jueves, 29 de agosto de 2019

Arrugas. Un poema de José Ovejero.

En la ventana: una gaviota

se espanta de su imagen reflejada,

apresuradamente escapa

de sí misma.

Yo también me miro en el espejo

y por una vez no me ahuyenta

mi rostro algo cansado; al contrario,

cierta ternura, algo así como afecto,

me detiene, y reconozco que soy yo

la que se mira,

la que se ve,

la que se acepta,

¿Será esto hacerse vieja?

jueves, 22 de agosto de 2019

Las palabras, un poema de Mario Benedetti.


No me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

si usted habla de progreso
nada más que por hablar
mire que todos sabemos
que adelante no es atrás

si está contra la violencia
pero nos apunta bien
si la violencia va y vuelve
no se me queje después

si usted pide garantías
sólo para su corral
mire que el pueblo conoce
lo que hay que garantizar

no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

si habla de paz pero tiene
costumbre de torturar
mire que hay para ese vicio
una cura radical

si escribe reforma agraria
pero sólo en el papel
mire que si el pueblo avanza
la tierra viene con él

si está entregando el país
y habla de soberanía
quién va a dudar que usted es
soberana porquería

no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

no me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.

lunes, 19 de agosto de 2019

"Parábola de la inconstante, un poema de la poeta mexicana Rosario Castellanos.


«Parábola de la inconstante»

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.
Y acaso era verdad. Una verdad.
Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro con sus juramentos.
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
-a su cuchillo agudo de memoria-
el testimonio fiel de mi corteza.
Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.
Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que no me fue posible dejar nada.
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después, lejos de mi, el despojo.
Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.
Rosario Castellanos

domingo, 18 de agosto de 2019

La pequeña salida del señor Loveday. Un cuento de Evelyn Waugh.

—No encontrarás muy cambiado a tu padre —dijo lady Moping mientras el coche franqueaba la verja del sanatorio del condado.


—¿Llevará uniforme? —preguntó Ángela.

—No, querida, desde luego que no. Aquí lo atienden mejor que en ninguna parte.

Era la primera visita de Ángela y había sido a propuesta de ella misma.

Habían pasado diez años desde aquel lluvioso día de finales de verano en que se llevaron a lord Moping, un día de confusos, pero amargos recuerdos para ella; el día de la fiesta anual al aire libre de lady Moping, un día siempre amargo y confuso debido al capricho del tiempo, que, después de mantenerse sereno y prometedor hasta que llegaron los primeros invitados, había degenerado, de súbito, en un aguacero. Todos intentaron ponerse a cubierto; el entoldado se vino abajo; un frenético desfile de gente con cojines y sillas; un mantel atado a las ramas de la araucaria, ondeando bajo la lluvia; un lapso de sol y los invitados saliendo con cautela al césped empapado; otro chaparrón; otros veinte minutos de sol. Una tarde atroz que había culminado pasadas las seis con el intento de suicidio de su padre.

Lord Moping solía amenazar con suicidarse el día de la fiesta al aire libre. Aquel año lo habían encontrado con la cara negra, colgando de sus propios tirantes en el invernadero de los cítricos; unos vecinos que se habían resguardado allí de la lluvia lo bajaron y, antes de cenar, ya estaba allí el furgón que venía a buscarlo. A partir de entonces lady Moping había visitado periódicamente el sanatorio, regresando siempre a la hora del té y un tanto reacia a hablar de la experiencia.

Muchos de sus vecinos criticaban en mayor o menor medida la reclusión de lord Moping. No se trataba, desde luego, de un paciente cualquiera. Vivía en un ala aparte del centro, especialmente pensada para los dementes acomodados, a los que se tenía toda la consideración que sus fobias permitían. Podían elegir la ropa que vestían (muchos tenían gustos muy extravagantes), fumar los cigarros más caros del mercado y, en los aniversarios de su certificación, invitar a cenas privadas a otros internos por quienes sintieran apego. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 15 de agosto de 2019

Hija del viento, un poema de Alejandra Pizarnik.


Hija del viento
Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

martes, 13 de agosto de 2019

Ándeme yo caliente... Un poema de Luis de Góngora.


Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.

Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.

jueves, 8 de agosto de 2019

Puro Cuento 3. Cuentos clásicos editados por el Gobierno de Colombia para leer en familia

Este título de la serie Leer es mi cuento busca que más familias disfruten con historias que desde las profundidades del tiempo, es decir muy antiguamente, los hombres y las mujeres se contaban durante los fríos inviernos.

La princesa y la alverja de Hans Christian Andersen, El cuento de Alí el Persa de Las mil y una noches, El gallo de oro de Alexander Pushkin, Los tres cerditos de Joseph Jacobs, El gigante egoísta de Oscar Wilde y Los músicos de Bremen de los Hermanos Grimm, son los relatos que conforman este libro ilustrado por Rafael Yockteng y Daniel Gómez.


miércoles, 7 de agosto de 2019

El despojo, un poema de la poeta mexicana Rosario Castellanos


«El Despojo»

Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.
No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.
¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
─ese pantano lento en que te ahogas─
o un alma que no existe?
¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices: «mañana» mientes, pues dices «hoy».
Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.
Otra vez. Otra vez.
Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.
Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.
Rosario Castellanos