lunes, 28 de septiembre de 2020

Lo que leo. Leer y escribir en familia. Yolanda Reyes



Yolanda Reyes reflexiona y propone, contestando a dos preguntas, formas de hacer para animar a la lectura y a la escritura.
  • ¿Qué beneficios ofrece la lectura para el desarrollo y el proceso de formación de niños y jóvenes?
  • ¿Qué actitudes puedo utilizar para fomentar el hábito de la lectura en mi hijo o en mi hija, desde la primera infancia a la adolescencia?

Leer para fecundar el futuro. Kepa Osoro (Revista Cuatrogatos).

Rara es la revista especializada que no incluye en cada uno de sus números algún artículo que describe apasionadamente las virtudes de determinada estrategia de animación lúdico/cósmico/literario/festiva. Y nuestra intención no es criticar el trabajo de nadie, sino tratar de aderezar tanta música celestial con un poco de "fundamento"conceptual y pedagógico. 

Y es que –volvemos a argumentar una vez más– si después de veinte años tejiendo hermosísimos y coloristas tapices para animar a nuestros niños y jóvenes a leer los resultados no son precisamente alentadores, la más sincera y modesta autocrítica nos tiene que conducir a reconocer que nuestra didáctica de la lectura no es todo lo eficaz que debiera. Y ante esta constatación debemos ser rigurosos en nuestro análisis buscando los puntos fuertes y débiles de nuestra metodología. Ni hemos de desechar todo lo que estamos haciendo (¡hay cosas excelentes, sobre todo a nivel de actitudes y deseos!) ni podemos seguir mirándonos al ombligo echando balones fuera y culpabilizando a la TV, los videojuegos y las nuevas tecnologías de nuestro fracaso. 

¿Por qué no cuaja la animación lectora? Las causas son complejas y no pretendemos tener todas las respuestas, pero trataremos de realizar un planteamiento crítico, pero positivizante. Tal vez la conclusión más global sería esta: no podemos entender la lectura como una simple técnica instrumental ni como una operación mental uniforme y unidireccional. Bajo el término "lectura" se agrupan una infinita y heterogénea serie de procesos metacognitivos, intelectuales, afectivos, lúdicos y sociales por lo cual su didáctica debe ser afrontada desde ángulos muy diversos, con el empleo de recursos estimulantes y variados y con el concurso de profesionales de diferentes campos del conocimiento.

¿Por qué no somos tan creativos y estimulantes con nuestros alumnos en las diversas facetas de la didáctica de la lectura? A la hora de planificar y llevar a cabo estrategias de animación lectora damos de sí hasta el infinito, pero tal vez deberíamos poner el mismo énfasis imaginativo y motivador cuando estamos trabajando la técnica lectora (iniciación, entonación, ritmo, velocidad), las habilidades lectoras (neuropsicológicas, lingüísticas, intelectuales, emocionales, sociales), la lectura de investigación, las técnicas de estudio basadas en el acto lector reflexivo, la lectura selectiva, las estrategias metacognitivas de comprensión... CONTINUAR LEYENDO

domingo, 27 de septiembre de 2020

La guadaña, un siniestro cuento de Ray Bradbury

DE REPENTE SE ACABÓ EL CAMINO. Recorría el valle como cualquier otro camino, entre laderas de tierra yerma y pedregosa y encinas, y después junto a un gran campo de trigo solo en aquel desierto.
Llegaba junto a la pequeña casa blanca que pertenecía al campo de trigo y allí desaparecía, como si ya no fuera necesario.
No importaba demasiado porque allí mismo se les había terminado la gasolina. Drew Erickson frenó el viejo cacharro y permaneció sentado allí, sin hablar, contemplándose las grandes y rugosas manos de granjero.
Molly dijo, sin moverse del rincón donde estaba, junto a él: -Seguramente hemos tomado un desvío equivocado.
Drew asintió.
Los labios de Molly estaban casi tan blancos como su rostro, pero secos, mientras que su iel aparecía bañada de sudor. Su voz sonaba opaca, sin la menor expresión.
-Drew, ¿qué vamos a hacer ahora?
Drew se miró las manos. Manos de granjero a las que el viento, seco y hambriento, que nunca tenía bastante buena marga que comer, les había arrebatado la granja.
Los niños, que iban en el asiento de atrás, se despertaron y asomaron las cabezas por entre los bultos y mantas polvorientos, por encima del respaldo del asiento, y preguntaron: -¿Por qué nos paramos, papá? ¿Vamos a comer ahora, papá? Papá, tenemos mucha hambre.
¿Podemos comer ahora, papá?
Drew cerró los ojos. Aborrecía la visión de sus manos.
Los dedos de Molly rozaron su muñeca con suavidad, dulcemente.
-Drew, quizá en esa casa nos podrían dar algo para comer.
Una arruga apareció junto a su boca.
-Mendigar -masculló-. Ninguno de nosotros ha mendigado nunca ni mendigará ahora.
La mano de Molly se cerró sobre su muñeca. Al volverse vio sus ojos y también los de Susie y del pequeño que le miraban. Poco a poco fue cediendo la rigidez de su cuello y de su espalda. Su rostro se puso blando e inexpresivo, informe, como una cosa que ha sido golpeada con dureza durante demasiado tiempo. Bajó del coche y emprendió el camino hacia la casa. Caminaba sin seguridad, como un hombre enfermo o medio ciego.
La puerta de la casa estaba abierta. Drew llamó tres veces. En el interior sólo había un silencio y una cortina blanca en la ventana moviéndose en el aire pesado, caliente.
Lo sabía antes de entrar. Sabía que la muerte estaba dentro de la casa. Era ese tipo de silencio.
Cruzó por un pequeño vestíbulo a un cuarto de estar limpio y no muy grande. No pensaba en nada. Estaba más allá de todo pensamiento. Iba en dirección a la cocina, sin preguntar, como un animal.
Entonces, al mirar por una puerta abierta, vio al muerto.
Era viejo y descansaba sobre una cama limpia y blanca. Llevaba poco tiempo muerto porque aún no había perdido esa última expresión tranquila, de paz. Debió saber que iba a morir porque vestía sus ropas de enterrar: un viejo traje negro, limpio y aseado, una camisa blanca y una corbata negra.
En la pared, junto a su cama, se apoyaba una guadaña. Entre las manos del anciano había una espiga de trigo, todavía fresca. Una espiga madura, dorada y cargada de grano. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 25 de septiembre de 2020

