miércoles, 31 de enero de 2018

Es la pura verdad. Un cuento de Hans Christian Andersen.

-¡Es un caso espantoso! -exclamó una gallina del extremo opuesto del pueblo,
donde el hecho no había sucedido-. ¡Ha pasado algo espantoso en el gallinero de allá! Lo que es esta noche, no duermo sola. Menos mal que somos tantas.

Y les contó el caso, y a las demás gallinas se les erizaron las plumas, y al gallo se le cayó la cresta. ¡Es la pura verdad!
Pero empecemos por el principio, pues la cosa sucedió en un gallinero del otro extremo del pueblo. Se ponía el sol, y las gallinas se subían a su percha; una de ellas, blanca y paticorta, ponía sus huevos con toda regularidad y era una gallina de lo más respetable. Una vez en su percha, se dedicó a asearse con el pico, y en la operación perdió una pluma.
-¡Ya voló una! -dijo-. Cuanto más me desplumo, más guapa estoy -. Lo dijo en broma, pues de todas las gallinas era la de carácter más alegre; por lo demás, como ya dijimos, era la respetabilidad personificada. Y luego se puso a dormir.
El gallinero estaba a oscuras; las gallinas estaban alineadas en su percha, pero la contigua a la nuestra permanecía despierta. Aquellas palabras las había oído y no las había oído, como a menudo conviene hacer en este mundo, si uno quiere vivir en paz y tranquilidad. Con todo, no pudo contenerse y dijo a la vecina del otro lado:
-¿No has oído? No quiero citar nombres, pero lo cierto es que hay aquí una gallina que se despluma para parecer más hermosa. Si yo fuese gallo, la despreciaría.
Pero he aquí que más arriba de las gallinas vivía la lechuza, con su marido y su prole; todos los miembros de la familia tenían un oído finísimo y oyeron las palabras de la gallina, y, oyéndolas, revolvieron los ojos, y la madre lechuza se puso a abanicarse con las alas.
-¡No escuchéis esas cosas! Pero habéis oído lo que acaban de decir, ¿verdad?. Yo lo he oído con mis propias orejas; ¡lo que oirán aún, las pobres, antes de que se me caigan! Hay una gallina que hasta tal punto ha perdido toda noción de decencia, que se está arrancando todas las plumas a la vista del gallo.
-Prenez garde aux enfants! -exclamó el padre lechuza-. Estas cosas no son para que las oigan los niños.
-Pero voy a contárselo a la lechuza de enfrente. Es la más respetable de estos alrededores.
Y se echó a volar.
-¡Jujú, ujú! -y las dos se estuvieron así comadreando sobre el palomar del vecino, y luego contaron la historia a las palomas: – ¿Han oído, han oído? ¡Ujú! Hay una gallina que por amor del gallo se ha arrancado todas las plumas. ¡Y se morirá helada, si no lo ha hecho ya! ¡Ujú!
-¿Dónde, dónde? -arrullaron las palomas.
-En el corral de enfrente. Es como si lo hubiese visto con mis ojos. Es un caso tan indecoroso, que una casi no se atreve a contarlo, pero es la pura verdad.
-¡La pura, la pura verdad! -corearon las palomas
Y, dirigiéndose al gallinero de abajo:
-Hay una gallina -dijeron-, y hay quien afirma que son dos, que se han arrancado todas las plumas para distinguirse de las demás y llamar la atención del gallo. Es el colmo… y peligroso, además, pues se puede pescar un resfriado y morirse de una calentura… Y parece que ya han muerto, ¡las dos!
-¡Despertad, despertad! -gritó el gallo subiéndose a la valla con los ojos soñolientos, pero vociferando a todo pulmón-: ¡Tres gallinas han muerto víctimas de su desgraciado amor por un gallo! Se arrancaron todas las plumas. Es una historia horrible, y no quiero guardármela en el buche. ¡Pasadla, que corra!
-¡Que corra! -silbaron los murciélagos, y las gallinas cacarearon, y los gallos cantaron-: ¡Que corra, que corra! -. Y de este modo la historia fue pasando de gallinero en gallinero, hasta llegar, finalmente, a aquel del cual había salido.
-Son cinco gallinas -decían- que se han arrancado todas las plumas para que el gallo viera cómo habían adelgazado por su amor, y luego se picotearon mutuamente hasta matarse, con gran bochorno y vergüenza de su familia y gran perjuicio para el dueño.
Como es natural, la gallina a la que se la había soltado la plumita no se reconoció como la protagonista del suceso, y siendo, como era, una gallina respetable, dijo:
-Este tipo de gallinas merecen el desprecio general. ¡Desgraciadamente, abundan mucho! Éstas cosas no deben ocultarse, y haré cuanto pueda para que el hecho se publique en el periódico; que lo sepa todo el país. Se lo tienen bien merecido las gallinas, y también su familia.
Y la cosa apareció en el periódico, en letras de molde, y es la pura verdad: «Una plumilla puede muy bien convertirse en cinco gallinas».
FIN

