jueves, 31 de agosto de 2023

"EL CLUB DE LOS INDECISOS". Un cuento de Cristina Peri Rossi

Los indecisos saben que cualquier decisión es parcialmente equivocada, no por el sentido de la misma, sino por el mero hecho de elegir. Es tan impertinente, en todo caso, salir o no salir a la calle, de modo que el hombre que opta por abrir la puerta, cruzar el umbral e integrarse a la muchedumbre anónima que circula por la ciudad no se equivoca menos que el otro, cerrador de puertas, que decide instalarse en un sillón y no abandonar la casa. Una u otra decisión, aparentemente opuestas, coinciden en un punto: intervienen sobre la realidad, desencadenan una serie de hechos imprevisibles y determinan otros, en un proceso incontrolable acerca del cual una sola responsabilidad es excesiva, y ninguna, cobardía.

Como la mujer que debía cruzar un río para encontrarse con su amante, y pereció en la empresa.

La historia de esta mujer ilustra mejor que ninguna otra hasta qué punto cualquier decisión es equivocada y un sí o un no dichos de manera aparentemente inofensiva, provocan consecuencias inconmensurables; las cercanas, a veces podemos aquilatarlas; las lejanas, como olas sucesivas que se forman más allá de nuestros ojos, no por imperceptibles son menos importantes.

La casa estaba al borde de un río. El río, teñido por la áspera vegetación circundante, era verde.

Las aguas provocan sueños. Son difusos, los sueños provocados por el agua. Fluyen desde alguna parte lejana envueltos en la maleza, entretejidos de lianas, con residuos de barro (memorias de quienes fuimos en otra edad perdida, inevocable), dibujos en la niebla y el eco de ramas quebrantadas como huesos partidos, dislocados. En la negra noche del deseo, las aguas dan forma ilusoria a los anhelos vagos, a las ansiedades insatisfechas. Mujer, río y sueño navegaban juntos en el lecho verde del agua, en la cabellera de lianas mezcladas, en el vapor frágil del despertar.

La mujer tenía un amante. Los sauces caían con delicada levedad, barrían la costa, evaporaban la maleza. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 30 de agosto de 2023

«LA FORMA DE QUERER TÚ"». Un poema de Pedro Salinas por Jaime Lorente.

 
La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

martes, 29 de agosto de 2023

"LA DESAPARICIÓN DE LA LITERATURA". Un artículo de Christopher Domínguez Michael publicado en la revista Letras Libres (México) el 15 de agosto de 2023

"Descolonizar", en los nuevos libros de texto, es hacer tabula rasa de los clásicos de la literatura, alejando a los niños de las obras que podrían estimular el apetito de unos pocos aventureros.

No soy el primero en señalar que entre las muchas falencias y aberraciones de los nuevos libros de texto que la llamada 4T pretende hacer circular está la desaparición, en sus contenidos, de la gran literatura. Adrede escribo “gran”, porque una de las características de los novatores de nuestro tiempo instruidos por las variadas escuelas del Resentimiento es el desprecio a una tradición literaria inmemorial que asocian a un supuesto Occidente colonizador, patriarcal y racista, el cual, desde los tiempos de Homero y Jenofonte (cuya obra, para dar un ejemplo, prueba que la frontera entre razas y religiones, entre griegos y persas, entre naturales y extranjeros, siempre fue muy móvil) se empeñaría –nos dicen– en imponer la “blanquidad” y su corolario de esclavitudes. Que los promotores de un despropósito semejante, en su versión mexicana, lleven Marx de nombre propio y escriban (aunque muy mal) en una lengua neolatina, sería cosa menor si el objetivo no fuera el alma cautiva de millones de niñas y niños, los cuales, en un país sin lectores, serán alejados, aún más irremediablemente de lo que ya están, de los clásicos antiguos, modernos y contemporáneos, lo mismo los nacionales que los extranjeros.