Rashomon, un cuento de Ryunosuke Akutagawa

 Era un frío atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes. Situado Rashomon en la Avenida Sujaltu, era de suponer que algunas personas, como ciertas damas con el ichimegasa o nobles con el momiebosh, podrían guarecerse allí; pero al parecer no había nadie fuera del sirviente. Y era explicable, ya que en los últimos dos o tres años la ciudad de Kyoto había sufrido una larga serie de calamidades: terremotos, tifones, incendios y carestías la habían llevado a una completa desolación. Dicen los antiguos textos que la gente llegó a destruir las imágenes budistas y otros objetos del culto, y esos trozos de madera, laqueada y adornada con hojas de oro y plata, se vendían en las calles como leña. Ante semejante situación, resultaba natural que nadie se ocupara de restaurar Rashomon. Aprovechando la devastación del edificio, los zorros y otros animales instalaron sus madrigueras entre las ruinas; por su parte ladrones y malhechores no lo desdeñaron como refugio, hasta que finalmente se lo vio convertido en depósito de cadáveres anónimos. Nadie se acercaba por los alrededores al anochecer, más que nada por su aspecto sombrío y desolado.

En cambio, los cuervos acudían en bandadas desde los más remotos lugares. Durante el día, volaban en círculo alrededor de la torre, y en el cielo enrojecido del atardecer sus siluetas se dispersaban como granos de sésamo antes de caer sobre los cadáveres abandonados.

Pero ese día no se veía ningún cuervo, tal vez por ser demasiado tarde. En la escalera de piedra, que se derrumbaba a trechos y entre cuyas grietas crecía la hierba, podían verse los blancos excrementos de estas aves. El sirviente vestía un gastado kimono azul, y sentado en el último de los siete escalones contemplaba distraídamente la lluvia, mientras concentraba su atención en el grano de la mejilla derecha.

Como decía, el sirviente estaba esperando que cesara la lluvia; pero de cualquier manera no tenía ninguna idea precisa de lo que haría después. En circunstancias normales, lo natural habría sido volver a casa de su amo; pero unos días antes éste lo había despedido, no obstante los largos años que había estado a su servicio. El suyo era uno de los tantos problemas surgidos del precipitado derrumbe de la prosperidad de Kyoto.

Por eso, quizás, hubiera sido mejor aclarar: “el sirviente espera en el portal sin saber qué hacer, ya que no tiene adónde ir". Es cierto que, por otra parte, el tiempo oscuro y tormentoso había deprimido notablemente el sentimentalismo de este sirviente de la época Heian. CONTINUAR LEYENDO

Transfigurar el horror en belleza, por Michèle Petit.

“Todos los vivíparos tienen su guarida”, decía Pascal Quignard. Estamos desnudos y somos frágiles, necesitamos un piso debajo de nuestros pies y paredes a nuestro alrededor. Puntos de referencia visuales, un paisaje. El abismo nos horroriza. Nos espanta ver que se hunda el suelo, que nuestra guarida se fisure.

Nunca he experimentado terremotos o guerras importantes (aunque sí varios ataques terroristas). Sin embargo, un cambio reciente y brutal en mi paisaje familiar me ayuda a sentirme más cerca de aquellos que atraviesan por tales dificultades.

En los últimos meses, justo al lado de mi casa, fueron destruidos varios edificios. En su lugar hay montañas de escombros y un gran agujero. Una flotilla de camiones transporta bloques de concreto y escombro a lo largo del día, mientras que grúas armadas con alicates gigantes continúan rompiendo los edificios que quedan en pie, aplastándolos y triturándolos. No tiene nada de dramático, nada en común con lo que la gente experimentó recientemente en la Ciudad de México: esta destrucción está bajo control, llevada a cabo por una empresa especializada, y los edificios destruidos eran feos, nadie los extraña. 

Sin embargo, este cambio está perturbando a mucha gente. Una amiga, cuando pasa por el sitio, desvía la mirada. “¿Qué es lo que no quieres ver?”, “la destrucción, eso me asusta. El agujero”, como si ahí hubiera una gran tumba. Una de mis vecinas sufre de depresión, ya no puede soportar este caos. Mis vecinos mayores temen que nuestro edificio, construido sobre una cantera, se derrumbe: todos los días tiembla cuando golpean los edificios cercanos. Y es verdad que las vibraciones son impresionantes. Cuando las paredes se mueven, todos nos imaginamos tres pisos más abajo, enterrados bajo los escombros. 

A mí, sobre todo, me disgusta este polvo gris cubriéndolo todo día tras día. Tiene un sabor a muerte, y nos recuerda la fragilidad de nuestra condición. Además, ya no vivimos a color, todo se confunde. Alejandro, el guardián, pelea contra él sin cesar, riega el suelo y las plantas en el patio, para que encuentren un poco de sus matices, un poco de alivio. Tanto alboroto causó que la pareja de cernícalos que había anidado aquí cerca decidió mudarse. Ya no disfrutaré aquellas conversaciones poéticas con una dama que se instalaba en el camino con un catalejo y me explicaba sus hábitos. ¿Cuántos años tardarán las aves en regresar? No lo sé. Tampoco sé si plantarán un árbol en lugar de nuestro viejo castaño que tendremos que talar: él tampoco pudo soportar tantos trastornos. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 24 de septiembre de 2020

Contar cuentos con libros álbum sin palabras (CHILDREN'S LITERATURE IN CRITICAL CONTEXTS OF DISPLACEMENT)

FUNDAMENTOS

Los libros álbum sin palabras, donde las imágenes llevan el peso de la narrativa, se conocen como álbumes “sin palabras” o “mudos”. Al no tener un texto escrito que pueda presentar una barrera para niños pequeños o incluso para algunos adultos, pueden animar a quienes se sienten incómodos con la lectura a acercarse al libro. Son textos hospitalarios, ideales para compartir en grupos multilingües o en grupos donde hay una variedad de niveles de lectura y / o lenguaje, pero también donde hay una variedad de edades. Las imágenes secuenciadas invitan a los lectores a expresar la historia en sus propias palabras y, dado que no hay interpretaciones correctas o incorrectas, todos pueden convertirse en coautores. Por lo tanto, los álbumes sin palabras promueven una participación activa y conjunta, además de conversación, aprendizaje de idiomas, construcción de significados y habilidades en cuanto a la narración de cuentos. Ofrecen oportunidades para hablar sobre las imágenes y las formas en que los ilustradores utilizan los elementos  visuales, por ejemplo, el color, los marcos y la perspectiva, para contar una historia. Además, pueden ser especialmente útiles para invitar a los participantes a responder a la historia de diferentes formas, desde la dramatización hasta la escritura.

