miércoles, 29 de abril de 2020

Decir, hacer. Un poema de Octavio Paz.

La poesía se dice
pero, ¿qué es decir?

Decir, hacer.

Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido la poesía.
se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos,
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran.
Las palabras se abren.

domingo, 26 de abril de 2020

PLANILANDIA, un cuento de muchas dimensiones escrito e ilustrado por Edwin A. Abbott.


PLANILANDIA, publicada por primera vez en 1884 con el pseudónimo «A. Square» (A. Cuadrado), ha ocupado un lugar único en la literatura científica fantástica a lo largo de un siglo. Esta encantadora narración de un mundo bidimensional, obra de Edwin A. Abbott (1838-1926), eclesiástico inglés y estudioso de Shakespeare, cuya vocación eran las matemáticas, se ha hecho famosa como exposición sin par de los conceptos geométricos y como una sátira mordaz del mundo jerárquico de la Inglaterra victoriana.

HE AQUÍ UNA aventura conmovedora de matemáticas puras, una fantasía de espacios extraños poblados por figuras geométricas; figuras geométricas que piensan y hablan y tienen todas las emociones humanas. No es ningún relato intrascendente de ciencia-ficción. Su objetivo es instruir, y está escrito con maestría sutil. Empieza a leerla y caerás bajo su hechizo. Si eres joven de corazón y aún se agita dentro de ti la capacidad de asombro, leerás sin pausa hasta llegar, lamentándolo, al final. No sospecharás sin embargo cuándo se escribió el relato y qué clase de hombre lo escribió. 

Actualmente el espacio-tiempo y la cuarta dimensión son palabras familiares. Pero Planilandia, con su animado cuadro de una, dos, tres y más dimensiones, no se concibió en la época de la relatividad. Se escribió hace unos setenta años, cuando Einstein no era más que un niño y la idea del espacio-tiempo quedaba a casi un cuarto de siglo en el futuro. 

En aquellos días lejanos los matemáticos profesionales imaginaban ya, ciertamente, espacios de todo número de dimensiones. También los físicos estaban trabajando, en sus teorizaciones, con espacios-gráficos de dimensionalidad arbitraria. Pero se trataba de cuestiones de teoría abstracta. No había un clamor público por su dilucidación; el público apenas sabía que existían. 

Podría pensarse, pues, que Edwin A. Abbott tenía que ser un matemático o un físico para escribir Planilandia. Pero no era ninguna de esas cosas. Era, en realidad, un maestro de escuela, un director de escuela, nada menos, y muy distinguido además. Pero su campo eran los clásicos, y sus intereses primordiales la literatura y la teología, sobre las que escribió varios libros. ¿Parece ésta la clase de hombre que podría escribir una aventura matemática absorbente? Tal vez el propio Abbott pensase que no, pues publicó Planilandia con pseudónimo, como si temiese que pudiera empañar la dignidad de sus obras más ortodoxas, cuya autoría reconoció sin reticencia alguna. (Tomado de la introducción de Banesh Hoffmann).


sábado, 25 de abril de 2020

«Una señal oscura», un poema de Santos Domínguez escrito para conmemorar el centenario genocidio armenio que se inició el 24 de abril de 1915.

Obra del pintor armenio Jean Jansem albergada
en el Museo del Genocidio Armenio de Erevan.
Se notaba en algunos presagios desolados,
en ciertas madrugadas
que la luz invadía con su guadaña blanca
por sorpresa, como arden los campos enemigos,
con cuchillas de fuego y tizones de acero.
Se sabía que una tarde caliente sonarían
las campanas de muerte y el miedo a los olivos
en la noche sin sueño, ni amanecer ni luna,
que bajaría la sangre por las calles en cuesta
como un río sin canciones ni desembocadura.
Se sabía que el silencio sería la voz del pánico,
otra forma de muerte, otro modo del miedo:
el idioma común del muerto y los mortales
y una antigua costumbre de días sin cosecha.
Y la memoria intacta
mandaba con temblor de hoja en otoño,
con números ofidios,
una señal oscura y un soplo de aire helado.
Santos Domínguez

La tinaja, un cuento de Giovanni Boccaccio. Séptima jornada – Narración segunda, El decamerón, 1353

No hace casi nada de tiempo que un pobre hombre, en Nápoles, tomó por mujer a una hermosa y atrayente jovencita llamada Peronella; y él con su oficio, que era de albañil, y ella hilando, ganando muy escasamente, su vida gobernaban como mejor podían.

Sucedió que un joven galanteador, viendo un día a esta Peronella y gustándole mucho, se enamoró de ella, y tanto de una manera y de otra la solicitó que llegó a intimar con ella. Y para estar juntos tomaron el acuerdo de que, como su marido se levantaba temprano todas las mañanas para ir a trabajar o a buscar trabajo, que el joven estuviera en un lugar de donde lo viese salir; y siendo el barrio donde estaba, que Avorio se llama, muy solitario, que, salido él, este a la casa entrase; y así lo hicieron muchas veces. Pero sucedió una mañana que, habiendo el buen hombre salido, y Giannello Scrignario, que así se llamaba el joven, entrado en su casa y estando con Peronella, luego de algún rato (cuando en todo el día no solía volver) a casa se volvió, y encontrando la puerta cerrada por dentro, llamó y después de llamar comenzó a decirse:

-Oh, Dios, alabado seas siempre, que, aunque me hayas hecho pobre, al menos me has consolado con una buena y honesta joven por mujer. Ve cómo enseguida cerró la puerta por dentro cuando yo me fui para que nadie pudiese entrar aquí que la molestase.

Peronella, oyendo al marido, que conoció en la manera de llamar, dijo:

-¡Ay!, Giannelo mío, muerta soy, que aquí está mi marido que Dios confunda, que ha vuelto, y no sé qué quiere decir esto, que nunca ha vuelto a esta hora; tal vez te vio cuando entraste. Pero por amor de Dios, sea como sea, métete en esa tinaja que ves ahí y yo iré a abrirle, y veamos qué quiere decir este volver esta mañana tan pronto a casa.

Giannello prestamente entró en la tinaja, y Peronella, yendo a la puerta, le abrió al marido y con mal gesto le dijo:

-¿Pues qué novedad es esta que tan pronto vuelvas a casa esta mañana? A lo que me parece, hoy no quieres dar golpe, que te veo volver con las herramientas en la mano; y si eso haces, ¿de qué viviremos? ¿De dónde sacaremos pan? ¿Crees que voy a sufrir que me empeñes el refajo y las demás ropas mías, que no hago día y noche más que hilar, tanto que tengo la carne desprendida de las uñas, para poder por lo menos tener aceite con que encender nuestro candil? Marido, no hay vecina aquí que no se maraville y que no se burle de mí con tantos trabajos y cuáles que soporto; y tú te me vuelves a casa con las manos colgando cuando deberías estar en tu trabajo.


viernes, 24 de abril de 2020

Tumba de Lorca, un poema de la portugesa Sophia de Mello Breyner Andresen

En ti lloramos todos los demás muertos
los que fueron fusilados en vigilias sin fecha
los que se pierden sin nombre en la sombra de las prisiones
tan ignorados que ni siquiera podemos
preguntar por ellos imaginar sus rostros
lloramos sin consuelo aquellos que sucumben
entre los cuernos de rabia bajo el peso de la fuerza
No podemos aceptar. Tu sangre no se seca
no descansamos en paz en tu muerte
la hora de tu muerte continúa cercana y vehemente
y la tierra donde abrieron tu sepultura
semeja una herida que no cierra
Tu sangre no halló embocadura ni salida
de norte a sur de este a oeste
estamos viviendo ahogados en tu sangre
la lisa cal de cada muro blanco
escribe que tú fuiste asesinado
No podemos aceptarlo. El proceso no cesa
pues ni tú te libraste de la patada de la bestia
la noche no puede beber nuestra tristeza
y por más que te escondan aún no estás sepultado

jueves, 23 de abril de 2020

Día del Libro: Magnífico vídeo sobre los libros y la lectura



La Reina de las Nieves, una interesante novela de Carmen Martín Gaite

Cuando el joven Leonardo Villalba, recién salido de la cárcel, intenta poner orden en su vida, se acuerda de un cuento de Andersen: La Reina de las Nieves. «En aquel tiempo había en el mundo un espejo mágico, fabricado por ciertos diablos.» Una noche, el espejo se rompió en pedazos, que volaron y se extendieron por todo el mundo. Y una de aquellas partículas se le metió en el ojo a Kay, el protagonista del cuento.

