miércoles, 30 de diciembre de 2020

Pippi Calzaslargas, la niña transgresora que incomodó al franquismo y que se convirtió en icono feminista, cumple 75 años, un artículo de Rocío Niebla publicado en "elDiario.es" el 22 de diciembre de 2020.

Pippi era una lógica (ilógica para el heteropatriarcado) que confrontaba con la educación sexista y con los relatos de las niñas que esperan a ser rescatada


La niña más fuerte del mundo cogía a peso su caballo de lunares y lo guarecía en el porche, colgaba a los ladrones encima del armario cuando venían a robar o peleaba con el forzudo del circo dejándole noqueado. Pippi nació cuando, una noche de 1941, la pequeña Karin metida en cama por una pulmonía le imploró a su madre Astrid Lindgren (1907-2002): "Cuéntame algo de una niña que se llame Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Längstrumpf". Fue Karin quién le lanzó el nombre y la escritora lo agarró al vuelo, convirtiéndolo en la niña del pelo color zanahoria en dos trenzas laterales tiesas, buscadora de sol para que le salieran cuantas más pecas mejor, vestido parcheado porque no tenía más tela para acabarlo, zapatos el doble que sus pies y un mono Señor Nilsson en su hombro.

Noche a noche, la escritora y su hija jugaban a imaginar un mundo en el que "vivía completamente sola y nadie le obligaba a tomar aceite de hígado de bacalao cuando lo que ella prefería era comer caramelos". Ahora celebramos sus 75 años, porque no fue hasta 1945 que Astrid tuvo que hacer reposo absoluto porque se hizo un esguince de tobillo, cuando escribió todas las pequeñas historias de la habitante singular de Villa Villekulla, y se lo obsequió a su hija por su décimo cumpleaños.

Lindgren presentó el manuscrito a concursos y editoriales con consistentes negativas, hasta que Rabén & Sjögren en 1946 apostó por la singular y transgresora Pippi y fue un éxito. La autora estuvo además más de veinte años trabajando como editora en Rabén & Sjögren. A la libertad, el empoderamiento y las ganas de constante aventura y juego de Pippi se le sumaban los dos vecinos, los hermanos Tommy y Annika, que representaban la educación estándar, la familia tradicional y los valores conservadores. Es por eso que cuando Pippi llega a Villa Villekulla procedente de los Mares del Sur y les cuenta que solo vive con Pequeño Tio y Señor Nilsson, Anika le pregunta: "Pero entonces ¿quién te dice que tienes que irte a dormir y esas cosas?", a lo que Pippilotta contesta: "Yo misma. Primero me lo digo con amabilidad y, si no me hago caso, me lo digo otra vez, pero enfadada, y si a pesar de todo sigo sin obedecerme, me doy un tirón de orejas". Y añade Astrid Lindgren: "Tommy y Annika no lo entendían del todo, pero pensaron que quizá era una buena fórmula".

A la España del año 45, la niña que, por ejemplo, "calentó agua en una gran cacerola y la derramó sin vacilar por el suelo de la cocina. A continuación, se quitó sus grandes zapatos y los dejó cuidadosamente sobre la bandeja del pan. Después se ató un cepillo de fregar a cada pie y comenzó a patinar de aquí para allá, levantando olas a su paso" le parecía demasiado osada e incorregible, así que por no pasar la censura franquista Pippilotta tardó en llegar. Los primeros libros, bajo el nombre Pippa Mediaslargas, los editó Juventud en 1962. Parece ser que "Pippi" les sonaba a "pipí". El éxito absoluto y la internacionalización de la niña de nueve años con un maletín de las monedas de oro llegó con la serie sueca, que la actriz Inger Nilsson interpretó, y que la propia Astrid Lindgren fue quien adaptó al formato audiovisual. La serie es de 1969 y TVE la emitió por primera vez en 1974, aunque hubo reposiciones bastantes años posteriores.

Icono feminista

Pippi es un icono feminista, es un referente para varias generaciones. Nuestras madres y padres nos decían 'calla, junta las piernas, en la mesa no se canta', mientras veíamos a una niña autosuficiente que no le interesaban las "plumiticaciones" (multiplicaciones) del colegio y que, con su dinero, era capaz de comprarle juguetes a todos los niños del pueblo y ella solo llevarse el brazo del maniquí. Pippi era una lógica (ilógica para el heteropatriarcado social) que confrontaba con la educación sexista y con los relatos de las niñas que esperan al príncipe, las niñas esperan a ser rescatadas, las niñas siempre tienen miedo.

La historiadora y crítica de cine María Castejón ha publicado recientemente Rebeldes y peligrosas del cine (2020, Lengua de Trapo) y nos cuenta: "Pippi es muy especial porque era un personaje muy salvaje. Vivía sola sin ningún tipo de autoridad y eso ya tenía bastante atractivo, y también tiene una lectura de género: el de una niña divertida, indolente y revolucionaria. España era gris y Pippi era muy insumisa e irreverente".

Pippi va más allá del universo infantil, en el despertar feminista de muchas mujeres y en la búsqueda de nuestros referentes de mujeres o niñas fuertes nos encontramos la escasez. No hay muchas Pippis a las que agarrarse. Es por eso que, cuando en 2015 la editorial Blackie Books volvió a editar el libro de Astrid Lindgren, lo vendieron todo. Este 2020 la editorial Kókinos lo ha reeditado en tres libros con las ilustraciones de 1946 de Ingrid Vang Nyman, además de un cómic.