CONSEJOS PARA LOS MEDIADORES

• Por lo general, en las imágenes de estos álbumes hay mucho que ver, así que asegúrese de que los participantes tengan suficiente tiempo para mirar el libro y que lo puedan mirar una y otra vez si lo
desean.
• Deje pasar un tiempo antes de pedir a los participantes que intenten contar la historia en palabras, más bien, ofrezca oportunidades para conversar sobre sus inferencias e impresiones del libro y asegúrese de que todos sientan que su versión de la historia es valorada.
• En lugar de “caminar y hablar” a través del libro, muéstreles cada página sin decir nada, pero manténgase atento a si alguien quiere decir algo, señalar un detalle o hacer una pregunta. Al final,
pídales a los participantes que piensen en una palabra que resuma el libro.
• Piensen en cómo los elementos visuales se usan para contar historias (colores, perspectiva etc.) y crear significado.
• Intente contar la historia usando sonidos, ruidos o incluso canciones y música, puede comenzar y luego pedirles a los participantes que ayuden o pedirles que cuenten otro álbum sin palabras de esta manera.
• La historia también se puede contar o acompañar con una acción dramática, haciendo movimientos corporales y gestos.
• Hagan una lista de palabras, quizás en diferentes idiomas, para describir los objetos o los caracteres de las imágenes.
• Anime a los participantes a agregar burbujas de diálogo o de pensamiento a las imágenes (vea la actividad sobre Anotaciones).
• Grabe en audio las historias que los participantes cuentan sobre los libros y compártalas. Las grabaciones también se pueden hacer para comparar las historias contadas después de cada lectura o para ayudar a escribir las historias.
• Escriba la historia colectivamente, asegúrese de que todos sientan que tienen algo valioso para contribuir a la historia colectiva: una palabra, un sentimiento, un recuerdo.

TOMANDO NOTAS DE LAS REACCIONES DE LOS NIÑOS

Tanto los niños como los adultos, incluso los propios mediadores, a menudo se sorprenden cuando ven un libro sin palabras por primera vez y se preguntan cómo se puede ‘leer’. También se preguntan si estos libros ofrecen algo de ‘beneficio’, especialmente para niños mayores. Por lo tanto, es importante aprovechar la oportunidad para hablar sobre el papel de las palabras y las imágenes en una historia y quizás también sobre las imágenes y símbolos que vemos a nuestro alrededor y cómo los interpretamos. Los mediadores también a menudo se sorprenden de la concentración que puede ocurrir durante la lectura de un álbum sin palabras mientras que los participantes intentan darle sentido a la historia. Esta es la razón por la cual se debe permitir suficiente tiempo para leer y mirar con cuidado. En nuestra experiencia, los niños que han leído estos álbumes a menudo hacen comentarios como “te hace pensar más”, “tienes que usar más tu imaginación” o “tienes que inventar tus propias palabras / historias”. Al tomar notas sobre cómo las historias que los niños y otros participantes cuentan después de varios encuentros con el mismo libro, los mediadores pueden observar cómo han aumentado sus habilidades en cuanto a lenguaje y narración.

CRÉDITO Y LECTURAS RECOMENDADAS
Gracias a Nora Obregón por sus comentarios y consejos.

Algunas de estas ideas han sido adaptadas de tres recursos en inglés:

https://www.ibby.org/fileadmin/user_upload/Tips_for_SB.jpg
https://www.scottishbooktrust.com/uploads/store/mediaupload/128/file/Using%20wordless%20picture%20books.pdf
https://www.ibby.org/fileadmin/user_upload/Silent_Books_ENG.pdf

Artículos y listas de álbumes sin palabras en español:






martes, 22 de septiembre de 2020

Me basta así, un poema de Ángel González



Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo, mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).

 

CHILDREN'S LITERATURE IN CRITICAL CONTEXTS OF DISPLACEMENT. Kit de herramientas

 CHILDREN'S LITERATURE IN CRITICAL CONTEXTS OF DISPLACEMENT


Hemos reunido una serie de recursos, estrategias y actividades artísticas utilizando la literatura infantil. Estos archivos del kit de herramientas deben convertirse en puntos de referencia útiles para los mediadores. Se presentan en un formato PDF descargable para que sea fácil para usted guardar y consultar. Por favor, vuelva de vez en cuando a medida que agregamos a este recurso en crecimiento.

ACCEDER AL KIT DE HERRAMIENTAS

El kit de herramientas se basa en varios principios clave: 

1. La literatura actúa como un espacio seguro que invita a los lectores, y a los espectadores si usamos libros ilustrados, a pensar, reflexionar y/o hablar sobre temas e ideas que se muestran en el texto cuando se sientan listos para hacerlo. Los temas de un libro pueden ser delicados, pero los lectores/ espectadores no tienen queexpresar su reacción a menos que se sientan cómodos para hacerlo.

2. La literatura actúa como espejo, ventana y puerta. Cuando un texto actúa como un espejo, el lector/ espectador puede verse representado en el texto a través de los personajes, su contexto y sus acciones. Cuando los niños pueden ver elementos en un libro que se relacionan con sus propias vidas, pueden desarrollar un sentido de pertenencia imaginándose en el libro. Rodear a los niños con dichos textos puede llevarlos a desarrollar un sentido empoderado de identidad y una mayor comprensión de su comunidad y cultura. 
Cuando la literatura actúa como una ventana, esta presenta opciones alternativas para el lector/ espectador y cuando ellos comienzan a contrastar lo que ven por la ventana con lo que ven en el espejo, a menudo emprenden una mayor reflexión sobre los problemas graves que les preocupan. El proceso puede replantear la visión del mundo de los lectores.
Cuando los lectores/espectadores cruzan el umbral y se abren a nuevas posibilidades de ser y comprender el mundo que los rodea, abrir esa puerta les permite adoptar nuevas formas de ver y de pensar. 
3. Las palabras e imágenes les dan el sentido a los libros ilustrados, esto significa que los lectores y los espectadores cuentan con múltiples formas de aprovechar el espacio seguro del texto y responder al mismo usándolo como espejo, ventana o puerta. 

4. Existen muchas formas creativas de responder a un libro que incluyen hablar, escribir, actuar y dibujar. Este kit de herramientas analiza algunos ejemplos que llamamos “estrategias de respuesta creativa”. Los profesionales pueden usar estas estrategias como se describe en el kit de herramientas o pueden adaptarlas a sus propias necesidades y contextos. Junto con el kit de herramientas, mantendremos un blog en el que podrá compartir ejemplos de respuestas creativas que haya diseñado.