Descolonizar, se entiende, para los comisarios en el poder, es hacer tabula rasa de los clásicos, alejando a los niños de las obras, aun fuesen un puñado de páginas selectas e introductorias para estimular el apetito de unos pocos aventureros. Nada de La República, El sueño de una noche de verano, El avaro, El Quijote, Frankestein, Fortunata y Jacinta, La muerte de Iván Ilich, Los tigres de la Malasia, Juan de Mairena, El Aleph, El llano en llamas, El viejo y el mar, Siddhartha, La semana de colores, Hojas de hierba, Balún Canan, Crónicas marcianas,ni de versos de Sor Juana, de Nervo, de Poe, de Verlaine, de Alfonsina Storni, de Lugones, de Villaurrutia, de Pellicer, de Paz, de Pacheco y de tantos poetas vivos a los que deberíamos introducir a los niños. Eso sí, algunos de quienes diseñaron los LDT tuvieron la humorada de “autoantologarse” o de mencionar a autores de última fila (todos los intelectuales de la autoproclamada 4T se hacinan allí) solo por ser amiguetes del gobierno en turno. Pero indigna (y eso es lo que importa) que la tradición literaria, en su origen y en su vitalidad, haya sido sustituida por los “múltiples lenguajes”, otro eufemismo para nombrar el vacío. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 27 de agosto de 2023

"UN MONUMENTO PARA EVA". Un cuento de Ida Vitale

A la señorita Pardo le importaban sobre todas las cosas las palabras. De niña le habían explicado que nada sentaba mejor antes de dormir que una dosis regular de diccionario, entendiéndose por regular su aplicación constante, noche tras noche, y también la cantidad discreta, ni tan escasa como para no avanzar de modo visible en el empeño, ni tan contundente como para anular por agobio el propósito básico: grabar durante el sueño aquel acervo que, dentro, se volvía de oro. Por esos años de revelaciones comía, veloz, su cena, sin apreciar posibles refinamientos, con tal de concluir pronto y retirarse a la paz de su diccionario. Una única cosa podía disolver esa apatía que alarmaba a su familia y era la presencia en la comida de algún ingrediente novedoso. Y no porque agregara una provincia más al reino de los sabores, sino otro nombre, el dibujo de otra palabra, la delicia de un sonido diferente. Ganaba entonces no la memoria del gusto avinagrado y particular de la alcaparra o el inconfundible perfume de la albahaca en el caldo, sino dos palabras casi hermanas que serían clasificadas por sus cuatro sílabas rotundas de vocales abiertas y de orígenes arábigos. Un día descubrió las etimologías. Eso fue la culminación, la cúpula con la que remató el templo de sus secretas adoraciones. Así llegó a ser, ya adulta, una coleccionista entusiasta. Luego sería una coleccionista avara. Hablaba poco, convencida de la incapacidad de la gente para apreciar, más allá de lo que decía, el precioso vehículo empleado.

Esa devoción por una materia considerada insípida y exhumativa no implicaba, pese a lo que pudiera pensarse, sequedad de alma. Tenía familiares, amigas y amigos muy queridos, si bien ellos no participaban de sus fervores lexicales. Era probable que por eso no retribuyesen por igual sus afectos, que podían parecerles algo exánimes. Cuando llegaban aniversarios que requerían un regalo, la señorita Pardo se desvelaba desde días atrás pensando en un vocablo precioso por sus sonoridades pero también por el sentido, que había de adecuarse a la persona obsequiada. Era necesario, claro, que esta no la tuviese en su haber. Al fin, la señorita Pardo aparecía con su palabra rodeada de todos los adornos y delicadezas con que se presenta un obsequio refinado, sin que nadie aquilatara el trabajo y los cuidados pasados. Le agradecían apenas con una sonrisa de mero cumplimiento, las más de las veces irónica. Ignoraba, claro, su fama de extravagante y aun de escatimadora, por el estilo infrecuente de sus regalos. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 26 de agosto de 2023

"FORTUNA". Un poema de de la poeta uruguaya y Premio Cervante Ida Vitale


Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, 
ni más ni menos.

miércoles, 23 de agosto de 2023

«DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS...», un poema de Rosalía de Castro recitado por Aitana Sánchez-Gijón.

 

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman:
-Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?


martes, 22 de agosto de 2023

"QUEMAR UN LIBRO, QUEMAR UN HOMBRE". Un artículo de Camilo Pino publicado en la revista Letras Libres el 16 de agosto de 2023

 La tradición de suprimir libros es tan vieja y persistente como los libros mismos, y tiende a resurgir con la aparición de líderes iluminados.

Savonarola programaba sus hogueras para los martes de carnaval, día en el que la iglesia toleraba cierto desenfreno antes de entrar en la cuaresma. Los niños recorrían Florencia recolectando objetos inmorales: arte, joyas, vestidos, espejos, manuscritos y por supuesto, libros, que amontonaban en piras gigantescas. Las masas, ebrias y saciadas de los banquetes, se congregaban en la plaza mayor donde el ritual purificador, amenizado con trompetas y tambores, se sellaba con fuego. Quemar libros era una ocasión festiva.