La editora de Kókinos, Cristina Peregrina, es una auténtica enamorada de la literatura de Astrid Lindgren más allá de Pippi: "Astrid es una eminencia a nivel mundial. Es una de las escritoras más leídas y más traducidas. En 1978 los libreros alemanes le dieron el Premio de la Paz y ella realizó un discurso al que llamó Never Violence -violencia, nunca. Antes era común el castigo físico a los niños y la violencia contra ellos. Never Violence versaba sobre esto que ella denunció. A raíz del discurso, Suecia, en 1979, creó la primera ley contra el maltrato y el castigo físico infantil".

Cristina Peregrina ha viajado a Suecia en un par de ocasiones para rastrear y conocer la historia de la autora, de la que cuenta que tuvo una infancia muy feliz, dedicada al juego libre y a relacionarse con el campo y el medio ambiente. Astrid nació en Vimmerby, donde han creado un parque de atracciones dedicado al universo literario de la autora llamado Astrid Lindgren's World. La adolescencia de Lindgren sí fue más complicada. Empezó a trabajar con 16 años en un periódico y dos años después se quedó embarazada del director del periódico, que por entonces estaba casado (existían leyes contra el adulterio). La película 'Conociendo a Astrid' (2018) retrata esta dura etapa en la que tuvo que esconderse durante su embarazo y dejar a su hijo al cuidado de otra mujer porque ella no podía mantenerlo y su propia familia no lo aceptaba.

Cristina Peregrina considera que "sus libros son el reflejo de querer volver a los años de libertad y de juegos de niños, cuando ella fue verdaderamente feliz". La obra de la escritora sueca es infinita y reputadísima. En 2012 la editorial Kókinos publicará 'Los hermanos corazón de león' (1973) e irá publicando, poco a poco, la obra completa. La editora nos despide con una de las frases célebres de Astrid Lindgren: "Quiero escribir para lectores que puedan hacer milagros. Los niños hacen milagros cuando leen. Por eso necesitan libros".




martes, 29 de diciembre de 2020

Homenaje a Gianni Rodari: 100 años de su nacimiento


No queríamos acabar el 2020 sin recordar el centenario del nacimiento de Gianni Rodari, autor italiano de cuentos y obras de teatro, rimas, canciones y poemas, y otras obras dedicadas a la pedagogía y la educación. Rodari es un referente en la escritura creativa, especialmente la dedicada a niños y jóvenes. Su obra, llena de humor, fantasía y compromiso con su realidad política y social, demuestra un profundo respeto por el lector como participante activo en el proceso de la lectura.

…Yo espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra. El uso total de la palabra para todo me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.  –Gramática de la fantasía

Algunos enlaces para conocer más la obra y vida de Rodari:

-Sobre la biografía de Rodari
20 libros de Rodari
Sobre el proceso creativo de Rodari por Cecilia Pisos
Sobre la obra “Gramática de la fantasía” de Ana Tarambana
-Propuesta filosófica sobre uno de los cuentos de Rodari
-Sobre el descubrimiento de Rodari en el mundo literario sajón (inglés)

Para terminar, nuestra compañera Marta Guijarro, celebra con este credo la magia de Rodari.

CREDO

Creo en Rodari,
autor todopoderoso
innovador del juego y la palabra.

Creo en la Gramática de la Fantasía,
su obra maestra, nuestra inspiración,
que fue concebida por obra y gracia del Espíritu Libre.

Nació de padres panaderos
escribió bajo el poder del barón Lamberto,
fue escuchado, leído y admirado.

Sufrió la opresión y la guerra,
al tercer día resucitó en la escuela.
Subió a los cielos
y está sentado a la izquierda de Andersen,
padre de la literatura inmortal.

Desde allí va a venir a jugar con niños y maestros.
Creo en la poesía transformadora,
la pregunta abierta,
el santo binomio fantástico,
la revolución de la risa,
los cuentos escritos a máquina,
y la creatividad eterna. 

lunes, 28 de diciembre de 2020

Libros altamente recomendados 2020 (Fundalectura)

Cada año, los Comités de Valoración de Fundalectura (sección colombiana de IBBY) elaboran el listado de «Libros Altamente Recomendados para leer y compartir», una guía para disfrutar del placer de la lectura con niños y jóvenes desde distintas etapas de sus vidas.

Con una selección de 97 libros literarios e informativos, organizados por franjas de edad, desde el nacimiento hasta los quince años, Fundalectura publica el folleto «Libros Altamente Recomendados para leer y compartir 2020», su selección anual de los mejores libros para niños y jóvenes que hay en el mercado colombiano. Esta edición incluye un breve texto de celebración en el 30º aniversario de la fundación, para exaltar el trabajo de esta en la valoración de libros y reconocer a profesionales de diversas disciplinas que voluntariamente analizan los títulos literarios e informativos, desde criterios estéticos, editoriales, formativos, bibliotecarios, sociales, entre otros.

Entre la selección de títulos se da un lugar especial a las obras cuyo autor o ilustrador son colombianos. Como es usual, los libros están organizados por edades para que padres, maestros, bibliotecarios y promotores tengan un punto de partida a la hora de seleccionarlos para compartir lecturas con los niños y los jóvenes.

Además, esta edición celebra la nominación de tres creadores colombianos a la Lista de Honor de IBBY, realizada por Fundalectura como sección colombiana de la Organización Internacional para el Libro Juvenil.

Libros Altamente Recomendados 2020 Fundalectura (PDF)

domingo, 27 de diciembre de 2020

"El osito polar. ¡Vuelve pronto, Lars". Un precioso álbum de Hans Beer con unas ilustraciones magníficas y enternecedoras.



Lars, el osito polar, viaja sin quererlo. Mientras se estaba bañando tan feliz, queda atrapado por una red de pesca. Dentro del barco logra escapar y conoce a Nemo, un gato pelirrojo que viaja a bordo. Su nuevo amigo sabe de qué manera Lars puede volver al Polo Norte con sus padres.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Viaje al pasado, un pequeño gran libro de Stefan Zweig.