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

"Amor, de tarde", un poema de Mario Benedetti

Es una lástima que no estés conmigo
Cuando miro el reloj y son las cuatro
Y acabo la planilla y pienso diez minutos
Y estiro las piernas como todas las tardes
Y hago así con los hombros para aflojar la espalda
Y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
Cuando miro el reloj y son las cinco
Y soy una manija que calcula intereses
O dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
O un oído que escucha cómo ladra el teléfono
O un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
Cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte por sorpresa
Y decirme “¿Qué tal?”, y quedaríamos
Yo con la mancha roja de tus labios
Tú con el tizne azul de mi carbónico.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Puntos de vista, un cuento de Eduardo Galeano

 
Desde el punto de vista del sur, el verano del norte es invierno.
Desde el punto de vista de una lombriz, un plato de espaguetis es una orgía.
Donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa.
Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso,
existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre.
Desde el punto de vista de sus vecinos del pueblo de Cardona, el Toto Zaugg, que andaba con la misma ropa en verano y en invierno, era un hombre admirable:
-El Toto nunca tiene frío -decían.
El no decía nada. Frío tenia, pero no tenia abrigo.
Desde el punto de vista del búho, del murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno.
La lluvia es una maldición para el turista y una buena noticia para el campesino.
Desde el punto de vista del nativo, el pintoresco es el turista.
Desde el punto de vista de los indios de las islas del mar Caribe, Cristóbal Colon, con su sombrero de plumas y su capa de terciopelo rojo, era un papagayo de dimensiones jamás vistas.
Desde el punto de vista del oriente del mundo, el día del occidente es noche.
En la India, quienes llevan luto visten de blanco.
En la Europa antigua, el negro, color de la tierra fecunda, era el color de la vida, y el blanco, color de los huesos, era el color de la muerte.
Según los viejos sabios de la región colombiana del Choco, Adán y Eva eran negros y negros eran sus hijos Caín y Abel. Cuando Caín mato a su hermano de un garrotazo, tronaron las iras de Dios. Ante las furias del señor, el asesino palideció de culpa y miedo, y tanto palideció que blanco quedó hasta el fin de sus días. Los blancos somos, todos, hijos de Caín.
Si Eva hubiera escrito el Génesis ¿como seria la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni conoció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas son puras mentiras que Adán contó a la prensa.
Si las Santas Apóstolas hubieran escrito los Evangelios, ¿como seria la primera noche de la era cristiana?
San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. Él era el único que tenia cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en su cuna de paja. Todos sonreían: la Virgen María, los angelitos, los pastores, las ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había conducido hasta Belén de Judea.
Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmuró:
-Yo quería una nena.
En la selva, ¿llaman ley de la ciudad a la costumbre de devorar al más débil?
Desde el punto de vista de un pueblo enfermo, ¿qué significa la moneda sana?
La venta de armas es una buena noticia para la economía, pero no es tan buena para sus difuntos.
Desde el punto de vista del presidente Fujimori, esta muy bien asaltar al Poder Legislativo y al Poder Judicial, delitos que fueron premiados con su reelección, pero esta muy mal asaltar una embajada, delito que fue castigado con una aplaudida carnicería.

viernes, 18 de septiembre de 2020

DESLENGUADAS, la columna de Irene Vallejo en El País (18/09/2020)

No olvidemos —lenguaraces— continuar una larga cadena en la historia y seguir arrebatando palabras al silencio, hablar allí donde aún es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres

La historia es un tapiz que entreteje las hebras del recuerdo y del olvido, casi siempre a conveniencia de quien maneja los hilos. La invención de la escritura, paralela a la creación de las primeras civilizaciones, permitió fijar mágicamente el enjambre de nuestras palabras en piedra, en arcilla, en papiro, en pergamino. Pero no todas. Ciertas ideas anidaron en el mármol; otras, como pájaros ateridos, quedaron flotando desprotegidas en la frágil memoria oral. Una parte de la humanidad quedó fuera de las murallas, a la intemperie, contemplando aquella fortaleza inexpugnable de textos escritos, un invento milagroso que salvaba el conocimiento y lo legaba al futuro. El relato nació amputado. Ovidio narró esta mutilación en el mito de Lala, la “charlatana”, un nombre onomatopéyico que equivale a nuestro “blablablá”. Cierto día, la cantarina Lala desveló un secreto prohibido: el lujurioso Júpiter perseguía obsesivamente a las ninfas. Para vengarse de ella, el adúltero dios supremo le arrancó la lengua. Como si no fuera suficiente castigo, la entregó a Mercurio para que la violara. A continuación, Júpiter la convirtió en diosa bajo un nuevo nombre: Tácita Muda. Todos los años, en el mes de febrero, Roma la honraba como patrona del silencio. Así fue como Lala pasó de ninfa deslenguada a muda belleza, divina pero sin lengua.

Los antiguos griegos y romanos sabían que quien domina las palabras domina el mundo. A ellos les pertenecía el discurso público de la autoridad, mientras que cualquiera —mujeres incluidas, sobre todo las mujeres— podía practicar la charla, el cotorreo o los chismes de la esfera privada. El teatro fue el gran escenario de debate político en la antigua Atenas, y, tal vez por eso, los pioneros de la democracia decidieron que todos los papeles femeninos serían interpretados por actores masculinos. Antígona, Lisístrata e incluso Desdémona muchos siglos después, tuvieron cuerpo y voz de hombres de pelo en pecho. Esta expulsión de la escena pública se prolongó durante milenios. La película Shakespeare in Love subrayaba las incongruencias de la prohibición: una joven que soñase con interpretar a Julieta no tenía más remedio que disfrazarse de chico que finge ser mujer. Otra película, Adiós a mi concubina, describe el durísimo adiestramiento de un cantante de ópera en la China del siglo XX para entrar en la piel de personajes femeninos.