También a Leonardo se le ha metido un cristalito en el ojo. Lo ha venido a buscar la Reina de las Nieves y lo ha encerrado en un castillo de hielo. En su pesquisa, el protagonista se acerca a la figura del padre muerto, evoca los acertijos de su abuela y encuentra los suyos propios: ¿cómo era llorar? ¿Quién es la misteriosa señora de la Quinta Blanca? ¿Por qué sentimos vértigo?

La valentía, el adulterio, la intensidad de las relaciones forjadas sobre la ausencia y la escritura entendida como vínculo de afinidad real entre los seres jalonan el camino de Leonardo hacia la salida del túnel.

He aquí un impresionante canto al empeño y la lucha de la memoria; una parábola contemporánea, muy bella, sobre la potencia del recuerdo. (Edditorial Anagrama)


"Por ese tiempo ya había yo empezado a entender, aunque me costara muchas rabietas aceptarlo, que a un niño nunca le contestan a derechas, que se ve obligado a crecer entre adivinanzas nunca resueltas. Y aquella caja de hierro oculta detrás del cuadro era un símbolo visible de todas las puertas cerradas de los cuentos."

"-El amor depende -sonrió-. Pero los libros son para leerlos, no para atesorarlos y que críen polvo. La gente que más los guarda y recuenta no es la que más apego tiene a lo que dicen. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente. Lo que tienes que hacer tuyo y entretejer con tu vida es lo que dicen. Cuando vale la pena, claro. Se llegan a crear unas simbiosis entre lo que has leído y lo que vas viviendo y pensando que a veces da miedo. El libro luego es como la sepultura de un ser querido. Le vas a poner flores, pero no sirve de nada. Su alma no está allí, revolotea por los lugares donde dejó su semilla. O sea, dentro de nosotros."




miércoles, 22 de abril de 2020

"Mejor callarse, solo un poco", un precioso y profundo artículo de la escritora Hélène Gestern publicado en El País


Batas blancas colgadas de una calle de París, este martes,
en señal de solidaridad con el personal sanitario. REUTERS

El confinamiento no me ha afectado como escritora, sino como ser humano. No ha cincelado mi alma artística ni despertado la menor inspiración en mí. Más bien ha suscitado el deseo de seguir viviendo como vivía antes


En los días que siguieron al anuncio del confinamiento, recibí numerosas llamadas de editoriales extranjeras que habían tenido la amabilidad de traducir mis obras, o de conocidos que me proponían redactar un escrito, o grabar un vídeo sobre el confinamiento. También me escribieron muchos amigos, que terminaban sus mensajes con la esperanza, impregnada de nuevo de una inmensa amabilidad, de que lo “aprovechara para escribir un buen libro” o “hallara la inspiración” (o “el tiempo”) para escribir. En una asociación de la que soy miembro, un debate entre varios animó las discusiones por correo electrónico durante los primeros días: ¿a favor o en contra de los diarios del confinamiento? Algunos grandes medios de comunicación habían encargado a Leila Slimani o a Marie Darrieussecq que escribieran uno, lo que por otra parte había suscitado el sarcasmo, o declaraciones odiosas. La misma asociación había decidido abrir un blog para que sus miembros pudieran expresarse. Por último, una investigadora de mi universidad se dirigió a los estudiantes, en el marco de un estudio de psicología social que había decidido realizar sobre el asunto, invitándoles a llevar su diario del confinamiento.

En resumidas cuentas, la escritura como remedio, como medicamento, como terapia soberana contra el mal del confinamiento.

Al cabo de los días me invadió una irritación sorda. Entendámonos, no iba dirigida contra nadie. Todas estas iniciativas son sinceras, generosas, benevolentes, por retomar una palabra que se ha utilizado a menudo estos últimos años, pero que durante estos días adquiere otra connotación. No las juzgo, no las desapruebo, también tengo en cuenta la cordialidad o la confianza en el otro que las sustenta. Sencillamente, me inspiraron una violenta sensación de discordancia. Con el paso de los días, me preguntaba cuál era su razón de ser, porque si hay algo cierto, es que el confinamiento nos deja tiempo para la introspección.

Creo que lo primero que me sorprendió fue esta extraña imagen que devuelve el escritor. El escritor más fuerte que nada. La escritura más fuerte que la muerte. La escritura alada y victoriosa que triunfa sobre la hidra del confinamiento.

En mi caso, la receta milagrosa no funcionó. La escritora resultó ser una mujer corriente, preocupada por su familia, por sus parientes frágiles, por sus amigos enfermos de coronavirus. Descubrió, como todos los demás, durante su primera salida, con una estupefacción llena de tristeza, que la ciudad estaba desierta, que en algunos estantes de los supermercados, donde nos cruzamos con sospecha y enmascarados como gánsteres, durante las dos primeras semanas faltaban los productos de primera necesidad. La escritora, y seguramente no fue la única, intentó calcular la tasa exacta de mortalidad por neumonía, se preguntó si las personas a las que quería o conocía morirían, si ella misma enfermaría, en una ciudad con los hospitales saturados, en la que el cielo, desde luego, vibra con el canto de los pájaros, pero también lleva tres semanas zumbando con el infernal ballet de los helicópteros que trasladan a los enfermos. La escritora sintió que se le partía el corazón al ver en un medio de comunicación digital una foto de “su” estación, “su” tren de alta velocidad, el de París, el del trabajo, el de las visitas al editor, a los amigos, el de las vacaciones, transformado en una ambulancia rodante para transportar personas al borde de la muerte cuyas vidas colgaban del hilo de un respirador. Esta es una de las imágenes más tristes que he visto nunca, la de esta inversión infernal de las fuerzas de la vida y la muerte, que nos asalta estos días con toda su dureza. CONTINUAR LEYENDO

Hélène Gestern es escritora francesa, autora de la novela El olor del bosque (Periférica y Errata Naturae).

martes, 21 de abril de 2020

La reina de las nieves, un cuento de Hans Christian Andersen.

Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el diablo en persona! Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería -pues mantenía una escuela para duendes- contaron en todas partes que había ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y, finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a duras penas podían sujetarlo. Siguieron volando y acercándose a Dios y a los ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en billones de fragmentos y aún más. Y justamente entonces causó más trastornos que antes, pues algunos de los pedazos, del tamaño de un grano de arena, dieron la vuelta al mundo, deteniéndose en los sitios donde veían gente, la cual se reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir sólo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minúsculos fragmentos conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón, y el resultado fue horrible, pues el corazón se les volvió como un trozo de
hielo. Varios pedazos eran del tamaño suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy desagradable mirar a los amigos a través de ellos. Otros fragmentos se emplearon para montar anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes para ver bien y con justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se reía a reventar, divirtiéndose de lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron más lejos. Ahora vas a oírlo. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 20 de abril de 2020

Amor y pandemia


TODOS, ALGUNA VEZ, un poema de Benito Herreruela.