Acabo de ver en YouTube la quema de libros más reciente de occidente. La organizó el año pasado Gregory Duane Locke, un pastor cristiano de Tennessee. Allí suenan las mismas trompetas y gritan las mismas masas enardecidas de la Florencia del siglo XV, solo que esta vez el fuego consume al bueno de Harry Potter.

Que se quemen libros en el siglo XXI no debería sorprendernos. La tradición es tan vieja y persistente como los libros mismos y tiende a resurgir con la aparición de líderes iluminados. Savonarola, Mao y el pastor Locke de Tennessee siempre han estado entre nosotros.

Tengo la fortuna de vivir en Florida, el epicentro de una nueva cruzada moral liderada por el gobernador y candidato a las primarias republicanas, Ron DeSantis, un político que se presenta a sí mismo como un guerrero creado por dios para proteger su reino. Su retórica raya en el delirio: “Si vistes la armadura de dios y resistes las trampas de la izquierda, entonces te atacarán con flechas encendidas, pero si cuentas con el escudo de la fe, podrás evitarlas”, le dijo en una ocasión, parafraseando a la Biblia, a una audiencia de niños. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 21 de agosto de 2023

"TORMENTAZO". Un cuento de Juan Tallón

Me asomé a la puerta de la agencia con el paraguas goteando. Miré a la derecha, a la izquierda, buscando un paragüero donde dejarlo. La recepcionista negó con la cabeza, saliendo de detrás de su mesa.

—Lo retiramos hace dos meses, perdona. Está claro que subestimamos el verano. Parece mentira que aún se nos olvide dónde estamos. Déjamelo, yo lo guardo. Vienes por la entrevista, ¿verdad? Puedes pasar a esa sala de ahí.

Había cinco personas: cuatro hombres y una mujer. Se volvieron a mirarme y algunos movieron los labios en silencio, haciendo como que decían buenos días.

—Hola —dijo la mujer, y me sonrió expresamente.

Me llamó la atención su acento, que tintineó como no lo hacía en aquella región.

—Hola —respondí, sin sonrisas.

Deduje que todos allí aspiraban al mismo puesto que yo, así que los observé y aborrecí. Flotaba un silencio nervioso y oscilante en la estancia, como esas bolsas de plástico que el viento llevaba a la derecha, después a la izquierda, arriba, abajo, y al final se mantenían en el mismo sitio, pero sin estarse quietas.

Me senté al fondo y dejé, como el resto, mi carpeta de dibujo A2 en el suelo, apoyada en las patas de la silla. Discretamente fui estudiando el percal. Saqué una conclusión sin premisas: yo necesitaba y me merecía ese trabajo más que todos ellos. Llevaba mucho tiempo soñando, buscando un empleo así. Conseguirlo, y además empezar en pleno verano, cuando la gente, por lo general, lo que necesita es parar de trabajar, irse de vacaciones, olvidarse de todo, sería doble buena noticia. Me vendría bien centrarme, dejar de salir, alejarme de algunos hábitos, incluso de ciertas compañías. En nueve días cumpliría 28: momento perfecto para sentar cabeza. Daría casi cualquier cosa para hacerme con el puesto. No daría, por ejemplo, un brazo, ni el dedo gordo. En cambio, creía que sí me dejaría romper el cúbito, porque eso tendría arreglo, y, entretanto el hueso soldaba, yo ya estaría en nómina y haciendo lo que me gustaba, que era la publicidad.

Claro: los demás albergaban las mismas expectativas y ganas. Aunque no veía a ninguno pidiendo que le rompiesen un brazo, una muñeca o la cadera, mismamente. Pero quién sabía qué pasaba por aquellas otras cabezas.

Hacía tres años y medio que buscaba empleo dentro del sector, desesperado, así que intenté concentrarme para dar lo mejor de mí en la entrevista y evadirme de cualquier pensamiento hostil. En cuestión de minutos nos irían llamando para presentar el desarrollo de una campaña para un fabricante de neumáticos enfocada a medios gráficos. Cerré los ojos durante unos segundos, respiré profundamente y pude oír una tos, un suspiro, unos tacones que atravesaban el pasillo, la entrada de un mensaje en un teléfono, el roce de una pierna que se desmontaba de la otra. Al abrir los ojos, mi mirada se desvió al suelo, y de soslayó estudié los zapatos de los candidatos. Las gotas de lluvia se habían ido secando y dejado su marca en la piel. Ninguno, salvo los de la mujer, podía decirse que reluciesen. Habría sido también mi caso si no les hubiese pasado un kleenex en el ascensor. Dos de los hombres tenían incluso barro en las suelas, por lo que me aposté algo a que también habían aparcado el coche en el descampado enfrente del edificio donde la agencia tenía su sede. Tendrían que darme pena, pero me alegró su poca consideración por un dar una buena imagen. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 20 de agosto de 2023

"YO TENGO TANTOS HERMANOS". Una canción/poema de Atahualpa Yupanki interpretada por Mercedes Sosa

 

Yo tengo tantos hermanos
que no los puedo contar.
En el valle, la montaña,
en la pampa y en el mar.