Aunque permanecen en la penumbra histórica, algunas romanas se rebelaron contra la privatización de sus voces y se atrevieron a hacer política. Fueron señaladas en latín como las axitiosae —activistas—, que venía a significar “las que actúan juntas”. En una comedia de Plauto estrenada hace más de 20 siglos, el marido de una de ellas dice: “Una verdadera mujer, mi mujercita; desde que la conozco, sé lo que es una activista”. En el año 42 antes de Cristo, estas agitadoras vivieron un momento de apogeo y contradicciones. Roma estaba en guerra —como era habitual— y los gastos bélicos amenazaban con vaciar el erario público —como siempre—. Entonces los gobernantes decidieron imponer a las 1.400 mujeres más ricas de la ciudad un impuesto para sufragar el sobrecoste militar. Las dueñas de esas fortunas, orgullosas de su independencia y su prosperidad, se movilizaron contra la medida, pero no encontraron a nadie dispuesto a representar sus intereses. Después de largas búsquedas inútiles, decidieron defenderse solas. Las viejas costumbres se tambalearon cuando habló en público, sin mediación masculina, una elocuente viuda llamada Hortensia: “¿Por qué tendrían que pagar impuestos las mujeres si estamos excluidas de las magistraturas, de los cargos públicos, del mando y de la res publica?”. El argumento de Hortensia es el mismo que siglos más tarde, en 1773, serviría como detonante a la independencia de Estados Unidos, tras la llamada revuelta del té. No taxation without representation gritaron los rebeldes de Boston, tras los pasos de la sublevación romana. En aquel momento, Hortensia y sus aliadas no reclamaban el derecho al voto, simplemente aspiraban a no pagar impuestos, pero sus discursos consiguieron derogar la medida. La paradoja de este episodio es que las activistas organizaron una revolución para quedarse justo como estaban antes.

Frente a la expulsión del ágora pública, algunas mujeres hicieron vibrar sus palabras en boca de hombres poderosos. Fue el caso de la brillante Aspasia, una extranjera que emigró a Atenas cuando esa pequeña polis mediterránea estaba forjando la filosofía, la historia y un concepto revolucionario de ciudadanía. Eso sí, era una ilustración con claroscuros: instauraron la democracia, pero para unos pocos. El sistema excluía a esclavos, extranjeros y mujeres, es decir, a la mayoría de la población. Aspasia no estaba dispuesta a quedarse quieta y encerrada en casa; tomó la inverosímil decisión de dedicarse a la filosofía porque amaba el conocimiento y quería comunicarlo. Cuando se enamoró de Pericles, colaboró en su ascensión política. Las fuentes dan a entender que era una auténtica oradora en la sombra. Sócrates solía visitarla con sus discípulos y disfrutaba de su brillante conversación, incluso llegó a llamarla “mi maestra”. Según Platón, escribió discursos para su marido, entre ellos la famosa oración fúnebre donde defendía apasionadamente la democracia. Todavía hoy, los escritores de los discursos presidenciales de Obama, y antes los de Kennedy, se han inspirado en los pensamientos que probablemente enhebró Aspasia. Sin embargo, ella no aparece en las historias de la política. Sus escritos se perdieron o se atribuyeron a otros.

Las democracias modernas se han atrevido a explorar los ángulos ciegos que los demócratas antiguos nunca afrontaron. Las sufragistas hicieron realidad la revolución que Hortensia solo había atisbado. El poder y la palabra, esos hermanos mellizos, se han abierto a muchas mujeres. Desde un extremo al otro del arco parlamentario, en las tribunas de todos los medios, se escucha la polifonía de sus palabras, con sus diversas sonoridades, tonos y matices. Han escalado por méritos propios a los puestos de gobierno, contando muchas veces con el apoyo de hombres audaces que han defendido su voz y su causa. En estos días, en el mismo corazón de nuestro imperio norteamericano, una mujer aspira a entrar en territorios vedados durante siglos: una vicepresidencia que podría convertirla, en el futuro, en comandante en jefe del ejército más poderoso. De piel oscura, hija de inmigrantes, simboliza la impalpable sensación de extranjería que aún experimentan las candidatas a dirigir cualquier país del mundo. Detrás de ese vértigo, hay siglos de historia y de aduanas rigurosamente vigiladas. Todavía en los años ochenta, el protagonista de la serie británica Sí, ministro sentenciaba irónicamente: “Tenemos derecho a elegir al mejor hombre para el cargo, al margen de su sexo”.

Pericles murió en el año 429 antes de Cristo víctima de una gravísima epidemia que azotó Atenas. Viuda, el rastro de Aspasia se perdió en el misterio. Dejó de influir. Volvió a ser una extranjera sin visado, expulsada de la esfera política por los vigías de la palabra. Casi cinco siglos más tarde, Plutarco transcribe una retahíla de insultos contra la subversiva primera dama ateniense tomados de textos de la época, donde es tachada de impúdica, concubina con cara de perra y carne de burdel, entre otras lindezas. No sabemos si fue realmente una hetaira, como afirman los autores antiguos, o ese término se usaba como bandera de burla para condenar a todas las mujeres libres que no se sometían al encierro impuesto.

Su historia, como la de Lala y Hortensia, pertenece a un tiempo desaparecido, pero nuestro mundo todavía oculta, tan lejos y tan cerca, territorios de exilio sonoro. No olvidemos —agradecidas— esa genealogía valiente y parlanchina que rompió cerrojos y horadó ventanas. No olvidemos —lenguaraces— continuar esa larga cadena, seguir arrebatando palabras al silencio, hablar allí donde aún es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres.

Irene Vallejo es escritora. Es autora de El infinito en un junco (Siruela).

jueves, 17 de septiembre de 2020

Programa Nacional de Salas de Lectura: Cuadernillo de talleres de fomento a la lectura.

 


El cuadernillo es una guía de actividades para acercar a nuevos lectores al mundo de la cultura escrita desde la acción, el descubrimiento y la exploración. Es un diálogo permanente entre las historias, los libros, el desarrollo del potencial creativo y los sujetos.


martes, 15 de septiembre de 2020

Entre asesinos. La columna de Irene Vallejo en El País (12/09/2020)

Con la vista siempre puesta en lo que sigue, malogramos el presente. Preferimos la llegada al camino.

De pronto, tu hijo trae al presente antiguos recuerdos infantiles. Cuando camina por la calle contando baldosas y esquivando como un trapecista las líneas que dibujan los adoquines, regresan imágenes nítidas de tu niñez. De su boca brotan canciones, diminutivos, refranes que ha aprendido de su abuela y que no sonaban en tus oídos desde que la pequeña eras tú. Dicen que los hijos son el futuro, pero, desde que fuiste madre, es el pasado quien insiste en volver.