Narra la historia del reencuentro, al cabo de muchos años, de dos seres que se amaron y que creen amarse aún. Separados por la Gran Guerra antes de poder objetivar su amor, se encuentran ahora inmovilizados por el paso del tiempo, tratando de recuperar el pasado en el momento en que lo dejaron. Sin darse cuenta de que el tiempo también cuenta en el amor.

Preciosos momentos literarios en la descripción que el autor hace del enamoramiento.

Muy recomendable para hacer una lectura compartida, bien en una Tertulia Literaria Dialógica o en un Club de Lectura.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Reescrituras del tiempo, un artículo de Irene Vallejo publiacado en El País el 19/12/2020.

Ahora sabemos que unos meses pueden trastocarlo todo como si fuera un siglo. Trescientos días a veces equivalen a décadas: es realismo puro.


Érase un aldeano llamado Rip Van Winkle que, cansado de regañinas familiares, salió a pasear por el campo en busca de paz. Cayó dormido a la sombra de un árbol y al despertar descubrió perplejo que ya no existía el mundo conocido. La antigua vida se había esfumado durante su breve siesta. Todo alrededor resultaba tan ajeno e insólito que añoró incluso las hogareñas broncas con su mujer. En este 2020, con su mes de marzo quebrado, nos hemos sentido como Rip y hemos frotado nuestros ojos atónitos, dudando como funambulistas en la frontera del sueño. La leyenda de Washington Irving bebe de antiguos arquetipos: el choque con una realidad repentinamente extraña, un desajuste temporal que aparece y reaparece en las narraciones orales. Luis Landero recuerda en Entre líneas un cuento que escuchaba de labios de su abuela extremeña. Un pescador náufrago descendió al fondo del océano, se casó con una princesa submarina y vivió en el exótico reino de algas y peces. Tras un año de felicidad sumergida, regresó a su pueblo para visitar a su familia y descubrió que allá arriba habían transcurrido cientos de años, no reconocía la aldea y su memoria había quedado huérfana. Películas como El dormilón, de Woody Allen, o El planeta de los simios, de Franklin Schaffner, heredan esa tradición folclórica. Ahora sabemos que unos meses pueden trastocarlo todo como si fueran un siglo. Trescientos días a veces equivalen a décadas: es realismo puro.

Sumidos en la perplejidad, hemos vivido este año como un pliegue temporal. La vida estaba en otra parte y, durante los días enjaulados, los libros resultaron liberadores. Cuando el presente se enmarañaba, las palabras del pasado sonaban nítidas. Una de las obras más demandadas en Europa desde el estallido de la pandemia ha sido las Meditaciones. Sorprendentemente, el viejo Marco Aurelio y sus milenarios pensamientos nos resultaban más familiares que nuestro yo de enero. Aquel emperador tuvo que afrontar terribles crisis económicas, catástrofes naturales, guerras fronterizas y una mortífera peste. En su insomnio nocturno, desde su tienda de campaña en el frente bélico del Danubio, escribía un diario para sí mismo, obstinado en no embrutecerse ni desmoronarse. Buscaba fortaleza, guía y refugio en la filosofía. “Meditar” y “médico” son palabras hermanas que proceden de idéntica raíz porque, como sostenían los sabios antiguos, pensar bien es medicinal. Mientras las estadísticas mutaban en género de terror, conversar con nuestros muertos nos ha infundido lucidez y sosiego.

En este agujero negro hemos vadeado el tiempo para volver la mirada a los clásicos, ese río tranquilo que, sin ruido ni aspavientos, continúa susurrando las palabras más luminosas de nuestros antepasados. Mientras una nueva ley educativa relega la enseñanza de las humanidades, se premiaba a Anne Carson y Louise Glück, poetas que han buscado en la mitología griega su personal y apasionada ruta para afirmarse como creadoras contemporáneas. En los últimos tiempos, una caudalosa corriente de escritoras —desde la poesía, el ensayo y la novela— ha regresado a las leyendas antiguas en busca de grietas, ángulos ciegos, secretos no desvelados, intersticios, máscaras. Ese retorno a las raíces ha resultado ser un itinerario hacia el futuro: con los viejos símbolos construimos nuevas realidades. Como demuestran los textos de Mary Beard, de Margaret Atwood, de Chantal Maillard, de Aurora Luque, releer los mitos nos ayuda a desmitificar las nuevas imposturas.

Azotados por el vendaval, nuestras lecturas nos han ofrecido cercanía y asideros. En su Elogio de la fragilidad, Gustavo Martín Garzo recupera la confianza de Marco Aurelio en el poder curativo de las palabras, hablando de nuevas vidas, de segundas oportunidades, de leer para hacer habitable el mundo: “Soñar es lo más necesario que existe: necesitamos buscadores de perlas, niños que hablen con animales, casas con siete tejados, cabezas que canten en un plato, ballenas blancas, lazarillos que nos devuelvan a los lugares de la abundancia y el deseo”. Alejandro Gándara escribió su diario de pandemia Dioses contra microbios en diálogo con los antiguos, mientras Luis Alberto de Cuenca y Carlos García Gual han continuado su conversación infinita con los clásicos.

De una forma u otra, las viejas historias siguen vivas en nuestra literatura más actual e innovadora, la que explora cicatrices y deseos. En el íntimo desgarro de La piel, Sergio del Molino reinventa con ecos inesperados las Vidas paralelas, de Plutarco; tras el coro de las pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz, resuena la tragedia de Las troyanas, de Eurípides. A la sombra de un árbol herido hemos despertado de nuestro sueño de ilusoria fortaleza, pero tenemos los libros a nuestro lado. Leer es un raro hechizo que nos permite recordar soñando, tomar aire frente a la asfixia, cazar al vuelo briznas de esperanza, atrevernos con el disfraz de optimistas lúcidos. En estos meses de tiempo perplejo y fracturado no hemos dejado de escuchar, como en una caracola, el oleaje de los clásicos: ese pasado sereno que alumbra el vértigo del presente.días a veces equivalen a décadas.