Todos alguna vez necesitamos otro corazón,
otro corazón que nos filtre el aire,
o que disuelva
ese humo sin llama que a veces nubla el día;
no nos basta con el nuestro único,
porque cada corazón necesita al menos dos vacíos
para remover la sangre,
uno para querer los recuerdos,
otro para olvidarlos.
También alguna vez todos necesitamos otras manos,
otras manos con las que palpar las grietas del mundo;
no nos basta sólo con las desgastadas manos nuestras,
no nos basta porque las manos
son mesas que sostienen
y dedos que señalan,
son puertas y ventanas,
y nidos en la noche
y alas en la madrugada.
Todos alguna vez necesitamos otros ojos,
otros ojos que reflejen dónde estamos detenidos,
otros ojos en los que disolver nuestros sueños;
no nos bastan los desenfocados ojos nuestros,
no nos bastan porque los ojos
son horizonte y son fondo de un océano,
son límites y vibración distorsionada,
y son también, y sobre todo,

-el corazón, las manos y los ojos-
un lugar de encuentro.

No se crece sin sufrir. Un artículo de Evelyn Aixalà (20/04/2020) publicado en revistababar.com

El docente y escritor canadiense Perry Nodelman dice que cuando se trata de libros para niños, todos somos censores. Pero ¿qué censuramos, con qué finalidad y en nombre de quién?

Empecemos por la última pregunta. Censuramos en nombre de una noción de infancia que heredamos de la ilustración francesa del siglo XVIII, concretamente de Rousseau y sus principios básicos sobre cómo educar a los niños. Entre sus ideas más influyentes y conocidas está la de que el niño es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que puede llegar a pervertir sus buenas inclinaciones. Por lo tanto, es necesario proteger a la infancia (palabra que proviene del latín infans: el que no habla) de la perversión y del mal para asegurarnos de que cuando hable, lo haga con buenas palabras, muchas de las cuales le van a llegar a través de los cuentos.

En nuestro concepto de infancia también cala hondo el enfoque constructivista de otro suizo, Piaget, quien describe las capacidades que tiene el niño en cada etapa de su proceso evolutivo para razonar sobre el mundo que lo rodea y que, por tanto, como mediadores, nos lleva a preguntarnos qué lenguaje y qué propuestas temáticas está preparado para procesar, muchas veces más basados en prejuicios que en datos empíricos.

Y aquí entra en juego un tercer elemento, los valores, es decir, sobre qué podemos y debemos hablarles. Hemos recorrido un largo camino desde la literatura para el adoctrinamiento de los siglos XVIII y XIX hasta la actual literatura considerada una herramienta para formarnos como ciudadanos críticos a partir del diálogo entre el lector y el texto. Sin embargo, todavía queda mucho didactismo escondido que ve en el libro un instrumento útil para educar, para “abuenizar”, como dice Díaz Ronner, y así huir del conflicto y transferir “los deberes y los principios éticos provenientes del sector hegemónico”, que no es otro que el de los adultos. Amparados en esa finalidad educativa que se le otorga a la literatura, le damos entrada a la fatídica pregunta que atormenta a tantos libreros y bibliotecarios: ¿me recomiendas un libro para?”, o la no menos desafortunada consiga docente que trata de buscar un único significado irrefutable en cada lectura: ¿qué quiso decir el autor? Y entonces los niños tiemblan y se quedan sin palabras porque durante toda la lectura no disfrutaron del libro sino que leyeron para dar respuesta a La Verdad, aquella que incluso el propio autor desconoce. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 19 de abril de 2020

Los miedos infantiles en la literatura para niños. Fundación Germán Sánchez Ruipérez

Los miedos infantiles en la literatura para niños / selección y textos a cargo del equipo del Área de Documentación del Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil y de ASMI, Asociación para la Salud Mental Infantil desde la Gestación]. - Salamanca : Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2007. - 80 p. B 56 ESP 2007

Partiendo de la idea de León Felipe “el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos” se presenta esta bibliografía realizada por el Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en colaboración con la Asociación para la Salud Mental Infantil desde la Gestación (ASMI). La parte bibliográfica se divide en dos grandes bloques: Leer los miedos, con obras de ficción para niños y jóvenes, y Los miedos, los niños y los libros, con artículos y monografías que analizan y reflexionan sobre el tratamiento del tema de los miedos infantiles. El primer bloque presenta los títulos en castellano y su disponibilidad en otras lenguas españolas.


«Flores blancas en la niebla», un poema de Joan Margarit

Sábanas grises de la escarcha
cubrían el bancal de los almendros;
pero llegaron lluvias como máscaras
y la hierba borró los espejos del frío.
En la invernal mirada un aire cálido
comenzaba a mentir
a aquellas alas grises
de pájaros erráticos en árboles desnudos.
En una sola noche de tibieza
con reflejos de sombra en el espejo,
los almendros se abrieron en sus flores.
Tú llegaste también
en un tiempo de frío y soledad:
El amor fue la brisa
sobre la escarcha gris. Las flores olvidadas
extendían olor a primavera
en el ámbito helado, nieve cálida
de breves flores blancas. Con tristeza
las recuerdo durante aquel invierno
que en una sola noche las heló.

Joan Margarit

sábado, 18 de abril de 2020

Los hombres de la tierra, un cuento de Ray Bradbury.

¿Cómo nos recibirán (a los terrícolas) cuando lleguemos al primer planeta habitado? Esta es la pregunta que intenta contestar el norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) en el cuento de ciencia ficción titulado "Los hombres de la Tierra"





Quienquiera que fuese el que golpeaba la puerta, no se cansaba de hacerlo.
La señora Ttt abrió la puerta de par en par.
-¿Y bien?
-¡Habla usted inglés! -el hombre, de pie en el umbral, estaba asombrado.
-Hablo lo que hablo -dijo ella.
-¡Un inglés admirable!
El hombre vestía uniforme. Había otros tres con él, excitados, muy sonrientes y muy sucios.
-¿Qué desean? -preguntó la señora Ttt.
-Usted es marciana -el hombre sonrió-. Esta palabra no le es familiar, ciertamente. Es una expresión terrestre -con un movimiento de cabeza señaló a sus compañeros-. Venimos de la Tierra. Yo soy el capitán Williams. Hemos llegado a Marte no hace más de una hora, y aquí estamos, ¡la Segunda Expedición! Hubo una Primera Expedición, pero ignoramos qué les pasó. En fin, ¡henos aquí! Y el primer habitante de Marte que encontramos ¡es usted!
-¿Marte? -preguntó la mujer arqueando las cejas.
-Quiero decir que usted vive en el cuarto planeta a partir del Sol. ¿No es verdad?
-Elemental -replicó ella secamente, examinándolos de arriba abajo.
-Y nosotros -dijo el capitán señalándose a sí mismo con un pulgar sonrosado- somos de la Tierra. ¿No es así, muchachos?
-¡Así es, capitán! -exclamaron los otros a coro.
-Este es el planeta Tyrr -dijo la mujer-, si quieren llamarlo por su verdadero nombre.
-Tyrr, Tyrr -el capitán rió a carcajadas-. ¡Qué nombre tan lindo! Pero, oiga, buena mujer, ¿cómo habla usted un inglés tan perfecto?
-No estoy hablando, estoy pensando -dijo ella-. ¡Telepatía! ¡Buenos días! -y dio un portazo.
Casi en seguida volvieron a llamar. Ese hombre espantoso, pensó la señora Ttt. Abrió la puerta bruscamente.
-¿Y ahora qué? -preguntó.
El hombre estaba todavía en el umbral, desconcertado, tratando de sonreír. Extendió las manos.
-Creo que usted no comprende…
-¿Qué?
El hombre la miró sorprendido:
-¡Venimos de la Tierra!
-No tengo tiempo -dijo la mujer-. Hay mucho que cocinar y coser y limpiar… Ustedes, probablemente, querrán ver al señor Ttt. Está arriba, en su despacho.
-Sí -dijo el terrestre, parpadeando confuso-. Permítame ver al señor Ttt, por favor.
-Está ocupado.
La señora Ttt cerró nuevamente la puerta.CONTINUAR LEYENDO

«Todos a una», un poema de Gabriel Celaya.