Cada cual con sus trabajos,
con sus sueños, cada cual.
Con la esperanza adelante,
con los recuerdos detrás.

Yo tengo tantos hermanos
que no los puedo contar.

Gente de mano caliente
por eso de la amistad,
Con uno lloro, pa llorarlo,
con un rezo pa rezar.
Con un horizonte abierto
que siempre está más allá.
Y esa fuerza pa buscarlo
con tesón y voluntad.

Cuando parece más cerca
es cuando se aleja más.
Yo tengo tantos hermanos
que no los puedo contar.

Y así seguimos andando
curtidos de soledad.
Nos perdemos por el mundo,
nos volvemos a encontrar. 
Y así nos reconocemos
por el lejano mirar,
por la copla que mordemos,
semilla de inmensidad.

Y así, seguimos andando
curtidos de soledad.
Y en nosotros nuestros muertos
pa que nadie quede atrás.

 Yo tengo tantos hermanos
que no los puedo contar,
y una novia muy hermosa
que se llama ¡Libertad!

sábado, 19 de agosto de 2023

"DESESPERANZA". Un artículo de Federico Guzmán Rubio publicado en Letras Libres el 3 de agosto de 2023

Causa y consecuencia de nuestro tiempo, la desesperanza está en el aire. A través de distopías, novelas históricas y relatos de anhelos frustrados, la literatura latinoamericana la cuestiona.

Al siglo XX se le pueden reprochar muchas cosas, pero no su falta de imaginación para crear utopías y, lo que es más temerario, intentar llevarlas a la realidad. Conforme la capacidad de soñar mundos perfectos y de crear pesadillas fue perdiendo fuerza –con el comunismo y el fascismo existentes ya solo en las películas de Hollywood y en la nostalgia de un par de radicales–, el siglo terminó convencido de que la democracia liberal representaba, a falta de una opción mejor, el fin de la historia. El final no era especialmente emocionante, pero qué más daba que fuera más bien aburrido si era práctico, si prometía un buen nivel de vida para las mayorías y si aseguraba a todos los individuos la libertad de ser quienes quisieran ser. Pero la historia no termina: tan solo se toma algunas pausas para ver de qué forma reaparece y se contradice, retrocede, se repite, progresa o lo que sea, dependiendo del ánimo con que se haya levantado en la madrugada del siglo.

Los años noventa latinoamericanos fueron de un optimismo impetuoso y no era para menos: las dictaduras militares habían caído una detrás de otra, y la democracia, imperfecta pero con el encanto de la novedad, parecía haber llegado para quedarse y prometía solucionar de una buena vez los problemas de la región, con poca épica pero con eficacia. Los revolucionarios de izquierda, derrotados y de pronto envejecidos, formaron partidos políticos y no frentes de liberación y, lo que es incluso más sorprendente, se resignaron a ganar las elecciones y a gobernar. Pero la renuncia sensata a los sueños grandilocuentes de la armonía universal dejó en ellos el ánimo de la derrota; después de todo, cómo no va a tener sabor a poco el impulsar programas sociales o tímidas políticas redistributivas si esas medidas se comparan con la creación de una sociedad en la que todos son hermanos y el egoísmo y el interés individual han sido erradicados. Otros viejos revolucionarios, ya sea de café o de célula armada, no quisieron o no pudieron acceder al poder y se replegaron en los cada vez más escasos bares bohemios en los que Silvio Rodríguez, a diferencia de Gardel, cada día cantaba peor.