Imaginamos el tiempo como una línea, como la trayectoria de una flecha. Hubo un inicio, avanzamos hacia un desenlace. El cristianismo expandió la concepción judía de la temporalidad lineal, y de allí procede nuestra mentalidad de avance y progreso, de génesis y apocalipsis, de principio y final. En cambio, las leyendas antiguas ocurren en un tiempo cíclico, íntimamente ligado a la naturaleza. Sin punto de partida ni conclusión, todo está en movimiento continuo, como la danza inacabable de un círculo que gira. La rueda de la vida no coloca la esperanza en el progreso, sino en el retorno. Aunque nos envuelva la noche, sabemos que el día volverá. El otoño anuncia los fríos, pero los frutos renacerán. Así lo cuenta la leyenda griega de Démeter, diosa de la cosecha y el amor maternal. Su única hija, Perséfone, jugaba en un prado cuando se abrió un abismo y allí apareció el Señor de los Muertos. Perséfone luchó por librarse del oscuro abrazo, pero fue inútil. Durante nueve días, Démeter la buscó por tierra y mar, sin comer, sin beber, sin dormir. Desolada, la diosa juró que no dejaría germinar las semillas hasta el regreso de su hija. Compadecido por su dolor, Zeus decidió que, todos los años, Perséfone pasaría cuatro meses en la mansión del Hades y después volvería con su madre. Cada primavera, Perséfone emerge del infierno y nosotros salimos del invierno. En el mundo antiguo, la pérdida es inevitable, pero contiene la promesa de innumerables renacimientos.

El eterno retorno encuentra su versión cotidiana en el trágico trajín de las tareas del hogar. Sin cesar, el polvo cubre todo con su sábana gris. Hay que abastecer la nevera, preparar la comida, trocear, freír, vigilar, revolver. Y, cuando todo está terminado, los rastros borrados, la cocina impoluta, suelos y cacerolas brillantes como espejos, vuelta a empezar. El mítico Sísifo, condenado a empujar montaña arriba esa gran piedra que, al llegar a la cumbre, volverá a rodar cuesta abajo, merecería ser canonizado como santo patrón de los trabajos domésticos.

Hay muchas formas de experimentar el tiempo, todas ellas auténticas, y a veces contradictorias. Reflexiona Jorge Carrión en "Lo viral" que el ritmo acelerado de las noticias, las redes, el trabajo, los mensajes y el consumo nos inoculan la fascinación por lo veloz. Sin embargo, aún necesitamos la lentitud de los empeños a largo plazo: educar a los hijos, cuidar a los enfermos, pagar la hipoteca, persistir en la amistad y el amor. “Es un reto hacer compatibles nuestras urgencias con las maduraciones, las constancias y las esperas que nos han definido durante siglos”. Querríamos cuadrar el círculo: como extrañados habitantes de una película de David Lynch, nos angustia la tensión entre lo que retorna y lo que escapa, entre la terquedad de los círculos y la vertiginosa fuga de carreteras infinitas.

Presos de la prisa, corremos sin aliento para llegar puntuales a la siguiente meta. Con la vista siempre puesta en lo que sigue, malogramos el presente. Preferimos la llegada al camino y, por eso, hemos elevado a los altares el “sanseacabó”. Usamos incluso expresiones homicidas como “matar el tiempo”. Emil Cioran captó el tono chirriante de la frase y escribió con su habitual humor negro: “Mi misión es matar el tiempo y la del tiempo matarme a mí. Se está bien entre asesinos”. Repetimos que el tiempo es oro, olvidando que nada hay más valioso que nuestras horas irremplazables, una riqueza que nadie nos devolverá. Sobrevivir implica hacer malabares en las agujas del reloj, imaginar el mañana con el placer del ahora. Quizá sea el momento de tratar el tiempo con más tiento.

Rudi, un cuento de Caroline Lamarche

Cada mañana, al despertar, la idea de la muerte flota a su alrededor como un ectoplasma. Los miembros le pesan, emerge de una ciénaga persistente. Y ese mundo de tinieblas del que acaba por salir, pese a todo, sigue debajo de ella, sólo la separa de él una película muy fina que la obliga a levantarse rápido pensando en algo completamente distinto.

Sin embargo, salvo por esos despertares difíciles, su existencia con Jean hace que a su alrededor flote, con una persistencia equivalente, una forma de felicidad. Ese sentimiento se manifiesta cada vez que deja, mediante diferentes estratagemas, de pensar en la muerte.

Si tuviera que poner un sólo ejemplo de uno de sus ritos propiciatorios, es decir, de la forma en la que cada mañana sortea con astucia la idea de la muerte para volver a sumergirse inmediatamente en el apacible lago de la insensibilidad, tan pronto como Jean se levanta al otro lado de la pared, hablaría de la familia Smith. De James, Mary y sus seis hijos.

El otoño pasado, debido a una oscura herencia relacionada con la rama americana de su familia, viajó a Nueva York. Más precisamente, puesto que uno de sus antepasados descansa allí, al cementerio de Green-Wood, inmenso terreno arbolado salpicado de estelas y de mausoleos que domina la bahía del Hudson. Mientras vagaba por ese magnífico lugar captó su atención un silbido breve, repetido, que por momentos mudaba en una especie de castañeteo. Pensó en algún pájaro que no conociera. Alzando los ojos, divisó una llama rojiza. Una ardilla. ¿Acaso la alteraba su presencia? ¿O había otro motivo de alarma? Parecía imitar todo tipo de chillidos, el breve piar del mirlo, la estridulación de la cigarra, la matraca de un pájaro desconocido, con una virtuosidad insaciable. Lo que resultaba todavía más extraño era que se desplazaba de un árbol a un matorral y de ahí al tejado de un mausoleo, en un vaivén incesante en forma de triángulo, como si quisiera delimitar su territorio mediante esas manifestaciones sonoras lanzadas sucesivamente desde esos tres puntos del espacio. Chillaba, brincaba a otra parte en silencio y retomaba su partitura de alarma sobre el árbol, el matorral, el mausoleo. Ella se quedó un buen rato sentada en el borde de una tumba, observando y escuchando a la ardilla.

Cuando esta desapareció definitivamente, empezó otra vez a explorar el terreno bajo pretexto de encontrar a su antepasado. Caminaba sin apresurarse, disfrutando del aire y del sol sobre su piel. Desde hacía meses, no dejaba de correr, de precipitarse, para escapar de la idea de la muerte. Y de repente, por el simple hecho de estar a miles de kilómetros, lejos de Jean y de determinada tumbita, todo aquello se interrumpía. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 11 de septiembre de 2020

La carta. Los hambrientos piden pan. Una canción, un poema de Violeta Parra

 

La carta

Los hambrientos piden pan

Me mandaron una carta
por el correo temprano.
En esa carta me dicen
que cayó preso mi hermano
y, sin lástima, con grillos,
por la calle lo arrastraron, sí.

La carta dice el motivo
que ha cometido Roberto:
haber apoyado el paro
que ya se había resuelto.
Si acaso esto es un motivo,
presa también voy, sargento, sí.