Cada vez que muere un hombre,
todos morimos un poco, nos sentimos como un golpe
del corazón revulsivo que se crece ante el peligro
y entre espasmos recompone
la perpetua primavera con sus altas rebeliones.

Somos millones. Formamos
la unidad de la esperanza.
Lo sabemos. Y el saberlo
nos hace fuertes; nos salva.

Nos sentimos como un golpe
que sin brotar se ha quedado temblorosamente en vilo.
Nos sentimos sin sentirnos,
fabulosamente dulces, dolorosamente ciertos.
Nos sentimos un nosotros. Palpitamos colectivos.

Corazón, corazón,
dulce sol interior,
me iluminas, me envuelves:
soy más de lo que soy.

Cada vez que un combatiente
se desangra, con su sangre derramada yo hago versos,
canto y muero en él creciendo,
digo quién soy, quiénes somos, quién en nosotros, invicto,
testimonia lo perpetuo, sopla espíritu en el fuego.

Yo resucito en los muertos
si los siento en camarada,
y ellos en mí, yo con ellos
permanezca y canto. ¡Canta!

Allá lejos, ¿quién me espera?
Aquí al lado, ¿quién me pide simplemente una mirada
tan terrible, tan difícil
como dar cara diciendo que -perdón- no pasa nada?
Mas le miro y en mis ojos devorantes hay mañana.

Nos alzamos uno en otro.
Somos quien somos: varones
tan seguros de sí mismos
que renuncian a su nombre.

Cada vez que siento en vivo
mi corazón, me pregunto quién me exige más conciencia,
me pregunto quién me llama
o, con alarma, ¿qué pasa?
Mas no pasa, siempre queda y es la unidad que en mí canta.

¿Quién se atreve a condenarnos?
Somos millones, millones.
Somos la luz que se extiende.
¡Miradnos! Somos el hombre.

viernes, 17 de abril de 2020

.El judío Abraham, un cuento del Decamerón de Giovanni Boccaccio

Hubo en París un gran mercader y hombre bueno que fue llamado Giannotto de Civigní, lealísimo y recto y gran negociante en el rango de la pañería; y tenía íntima amistad con un riquísimo hombre judío llamado Abraham, que era también mercader y hombre muy recto y leal. Cuya rectitud y lealtad viendo Giannotto, empezó a tener gran lástima de que el alma de un hombre tan valioso y sabio y bueno fuese a su perdición por falta de fe, y por ello amistosamente le empezó a rogar que dejase los errores de la fe judaica y se volviese a la verdad cristiana, a la que como santa y buena podía ver siempre aumentar y prosperar, mientras la suya, por el contrario, podía distinguir cómo disminuía y se reducía a la nada. El judío contestaba que ninguna religión creía ni santa ni buena fuera de la judaica, y que en ella había nacido y en ella entendía vivir y morir; ni habría nada que nunca de aquello lo hiciese moverse. Giannotto no cesó por esto de, pasados algunos días, repetirle semejantes palabras, mostrándole, tan burdamente como la mayoría de los mercaderes pueden hacerlo, por qué razones nuestra religión era mejor que la judaica.

Y aunque el judío fuese en la ley judaica gran maestro, no obstante, ya que la amistad grande que tenía con Giannotto lo moviese, o tal vez que las palabras que el Espíritu Santo ponía en la lengua del hombre simple lo hiciesen, al judío empezaron a agradarle mucho los argumentos de Giannotto; pero obstinado en sus creencias, no se dejaba cambiar. Y cuanto él seguía pertinaz, tanto no dejaba Giannotto de solicitarlo, hasta que el judío, vencido por tan continuas instancias, dijo:

-Ya, Giannotto, a ti te gusta que me haga cristiano; y yo estoy dispuesto a hacerlo, tan ciertamente que quiero primero ir a Roma y ver allí al que tú dices que es el vicario de Dios en la tierra, y considerar sus modos y sus costumbres, y lo mismo los de sus hermanos los cardenales; y si me parecen tales que pueda por tus palabras y por las de ellos comprender que vuestra fe sea mejor que la mía, como te has ingeniado en demostrarme, haré aquello que te he dicho: y si no fuese así, me quedaré siendo judío como soy. CONTINUAR LEYENDO

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL. Biblioteca Nacional de España. Guía de recursos bibliográficos.



En 1971 se creó en la Biblioteca Nacional la sección conocida como Biblioteca de Estudios de Literatura infantil y juvenil Isabel Niño, en homenaje a la bibliotecaria Isabel Niño Mas (1900-1969), para la consulta de las obras de literatura infantil y de los libros de texto, no para los lectores infantiles.

Cuando esta sección especializada desaparece de la estructura orgánica básica de la Biblioteca Nacional en la O.M. de 1986, el grueso de su colección (cuentos, cómics, tratados y manuales de estudio de literatura infantil y juvenil, álbumes etc.) se integraron con los demás fondos de la BN. Las signaturas, que se inician con J, se conservan en los depósitos de la Sede de Alcalá de Henares y pueden consultarse tanto en el Salón General como en la sala de lectura de dicha Sede. Se conservan así mismo los catálogos manuales, ordenados alfabéticamente por colecciones y por ilustradores, que se pueden consultar en la 3ª planta, núcleo Norte. 

Las bibliografías, catálogos de bibliotecas y obras de referencia especializadas en literatura infantil y juvenil, de ámbito tanto español como internacional, son las únicas obras de esta materia que se conservan en la sede de Recoletos. Están ubicadas en el Servicio de Información Bibliográfica, en cuya sala se consultan y su signatura es B 56. Es una colección que se sigue actualizando mediante compra y Depósito Legal.



jueves, 16 de abril de 2020

El bosque de los relatos. Irene Vallejo (El País, 12 ABR 2020).



Las historias no son una evasión que nos aísla del mundo, sino pasarelas entre las experiencias propias y las compartidas


Ciertos días, la ventana es la única promesa de aventura. Levantas en brazos a tu hijo y él afianza las manos en el alféizar, mirando el cielo que se desentumece sobre la pequeñez de los pisos. En el silencio y la frescura, os absorbe la perspectiva rojiza de los tejados y el hilván de nubes que surcan cigüeñas lentas, como nadando entre los mástiles de las antenas. Ciertas noches se descubren tenues salpicaduras de estrellas. En las últimas semanas soléis mirarlas, con las frentes apoyadas en el frío del cristal. Están lejos, tan lejos que la luz tarda años en llegar hasta vosotros; en algunos casos, el fulgor empezó su viaje hace milenios. Sobre vuestras cabezas se extiende, radiante, un cielo del pasado, tal vez estrellas ya extinguidas, destellos vagabundos de astros apagados. Os parece asombroso: algo que muere puede seguir brillando. A veces vemos lo que no existe.