Estos últimos fueron olvidados por sus antiguos camaradas ya enriquecidos en el poder, por la historia que tenía mejores cosas que hacer que andar pensando en revoluciones y hasta por la literatura, ocupada como estaba en cantar la nueva era de la globalización y el libre comercio o de reflexionar sobre el horror experimentado en las dictaduras. Los viejos militantes y simpatizantes de la izquierda revolucionaria se quedaron solos y así han seguido, con la desesperanza de los sueños frustrados, tan solo interrumpida de vez en cuando por la evocación de los buenos años de la revolución que no fue y por una admiración a saber qué tan auténtica o qué tan fingida por los kilométricos discursos de Chávez, por un peronismo cada vez más devaluado o por el sandinismo evangélico de Daniel Ortega. Dos de los pocos que se acordaron de ellos fueron el salvadoreño Horacio Castellanos Moya (1957) y el chileno Roberto Bolaño (1953-2003), quienes desde sus respectivas errancias, destierros y autoexilios –ambos abandonaron sus países y vivieron a salto de mata por medio mundo– los convirtieron en materia literaria. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 18 de agosto de 2023

"CINCO AÑOS DE VIDA". Un cuento de Mario Benedetti

Miró con disimulo el reloj y confirmó sus temores. Las doce y cinco. Si no empezaba inmediatamente a despedirse, perdería el último métro. Siempre le sucedía lo mismo. Cuando alguien, empujado por la nostalgia, propia o ajena, o por el alcohol, o por cierta reprimida vocación de vedette, se lanzaba por fin a la confidencia, o alguna de las mujeres presentes se ponía de pronto más bonita o más accesible o más tierna o más interesante que de costumbre, o alguno de los más veteranos contertulios, generalmente algún anarquista de la vieja hornada, empezaba a relatar su versión personal y colorida de la lucha casa por casa en el Madrid de la guerra civil, es decir, cuando la reunión por fin se rescataba a sí misma de las bromas de mal gusto y los chismes de rutina, precisamente en ese instante decisivo él tenía que hacer de aguafiesta y privar a su antebrazo del efectivo estímulo de alguna mano femenina, suave y emprendedora, y ponerse de pie y decir, con incómoda sonrisa: «Bueno, llegó mi hora fatal», y despedirse, besando a las muchachas, y palmeando a los hombres, nada más que para no perder el último métro. Los demás podían quedarse, sencillamente porque vivían cerca o —los menos— tenían auto, pero Raúl no podía permitirse el lujo de un taxi y tampoco le hacía gracia (aunque en dos ocasiones lo había hecho) la perspectiva de irse a pie desde Corentin Celton hasta Bonne Nouvelle, anodina hazaña que equivalía a atravesar medio París.

De modo que, ya decidido, tomó uno por uno los dedos finos de Claudia Freire, que en la última hora habían reposado solidariamente en su rodilla derecha, y los fue besando, en actitud compensadora, antes de dejarlos sobre la pana verde del respaldo. Luego dijo, como siempre: «Bueno, llegó mi hora fatal», aguantó a pie firme los discretos silbidos reprobatorios y el comentario de Agustín: «Guardemos un minuto de silencio en homenaje a Cenicienta, que debe retirarse a su lejano hogar. No vayas a olvidarte el zapatito número cuarenta y dos». Raúl aprovechó las carcajadas de rigor para besar las mejillas calientes de María Inés, Nathalie (única francesa) y Claudia, y las inesperadamente frescas de Raquel, pronunciar un audible «chau a todos», cumplir el rito de agradecer la invitación a los muy bolivianos dueños de casa, y largarse.

Hacía bastante más frío que cuatro horas antes, así que levantó el cuello del impermeable. Casi corrió por la rue Renan, no solo para quitarse el frío, sino también porque eran las doce y cuarto. En recompensa alcanzó el último tren en dirección Porte de la Chapelle, tuvo el raro disfrute de ser el único pasajero del último vagón, y se encogió en el asiento, dispuesto a ver el vacío desfile de las dieciséis estaciones que le faltaban para la correspondance en Saint Lazare. Cuando iba por Falguière, se puso a pensar en las dificultades que un escritor como él, no francés (le pareció, para el caso, una categoría más importante que la de uruguayo), estaba condenado a enfrentar si quería escribir sobre este ambiente, esta ciudad, esta gente, este subterráneo. Precisamente, advertía que «el último métro» era un tema que estaba a su disposición. Por ejemplo: que alguien, por una circunstancia imprevista, quedara toda la noche (solo, o mejor, acompañado; o mejor aún, bien acompañado) encerrado en una estación hasta la mañana siguiente. Faltaba hallar el resorte anecdótico, pero era evidente que allí había un tema aprovechable. Para otros, claro; nunca para él. Le faltaban los detalles, la menudencia, el mecanismo de esta rutina. Escribir sin ellos, escribir ignorándolos, era la manera más segura de garantizar su propio ridículo. ¿Cómo sería el procedimiento del cierre? ¿Quedarían las luces encendidas? ¿Habría sereno? ¿Alguien revisaría previamente los andenes para comprobar que no quedaba nadie? Comparó estas dudas con la seguridad que habría tenido si el eventual relato se relacionara, por ejemplo, con el último viaje del ómnibus 173, que en Montevideo iba de Plaza Independencia a Avenida Italia y Peñón. No es que supiera todos los detalles, pero sí sabía cómo decir lo esencial y cómo insertar lo accesorio. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 16 de agosto de 2023

"ANDAR". Un poema de Luisa del Valle Silva

Andar, andar, sin objeto, sin rumbo,
que se enrosque el cansancio como sierpe en mi cuerpo.
Andar, andar, hasta quedar rendida
y dormir en la noche con un sueño sin sueños.