De una forma u otra, las viejas historias siguen vivas en nuestra literatura más actual e innovadora, la que explora cicatrices y deseos. En el íntimo desgarro de La piel, Sergio del Molino reinventa con ecos inesperados las Vidas paralelas, de Plutarco; tras el coro de las pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz, resuena la tragedia de Las troyanas, de Eurípides. A la sombra de un árbol herido hemos despertado de nuestro sueño de ilusoria fortaleza, pero tenemos los libros a nuestro lado. Leer es un raro hechizo que nos permite recordar soñando, tomar aire frente a la asfixia, cazar al vuelo briznas de esperanza, atrevernos con el disfraz de optimistas lúcidos. En estos meses de tiempo perplejo y fracturado no hemos dejado de escuchar, como en una caracola, el oleaje de los clásicos: ese pasado sereno que alumbra el vértigo del presente.

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martes, 22 de diciembre de 2020

La lotería, un estremecedor cuento de Shirley Jackson

 La mañana del 27 de junio amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas; Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix acumularon finalmente un gran montón de piedras en un rincón de la plaza y lo protegieron de las incursiones de los otros chicos. Las niñas se quedaron aparte, charlando entre ellas y volviendo la cabeza hacia los chicos, mientras los niños más pequeños jugaban con la tierra o se agarraban de la mano de sus hermanos o hermanas mayores.

Pronto empezaron a reunirse los hombres, que se dedicaron a hablar de sembrados y lluvias, de tractores e impuestos, mientras vigilaban a sus hijos. Formaron un grupo, lejos del montón de piedras de la esquina, y se contaron chistes sin alzar la voz, provocando sonrisas más que carcajadas. Las mujeres, con descoloridos vestidos de andar por casa y suéteres finos, llegaron poco después de sus hombres. Se saludaron entre ellas e intercambiaron apresurados chismes mientras acudían a reunirse con sus maridos. Pronto, las mujeres, ya al lado de sus maridos, empezaron a llamar a sus hijos y los pequeños acudieron a regañadientes, después de la cuarta o la quinta llamada. Bobby Martin esquivó, agachándose, la mano de su madre cuando pretendía agarrarlo y volvió corriendo, entre risas, hasta el montón de piedras. Su padre lo llamó entonces con voz severa y Bobby regresó enseguida, ocupando su lugar entre su padre y su hermano mayor. La lotería —igual que los bailes en la plaza, el club juvenil y el programa de la fiesta de Halloween— era dirigida por el señor Summers, que tenía tiempo y energía para dedicarse a las actividades cívicas.

El señor Summers era un hombre jovial, de cara redonda, que llevaba el negocio del carbón, y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos y el señor Summers dijo: «Hoy llego un poco tarde, amigos». El administrador de correos, el señor Graves, venía tras él cargando con un taburete de tres patas, que colocó en el centro de la plaza y sobre el cual instaló la caja negra el señor Summers. Los vecinos se mantuvieron a distancia, dejando un espacio entre ellos y el taburete, y cuando el señor Summers preguntó: «¿Alguno de ustedes quiere echarme una mano?», se produjo un instante de vacilación hasta que dos de los hombres, el señor Martin y su hijo mayor, Baxter, se acercaron para sostener la caja sobre el taburete mientras él revolvía los papeles del interior. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 20 de diciembre de 2020

Instrucciones para dar cuerda al reloj, Un cuento, una reflexión, un pensamiento de Julio Cortázar

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Anidando entre palabras: Orientaciones para el fomento de la lectura en la primera infancia. Un documento editado por el CERLAC (Centro del Libro para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe. Bajo los auspicios de la UNESCO))

Este documento, dirigido a bibliotecarios, maestros, familias, mediadores y otras personas involucradas en la atención a la primera infancia, ofrece lineamientos para realizar actividades alrededor de la lectura, la escritura y la oralidad con las niñas y niños menores de 6 años. Se brindan pautas acerca de los acervos para la primera infancia, los espacios de lectura, los principios que deben tenerse en cuenta para la mediación de la lectura con niñas y niños pequeños y el involucramiento de las figuras de apego, así como el el papel de la poesía en la formación de los primeros lectores.

Contenido

  • Introducción 7
  • Hace falta una aldea: Mediación en los ámbitos escolar y social 11
  • Acompañar el trabajo de mediación lectora de madres y padres de bebés y niños pequeños 47
  • Guía para padres con niños de 0 a 6 años: el tesoro de leer desde el inicio de la vida 73
  • La palabra poética en la primera infancia 89

DESCARGA EL DOCUMENTO AQUÍ


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Cuentos de niños, un artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en El País el 11/XII/2020

Pulgarcito pertenece al linaje de Ulises y el Lazarillo. El arrogante Juan sin Miedo aprende que sentir temor no es una bajeza