lunes, 29 de enero de 2018

Carta a una desconocida, un poema de Nicanor Parra.

Cuando pasen los años, cuando pasen
los años y el aire haya cavado un foso
entre tu alma y la mía; cuando pasen los años
y yo sólo sea un hombre que amó,
un ser que se detuvo un instante frente a tus labios,
un pobre hombre cansado de andar por los jardines,
¿dónde estarás tú? ¡Dónde
estarás, oh hija de mis besos!

domingo, 28 de enero de 2018

Las hijas del difunto coronel. Un cuento de Katherine Mansfield.

El coronel ha muerto. Quedan sus hijas, ya mayores, que han vivido por y para su padre. Sin otro aliciente en la vida ¿Qué hacer ahora? ¿Habrá vida más allá de esa muerte? ¿Qué sentido darle? Todo esto lo trabaja magistralmente en este cuento literario Katherine Mansfield. Un buen texto para una buena Tertulia Literaria

"LAS HIJAS DEL CORONEL DIFUNTO"

La semana siguiente fue una de las más atareadas de su vida. Incluso cuando se acostaban, lo único que permanecía tendido y descansaba eran sus cuerpos; porque sus mentes continuaban pensando, buscando soluciones, hablando de las cosas, interrogándose, decidiendo, intentando recordar dónde...

Constantia permanecía yerta como una estatua, con las manos estiradas junto al cuerpo, los pies apenas cruzados y la sábana hasta la barbilla.

Miraba al techo.

—¿Crees que a papá le molestaría si diésemos su sombrero de copa al portero?

—¿Al portero? —saltó Josephine—. ¿Y por qué tenemos que dárselo al portero? ¡A veces tienes cada idea...!

—Porque seguramente —replicó lentamente Constantia— debe tener que ir bastante a menudo a entierros. Y en..., en el cementerio vi que llevaba un sombrero hongo. —Hizo una pausa—. Entonces se me ocurrió que estaría muy agradecido si pudiese tener un sombrero de copa. Además tendríamos que hacerle algún regalo. Siempre se portó muy bien con papá.

—¡Por favor! —sollozó Josephine, incorporándose en la almohada y mirando hacia Constantia a través de la oscuridad—. ¡Piensa en la cabeza que tenía papá!

E, inesperadamente, durante un horrendo segundo, estuvo a punto de echarse a reír. Aunque, por supuesto, no tenía las menores ganas de reír. Debió haber sido la costumbre. En otros tiempos, cuando se pasaban la noche despiertas charlando, sus camas no cesaban de crujir bajo sus risas. Y ahora, al imaginarse la cabeza del portero tragada, como por ensalmo, por el sombrero de copa de su padre, como una vela apagada de un soplido... Las ganas de reír aumentaban, le subían por el pecho; apretó con fuerza las manos; luchó por vencerla; frunció severamente el ceño en la oscuridad y se dijo con voz terriblemente adusta: «Recuerda». CONTINUAR LEYENDO

jueves, 25 de enero de 2018

El llano en llamas. Cuentos de Juan Rulfo.

