jueves, 30 de mayo de 2019

El prodigioso miligramo, un cuento de Juan José Arreola (México: 1918-2001).

Una hormiga censurada por la sutileza de sus cargas y por sus frecuentes distracciones, encontró una mañana, al desviarse nuevamente del camino, un prodigioso miligramo.

Sin detenerse a meditar en las consecuencias del hallazgo, cogió el miligramo y se lo puso en la espalda. Comprobó con alegría que aquella era una carga justa para ella. El peso ideal de aquel objeto daba a su cuerpo extraña energía: como el peso de las alas en el cuerpo de los pájaros. En realidad, una de las causas que anticipan la muerte de las hormigas es la ambiciosa desconsideración de sus propias fuerzas. Después de entregar en el depósito de cereales un grano de maíz, la hormiga que lo ha conducido a través de un kilómetro apenas tiene fuerzas para arrastrar al cementerio su propio cadáver.

La hormiga del hallazgo ignoraba su fortuna, pero sus pasos demostraron la prisa ansiosa del que huye llevando un tesoro. Un vago y saludable sentimiento de reivindicación comenzaba a henchir su espíritu. Después de un larguísimo rodeo, hecho con alegre propósito, se unió al hilo de sus compañeras que regresaban todas, al caer la tarde, con la carga solicitada ese día: pequeños fragmentos de hoja de lechuga cuidadosamente recortados. El camino de las hormigas formaba una delgada y confusa crestería de diminuto verdor. Era imposible engañar a nadie: el miligramo desentonaba violentamente en aquella perfecta uniformidad.

Ya en el hormiguero, las cosas empezaron a agravarse. Las guardianas de la puerta, y las inspectoras situadas en todas las galerías, fueron poniendo objeciones cada vez más serias al extraño cargamento. Las palabras “miligramo” y “prodigioso” sonaron aisladamente, aquí y allá, en labios de algunas entendidas. Hasta que la inspectora en jefe, sentada con gravedad ante una mesa imponente, se atrevió a unirlas diciendo con sorna a la hormiga confundida: “Probablemente nos ha traído usted un prodigioso miligramo. La felicito de todo corazón, pero mi deber es dar parte a la policía.”

Los funcionarios del orden público son las personas menos aptas para resolver cuestiones de prodigios y de miligramos. Ante aquel caso imprevisto por el código penal, procedieron con apego a las ordenanzas comunes y corrientes, confiscando el miligramo con hormiga y todo. Como los antecedentes de la acusada eran pésimos, se juzgó que un proceso era de trámite legal. Y las autoridades competentes se hicieron cargo del asunto. CONTINUAR LEYENDO

martes, 28 de mayo de 2019

Artritis metafísica. Un poema de Ángel González

Siempre alguna mujer me llevó de la nariz
(para no hacer mención de otros apéndices).

Anillado
como un mono doméstico,
salté de cama en cama.

¡Cuánta zalema alegre,
qué equilibrios tan altos y difíciles,
qué acrobacias tan ágiles,
qué risa!

Aunque era un espectáculo hilarante,
hubo quien se dolió de mis piruetas,
lo cual no es nada extraño:
en semejante trance
yo mismo
me rompí el alma en más de una ocasión.

Es una pena que esos golpes
que, entregados al júbilo del vuelo,
entonces casi no sentimos,
algunas tardes ahora,
en el otoño,
cuando amenaza lluvia
y viene el frío,
nos vuelvan a doler tanto en el alma;
renovado dolor que no permite
reconciliar el sueño interrumpido.

En esas condiciones no hay alivio posible:
ni el bálsamo falaz de la nostalgia,
ni el más firme consuelo del olvido.
(En la imagen, Ángel González con su esposa, la también poeta María Vela Zanetti)

domingo, 26 de mayo de 2019

"UNA NOCHE". Una noche. Un poema de Constantino Cavafis


El cuarto era pobre y vulgar,
oculto en los altos de una taberna equívoca.
Desde la ventana se veía la calleja,
sucia y estrecha. Desde abajo
llegaban las voces de algunos obreros
que jugaban a las cartas y que se divertían.