Más que nunca en estos días, te refugias en la lectura. Desde los libros te hablan voces de autores muertos y escritoras lejanas, como las estrellas que brillan para ti después de apagarse. La posibilidad misma de charlar tranquilamente con fantasmas de otros tiempos es un hecho asombroso que alguna vez intentarás explicar a tu hijo. Le dirás que en sus páginas nos relacionamos con el pasado y lo escuchamos. Un perro, un gato o una pulga no saben cómo era el mundo antes de su nacimiento. Nosotros, gracias a los libros, podemos adentrarnos en la mente de nuestros antepasados hasta épocas remotas y, por añadidura, sabemos bastante sobre la vida de los gatos, los perros y las pulgas de otras tierras, incluso de otros siglos.

A tu hijo le gusta que aparezcan animales en las historias, así que la noche del día del libro le contarás el viejo mito griego de Orfeo. Se decía que con sus cantos amansaba a osos y leones, interrumpía el mordisqueo de los roedores, hechizaba a las hormigas que trepaban en hilera por los pinos, detenía el agua de los ríos, hacía bailar a los árboles y sentir a las piedras. Y cuando fue a rescatar a su amada Eurídice de la casa de los muertos, ni siquiera el perro de tres cabezas ladró, fascinado por sus versos. Detener el mundo es el secreto deseo de quien cuenta una historia, y también de quien lee. Y en ese hueco de los relojes intentamos recuperar lo que se perdió, traspasar puertas, abrir fronteras, reunir lejanías, reconstruir instantes desaparecidos, engañar al perro de la muerte.

Cuando la soledad nos prohíbe hasta tumbarnos bajo los racimos de estrellas, los libros siguen a nuestro lado amansando la angustia, como Orfeo pacificaba a los osos y leones en el bosque del mito. Durante los tiempos oscuros, nos convertimos en Quijotes inversos que mantienen la cordura gracias a los relatos —y la música, las películas, las series—. Las historias no son una evasión que nos aísla del mundo, sino pasarelas entre las experiencias propias y las compartidas, acogedoras islas para náufragos. Después de dos arrestos en el Gulag soviético, Varlam Shalámov recordaría que resucitó al recorrer los pasillos de una gran biblioteca. El psicólogo austriaco Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, afirmaría que sobrevivían mejor las personas lectoras porque su imaginación les permitía abstraerse del terrible entorno y construirse un mundo interior rico y protector. “Solo así”, escribió, “se explica que los más frágiles soportaran mejor la vida del campo que los de constitución más robusta”. Tal vez por eso, en Siria, bajo un edificio bombardeado de Damasco, algunos vecinos del distrito sitiado de Daraya reunieron volúmenes que habían salvado esquivando a los francotiradores. Y en los campos de refugiados de Grecia, algunos voluntarios conducen no solo ambulancias, sino también bibliobuses: lugares donde aprovechar el tiempo en lugar de matarlo, espacios apacibles donde aprender, donde recuperar la fe en el futuro. Los libros no son distracciones para escondernos y escudarnos, sino palabras aladas que nos permiten expandirnos, revivir en los sueños de otros. Como sabía Orfeo, lo que no existe también te hace más fuerte.

INVITAN A CONOCER A “SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ” A TRAVÉS DE LA LITERATURA INFANTIL y JUVENIL

Toluca, Estado de México, 10 de abril de 2020. La Secretaría de Cultura, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal (CEAPE), invita a conocer la vida de una niña llamada Sor Juana Inés de la Cruz, nacida el 12 de noviembre de 1651, en San Miguel de Nepantla, Tepetlixpa, Estado de México, quien se convirtió en una de las más destacadas figuras de las letras de nuestro país.

Joven brillante, culta y admirada, su poesía ingeniosa, elocuente y expresiva, la convirtió en la personalidad más destacada de las letras novohispanas del siglo XVII.

Con dos textos pertenecientes a la colección de Literatura Infantil y Juvenil del Fondo Editorial Estado de México (FOEM), la Secretaría de Cultura invita a conocer más de la también llamada Fénix de América.

El primer texto es “Tú, que intentas volar. Cuéntame de Sor Juana Inés de la Cruz”, de María Eugenia Leefmans, que relata la historia de una niña a quien le gustaba leer y más leer.

Vivió en México en la época del Virreinato, y fue dama de honor de la Corte. Al poco tiempo decidió entrar al convento, donde siguió leyendo y escribiendo poemas. Sor Juana Inés de la Cruz se convirtió en una de las grandes figuras de nuestra literatura. La historia de una niña que creció con su abuelo, donde su pasión fue notoria desde sus primeros años de vida.

Otro de los libros es “Entrevista a Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XXI”, de Yolanda Sentíes Echeverría, quien hace una incisión en el tiempo para buscar las respuestas de la monja mexicana más universal.

¿Quién no ha querido conversar con Sor Juana alguna vez?, ¿quién, mirándola a los ojos, no ha deseado interrogarla, con fraterna y cariñosa suavidad, sobre las penas y alegrías de su alma o los deslices de su corazón?, ¿quién no ha querido oír de sus propios labios el tamaño de su incandescente vocación literaria?

Fincada en la célebre Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, la citada entrevista es un juego imaginativo entre la admiración y la irreverencia, un ejercicio audaz de diálogo que no pretende interpretar ni explicar el pensamiento de Sor Juana, sino reiterar la vigencia de las verdades y razones de una figura atemporal.

Estas obras pueden consultarse en la Biblioteca digital FOEM, en https://ceape.edomex.gob.mx/fondo_edomex.

ACCEDE AL TEXTO: "Tú, que intentas volar. Cuéntame de Sor Juana Inés de la Cruz."

miércoles, 15 de abril de 2020

Laberinto, un poema de Jorge Luis Borges.

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.

No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino

como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña

de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.

Absolución, un cuento de F. Scott Fitzgerald

Érase una vez un sacerdote de ojos fríos y húmedos que, en el silencio de la noche, derramaba frías lágrimas porque las tardes eran cálidas y largas y era incapaz de conseguir una absoluta unión mística con Nuestro Señor. A veces, hacia las cuatro, bajo su ventana, se oía un rumor de chicas suecas en el sendero, y en sus risas estridentes descubría una terrible disonancia que lo empujaba a rezar en voz alta para que cayera pronto la tarde. Al atardecer las risas y las voces se apaciguaban, pero más de una vez había pasado por la tienda de Romberg cuando ya era casi de noche y las luces amarillas brillaban en el interior y resplandecían los grifos de níquel del agua de Seltz, y el perfume en el aire del jabón de tocador barato le había parecido desesperadamente dulce. Pasaba por allí cuando volvía de confesar a los fieles los sábados por la tarde, hasta que tomó la precaución de cruzar a la otra acera de la calle, para que el perfume del jabón se disolviera en el aire, flotando como incienso hacia la luna de verano, antes de llegarle a la nariz.


Pero era imposible eludir la vehemente locura de las cuatro de la tarde. Desde la ventana, hasta donde alcanzaba a ver, el trigo de Dakota cubría el valle del río Rojo. Era terrible la visión del trigo, y el dibujo de la alfombra, a la que, angustiado, bajaba los ojos, transportaba su imaginación melancólica a través de laberintos grotescos, siempre abiertos al sol inevitable.