EL LLANO EN LLAMAS es un libro de diecisiete cuentos de Juan Rulfo. Aquí tienes los diecisiete:
  1. ACUÉRDATE.
  2. LA CUESTA DE LAS COMADRES
  3. DILES QUE NO ME MATEN
  4. EL HOMBRE
  5. LUVINA.
  6. EN LA MADRUGADA
  7. PASO DEL NORTE
  8. ES QUE SOMOS MUY POBRES
  9. ANACLETO MORONES
  10. EL DIA DEL DERRUMBE
  11. LA HERENCIA DE MATILDE ARCANGEL
  12. EL LLANO EN LLAMAS
  13. MACARIO
  14. LA NOCHE QUE LO DEJARON SOLO
  15. NO OYES LADRAR A LOS PERROS
  16. TALPA
  17. NOS HAN DADO LA TIERRA
De muchos de ellos, por no decir todos, se ha hecho una lectura dialógica compartida bien en clubes de lectura o en Tertulias Literarias. También me consta que han tenido mucho éxito cuando la lectura se ha compartido entre distintas generaciones, es decir, haciendo una lectura compartida intergeneracional.

lunes, 22 de enero de 2018

Cismas y abismos por entregas. Un artículo de Justo Navarro sobre Dostoievski y Tolstoi.

Juntos en la fabulación desbordante, Dostoievski y Tolstói fueron novelistas muy distintos. Y sus vidas fueron asimismo dispares, aunque hasta cierto punto paralelas
Fiódor Dostoievski (1821-1881) quería ser como el conde Lev Tolstói (1828-1910), el escritor mejor pagado de Rusia. Las deudas persiguieron toda la vida a Dostoievski, fundador y director de periódicos, titánico folletinista a destajo. Si prometió a sus veinticuatro años que jamás escribiría por dinero, a los cincuenta declaró que toda su vida había trabajado por dinero y nunca había dejado de pasar necesidades: quién pudiera escribir sin prisas ni fecha de entrega fija, como Tolstói y Turguéniev.

Dicen que el genio Dostoievski, hijo de un médico de pobres, entró en el negocio literario porque le debía 300 rublos a un prestamista y, para pagarle, tradujo en unos cuantos días de 1844 Eugénie Grandet, de Balzac. En 1846, después de publicar Pobres gentes, se vio rico y famoso. Publicó dos libros más, El doble y Noches blancas, y fracasó. Entonces, en 1849, conspirador contra la autocracia zarista, cayó en el agujero penitenciario de Siberia, del que tardó en salir diez años. Antes lo pasaron por un pelotón de ejecución fingido, montado con el único objetivo de aterrorizar al reo. Ese pavoroso episodio, repetido casi siempre que se habla de Dostoievski, lo utilizó el propio protagonista para conquistar a mujeres mediante el procedimiento de explotar el drama personal, es decir, el trauma dramatizado.

[...] Aparte del desprecio hacia los valores prácticos de la Europa occidental, a Dostoievski y a Tolstói los unió el hecho de que los dos publicaran novelas por entregas: el medio que los ponía en contacto con el público —la revista periódica— movía a la acumulación de acontecimientos, a prolongar la narración hasta lo inconcebible. Pero, juntos en la fabulación desbordante, sus vidas fueron muy dispares, aunque paralelas. Si Dostoievski maduró en un presido siberiano, el joven Tolstói sirvió como oficial en la guerra de Crimea y estuvo en el sitio de Sebastopol. Viajó por Europa, que no le gustó, y, tal como Dostoievski había contado sus experiencias de recluso, Tolstói triunfó narrando sus peripecias militares. Los entendidos juzgaron homéricas sus historias de cosacos. En 1861 el conde Tolstói se retiró a sus tierras de Yásnaia Poliana, en la región del Volga, mientras Dostoievski, por mucho que huyera a los casinos europeos, acababa siempre en sus profundidades personales, ensimismado en sus criaturas literarias, es decir, ensimismado muchas veces. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: revistamercurio.es

domingo, 21 de enero de 2018

La siesta del martes. Un cuento de Gabriel García Márquez referenciado por Sarah Hirschman en su libro "Gente y cuentos".