Y allí en la cama humilde, ordinaria
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
voluptuosos y rojos de la embriaguez –
rojos de tal embriaguez, que también ahora
cuando escribo, ¡después de tantos años!,
en mi casa solitaria, me embriago nuevamente.




viernes, 24 de mayo de 2019

La útlima visita del Caballero Enfermo, un cuento de Giovanni Papin (Italia: 1881-1956).

Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastianbo del Piombo, que lo representa envuelto en una chaqueta, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos- recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos, la languidez habitual de los ojos.

Era, verdaderamente, un sembrado de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que este ingresara al mundo de los sueños. Nadie le preguntó cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.

La víspera de este día, a primer hora de la mañana, cuando apenas el cielo empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.

-¿Qué le pasa? -le pregunté-. ¿Su enfermedad lo hace sufrir más que otros días?

-¿Mi enfermedad? -respondió-. Usted cree, como todos, que tengo una enfermedad? ¿Que se trata de una enfermedad mía? ¿Por qué no decir que yo soy una enfermedad? Nada me pertenece. ¡Pero yo soy de alguien y hay alguien a quien pertenezco!

Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.

-No tiene usted ningún rastro de fiebre -continuó diciéndome-, está usted perfectamente sano y tranquilo. Puedo, pues, decirle algo que tal vez lo espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 23 de mayo de 2019

Me destierro. un poema de Miguel de Unamuno

Me destierro a la memoria,
voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
en el yermo de la historia,

que es enfermedad la vida
y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
donde la muerte me olvida.

Y os llevo conmigo, hermanos,
para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.

Aquí os dejo mi alma-libro,
hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero,
soy yo, lector, que en ti vibro.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Función de la literatura infantil y juvenil en la formación de la competencia literaria / Antonio Mendoza Fillola. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



jueves, 16 de mayo de 2019

No decía palabras, un poema de Luis Cernuda y una página web dedicada al surrealismo en la obra del poeta.

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

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Estupenda página de Blogge@ndo dedicada al surrealismo en la obra de Luis Cernuda.
Adela Fernández, Irene González y Marimar Pérez, con la colaboración de Felipe Zayas



miércoles, 15 de mayo de 2019

Gritos, vejaciones, perdón, un artículo de Juan Mata publicado en CLIJ191.



He visto a niños de 2, 3, 4 años embelesados ante espectáculos de teatro y danza como Toc, Toc, Toc o Pedro y el lobo o I colo ri dell'acqua o Mua, mua; 'he visto a niños de 7 y 8 años silenciosos y felices ante obras de Alexander Calder o Joan Miró; he visto a niños de todas las edades intensamente atentos a la lectura, realizada por sí mismos o por adultos, de cuentos como No es fácil, pequeña ardilla, Elmer o El lugar más bonito del mundo. Son observaciones personales y por tanto no tienen valor demostrativo, pero han sido tan reveladoras e incontestables esas experiencias que me afirman en la convicción de que la acostumbrada muralla que elevamos entre el mundo adulto y el infantil, "eso no lo entienden los niños", tiene más que ver con los prejuicios y las perezas de los mayores que con las capacidades intelectuales y emotivas de la infancia. 

En el mundo de la vida, son precisamente las cosas que no entendemos del todo las que más nos subyugan, las que más nos incitan a preguntar e indagar. 

