio del acto. Poder expresar la rabia con palabras y no con actos. Poder encontrar que la palabra revela la propia historia y al revelarla nos permite comprenderla.

¿Qué podemos encontrar en el Fugas de Tinta 10?

Un retrato del país invisible que no queremos mirar.

Fuente: https://fundalectura.wordpress.com/2018/05/03/en-las-carceles-la-escritura-vuelve-a-ser-lo-que-es-la-escritura-de-literatura-una-necesidad-una-via-para-tratar-de-comprender-de-salvarse-jose-zuleta/

jueves, 3 de mayo de 2018

Página de Gabriela Mistral en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



Dos palabras. Un cuento de Isabel Allende.

Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá.

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. CONTINUAR LEYENDO