El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, intempestivos espacios sin sembrar, había ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas, entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y aún no había empezado el calor.

—Es mejor que subas el vidrio —dijo la mujer—. El pelo se te va a llenar de carbón.

La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba bloqueada por óxido.

Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre.

La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza.

A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas.

Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para comer. Le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 20 de enero de 2018

Descenso al Maelström. Un cuento de Edgar Allan Poe.

Este texto nos regala toda la fuerza narrativa de Edgar Allan Poe. Una fuerza que nos atrapa como lo hace el gran remolino del que nos hablar el autor.


Descenso al Maelström


Los caminos de Dios en la naturaleza y en la providencia no son como nuestros caminos; y nuestras obras no pueden compararse en modo alguno con la vastedad, la profundidad y la inescrutabilidad de Sus obras, que contienen en sí mismas una profundidad mayor que la del pozo de Demócrito.

Joseph Glanvill


Habíamos alcanzado la cumbre del despeñadero más elevado. Durante algunos minutos, el anciano pareció demasiado fatigado para hablar.

-Hasta no hace mucho tiempo -dijo, por fin- podría haberlo guiado en este ascenso tan bien como el más joven de mis hijos. Pero, hace unos tres años, me ocurrió algo que jamás le ha ocurrido a otro mortal… o, por lo menos, a alguien que haya alcanzado a sobrevivir para contarlo; y las seis horas de terror mortal que soporté me han destrozado el cuerpo y el alma. Usted ha de creerme muy viejo, pero no lo soy. Bastó algo menos de un día para que estos cabellos, negros como el azabache, se volvieran blancos; debilitáronse mis miembros, y tan frágiles quedaron mis nervios, que tiemblo al menor esfuerzo y me asusto de una sombra. ¿Creerá usted que apenas puedo mirar desde este pequeño acantilado sin sentir vértigo?

El «pequeño acantilado», a cuyo borde se había tendido a descansar con tanta negligencia que la parte más pesada de su cuerpo sobresalía del mismo, mientras se cuidaba de una caída apoyando el codo en la resbalosa arista del borde; el «pequeño acantilado», digo, alzábase formando un precipicio de negra roca reluciente, de mil quinientos o mil seiscientos pies, sobre la multitud de despeñaderos situados más abajo. Nada hubiera podido inducirme a tomar posición a menos de seis yardas de aquel borde. A decir verdad, tanto me impresionó la peligrosa postura de mi compañero que caí en tierra cuan largo era, me aferré a los arbustos que me rodeaban y no me atreví siquiera a mirar hacia el cielo, mientras luchaba por rechazar la idea de que la furia de los vientos amenazaba sacudir los cimientos de aquella montaña. Pasó largo rato antes de que pudiera reunir coraje suficiente para sentarme y mirar a la distancia.

-Debe usted curarse de esas fantasías -dijo el guía-, ya que lo he traído para que tenga desde aquí la mejor vista del lugar donde ocurrió el episodio que mencioné antes… y para contarle toda la historia con su escenario presente. CONTINUAR LEYENDO

Lujuria. Un poema de Miguel de Unamuno.

Cuando murmuras con nervio acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuando más que ceñir, romper intenso
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.
Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tu eres mi vida,
esta y la otra si hay otra; y solo ansío
gozar tu cuerpo, que a gozar me llama,
¡ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!…

jueves, 18 de enero de 2018

Experiencias de lectura en Iberoamérica: Buenas prácticas para la formación de lectores, por Cecilia Espinosa, directora de la Fundación SM.