Yo que me encuentro tan lejos,
esperando una noticia,
me viene a decir la carta
que en mi patria no hay justicia:
los hambrientos piden pan,
plomo les da la milicia, sí.

De esta manera pomposa
quieren conservar su asiento
los de abanico y de frac,
sin tener merecimiento.
Van y vienen de la iglesia
y olvidan los mandamientos, sí.

¿Habrase visto insolencia,
barbarie y alevosía,
de presentar el trabuco
y matar a sangre fría
a quien defensa no tiene
con las dos manos vacías?, sí.

La carta que he recebido
me pide contestación.
Yo pido que se propale
por toda la población
que «El León» es un sanguinario
en toda generación, sí.

Por suerte tengo guitarra
para llorar mi dolor;
también tengo nueve hermanos
fuera del que se engrilló.
Los nueve son comunistas
con el favor de mi Dios, sí.

Marta Larragueta: “La función educativa de la literatura infantil prevalece demasiado a menudo sobre su valor literario”.

“Se cumplió la profecía”. Rodeada de libros y de adultos lectores, era inevitable. Marta Larragueta es maestra de Educación Infantil y Primaria. Actualmente es profesora en la Universidad Camilo José Cela, donde realizó su tesis doctoral con la literatura infantil como protagonista. Experta en álbum ilustrado, recuerda cómo en su pasión lectora hubo un punto de inflexión con la saga de Harry Potter. “Mi padre me traía a casa cada nueva entrega. Tanto él como mi madre se sentaban a leer cuando el ritmo loco de la vida se lo permitía”.

Ha pasado el tiempo, las lecturas se han multiplicado, pero Larragueta admite que aún tiene mucho que aprender a la hora de enfrentarse a determinados libros. “Obviamente, hay lecturas que no creo haber podido acometer o disfrutar sin cierto bagaje previo. También son muchas las obras que me plantean dificultades o que necesito releer. Otras las abandono porque me hablan en un ‘idioma’ que aún no domino o ni siquiera conozco”.

Máster en Educación Internacional y Bilingüismo, la experta promueve desmitificar la relación con el libro, sin que ello suponga restarle valor a una pieza clave en el engranaje cultural y formativo. Y empieza por aplicar esta filosofía a su propia experiencia. “Dejar una obra a medias no es una derrota. Es algo que necesitamos transmitir y enseñar a los niños. Hay que saber respetar y defender el derecho a no martirizarse con un libro en aquellos momentos y espacios que se supone que deberían ser placenteros, sobre todo si tenemos en cuenta que las alternativas son casi infinitas”.

[...] La Doctora por la Universidad Camilo José Cela aboga por plantear estas ‘poslecturas’ desde otro enfoque, rico y flexible. “Podemos llegar con ellos a reflexiones muy fructíferas a través de conversaciones alejadas del análisis del contenido o de su importancia en la adquisición de valores. No debemos buscar una respuesta determinada en los niños, ya que es difícil que su interpretación se corresponda con lo que los adultos destacaríamos de una obra. Estas charlas deben ser una invitación a que exploren territorios que probablemente les enseñarán más que la moraleja preestablecida”.

[...] Es fundamental que los docentes conozcan una variedad suficiente de literatura infantil y juvenil como para tener la capacidad de seleccionar obras que recomendar a su alumnado o que llevar al aula”. A los profesores les pide además preparación para afrontar la complejidad de estas conversaciones. “La apreciación, la incertidumbre y el manejo de la ambigüedad también se entrenan. Son contextos donde el aprendizaje, entendido en su sentido amplio, no sólo curricular, puede ser tremendo”. Considera sin embargo que llevar a buen puerto estas metodologías no es una responsabilidad individual del docente, o no sólo. “Es una postura que debe desprenderse de toda la comunidad educativa, con buenos espacios y planes lectores de calidad”.

[...]“Existen numerosas publicaciones que buscan enseñar al lector a entender y regular sus emociones. El texto -entendido como un compendio de palabras, ilustraciones y formato- queda reducido a una especie de recetario o código de buena conducta”, explica. “Su valor literario es aparcado y, además, imposibilitan la reflexión. Son obras sin grises, sin opciones intermedias. No hay espacio para que el lector pueda construir su propio significado en el encuentro con el libro. No se toman en serio la subjetividad del lector”.


martes, 8 de septiembre de 2020

El paseo repentino, un cuento de Franz Kafka.

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

FIN

8 de septiembre, Día Internacional de la Alfabetización

 


lunes, 7 de septiembre de 2020

Esperando a los bárbaros. Un poema de C.P. Cavafis.

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

viernes, 4 de septiembre de 2020

El monstruo redondo, un cuento de Alberto Moravia

Leí a Platón hace ya veinte años, cuando era estudiante de medicina y estaba a punto de terminar la carrera. De esa lectura recuerdo especialmente la fábula del andrógino, según la cual, en los orígenes de la humanidad, hubo un monstruo redondo, con dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, dos traseros y dos sexos. Zeus, preocupado por la vitalidad del monstruo, decidió debilitarlo y lo partió en dos mitades, de la misma manera —como dice Platón— que se parte un huevo duro con una cerda cortante. Desde entonces estas dos mitades, una de sexo femenino y la otra de sexo masculino, van por el mundo, anhelantes, buscando a la otra mitad de sexo diferente que las complete y les permita restablecer al monstruo redondo de los orígenes. ¿Por qué se me ha quedado esta fábula en la memoria? Porque, por lo menos en lo que a mí toca, no se trata de una fábula, sino de una verdad. No obstante mi profesión, mi cultura, mi inteligencia de mi mitad masculina. Esta búsqueda continua y desesperada me hace cometer verdaderas locuras, como ahora, por ejemplo, que trepo por las escaleras de un caserón popular, en busca de un cierto Mario, un joven camarero que trabaja en un balneario, en brazos del cual me he sentido completa hace apenas diez días, mientras vacacionaba en un hotel del Circeo.

Naturalmente, el elevador está descompuesto; y así, cuando llego al sexto piso después de haber subido doce tramos de escaleras, tengo que descansar, por lo menos un minuto, frente a la puerta de su apartamento recuperando el aire. Sobre la placa de latón está escrito, en caracteres cursivos, “Eldamoda”, tal vez para dar una impresión de elegancia. Elda es el nombre de la madre de Mario, y esa placa presuntuosa e ingenua contrasta con la modestia de la puerta de madera mal pintada de gris, con el rellano estrecho y bañado por un sol cruel, con la escalera angosta y sucia, como todo el edificio. Ya recobré el aliento. Extiendo la mano y toco el timbre.