Una tarde, cuando había llegado al punto en que la mente se para como un reloj viejo, el ama de llaves acompañó a su estudio a un hermoso y perspicaz chico de once años llamado Rudolph Miller. El chiquillo se sentó en una mancha de sol, y el sacerdote, en su escritorio de nogal, fingió estar muy ocupado: quería disimular el alivio de que alguien entrara en su habitación embrujada. CONTINUAR LEYENDO

martes, 14 de abril de 2020

Querido hermano blanco. Un poema de Léopold Sédar Senghor.

Cuando yo nací, era negro.

Cuando crecí, era negro.

Cuando me da el sol, soy negro.

Cuando estoy enfermo, soy negro.

Cuando muera, seré negro.

Y mientras tanto, tú, hombre blanco,

Cuando naciste, eras rosado.

Cuando creciste, fuiste blanco.

Cuando te da el sol, eres rojo.

Cuando sientes frío, eres azul.

Cuando sientes miedo, eres verde.

Cuando estás enfermo, eres amarillo.

Cuando mueras, serás gris.

Entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?


Orestíada, una tragedia de Esquilo

Esquilo [Orestíada] nos muestran que un orden legal democrático no puede ser un mero corsé con el que se intente enjaular el desquite vengativo, sino que debe transformar la esencia misma de este para que, pase de ser algo apenas humano, obsesivo, sediento de sangre, a ser algo humano, que acepte razones y que proteja la vida en vez de amenazarla. Las furias siguen siendo necesarias, porque el mundo es imperfecto y siempre hay crímenes a los que enfrentarse, pero no se las quiere ni se las necesita en su forma original, sino que deben convertirse en instrumentos de justicia y del bienestar humano. La ciudad se libera así de la lacra de la ira vengativa, generadora de conflicto civil y, en su lugar, adopta una justicia con miras al futuro. 

Marta C. Nussbaum (2019). La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual. Paidós, Barcelona. (pág. 93)


'La Orestiada' es una obra clave para el conocimiento de nosotros mismos y por lo tanto del comportamiento del ser humano.
Lo sabían muy bien Shakespeare o Freud por citar solo dos nombres de los miles, miles y miles que se han servido de esta obra maestra del teatro para sus propios trabajos. ¿Podría existir Hamlet sin Orestes?
El pensamiento clásico es de tal actualidad que da la sensación que el progreso técnico hubiese adelantado secularmente al progreso espiritual que parece no poder superar el pensamiento griego.
Y 'La Orestíada' es su compendio.
La fuerza arrasadora del pasado (AGAMENÓN) cae sobre el presente (Coéforas / ORESTES) le moviliza, determina las conductas y les hace actuar. Y por primera vez el poder autocrático se transforma en la primera acción de la democracia (Euménides / LA DEMOCRACIA).
'La Orestíada' es un escaparate profundo y riquísimo de nuestra conducta. Ante nuestros ojos desnuda el mundo individual: [rencor, pasión, vanidad, celos, venganza, ansias de poder, desequilibrio emocional, lealtad, venganza, delitos, remordimientos, desesperanza, el miedo inocencia, madurez, reflexión , humillación, etc.] y el mundo colectivo [abuso del poder, las mentiras publicas, la fuerza armada, los golpes de estado ocultos, la superstición y la divinidad, el poder aparente del pueblo, la manipulación del mismo, la máscara de la democracia adulterada).
Y sobre todo la justicia, la justicia injusta… la justicia manipulada por las manos de intereses espurios.
Revisar una y otra vez 'La Orestíada' es la mejor manera de encontrase con uno mismo e intentar comprender este absurdo mundo que nos rodea y las razones que nos han traído hasta aquí. Quizá así podamos no repetir tal cúmulo de errores.
En este caso a través del castellano de un dramaturgo pero especialmente de un poeta: Luis García Montero que elevado todo ese caudal de erudición a un hecho teatral apasionante y dinámico de un lirismo inigualable.

José Carlos Plaza

domingo, 12 de abril de 2020

EL POETA CANTA POR TODOS, un poema de Vicente ALEIXANDRE


I
Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!

El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Masa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas mudas paredes interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te decides. Sí, pasan.

Todos están pasando. Hay niños, mujeres. Hombres
serios. Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente desfila.
Y tú, con el corazón apretado, convulso de tu solitario
dolor, en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, como un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.

II
Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
girar las manos cuando ahora avanzas.
Y si, te yergues, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se
ha unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en
tu grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te
reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones
esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

III

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos. Están escuchando una
única voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te
conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta corno un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su carne.
Y ella se despliega y ofrece, y toda la masa gravemente desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las
frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.

La palabra, un cuento de Vladimir Nabokov

Barrido del valle de la noche por el genio de un viento onírico, me encontré al borde de un camino, bajo un cielo de oro puro y claro, en una tierra montañosa de extraordinaria naturaleza. Sin necesidad de mirar, sentía el brillo, los ángulos y las múltiples facetas de aquellos inmensos mosaicos que constituían las rocas, de los precipicios deslumbrantes, y el destello de innumerables lagos que me miraban como espejos en algún lugar abajo en el valle, tras de mí. Mi alma se vio embargada por un sentido de iridiscencia celestial, de libertad, de grandiosidad: supe que estaba en el Paraíso. Y sin embargo, dentro de esta mi alma terrenal, surgió un único pensamiento mortal como una llama que me traspasara –y con qué celo, con qué tristeza lo preservé del aura de aquella gigantesca belleza que me rodeaba-. Ese único pensamiento, esa llama desnuda de sufrimiento puro, no era sino el pensamiento de mi tierra mortal. Descalzo y sin dinero, al borde de aquel camino de montaña, esperé a los amables y luminosos habitantes del cielo, mientras el viento, como la anticipación de un milagro, jugaba con mi pelo, llenaba las gargantas con un zumbido de cristal, y agitaba las sedas fabulosas de los árboles que florecían entre las rocas que bordeaban el camino. Largos filamentos de todo tipo de hierbas lamían los troncos de los árboles como si fueran lenguas de fuego; grandes flores se rompían abiertas en las ramas brillantes y, como copas volantes que rezumaran luz del sol, planeaban por el aire, exhalando en sus jadeos unos pétalos convexos y translúcidos. Su aroma dulce y húmedo me recordaba todas las cosas maravillosas que había experimentado a lo largo de mi vida.

De repente, cuando me encontraba cegado y sin aliento ante aquel resplandor, el camino se llenó de una tempestad de alas. Escapándose de las cegadoras profundidades llegaron en enjambre los ángeles que yo estaba esperando, con sus alas recogidas apuntando a las alturas. Se movían con pasos etéreos; eran como nubes de colores en movimiento, y sus rostros transparentes permanecían inmóviles a excepción de un leve temblor extasiado en sus pestañas radiantes. Unos pájaros turquesa volaban entre ellos con risas felices como de adolescentes, y unos animales color naranja deambulaban ágiles, en una fantasía de manchas negras. Las criaturas se enrollaban como ovillos en el aire, estirando sus piernas de satén en silencio para atrapar las flores volantes que circulaban y se elevaban, apretándose ante mí con ojos brillantes.

¡Alas! ¡Más alas! ¡Por todas partes, alas! ¿Cómo describir sus circunvoluciones y colores? Eran suaves y también poderosas – leonadas, violetas, azul profundo, negro aterciopelado, con un polvillo arrebolado en las puntas redondeadas de las plumas curvas. Eran como nubes escarpadas fijas en la espalda luminosa de los ángeles, suspendidas en arrogante equilibrio; de tanto en tanto, un ángel, en una especie de trance maravilloso, como si le fuera imposible contener por más tiempo su felicidad, en un efímero segundo, abría sin previo aviso esa su belleza alada y era como un estallido de sol, como una burbuja de millones de ojos. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 11 de abril de 2020

El último amor, un poema de Fiódor Tiútchev.