En San Juan La Laguna, Guatemala, hay una biblioteca que inició como un espacio para intentar recuperar la confianza en el otro, en los otros, en los espacios públicos, después de una guerra que los había dejado a todos sin palabras. Se trataba, precisamente, de hacer comunidad hablando, escuchando. Así lo cuenta Yisrael Quic, bibliotecario guatemalteco: “Somos mayas tz’utujiles. La comunidad tiene valores de solidaridad y colaboración, pero durante el conflicto armado estos valores han sido heridos. El conflicto duró 36 años y ha creado una cultura de silencio en la comunidad.”

Hoy, esa biblioteca, la Biblioteca comunitaria Rija’tzuul Na’ooj, ha impulsado la creación de muchas bibliotecas comunitarias más y es un punto de encuentro intergeneracional en el que sus usuarios igual cuentan leyendas populares que tejen con telar de cintura. Albergan un salón de eventos, un centro de negocios y hasta un museo. 

Esta es una de las 12 experiencias de lectura que seleccionó el Comité Académico de la Fundación SM en 2016 para exponer en el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil, CILELIJ, realizado en la Ciudad de México. Recupero en esta entrada los pósters y las descripciones de esos proyectos cortesía de la Fundación. 

Cada testimonio es alentador y conecta con muchas iniciativas más. La historia de la biblioteca comunitaria en Guatemala me recordó el surgimiento de la Biblioteca Internacional de la Juventud, iniciativa de Jella Lepman, quien al regresar a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, se dio a la tarea de generar un espacio de rehabilitación social con la mayor diversidad de libros posible. También pensé en el testimonio de Irene Vasco quien va a zonas rurales sobrevivientes de la violencia en Colombia para leer o en Sara Benavides quien tiene una sala de lectura en una pequeña comunidad de pescadores en Veracruz, uno de los Estados más afectados por el crimen organizado en México. 

Muchos espacios para leer surgen como respuesta al cierre de otros espacios, a veces simbólicos, otras veces muy concretos: una escuela, un museo, una biblioteca, y de pronto ya está instalada en la sala de una casa, en el zaguán, en la cochera, en un patio trasero un nuevo espacio en el que la vida y los libros se entrecruzan.

[...] Navegar por el complejo universo de la promoción de la lectura en Iberoamérica requiere una brújula, pues año tras año nacen nuevos proyectos y programas. En esta riqueza de propuestas es posible identificar una constante: el mediador como puente entre los libros y los lectores. La mediación tiene un antes y un después del lector: un amplio acervo en propuestas literarias y estéticas, una selección de títulos y una diversidad de temas, una metodología y un ambiente estimulante se combinan para construir este puente.

En Fundación SM creemos que la cultura y la educación –como experiencias estéticas y de aprendizaje–son el camino para garantizar la formación de ciudadanos creativos, autónomos y capaces de situarse críticamente frente a su entorno. Por esta razón, el comité académico del CILELIJ seleccionó algunas de las experiencias de lectura más significativas de Iberoamérica.

Con testimonios, fotografías y diversos materiales, la muestra está conformada por doce proyectos de seis países: Argentina, Brasil, Colombia, España, Guatemala y México. Cada uno de ellos se ha convertido en un referente local e incluso internacional.

Todas las experiencias desarrollan un programa de acompañamiento permanente a través de la lectura, la palabra y la imagen y, sobre todo, buscan vincular al lector con su entorno más cercano: la familia, la escuela y la comunidad en la que se desenvuelven. Algunos de estos proyectos nacieron en bibliotecas y en espacios de arte; otros en hospitales y librerías, y hasta en cementerios.

A partir de estos proyectos queremos compartir con ustedes nuestro compromiso con el presente y el futuro de los niños y jóvenes, pues creemos que todos debemos convertirnos en voceros y voluntarios de prácticas culturales innovadoras y transformadoras de nuestros entornos. CONTINUAR LEYENDO PARA CONOCER LAS DIFERENTES EXPERIENCIAS

CONJURO PARA CONVERTIR EN PRÍNCIPE A UN SAPO. Un poema de María Rosal.