Cruzar calles apretadas de gente
donde aturden mil ruidos y estorban las miradas,
o calles silenciosas y vacías
donde, como un escándalo, resuenan las pisadas.

Caminar, engañando a cada paso
al anhelo que pide ir donde el alma quiere.
Cargar con este anhelo a todas partes
sin lograr nunca que su rumbo encuentre.

Andar...Mientras en loco remolino
el pensamiento se abre caminos ignorados:
galerías fantásticas, túneles de misterio
abiertos al ensueño lejano.

Andar...hasta que fatigue sus aspas
la inquietud que golpea sobre mi alma y mi cuerpo.
Andar...Andar...hasta quedar rendida
y dormir en la noche con un sueño sin sueños.

martes, 15 de agosto de 2023

"EL MEDIADOR DE LECTURA. LA FORMACIÓN DEL LECTOR INTEGRAL". Un libro de Beatriz Helena Robledo publicado en la colección Alas de Colibrí


El mediador de lectura. La formación del lector integral, es una recopilación de artículos, reflexiones y conferencias de la especialista Beatriz Helena Robledo. Es el primer libro de la Colección Alas de Colibrí, creada por la sección chilena de la Organización Internacional para el libro infantil y juvenil IBBY Chile. Esta obra permitirá identificar el esencial trabajo del los mediadores de lectura, mediante profundas reflexiones sobre su rol, estrategias e impacto en la formación de lectores autónomos.

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lunes, 14 de agosto de 2023

"ÚLTIMOS ATARDECERES EN LA TIERRA". Un cuento de Roberto Bolaños

La situación es ésta: B y el padre de B salen de vacaciones a Acapulco. Parten muv temprano, a las seis de la mañana Esa noche, B duerme en casa de su padre. No tiene sueños o si los tiene los olvida nada más abrir los ojos. Oye a su padre en el baño. Mira por la ventana, aún está oscuro. B no enciende la luz y se viste. Cuando sale de su habitación su padre está sentado a la mesa, leyendo un periódico deportivo del día anterior y el desayuno está hecho. Café y huevos a la ranchera. B saluda a su padre y entra en el baño.

El coche del padre de B es un Ford Mustang del 70. A las seis y media de la mañana suben al coche y comienzan a salir de la Ciudad. La ciudad es México Distrito Federal, y el año en que B y su padre abandonan el DF por unas cortas vacaciones es el año de 1975. El viaje es, en líneas generales, plácido. Al salir del DF, ambos, padre e hijo, tienen frío, pero cuando abandonan el valle y comienzan a bajar en dirección a las tierras calientes del estado de Guerrero, el calor se impone y tienen que quitarse los suéters y abrir las ventanillas. El paisaje, al principio, ocupa toda la atención de B, que tiende a la melancolía, pero al cabo de las horas las montañas y los bosques se hacen monótonos y B prefiere dedicarse leer un libro de poesía.

Antes de llegar a Acapulco el padre de B detiene el coche delante de un tenderete de la carretera. En el tenderete ofrecen iguanas. ¿Las probamos?, dice el padre de B. Las iguanas están vivas y apenas se mueven cuando el padre de B se acerca a mirarlas. B lo observa apoyado en el guardabarros del Mustang. Sin esperar respuesta, el padre de B pide una ración de iguana para él y para su hijo. Sólo entonces B se mueve. Se acerca al comedor al aire libre, cuatro mesas y un toldo que el viento escaso apenas agita, y se sienta en la mesa más alejada de la carretera. Para beber, el padre de B pide cervezas. Los dos llevan las camisas arremangadas y desabotonadas. Los dos llevan camisas de colores claros. El hombre que los atiende, por el contrario, lleva una camiseta negra de manga larga y el calor no parece afectarlo.