La puerta se abre inmediatamente, como queriendo denotar la pequeñez del apartamento. Bajo el umbral aparece una mujer con mandil negro, de sastre, una cinta métrica de caucho sobre el hombro y muchas hebras de hilo blanco en el pecho; es sin duda la madre de Mario. Es una mujer todavía guapa, pero derrotada y ceñuda. La maternidad, el trabajo y la mala comida la han deformado. Debe tener más o menos mi edad, tal vez algunos años menos, pero yo parezco ciertamente más joven, dado que me tiño el cabello, y el de ella tiene ya muchas canas. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 3 de septiembre de 2020

Librerías de barrio, espacios para el alma, un artículo de Pilar Perea publicado en eldiario.es



Las librerías que sobreviven en nuestros barrios hacen que también el propio barrio sobreviva. Las necesitamos, necesitamos esos lugares de conversación y de encuentro

"De noche iremos, de noche sin luna iremos, sin luna que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra"

Luis Rosales


La ciudad se hace amable y pierde ese tono áspero de prisa y de asfalto en los rincones sencillos como en la sombra de un árbol (y mejor si hay un banco), en las fuentes (ahora apagadas) donde calmar la sed o en la librería de barrio donde también el alma encuentra un respiro.

Las librerías cercanas, las de barrio, son lugares donde alguien ha colocado libros y más libros, volúmenes y volúmenes en estanterías; de manera cuidadosa o en ese desorden casi delicado donde los libros esperan el día -es cierto que a veces nunca llega- en el que recuperar su sitio. Las librerías son espacios familiares que tienen una historia con personas, venturas y apuros. O así nos lo parece a quienes entramos en ellas con la sensación de habernos colado en el salón de la casa de alguien.

Son espacios donde se habla de libros, donde se entiende de libros. Lugares de encuentro en donde apaciguar la sed, a veces de conocimiento, otras de aventuras o de poesía. O la sed elemental, de quienes transitamos por la ciudad abrumados por el asfalto, el ruido y la prisa o por nuestros propios ruidos y prisas.

Si no tienen el libro que buscamos, lo piden; si no sabemos qué regalar, aconsejan; si dudamos, nos ofrecen algunas pistas, nos dejan deambular por sus estanterías. Podemos curiosear en las entrañas de este salón de amigo, recorrer los estantes poniéndonos de puntillas o agachándonos. Podemos, incluso, terminar en el suelo, como quien lee en un prado. Me encanta cuando encuentro a alguien sentado en el suelo leyendo. Lo observo y siento que todo el peso de su día ha cedido y que ha ganado la lectura.

Yo entro muchas veces en estas librerías por el puro placer de escapar del ruido exterior y de mi ruido interior y, en ese momento, cobra todo el sentido ese verso que dice algo así como que la sed guía el camino hacia la fuente. Casi siempre salgo como nueva y con una pila de libros que palpita y me pide tiempo. Los libros reclaman atención, por eso suelo repartirlos entre amistades y familia, me gusta que esos libros se hagan grandes en otras manos que puedan atenderlos mejor que yo, como merecen.

Las librerías que sobreviven en nuestros barrios hacen que también el propio barrio sobreviva. Las necesitamos. Necesitamos esos espacios, ese tiempo que se dilata entre libros, esos lugares de conversación y de encuentro, ese suelo donde dejarnos caer, esa fuente en donde calmar la sed aunque sea un rato, para seguir después, nuestro camino.

Son como nuestros ambulatorios para el alma y aún sin saberlo, son también parte de las vigas invisibles (pilas y pilas de libros) que sostienen nuestras ciudades. 

Dicen que no hablan las plantas, un poema de Rosalía de Castro recitado por Aitana Sánchez-Gijón

 

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

martes, 1 de septiembre de 2020

CÓMO HACER NATILLAS | ENTREVISTA A MARÍA TERESA ANDRUETTO


De un castellano preñado de piamontés e italiano, y el de la llanura cerealera de Córdoba; de la melancolía de un pueblo que añora un tiempo ido, antepasado, nace la lengua de María Teresa Andruetto, una lengua madre poblada de mujeres madres, hijas, abuelas, e interpelada siempre por los otros.
Teresa nació en Arroyo Cabral, Provincia de Córdoba, en 1954. Publicó novela, cuento, ensayo, literatura infantil. En Poesía: Palabras al rescoldo (Argos, 1993), Pavese (Argosos, 1998), Kodak (Argos, 2001), Beatriz (Argos, 2005), Sueño americano (Caballo Negro, 2008), Tendedero (CILC, 2010), Cleofé (Caballo Negro, 2017), Rembrandt/Beatriz (Viento de Fondo, 2018). En 2019, Ediciones en Danza aúna su Poesía reunida, con prólogo de Jorge Monteleone, y una selección de fotos a modo de coda.

En su obra versátil abunda el relato, la historia familiar, la genealogía, y una poética que es diálogo, oralidad, fusión de nombres, voces, versos. Pavese, el feminismo, Beatriz Vallejos, la fotografía, el tiempo que en ella se detiene, y la melancolía, y las recetas que pasan de generación en generación: “Mejor / que la leche pase / tibia, / por obra de tus manos, / desde la vaca / al cuenco / asentado en tu vientre. / Si es así, / sólo bastará espesarla / a fuerza de harina / o de fécula, / mareando la blancura / con una vara / de madera. / No olvides perfumarla / con naranja seca, / con limón, / con ramas de canela. / Y volverás a ser niño / cuando la comas / bajo la luna llena”.


La condena. Un cuento de Franz Kafka.

Era domingo por la mañana en lo más hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante, estaba sentado en su habitación en el primer piso de una de las casas bajas y de construcción ligera que se extendían a lo largo del río en forma de hilera, y que sólo se distinguían entre sí por la altura y el color. Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la cerró con lentitud juguetona y miró luego por la ventana, con el codo apoyado sobre el escritorio, hacia el río, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde pálido. 

Reflexionó sobre cómo este amigo, descontento de su éxito en su ciudad natal, había literalmente huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía un negocio en San Petersburgo, que al principio había marchado muy bien, pero que desde hacía tiempo parecía haberse estancado, tal como había lamentado el amigo en una de sus cada vez más infrecuentes visitas.

De este modo se mataba inútilmente trabajando en el extranjero, la extraña barba sólo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los años de la niñez, rostro cuya piel amarillenta parecía manifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Según contaba, no tenía una auténtica relación con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relación social alguna con las familias naturales de allí y, en consecuencia, se hacía a la idea de una soltería definitiva. CONTINUAR LEYENDO