Lo primero y principal
es tener un sapo guapo,
una varita encantada -de hada-
Decir: hale hale hop,
el encanto se acabó.

Y si además te gustara
puedes casarte con él
-ya ves-
Pero recuerda la historia:
falta el beso de la novia.

Y yo que tú no lo haría
porque existen precedentes
de que después de besados
los príncipes tan osados
no saben freír un huevo.

¿Y qué han hecho
de su hada salvadora?
Pues en agradecimiento
la han convertido en señora
de su casa y de su escudo
y cada día menos bruja
y más maruja
limpia la casa y cocina
igual que cualquier vecina.

Mejor no beses el sapo
ni porque sea muy guapo.

domingo, 14 de enero de 2018

Abuelo, en la noche. Un poema de Pablo Antonio Cuadra

Esta es la casa que he perdido
habito en ella en sueños
y no quisiera hablar de ella después que todo ha sido consumado.
Mis hijos han edificado sus casas en Babilonia
y yo atravieso el desierto para pasar veladas con ellos
escuchando afuera, al borde de la puerta impotente
el ruidoso río de automóviles que filtra sus aguas turbias en el umbral.
Hablamos de esto y de lo otro en la apretada salita
como conspiradores bajo el sofocante
y ordenado itinerario de los relojes
porque todos trabajan, duramente,
invirtiendo su vida en el negocio de perderla
y llegan llenos de cifras como los carpinteros de virutas
fatigados de información. Entonces, si yo recuerdo
si fácilmente caigo en las viejas historias
si abro para ellos las puertas de la casa
abren los ojos y me reconfortan con su alegría
-piensan tal vez que es posible el retorno-
porque ellos vivieron, ellos nacieron y se criaron
en la casa que perdimos
en la vieja casa grande junto al río
donde yo vuelvo ahora
donde yo vuelvo siempre
apenas cae un poco de sueño en mis ojos vacíos. ​

jueves, 11 de enero de 2018

Artistas de variedades. Un cuento de Daniel Moyano. Otro cuento referenciado por Sarah Hirschman en su libro "Gente y cuentos".

Cuando llegó a la ciudad, Ismael deseaba muchas cosas. Hasta le hubiera gustado cambiar de rostro. Le costó mucho en los primeros tiempos saber que realmente estaba en la ciudad, y se consideraba todavía un muchacho de un pueblo incipiente que miraba todas las tardes las vías del tren pensando que al final de ese camino inacabable había una ciudad como de vidrio, oscilando bajo el sol y esperándolo generosamente. Allí al fin nada le sería negado, y estar en la ciudad significaría habitar un mundo lleno de posibilidades.

La ciudad tenía un número limitado de maravillas que fueron rápidamente agotadas en la contemplación. Sintió el desencanto de perderlas pero advirtió a la vez, como una esperanza ínfima, que le quedaban los ojos deslumbrables, aptos para verlas otra vez en el caso de que apareciesen.

A los pocos meses de estar en la ciudad sintió sin comprobarlo claramente, que de todo su antiguo mundo de presentimientos solo le quedaban los símbolos. Probó distintas suertes, trabajó en los oficios más diversos, y advirtió que el tiempo transcurrido se le manifestaba en la necesidad acuciante de los menesteres más inverosímiles. A su tristeza natal se sumó otra, histórica, indescifrable. Sentía que no había hallado su camino y quería ser algo, o por lo menos significar algo y demostrarlo. Alguien le había dicho una vez en una pensión que lo único realmente necesario en el mundo era la vocación. La palabra fue un descubrimiento para él. Justamente era lo que él poseía.