¿Van a Acapulco?, dice el hombre. El padre de B asiente. Ellos son los únicos clientes del tenderete. Por la carretera brillante los coches pasan y no se detienen. El padre de B se levanta y se dirige hacia la parte de atrás. Por un momento B cree que su padre va a orinar, pero pronto se da cuenta de que se ha metido en la cocina para observar cómo cocinan la iguana. El hombre lo sigue en silencio. B los oye hablar. Primero habla su padre, después la voz del hombre y por último una voz de mujer a la que B no ha visto. B tiene la frente perlada de sudor. Sus gafas están mojadas y sucias. Se las quita y las limpia con el borde de la camisa. Cuando vuelve a ponerse las gafas observa a su padre que lo está mirando desde la cocina. En realidad, sólo ve la cara de su padre y parte de su hombro, el resto queda oculto por una cortina roja con lunares negros, una cortina que a B, por momentos, le parece que no sólo separa la cocina del comedor sino un tiempo de otro tiempo. CONTINUAR LEYENDO


domingo, 13 de agosto de 2023

"COMO PÁJAROS EN EL AIRE". Una canción/poema de Peteco Carbajal interpretada por Mercedes Sosa

Las manos de mi madre
parecen pájaros en el aire.
Historias de cocina
entre sus alas heridas de hambre.
Las manos de mi madre
saben que ocurre por las mañanas
cuando amasan la vida
horno de barro, pan de esperanza.

Las manos de mi madre
llegan al patio desde temprano
todo se vuelve fiesta
cuando ellas juegan junto a otros pájaros.
Junto a otros pájaros que aman la vida
y la construyen con el trabajo.
Arde la leña, harina y barro.
Lo cotidiano se vuelve mágico.
Se vuelve mágico, ... o ... o ... o.
Las manos de mi madre
me representan un cielo abierto
y un recuerdo añorado
trapos calientes en los inviernos.
Ellas se brindan cálidas,
nobles, sinceras, limpias de todo.
Cómo serán las manos
del que las mueve gracias al odio.



sábado, 12 de agosto de 2023

Virginia Woolf: “Mi cerebro solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos”. 'Sobre la escritura' reúne una buena selección de textos de la autora sobre sí misma y sobre la experiencia de recorrerse escribiendo. Un artículo de Patricia de Souza.

Si algo podemos agradecerle a Virginia Woolf, entre otras cosas, es habernos dado suficientes temas como para construir una nueva subjetividad femenina. Y lo digo sin recelo de parecer exagerada. Esta frase martillea y nos dice: "¿Y si toda mi obra no hubiese sido un intento por esbozar una autobiografía?". Creo que esta frase, igual que la de la escritora Colette, admirada por Woolf, es también rotunda: "¿Y si mis personajes no fuesen más que mi modelo?".

[...] El desarraigo de toda mujer que piensa. Pero, entendámoslo, esta experiencia trascendente, que pone un paréntesis en el cuerpo, nos da la clave para entender lo que significa la escritura en el caso de una mujer, encierro, y más encierro, incapacidad de nombrar y de romper con las ataduras de la escritura dominante, la herencia simbólica masculina de la habló Pierre Bourdieu en su libro sobre el capital simbólico, y que se encuentra con la frase de Simone de Beauvoir: "No se nace mujer, se deviene…".

[...] Estos paratextos como se les llama en la crítica literaria, muchas veces menospreciados por la academia, ayudan a ver mejor en esa experiencia abismal de recorrerse escribiendo, dejarse llevar hasta no entender bien qué se está diciendo. Ese querer dar de la autora que entrega Las olas, según ella su libro más extraño (y lo es) al hermano menor, Toby, es parte de ese ejercicio espiritual, sin el otro no hay manera de hablar, hablar sola es la locura. Me pregunto si en ese libro, tan sensual, no sintió miedo de su propia sexualidad. Ese nexo que ella sabía construir con palabras como un tejido afectivo y que un día se rompe al no envolver ese deseo intenso dejando lugar al miedo de su propio cuerpo, de estar siempre estigmatizada, atada a un rol y a un “ángel guardián”, como ella lo llamó.

Hay que leer también la biografía que le dedica Viviane Forrester para entender un poco mejor esa relación intensa con la experiencia vital de la autora, con el afecto, con los otros, con Leonard, su marido, como con sus amistades, sus celos de Catherine Mansfield, su escepticismo hacia Joyce, D.H Lawrence, o Jane Austen. Es que Mrs Woolf quería ser la referencia, iniciar su propia tradición, no copiarla, ni de Henry James, ni de Joyce, quería ser la iniciadora.