El cuento que más miedo me ha hecho pasar en mi vida era tan austero en sus elementos narrativos que casi no era un cuento, sino más bien una letanía, una de esas cantinelas infantiles en las que se preserva la unidad arcaica que debió de haber entre las historias y la música, igual que la hubo entre la poesía y el canto. Era un relato o más bien un diálogo a tres voces, una madre, una hija, una presencia innominada y amenazadora que se iba acercando. Decía la niña: “Ay mama mía mía mía, ¿quién será?”, y la madre contestaba: “Cállate hija mía mía mía, que ya se irá”. Pero entonces aparecía la tercera voz, y el narrador o la narradora volvía más grave la suya: “Que ya estoy entrando por la puerta…”. El cuento consistía, musicalmente, en la repetición de las dos primeras voces y en la variación gradualmente aterradora de la tercera, que cada vez anunciaba una mayor cercanía hacia la madre y la hija amenazadas. La niña preguntaba una y otra vez quién sería aquella presencia, y la madre repetía palabra por palabra la misma respuesta cada vez menos tranquilizadora, porque después de cada “cállate hija mía mía mía, que ya se irá”, aquella criatura hecha de oscuridad y amenaza indicaba el lugar cada vez más próximo en el que ya se encontraba. Un refinamiento improvisado del narrador era adaptar los pasos de esa aproximación a la topografía de la vivienda donde la historia se contara: el portal, la escalera, el rellano, por fin la misma puerta que el niño estaba viendo, abierta sin defensa contra el enemigo, o bien cerrada y sin embargo fácilmente vulnerable, o entornada, dejando paso a una penumbra doméstica que las palabras llenaban de misterio y hasta de terror. El cuento no sucedía en un castillo, en un país fabuloso, sino allí mismo, en nuestra propia casa, en los espacios más familiares, el portal, la escalera por la que subíamos y bajábamos a diario, los pasillos que llevaban a los dormitorios, en los que más de una vez, si tardábamos en llegar al conmutador de la luz, ya empezábamos a sentir la sospecha del miedo.

Es ahora, al cabo de tantos años, cuando caigo en la cuenta de la eficacia de aquella despojada economía narrativa. No había introducción, no había nombres, no se describía nada. Eran las tres voces sucediéndose, manejadas por el mismo narrador, con una parte de reiteración y otra de novedad, y con un margen para la improvisación dentro de la forma invariable que también es muy propio de las artes orales. El “Ay mama mía mía mía” y el equivalente “Cállate hija mía mía mía” marcaban un ritmo obsesivo y monótono, como un impulso de fatalidad hacia lo inevitable. El narrador, niño o adulto, podía multiplicar según su albedrío los pasos intermedios, retardando o acelerando el ataque final, que no se llegaba a saber en qué consistía, igual que no se sabía nada sobre esa presencia, esa criatura invasora, más temible aún por ese motivo. La palabra ya es en sí misma un medio de máxima sobriedad: que tenga tanta fuerza de sugestión sin el adorno de los detalles, ni de las imágenes, ni de más efectos especiales que sus propios dones de sonido y sentido es uno de tantos prodigios usuales en los que casi nunca se repara.

En aquellos tiempos muy anteriores a la psicopedagogía, los adultos disfrutaban sin remordimiento asustando a los niños con cuentos espeluznantes. Éramos niños antiguos que ni siquiera habíamos visto la televisión, y que, aunque íbamos mucho al cine, habíamos nacido mucho antes de que llegaran las películas de vísceras y asesinos con motosierras. En los cuentos que nos contaban los mayores había lobos feroces, gigantes caníbales y brujas que engordaban a los niños en jaulas antes de cocinarlos y comérselos. Pero también había niños valientes e ingeniosos que acababan prevaleciendo sobre los enemigos más temibles, y casi siempre esos héroes inesperados eran el hijo pequeño, la hija abandonada, el personaje astuto y mañoso que en todas las mitologías vence al gigantón ensoberbecido por su fuerza bruta. Pulgarcito pertenece al linaje de Ulises y al del Lazarillo. El bravucón y el temerario acaban recibiendo su merecido a manos de ese esmirriado al que despreciaron. El arrogante Juan Sin Miedo aprende que sentir temor no es una bajeza, sino una estrategia de supervivencia, y también puede ser una actitud de razonable humildad. A los niños nos daban mucho miedo aquellas historias que nos contaban los adultos, y como teníamos más agudeza de la que ellos pensaban, nos irritaba que se divirtieran a nuestra costa. Pero éramos nosotros mismos quienes las pedíamos, y quienes exigíamos que se repitieran exactamente cada vez: saber de antemano el desenlace no anulaba el misterio, sino que lo enriquecía, tal vez con la intuición de lo inevitable, con la incorregible esperanza humana de que por una vez pueda ser evitado.

Los niños empiezan a disfrutar de verdad de los cuentos hacia la misma edad en la que empiezan a recordar sueños y a despertarse por las noches con pesadillas terroríficas. En los cuentos orales y en las nanas está la evidencia de que la narración y la música son hechos culturales arraigados en un instinto humano que es universal. Las personas que fabricaron flautas con fémures de buitre hace 50.000 años sin la menor duda contarían también historias y dormirían con cantos a los niños. Lo que empezó en las culturas humanas más antiguas empieza también en cada vida infantil. Lo que llamamos literatura coincide demasiado exactamente con los registros escritos y, por tanto, no se remonta mucho más allá de unos 3.000 años, desde que la epopeya de Gilgamesh se copió en tablillas de barro. Pero antes de la invención de la escritura, y después de ella y al margen, existieron y en parte siguen existiendo todavía universos formidables de historias, igual que han existido músicas de las que no sabemos nada, porque no hubo sistemas de notación que las recogieran y desaparecieron antes de que se inventara la grabación del sonido.

