miércoles, 12 de abril de 2023

"EL HIJO DE LA TIZNADA". Un cuento sobre la Revolución mexicana de Carmen Báez

Saltó la barda de su casa. Detrás del solar de doña Luz estaba la calle; la otra calle, con sus piedras untadas de sol, que se hacían musicales bajo los cascos de los caballos.

En la mañana, alguien lanzó al viento una voz:

—¡A’i viene el de la arracada!

Lo dijo en tono velado, al oído de alguno, y la voz hizo eco en la boca de todas las mujeres, y de todos los hombres, y de todos los niños; y fue creciendo, creciendo hasta llegar a la torre del pueblo, en donde los cerrojos de los máuseres parecían cuchichear en las manos de los hombres:

—A’i viene el de la arracada…

Encerraron a todas las muchachas en el subterráneo del curato viejo, y los hombres huyeron hacia el cerro. En la casa, cerrada, los niños asustados se acurrucaban detrás de la madre, que rezaba para que los hombres no se mataran.

La niña fea no tenía miedo. Ella sólo quería ver a los rebeldes. Y en tanto que los hermanitos lloraban cerca de la madre, ella acercó su sillita a la ventana de la huerta y trepó con gran trabajo. Después se deslizó por las ramas de un durazno y cayó al suelo. Corriendo atravesó la huerta y saltó el portillo de la barda. Ya en el corral de doña Luz se sintió libre, feliz. Desde allí se oían las voces de los soldados en la calle ancha.

Aquello parecía una fiesta. Una gran fiesta. Bajo la lumbre del sol, la niña abrió sus ojos en azoro.

Corriendo entre las patas de los caballos llegó a la plaza. Estruendo de clarines y de voces, basura, gente. En los portales hacían lumbradas las mujeres sucias, y asaban carne para que los soldados comieran.

Frente a la tienda de doña Ignacia había una gran mancha de gente. La niña fea se acercó: estaban matando un buey. Primero mugidos de angustia. Luego sangre. Carne roja. Sangre, sangre, mucha sangre. Bajo el oro de la tarde corría la sangre en arroyitos calle abajo. CONTINUAR LEYENDO


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