Y lo dañino de ese prejuicio son las oportunidades desaprovechadas, quizá para siempre, de ofrecer a los niños experiencias irrepetibles, motivos para poder pensar junto a los adultos sobre las cosas que importan y les importan. Porque con la misma frecuencia con que he escuchado esas prevenciones —"esto no es apropiado para los niños"—, he escuchado también las manifestaciones de incredulidad que siguen al júbilo de una representación, un concierto o una lectura: «ni por asomo podía imaginar que los niños reaccionarían así de bien». Pero ¿acaso qué tipo de resistencia esperaban de ellos? ¿Qué insensibilidad les presuponían? ¿Qué escasa inteligencia les asignaban?
A propósito de ciertos libros infantiles percibo idéntica desconfianza. Sus argumentos, su lenguaje o sus ilustraciones resucitan con frecuencia el consabido dictamen. Y cuanto más valiente es el libro, es decir, cuanto más delicada es la cuestión que aborda o más arriesgado es su planteamiento visual, más insistentes son esos comentarios. Lo cierto es que muchos álbumes y libros para niños evidencian una hondura y una ambición difíciles de encontrar en tantos libros escritos para los adultos. Dos de esos peliagudos asuntos, la humillación y el perdón, que bien podrían encuadrarse en la categoría de «impropio de niños», tienen, sin embargo, en la literatura infantil ejemplos admirables que hacen que las historias que cuentan puedan equipararse a la más grande literatura. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 13 de mayo de 2019

Viejo oficio, un cuento de Cesare Pavese.

En aquellos tiempos estaba ocupadísimo y vivía con los carreteros. La cabeza me resuena aún con las gruesas voces de mando y el chirrido de los frenos. Nuestro punto de reunión estaba en el patio, bajo el zaguán de cierta ventana que, las noches de partida, era un antro de faroles y de voces iracundas como latigazos. Criadas y mozos que nos daban la salida ansiaban vernos en camino, porque entonces podrían pararse en el umbral a respirar: el restallido de nuestras trallas era su liberación.

También para nosotros el latigazo largo, asestado fuera del zaguán al flanco de los caballos, era la señal de que comenzaban la conducción y la noche. Con las primeras sombras nos hacíamos compañía, si había estrellas, de dos en dos o de tres en tres por el arcén de la carretera, sin perder de vista al caballo de cabeza y las bifurcaciones, porque la caravana marcha como un tren y todo estriba en que esté bien encaminada. Después empezaban a rezagarse los más viejos y a montar en los distintos carros; nosotros, los jóvenes, siempre teníamos alguna conversación que terminar y un último pitillo que pedir.

Pero también al final saltábamos sobre los sacos y comenzaba el duermevela.

Cuántas noches pasé así acurrucado sobre los sacos, bamboleándose ante mis ojos el farol que en el sopor no distinguía ya si iba colgado del carro anterior o si acaso era el mío. Uno se sentía transportar, sentía todo el carro y el caballo moverse y estirarse debajo; ciertos tramos de la carretera los reconocía por los tumbos. Según que el carro pasase bajo una ladera, o entre un campo delante de un porche, de una tapia, o sobre un puente, el eco del estrépito de las ruedas variaba: era una voz que hacía más compañía que los cascabeles que los caballos agitaban meneando la cabeza. Era una voz que, apenas el frío del alba nos despertaba, volvía a dejarse oír incesante, mudada según el camino recorrido, y antes aún de que un vistazo al campo o a las casas nos dijese dónde estábamos nos sosegaba con su monotonía. Tumbado sobre los sacos, cada uno de nosotros escuchaba solo su carro pero adivinaba en los diversos chirridos que lo acompañaban la presencia de otros, y en ciertos momentos que en el campo todo callaba, uno alzaba la cabeza del saco y quedaba en suspenso hasta que veía un farol bambolearse a ras del suelo, o un tintineo y el estrépito de las otras ruedas sobre el polvo llegaba a tranquilizarlo. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 12 de mayo de 2019

Posibilidades, un poema de Wislawa Szymborska.


Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

viernes, 10 de mayo de 2019

ESCRITORAS QUE HAN REVOLUCIONADO LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL (Del blog:coloríncoloradolibros)


Esta semana en literatura infantil y juvenil por el mundo os hablamos de las escritoras más innovadoras y relevantes de la literatura infantil y juvenil, mujeres que nos han hecho vibrar, soñar e imaginar con sus historias y que con su imaginación ha despertado inquietudes y la pasión por la lectura en millones de niños y jóvenes.