Fuente: Babelia. El País.

viernes, 11 de agosto de 2023

"CONVERSA". Un cuento de Mario Benedetti

—Perdón. ¿Puedo sentarme aquí, contigo, a terminar esta cerveza?

—Sí, claro.

—Mi nombre es Alejandro.

—Ah.

—Alejandro Barquero.

—Está bien. Yo soy Estela.

—Estaba en el otro extremo del café. No sé. Te vi tan sola.

—Me gusta estar sola.

—¿Siempre?

—No, siempre no. Hay días. ¿No te ocurre que de pronto te vienen ganas de hacer balance contigo mismo?

—A veces. Pero por lo general de noche. Mi problema es que padezco insomnio.

—De noche prefiero dormir.

—Yo también. Pero no siempre puedo.

—¿Mala conciencia?

—No. ¿Acaso tengo aspecto de delincuente o de violador?

—De violador, no.

—¿De delincuente?

—Vaya una a saber. No hace diez años que nos conocemos, sino cinco minutos.

—¿Siempre estás así, a la defensiva?

—Hay que cuidarse. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 10 de agosto de 2023

Quiéreme entera. Un poema de Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, Y gris, verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!…

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras

viernes, 4 de agosto de 2023

"SOBRE EL DUELO·. Un ensayo de Chimamanda Ngozi Adichie

En este emotivo y poderoso ensayo, que nace de un artículo publicado enTheNew Yorker, la autora nigeriana pone palabras al inenarrable grado de dolor causado por la repentina muerte de su padre en Nigeria: la crisis sanitaria por la pandemia de COVID-19 impidió que la autora pudiese salir de Estados Unidos para reunirse con su familia.

En un intento por encontrar consuelo ante la sensación de vacío que la sacudió hasta la médula, Sobre el duelo es una breve pero inteligente y conmovedora crónica autobiográfica de las primeras etapas de la gestión de la pérdida, un revelador examen de la naturaleza del dolor, un tributo al padre que la llamaba «nwoke neli» («la que equivale a muchos hombres») y una profunda reflexión sobre la lengua y las tradiciones igbo.

Este libro se enmarca en la más rabiosa y dolorosa actualidad: la autora escribe desde la certeza de ser sólo una más de entre los millones de personas en duelo, sobre las dimensiones culturales y familiares del mismo y, también, sobre la soledad y la ira inherentes a él.Sobre el duelo es un libro imprescindible para estos momentos. Y, sin embargo, resultará atemporal, duradero, y una adición indispensable al canon de la autora.


miércoles, 2 de agosto de 2023

"EL CUENTO DE LA ISLA DESCONOCIDA". Un cuento de José Saramago

Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado.

Sin embargo, en el caso del hombre que quería un barco, las cosas no ocurrieron así. Cuando la mujer de la limpieza le preguntó por el resquicio de la puerta, Y tú qué quieres, el hombre, en vez de pedir, como era la costumbre de todos, un título, una condecoración, o simplemente dinero, respondió. Quiero hablar con el rey, Ya sabes que el rey no puede venir, está en la puerta de los obsequios, respondió la mujer, Pues entonces ve y dile que no me iré de aquí hasta que él venga personalmente para saber lo que quiero, remató el hombre, y se tumbó todo lo largo que era en el rellano, tapándose con una manta porque hacía frío. Entrar y salir sólo pasándole por encima. Ahora, bien, esto suponía un enorme problema, si tenemos en consideración que, de acuerdo con la pragmática de las puertas, sólo se puede atender a un suplicante cada vez, de donde resulta que mientras haya alguien esperando una respuesta, ninguna otra persona podrá aproximarse para exponer sus necesidades o sus ambiciones. A primera vista, quien ganaba con este artículo del reglamento era el rey, puesto que al ser menos numerosa la gente que venía a incomodarlo con lamentos, más tiempo tenía, y más sosiego, para recibir, contemplar y guardar los obsequios. A segunda vista, sin embargo, el rey perdía, y mucho, porque las protestas públicas, al notarse que la respuesta tardaba más de lo que era justo, aumentaban gravemente el descontento social, lo que, a su vez, tenía inmediatas y negativas consecuencias en el flujo de obsequios. En el caso que estamos narrando, el resultado de la ponderación entre los beneficios y los perjuicios fue que el rey, al cabo de tres días, y en real persona, se acercó a la puerta de las peticiones, para saber lo que quería el entrometido que se había negado a encaminar el requerimiento por las pertinentes vías burocráticas. Abre la puerta, dijo el rey a la mujer de la limpieza, y ella preguntó, Toda o sólo un poco. CONTINUAR LEYENDO