Una vez tuvo la sensación de que en la ciudad fabulosa la gente vivía arrastrando cierto cansancio, indiferente a todo acto de maravilla, a todo intento de salvación. Porque únicamente lo maravilloso salvaba del riesgo de afrontar el destino de las ciudades. Le parecía que en la ciudad estaban realmente todas las cosas buenas del mundo pero que no eran para sus habitantes, condenados a verlas solamente y rozarlas apenas en una marcha inacabable que era como un gran círculo doloroso. Las cosas buenas y milagrosas estaban allí para otros, para uno como él por ejemplo, que viniera desde afuera para disfrutarlas interminablemente. Sin embargo, había advertido que desde hacía mucho tiempo, desde que tenía aquellas necesidades acuciantes, él era igual que ellos y que la llegada de un elegido, como en su momento lo había sido él, era ya improbable. De modo que le quedaba, pues, su capacidad de deslumbramiento, sus ojos, y aunque los ídolos estuviesen derrotados él podría vislumbrar un instante prístino y dar el gran salto que lo redimiera. CONTINUAR LEYENDO

martes, 9 de enero de 2018

Bebés lectores ¿Cómo leen los que aún no leen? CERLALC (Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe)

“Los artículos que componen este dosier dan cuenta, desde diversas perspectivas, de la importancia de leer con los niños desde su más temprana edad y de desarrollar con ellos, en el contexto familiar y cotidiano, actividades en torno a la lectura de diversos textos”, Marianne Ponsford, directora del CERLALC.


CONTENIDO

  • Editorial
  • Las primeras experiencias de lectura y el desarrollo neuronal. Francisco Leal Quevedo
  • Dime, diré y dirás: los menores de siete años como lectores y autores Luz María Chapela
  • La literatura infantil: un espacio para la construcción de sentido María Graciela Bautista Cote 14 
  • Bebés, niños pequeños y dispositivos digitales Carola Martínez 18 
  • ¿Iniciativas adultas o infantiles? Reflexiones y pistas para seguir leyendo con los bebés Alma Carrasco-Altamirano 28

martes, 2 de enero de 2018

Petróleo. Un cuento de Héctor Tizón (Otro de los cuentos trabajados por Sarah Hirschman en su libro "Gente y cuentos")

Daniela Kantor
Un alargado grito, un llamado; algo que se escuchó con toda claridad desde el viaducto hasta el vaciadero municipal de basuras, y aún más allá, interrumpió la sosegada siesta de los ranchos. Nosotros, que desde el mediodía estábamos tratando de pescar algunas viejas, levantando con la parsimonia necesaria las piedras de la costa luego de haber enturbiado el agua, también lo oímos. Prestamos atención entonces y volvimos a escuchar:

-¡Eh! ¡Julián, Segundo, Gertrudis, Gabino, doña Trinidad! ¡Vengan todos!

Buscamos al autor de los gritos y enseguida lo distinguimos. Nicolás agitaba los brazos y volvía a repetir sus alaridos, desde la copa inmensa de un sauce.

-¡Petróleo! -exclamó-. ¡Es petróleo!

Sinceramente creo que aunque había escuchado alguna vez esa palabra no conocía exactamente su significado. Por eso quizás El Laucha y yo, a pesar de los gritos, no prestamos mayor interés al asunto. Por el momento nos preocupaban las viejas; alguien había ofrecido comprárnoslas a razón de dos por quince centavos y además nos gustaba meter los pies en el agua. Eso era bueno. Incluso creo que El Laucha, o yo mismo, no recuerdo bien, dijimos:

-Nicolás ya está machao de nuevo.

Nos encogimos de hombros. El agua estaba buena y si juntábamos unas veinte viejas más ya alcanzaría para algo: una camiseta de Boca Juniors que quería El Laucha y también para esa careta de burro que a mí me gustaba para Carnaval. Era una linda careta la que había visto, grande, de largas orejas suaves y a la que creo, por añadidura, vendían con un pito, para Carnaval.

De modo que seguimos tratando de sacar el mayor número de viejas posible, por la costa, aguas abajo. CONTINUAR LEYENDO