Más tierna es la pasión, más temerosa,
cuando, fugaz, la vida ya declina…
¡Alumbra, luz, alumbra generosa,
último amor, aurora vespertina!
Se va poniendo oscuro el firmamento,
y sólo allá en el poniente hay en su manto
un resplandor errante. ¡Oh, momento,
prolóngame la vida con tu encanto!

No importa que la sangre no caliente,
si el corazón no pierde la ternura…
¡Último amor, ocaso refulgente,
eres solaz y eres desventura!

El halcón de Federigo, un cuento del Decamerón de Giovanni Boccaccio

En Florencia hubo un joven llamado Federigo de los Alberighi, en hechos de armas y en cortesía alabado sobre todos los demás donceles de Toscana. El cual, como sucede a la mayoría de los gentileshombres, de una cortés señora llamada doña Giovanna se enamoró, en sus tiempos tenida como de las más hermosas mujeres y de las más gallardas que hubiera en Florencia; y para poder conseguir su amor, justaba, torneaba, daba fiestas y regalos, y lo suyo sin ninguna contención gastaba: pero ella, no menos honesta que hermosa, de ninguna de estas cosas por ella hechas ni de quien las hacía se ocupaba.


Gastando, pues, Federigo mucho más de lo que podía y no consiguiendo nada, como suele suceder las riquezas le faltaron, y se quedó pobre, sin otra cosa haberle quedado que una tierra pequeña de las rentas de la cual estrechamente vivía, y además de esto un halcón de los mejores del mundo; por lo que, más enamorado que nunca y no pareciéndole que podía seguir llevando una vida ciudadana como deseaba, a Campi, donde estaba su pequeña hacienda, se fue a vivir. Allí, cuando podía, cazando y sin invitar a nadie, su pobreza sobrellevaba pacientemente.
Ahora, sucedió un día que, habiendo Federigo llegado a estos extremos, el marido de doña Giovanna enfermó, y viendo llegar la muerte hizo testamento; y siendo riquísimo dejó heredero de ello a un hijo suyo ya grandecito, y después de él, habiendo amado mucho a doña Giovanna, a ella, si sucediese que el hijo muriera sin heredero legítimo, como heredera constituyó, y murió.
Quedándose, pues, viuda doña Giovanna, como es costumbre entre nuestras mujeres, en el verano con este hijo suyo se iba al campo a una posesión asaz cercana a la de Federigo; por lo que sucedió que aquel jovencito empezó a hacer amistad con Federigo y a entretenerse con las aves de caza y los perros; y habiendo visto muchas veces volar el halcón de Federigo, gustándole extraordinariamente, mucho deseaba tenerlo, pero no se atrevía a pedírselo viendo que él lo quería tanto. Y estando así la cosa, sucedió que el muchachito se enfermó, de lo que la madre, muy doliente, como quien no tenía más y lo amaba lo más que podía, estando todo el día junto a él, no dejaba de cuidarlo y muchas veces le preguntaba si deseaba algo, rogándole que se lo dijese, que tuviera la certeza que si fuese posible tenerlo lo conseguiría donde estuviera. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 10 de abril de 2020

Canción del que no quería mentir, un poema de Gloria Fuertes musicado por Aguaviva.



Hemos de procurar no mentir mucho.
Sé que a veces mentimos para no hacer un muerto,
para no hacer un hijo o evitar una guerra.

De pequeña mentía con mentiras de azúcar,
decía a las amigas: "Tengo cuarto de baño"
—mi casa era pobre con el retrete fuera—.
"Mi padre es ingeniero" y era sólo fumista,
¡pero yo le veía ingeniero ingenioso!

Me costó la costumbre de arrancar la mentira,
me tejí un vestido de verdad que me cubre,
a veces voy desnuda.

Desde entonces me quedo sin hablar muchos días.

Lolita es Nabokov, un artículo de Monika Zgustova publicado en El País el 7 DIC 2019 .


El escritor ruso sufrió de niño las atenciones abusivas de su tío Ruka. Su novela cumbre deja claro para quien sepa leer que rechazaba al indigno seductor de menores y que la protagonista es una víctima


Los padres de Vladimir Nabokov solían veranear en Vyra, en una mansión con un gran jardín en los alrededores de San Petersburgo. Tras uno de esos almuerzos tardíos, largos y abundantes, tan característicos de los gustos de los rusos adinerados antes de la revolución, los anfitriones y los huéspedes salieron a tomar el café en la terraza. A Vladimir, que en aquella primavera de 1907 tenía ocho años, lo retuvo su tío Vasili Rukavíshnikov, diplomático, oRuka, según le llamaban sus compañeros de trabajo en las embajadas. Ruka, que en ruso significa “mano”, fue el apodo que arraigó también en la familia. Cuando los comensales salieron a la terraza, el tío propuso al muchacho que ellos dos permanecieran solos en el comedor inundado de sol.

Sentó al niño en su regazo y lo acarició suavemente susurrándole al oído palabras juguetonas y traviesas; el pequeño Vladimir sintió bochorno. Quedó aliviado cuando su padre entró en el comedor procedente de la terraza. Vladimir se dio cuenta de que el padre estaba molesto con su cuñado cuando le reclamó con severidad que saliera con los demás a la terraza. Al chico lo mandó a su habitación.

El tío Ruka era aristócrata y homosexual, un diplomático acomodado y refinado al estilo de Charlus, uno de los protagonistas de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Se trataba de un hombre esmeradamente elegante que en la solapa del abrigo gris perla llevaba siempre un clavel violeta y al que le gustaba recitar en voz alta poemas que él mismo había escrito en francés. Aquella misma noche el tío se presentó en la habitación del pequeño Vladimir. Pidió al muchacho que le enseñara su colección de mariposas y mientras la contemplaban juntos, el tío le hacía cosquillas en la cara con su bigote sedoso y prosiguió con sus caricias y un toqueteo cada vez más atrevido. Esos encuentros eran agradables y desagradables, tentadores y repugnantes a la vez. Duraron unos cuatro años.

Desde que se publicó Lolita, los lectores en el mundo entero se preguntaron quién es la misteriosa niña, en quién o qué experiencia se había basado Nabokov para concebir su personaje. Mientras me documentaba para mi novela Un revólver para salir de noche hallé las pruebas, en las que parece que nadie se había percatado antes, acerca del hecho de que Nabokov en su novela describió los abusos cuya víctima había sido él mismo de niño. En el subcapítulo 3 del capítulo tercero de Habla, memoria, Nabokov dice que “cuando yo tenía ocho o nueve años” su tío Ruka “después de comer me sentaba en su regazo” y le susurraba palabras extrañas, mientras que “yo estaba avergonzado por el jugueteo de mi tío”; como hemos dicho, se le quitaba un peso de encima cuando el padre de Nabokov llamaba al tío Ruka a que saliera con los demás: “Basil, on vous attends”. Según Nabokov indica indirectamente pero con suficiente claridad en sus memorias, esos juegos abusivos duraron tres o cuatro años.