A algunos de nosotros el entusiasmo por la literatura se nos tiñe de desaliento cuando la vemos convertida en un espectáculo más bien sórdido de pedantería, de mezquindad, de arrogancia de presuntos expertos, de impostura consentida, de tráfico de influencias. Un antídoto de esa tristeza es recordar su origen como proveedora de historias asombrosas, de lecciones tan profundas que ya se transmitían hace muchos milenios y siguen vivas ahora en los cuentos que les contamos a los niños.

martes, 15 de diciembre de 2020

El funeral del escultor un cuento de la escritora estadounidense Willa Cather (1873-1947)

Un grupo de ciudadanos permanecía en el andén de la estación de una pequeña población de Kansas, a la espera de la llegada del tren nocturno, que ya iba con veinte minutos de retraso. La nieve había caído espesa sobre todas las cosas; a la pálida luz de las estrellas, la línea de peñascos al otro lado de los amplios y blancos prados en la parte sur del pueblo creaba suaves curvas de un tono ahumado sobre el cielo despejado. Los hombres del andén se apoyaban primero sobre un pie y luego sobre el otro, con las manos metidas en lo hondo de los bolsillos de sus pantalones, los abrigos abiertos, los hombros apretados por el frío. De vez en cuando miraban hacia el sureste, donde la vía del tren se enrollaba a lo largo de la orilla del río. Conversaban en voz baja y se movían inquietos, inseguros, al parecer, sobre lo que se esperaba de ellos. Todos excepto un hombre del grupo, cuyo aspecto era el de quien sabe exactamente por qué estaba allí, que se mantenía claramente apartado; caminaba hasta el extremo más alejado del andén, regresaba a la puerta de la estación, y luego se paseaba de nuevo junto a la vía, con la barbilla hundida en el alto cuello de su abrigo, sus hombros corpulentos caídos hacia delante, su paso pesado y decidido. Al cabo de un momento, se le acercó un hombre alto, enjuto y canoso, ataviado con un traje desteñido del Grand Army, que se apartó del grupo y avanzó con cierta deferencia con el cuello estirado hacia delante, hasta que su espalda formó el mismo ángulo que una navaja abierta tres cuartas partes.

—Supongo que va a llegar bastante tarde esta noche, Jim —señaló con un falsete chirriante—. ¿Será por la nieve?

—No lo sé —respondió el otro hombre con un matiz de irritación. Habló desde una impresionante catarata de barba roja que se dispersaba espesa y con fiereza en todas direcciones.

El hombre enjuto se cambió el palillo hueco que estaba masticando al otro lado de la boca.

—Es poco probable que alguien del Este venga con el cuerpo, ¿no? —prosiguió con aire reflexivo.

—No lo sé —respondió el otro, con más brusquedad que antes.

—Es una lástima que no perteneciera a ninguna logia ni nada. A mí me gustan los funerales elegantes. Como que son más apropiados para las personas de cierta categoría —prosiguió el hombre enjuto, con cierta licencia zalamera en su estridente voz, mientras colocaba con cuidado su palillo en el bolsillo del chaleco. Siempre llevaba la bandera a los funerales del G.A.R. del pueblo.

El hombre corpulento se giró sobre sus talones sin responder y echó a andar por el andén. El hombre enjuto se fundió de nuevo con el grupo intranquilo.

—Jim está tan hinchado como una garrapata, como siempre —comentó con conmiseración.

Justo entonces, sonó un silbido distante y se oyeron unos pies arrastrándose por el andén. Varios chicos larguiruchos de todas las edades aparecieron de repente, escurridizos como anguilas despertadas por el estruendo de un rayo; algunos venían de la sala de espera, donde habían estado calentándose junto a la estufa roja o adormilados en los bancos de listones; otros se desplegaron desde vagones de equipaje o salieron de vagones expresos. Dos bajaron desde el asiento del conductor de un coche fúnebre que permanecía aparcado junto al andén. Enderezaron sus hombros encorvados y alzaron las cabezas; un destello momentáneo de vivacidad encendió sus ojos aburridos con aquel grito frío y vibrante, la mundial llamada a los hombres. Aquello los despertó como la nota de una trompeta, igual que había despertado muchas veces durante su juventud a aquel hombre que esa noche regresaba a casa.

El expreso nocturno llegó, rojo como un cohete, desde las tierras pantanosas del Este y serpenteó a lo largo de la orilla del río bajó las largas filas de chopos temblorosos que vigilaban los prados. El vapor que escapaba de él se quedaba colgando en montones grises en el cielo pálido y ocultaba la Vía Láctea. Al cabo de un instante, el brillo rojo del faro iluminó la vía cubierta de nieve ante el andén y relució en los negros raíles húmedos. El hombre fornido con la desaliñada barba roja se desplazó con rapidez por el andén hacia el tren que se aproximaba, descubriéndose la cabeza al avanzar. El grupo de hombres tras él dudaron, se observaron los unos a los otros de manera inquisitiva y siguieron con torpeza su ejemplo. El tren se detuvo y la multitud se amontonó junto al vagón justo cuando abrían la puerta. El hombre enjuto con el traje del G.A.R. echó la cabeza hacia delante con curiosidad. El mensajero del tren apareció en la entrada, acompañado por un joven vestido con un largo gabán y un sombrero de viaje. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 14 de diciembre de 2020

Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario. Un magnífico libro de Delia Lerner


Uno de los mejores libros que he leído sobre la lectoescritura en la escuela.Muy recomendable para docentes y para las personas que se dedican a la formación de los mismos. Muy recomendable.


Esta obra, simultaneamente humilde y ambiciosa, profundamente revolucionaria y conciliadora con la tradición, esta sustentada en la firme conviccion de que es posible hacer de la escuela una institución que forma usuarios de la cultura escrita, y en convencimiento de que no se podrá lograrlo a partir de la traducción mas o menos mecánica de los descubrimientos en el campo de la lingüística o la psicología.

También se puede leer una interesante reseña de David Block Sevilla (Educación Matemática, vol. 15, núm. 3, diciembre de 2003, pp. 169-173) sobre el libro AQUÍ

"A la abolición de la esclavitud en Cuba" (1868), un poema de Carolina Coronado, una de las escritoras románticas españolas (Almendralejo, 1820 - Lisboa, 1911) que luchó, entre otras cosas, contra la esclavitud

Si libres hizo ya de su mancilla
el águila inmortal los africanos,
¿por qué han de ser esclavos los hermanos,
que vecinos tenéis en esa Antilla?