La literatura infantil de los países nórdicos, sueca ,danesa y finlandesa, se caracteriza por abordar temas que en un principio pueden resultarnos difíciles de tratar con los más pequeños de la casa como son la muerte o la violencia. Astrid Lindgren fue una de las primeras en rechazar con su obra Pippi Calzaslargas que la literatura debe enseñar valores éticos y morales y fue muy criticada por la actitud rebelde de esta niña poco modélica. Entre sus títulos más famosos destacamos Pippi Calzaslargas, Ronja, la hija del bandolero, Mio, mi pequeño Mio , Los Niños De Bullerbyn y Los hermanos corazón de León.
Sus libros son un reflejo del espíritu humanista y de una defensa decidida de los valores de la paz, el ecologismo y el feminismo. Consiguió numerosos premios como el Andersen, en 1958; Nils Holguerson en 1950; Premio Nacional de Literatura de Suecia en 1957; Medalla de oro de la Academia Sueca en 1971. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 9 de mayo de 2019

El aya. Un cuento de José María Eça de Queirós.

Érase una vez un rey, joven y valiente, señor de un reino abundante en ciudades y cosechas, que partía a batallar por tierras distantes, dejando solitaria y triste a su reina y a un hijo chiquitín, que todavía vivía en su cuna, envuelto en sus fajas. La luna llena que lo viera marchar, llevado en su sueño de conquista y de fama, empezaba a menguar, cuando uno de sus caballeros apareció, con las armas rotas, negro de la sangre seca y del polvo de los caminos, trayendo la amarga nueva de una batalla perdida y de la muerte del rey, traspasado por siete lanzas entre la flor de su nobleza, a la orilla de un gran río. La reina lloró magníficamente al rey. Lloró, además, desoladamente al esposo, que era hermoso y alegre. Pero, sobre todo, lloró ansiosamente al padre que así deja al hijito desamparado, en medio de tantos enemigos de su frágil vida y del reino que sería suyo, sin un brazo que lo defendiese, fuerte por la fuerza y fuerte por el amor.

De esos enemigos, el más temeroso era su tío, hermano bastardo del rey, hombre depravado y bravío, consumido por groseras codicias, deseando la realeza tan solo por sus tesoros, y que hacía años que vivía en un castillo en los montes, con una horda de rebeldes, como lobo que, desde su atalaya, en su foso, espera la presa. ¡Ay, la presa ahora era aquella criaturita, rey que aún mamaba, señor de tantas provincias, y que dormía en su cuna con un sonajero de oro en la mano cerrada!

A su lado, otro niño dormía en otra cuna. Pero este era un esclavito, hijo de la bella y robusta esclava que amamantaba al príncipe. Ambos habían nacido en la misma noche de verano. El mismo pecho los criaba. Cuando la reina, antes de adormecerse, se acercaba a besar al principito, que tenía el cabello rubio y fino, besaba también por amor suyo al esclavito, que tenía el cabello negro y crespo. Los ojos de ambos relucían como piedras preciosas. Solo que la cuna de uno era magnífica y de marfil entre brocados, y la cuna del otro, pobre y de mimbre. La leal esclava, sin embargo, a ambos dedicaba igual cariño, porque si uno era su hijo, el otro sería su rey. CONTINUAR LEYENDO


miércoles, 8 de mayo de 2019

Despabílate amor, un poema de Mario Benedetti


Bonjour buon giorno guten morgen
despabílate amor y toma nota
sólo en el tercer mundo
mueren cuarenta mil niños por día
en el plácido cielo despejado
flotan los bombarderos y los
buitres
cuatro millones tienen sida
la codicia depila la amazonia

buenos días good morning
despabílate
en los ordenadores de la abuela
onu
no caben más cadáveres de
ruanda
los fundamentalistas degüellan a
extranjeros
predica el papa contra los
condones
havelange estrangula a maradona

bonjour monsieur le maire
forza italia buon giorno
guten morgen ernst junger
opus dei buenos días
good morning hiroshima

despabílate amor
que el horror amanece.

sábado, 4 de mayo de 2019

Hace tiempo, un poema de Francisca Aguirre.


Hace tiempo
A Nati y Jorge Riechmann
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.