Cuando Vladimir tenía 11 o 12 años, según confiesa, un día fue a buscar a su tío a la estación de tren. El tío venía del extranjero para pasar el verano en su finca de Vyra, que lindaba con la residencia de veraneo de los padres de Nabokov. Al verle, Ruka le dijo al muchacho: “¡Qué amarillo y feo te has puesto (vous êtes devenu jaune et laid), pobrecito!”. El día de su 15 cumpleaños, el inmensamente rico tío Ruka le anunció en francés que le había hecho su heredero. Luego le despidió: “Y ahora puedes retirarte, l’audience est finie. Je n’ai plus rien à vous dire”. Algo similar pasa en Lolita: al final de la novela, tras una desesperada búsqueda, el secuestrador Humbert Humbert encuentra a una Lolita crecida, de 17 años, casada y embarazada. Su seductor la encuentra pálida, pecosa y demacrada y le regala una gran suma de dinero para su boda. Sin embargo, Lolita no puede disfrutar de su repentina riqueza porque muere al dar a luz, al igual que Nabokov no pudo gozar de su herencia porque a sus 18 años la revolución rusa provocó la total devaluación del rublo.

Tras sumergirme en la obra nabokoviana, y no solo en sus memorias, vi claro que de niño Vladimir sufrió atenciones abusivas de Vasili Rukavíshnikov, o Ruka, el hermano de su madre, y que el factor que determinó la creación de la novela Lolita fueron las extralimitaciones que había sufrido. A Nabokov le obsesionaba la idea del abuso de los niños. Sobre ello escribió primero El hechicero, novela que más tarde calificó de “la primera palpitación de Lolita”, pero no quedó del todo satisfecho con ella. Después de Lolita volvió al tema de los excesos y abusos en Pálido fuego, entonces hablando claramente de relaciones homosexuales. En los tres casos, Nabokov expresó su contrariedad y rechazo de los excesos cometidos contra los niños.

Es posible que muy pocos, quizá apenas Véra, la esposa del escritor, conocieran ese secreto de él. Véra sabía que a su marido le gustaban tanto las mujeres como las mariposas. Pero, según afirmó Katherine Reese Peebles, con la cual Nabokov mantuvo una relación amorosa cuando era profesor en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, “le gustaban las mujeres y las chicas, pero nunca las niñas”. Además, Véra sabía que para el personaje de Lolita Vladimir recurrió al rapto de la niña Sally Horner, un caso que a finales de los cuarenta sacudía al país. Día tras día Nabokov buscaba en los periódicos americanos nuevas revelaciones sobre las terribles peripecias de Sally en manos de su secuestrador para usarlas en su novela. Sobre el rapto de Sally Horner, la escritora Sarah Weinman ha publicado recientemente su libro La auténtica Lolita.

Las atenciones abusivas del tío Ruka tuvieron como consecuencia también que Nabokov mirara con escepticismo a los homosexuales. Se distanció de su hermano Serguéi a causa de la homosexualidad de éste. Es algo sorprendente porque Nabokov era un hombre muy abierto y en absoluto moralista. Sin embargo, al enterarse de que Serguéi se había portado como un héroe cambió de actitud. Durante la Segunda Guerra Mundial, Serguéi nunca ocultó su desprecio por la Alemania de Hitler y el régimen nazi al que criticaba abiertamente; alguien le delató y Serguéi fue a parar a un campo de concentración nazi donde murió. A posteriori Nabokov se avergonzó de su postura fría hacia su hermano. Y entonces cambió de actitud hacia la homosexualidad en general.

A lo largo de décadas se han escuchado críticas a Lolita desde las sensibilidades feministas. Muchas de ellas no parecen percibir todos los matices de la novela. Como la gran obra de arte que es, Lolita está escrita desde una libertad absoluta y busca reflejar la complejidad de cualquier comportamiento humano. Nabokov nunca pretendió escribir un panfleto, aunque dejó claro entre líneas para quien sepa leer que rechazaba al indigno seductor de menores y que Lolita fue una víctima. Del mismo modo que Nabokov fue una víctima porque Lolita también es él.

Monika Zgustova es escritora; su última novela es Un revólver para salir de noche (Galaxia Gutenberg, 2019).

jueves, 9 de abril de 2020

Puentes como liebres, un cuento de Mario Benedetti.

Había oído mencionar su nombre, pero la primera vez que la vi fue un rato antes de subir al vapor de la carrera. Mis viejos y mis hermanas habían venido a despedirme y estaban algo conmovidos, no porque viajara a Buenos Aires a pasar una semana con mis primos sino porque a mis dieciséis años nunca había ido solo «al extranjero».

Ella también estaba en la dársena pero en otro grupo, creo que con su madre y con su abuela. Fue entonces que mamá le dijo discretamente a mi hermana mayor: «Qué linda se ha puesto la hija de Eugenia Carrasco. Pensar que hace dos años era sólo una gurisa.» Mamá tenía razón: yo no podía saber cómo lucía dos años atrás la hija de Eugenia, pero ahora en cambio era una maravilla. Delgada, con el pelo rojizo sujeto en la nuca con un moño, tenía unos rasgos delicados que me parecieron casi etéreos y en el primer momento atribuí esa visión a la neblina. Luego pude comprobar que, con niebla o sin niebla, ella era así.

Al igual que yo, viajaba sola. Poco después, ya con el barco en movimiento, nos cruzamos en un pasillo y me miró como reconociéndome. Dijo: «¿Vos sos el hijo de Clara?», exactamente cuando yo preguntaba: «¿Vos sos la hija de Eugenia?» Nos avergonzamos al unísono, pero fue más cómodo soltar la risa. Tomé nota de que, cuando reía, podía ser una pícara que se hacía la inocente, o viceversa.

Inmediatamente cambié mi rumbo por el suyo. Iba pensando proponerle que cenáramos juntos y ensayaba mentalmente la frase cuando nos encontramos con el restaurante, así que se lo dije. «Y mirá que tengo plata.» Me gustó que aceptara de entrada, sin recurrir al filtro de negativas e insistencias tan usado por los adultos en los años treinta.

«Ah, pero somos algo más que el hijo de Clara y la hija de Eugenia ¿no te parece? Yo me llamo Celina.» «Y yo Leonel.» El mozo del restaurante nos tomó por hermanos. «Qué aventura» dijo ella. Estuve por decir aventura incestuosa, pero pensé que iba demasiado rápido. Entonces ella dijo «aventura incestuosa» y no tuve más remedio que ruborizarme. Ella también pero por solidaridad, estoy seguro. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 8 de abril de 2020

Esperanza, un poema del cubano Alexis Valdés.

Cuando la tormenta pase
Y se amansen los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia
seremos más compasivos. 

Valdrá más lo que es de todos
que lo jamas conseguido.
Seremos más generosos
y mucho más comprometidos

Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos.
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.

Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.

Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.

Y todo será un milagro.
Y todo será un legado.
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado. 

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.

«¡Qué pena!», un poema de Lón Felipe

¡Qué
pena
si este camino
fuera
de muchísimas
leguas
y siempre
se repitieran
las mismas
cuestas,
las mismas
praderas,
los mismos rebaños,
las mismas recuas,
los mismos pueblos,
la mismas ventas!…
¡Qué
pena
si esta vida
tuviera
—esta vida
nuestra—
mil años
de existencia!…
¿Quién la haría hasta el fin
llevadera?
¿Quién la soportaría toda
sin protesta?…
¿Quién lee diez siglos en la Historia
y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre
con distinta fecha?…
Los mismos hombres,
las mismas guerras,
los mismos tiranos,
las mismas cadenas,
los mismos esclavos,
las mismas protestas,
y los mismos farsantes,
las mismas sectas
y los mismos,
los mismos poetas…
¡Qué
pena,
qué
pena
que
sea
así todo siempre,
siempre de la misma manera!