¿Qué derecho tendrás, noble Castilla,
para dejar cadenas en sus manos,
cuando rompes los cetros soberanos
al son de libertad que te acaudilla?

No, no es así: al mundo no se engaña.
Sonó la libertad, ¡bendita sea!
Pero después de la triunfal pelea,

no puede haber esclavos en España.
¡O borras el baldón que horror inspira,
o esa tu libertad, pueblo, es mentira!
Autora: Carolina Coronado.

viernes, 11 de diciembre de 2020

¿Cómo seré cuando no sea yo?, un poema de Ángel González.

¿Cómo seré
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El silencio, un cuento de Leónidas Andréiev.

Una noche clara de mayo en la que cantaban los ruiseñores, en el estudio del pope Ignacio penetró su mujer. En su rostro se dibujaba un aire de pena, y la lamparita temblaba en su mano. Se acercó a su marido y, tocándole con la mano, le dijo con lágrimas en los ojos:

—¡Pope, vamos a ver a nuestra hijita Vera!

Sin volver siquiera la cabeza, el pope miró fija y largamente a su mujer por encima de sus lentes, y no dijo nada. Ella hizo un gesto de desesperación y se sentó sobre una otomana.

—¡Los dos son tan... impiadosos! —exclamó y su cara de buena mujer, algo inflada, se contrajo en una mueca de dolor, como si con aquella mueca quisiera dar a entender el grado de crueldad de su esposo y de su hija.

Él sonrió y se levantó. Cerró su libro, se quitó los lentes, los metió en un estuche y se sumió en profundas reflexiones. Su larga barba, de hilillos de plata, le cubría el pecho.

—Bueno; vamos allá —dijo al fin.

Olga Stepanevna se incorporó presurosa y le suplicó con voz tímida:

—Pero no hay que reñirle... Sabes que es muy sensible...

La habitación de Vera se hallaba arriba. La angosta escalera de madera se cimbreaba bajo los pasos del pope Ignacio, alto y grueso. Estaba de mal humor. Sabía que su conversación con Vera no conduciría a nada.

—¿Qué pasa? —preguntó Vera, sorprendida, al verlos entrar.

Estaba en la cama. Con una mano se cubría la frente; la otra reposaba sobre el lecho, y era tan blanca y transparente, que apenas se distinguía sobre la blanca sábana.

—¡Vera, niña mía! —murmuró el padre, tratando de dar a su voz dura y severa notas más dulces—. Dinos, ¿qué tienes?

Vera guardó silencio.

—Pero, veamos, Vera. ¿Es que tu madre y yo no somos dignos de tu confianza? ¿Es que no te amamos? No hay en el mundo quién te ame más que nosotros. Dinos por qué sufres, y se desahogará tu corazón, lo cual te hará bien. Créeme, pues conozco la vida y tengo experiencia.

También a nosotros nos hará bien eso. Mira cómo sufre tu madre...

—¡Verita! —suplicó la madre.

—Y yo también —continuó el padre, con voz temblorosa, como si algo se hubiera roto en él—. ¿Crees que soy dichoso viéndote así? Sé que sufres, pero, ¿por qué? Yo, tu padre, no sé nada. ¿Crees que eso es justo?...

Vera seguía sin decir nada. Dominando la furia que le subía a la garganta, prosiguió él:

—Te fuiste a Petersburgo contra mi voluntad; pero, así y todo, no rechacé a la hija desobediente; te mandé dinero. He sido siempre un buen padre para ti. ¡Habla! ¿Por qué no dices nada? ¡He aquí tu Petersburgo!...

Se imaginaba enormes masas de piedras, llenas de peligros desconocidos, y gentes indiferentes, frías, sin corazón. Esa ciudad inhospitalaria de granito es la que ha hecho sufrir tanto a Vera, débil, aislada, solitaria, sin defensa. Es esa ciudad la que la había perdido. El pope Ignacio sentía un odio mortal por Petersburgo y una tremenda cólera contra su hija, que no quería decir nada. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Traficantes de tiempo. un artículo de Irene Vallejo, autora de "El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo", publicado en El País el 6/XII/2020-

Aplicaciones y redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es otro: nuestro tiempo

Igual que tú, el niño siente la impaciencia del deseo —lo quiero ya—, pero no puede comprender la razón de la prisa. Para qué sirve la rapidez, cuando el placer consiste en entretenerse, remolonear y ser lentos. Qué inexplicables le parecen vuestras bruscas urgencias, los espabila, los venga vamos, los así no llegaremos nunca. Experto en demoras, se recrea en cada juego, en el peldaño de cada escalera, en cada excursión, como una historia interminable. Tu hijo intuye que el amor exige prodigalidad temporal. Si quieres a alguien, le das tu sosiego, tu desaceleración, tu olvido de los relojes.

Sin embargo, tu pequeño sibarita tiene serios competidores: cada instante, los dispositivos digitales y sus voraces pantallas batallan por secuestrar nuestras horas. Los gigantes tecnológicos codician miradas absortas para subastarlas en un frenético mercado de la atención. Las aplicaciones y las redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es en realidad otro: nuestro tiempo. Hechizados por imágenes palpitantes y estímulos adictivos, regalamos información sobre nuestros gustos, movimientos, opiniones, miserias y sueños. Cuanto más, mejor: alimentamos bancos de minutos y bases de datos que las empresas venderán al mejor postor y que retornarán en forma de publicidad y propaganda personalizadas. Somos nosotros quienes estamos en venta.

En los años setenta, antes de la expansión de Internet y los primeros móviles, un autor de literatura infantil, Michael Ende, escribió una fábula visionaria sobre el saqueo de nuestro tesoro temporal. Los habitantes de una gran ciudad empiezan a recibir la visita de unos misteriosos hombres vestidos de gris, agentes de la Caja de Ahorros del Tiempo. Estos persuasivos recién llegados prometen suculentos intereses a la gente que deposite en su banco las horas ahorradas cada día: en lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente; reduzca el contacto cotidiano con su anciana madre a unas breves palabras; mejor aún, alójela en un buen asilo, pero barato, donde cuidarán de ella; no pierda ni una fracción de sus preciosos días en cantar, leer o en compañía de sus amigos. Los traficantes de tiempo van conquistando calladamente la sociedad, sin ninguna resistencia. La ansiedad, la urgencia y una prisa obsesiva se apoderan de la gente, que sigue ciegamente los consejos de los trajeados hombres grises tomándolos por decisiones propias. “Un negocio difícil, sangrarles el tiempo a los hombres, segundo a segundo. Nosotros nos lo quedamos, lo necesitamos, lo ansiamos. No sabéis lo que significa vuestro tiempo. Pero nosotros lo sabemos y os lo chupamos hasta la piel. Y necesitamos más, cada vez más”. Solo Momo, una niña huérfana que vive entre las ruinas de un anfiteatro romano, y la mágica tortuga Casiopea consiguen desenmascarar y derrotar a los grises banqueros que aspiran el humo de instantes usurpados.

Frente a nuestro empeño en digitalizar la educación, los gurús informáticos de Silicon Valley están criando a sus hijos sin pantallas. En los carísimos colegios privados de la meca tecnológica, los niños hacen sus cuentas con lápiz, cuartillas y arcaicas pizarras provistas de tizas de colores. Algo huele a podrido en California, cuando los propios cocineros prohíben a su familia saborear el mismo plato que nos ofrecen.

En la mitología clásica existió una divinidad llamada Momo, como la niña de Ende. La legendaria Momo encarnaba la burla irreverente hacia todos, incluso contra los habitantes del Olimpo: opinaba con ironía que la creación de los seres humanos estaba sobrevalorada. A su juicio, los dioses deberían haber previsto una pequeña puerta en el pecho que permitiera vigilar nuestras verdaderas ideas y sentimientos sinceros. No imaginaba que, algunos milenios más tarde, regalaríamos con ligereza datos vitales sobre nuestra salud, nuestras ideas políticas y nuestros secretos, auténticas semillas de control. Hoy, esa portezuela que soñó Momo existe, y ciertas empresas la abren para hurtarnos el tiempo y la intimidad con la ganzúa de nuestras horas cautivas.

martes, 8 de diciembre de 2020

Gracias, vientre leal. Un cuento de Mario Benedetti.

El compromiso social o político en sistemas dictatoriales genera un riesgo que, de una u otra forma se traslada al ámbito afectivo más cercano: la familia, la pareja, los hijos e hijas... En este cuento, Benedetti se centra de una manera muy poética en la relación de una pareja que vive esa situación.

Gracias, viente leal
Mario Bendetti

"A nadie", le había dicho el Colorado, "a nadie, ni siquiera a tu mujer. ¿Estamos?" Y él había contestado: "Estamos". "Ni el menor indicio, ¿eh? Bastante caro hemos pagado ya esos y otros liberalismos. Y la acción de mañana es particularmente riesgosa. Aun extremando las medidas de seguridad, vos y Alfredo van a correr mucho peligro. Eso lo sabés, ¿verdad?" "Está bien, está bien", había dicho él. El Colorado había resoplado antes de concretar: "Bueno, a las siete te recogerá Alfredo en Durazno y Convención". 

Ahora Marta le servía lo que ella denominaba "costillitas de cerdo a la riojana, versión libre". Siempre, para bromear, le ponía un papelito sobre el plato con el menú del día. Ñoquis a la romana. Escalope a la viena. Crême parmentière. Y así por el estilo. Esto de "a la riojana" le había quedado de cierta vez que fueron a Buenos Aires y a él le había gustado aquella combinación. Era la época en que todavía podían ir de compras cada tres meses, y de paso veían cine, teatro, exposiciones. A ellos, que en Montevideo vivían rodeados de padres, suegros, tíos, primos, sobrinos, aquellas escapadas les servían como una puesta al día de su mejor intimidad. Se sentían más unidos, más pareja, caminando del brazo por Corrientes que en su propia casa donde había ojos en todos los rincones y en todos los retratos. Pero hacía tiempo que esas "lunas de miel" se habían acabado. Ahora había que hacer milagros con la plata. CONTINUAR LEYENDO EL CUENTO

lunes, 7 de diciembre de 2020

"Canción", un poema de la poeta brasileña Cecília Meireles (1901-1964).


Puse mi sueño en un navío
y el navío sobre el mar,
-después, abrí el mar con las manos,
para hacerlo naufragar.

Mis manos aún siguen mojadas
del azul de las olas entreabiertas,
y el color que escurre de mis dedos
colorea las arenas desiertas.

De lejos viene el viento,
y la noche se curva de frío,
bajo el agua va muriendo
mi sueño, dentro de un navío…

Lloraré todo lo que sea necesario
para hacer que la mar crezca,
y mi navío llegue al fondo,
y mi sueño desaparezca.

Después, todo será perfecto;
playa lisa, aguas calmas,
mis ojos secos como piedras
y mis dos manos quebradas.



domingo, 6 de diciembre de 2020

"ALIENACIÓN", un cuento del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro

A pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia. La vida se encargó de enseñarle que si quería triunfar en una ciudad colonial más valía saltar las etapas intermediarias y ser antes que un blanquito de acá un gringo de allá. Toda su tarea en los años que lo conocí consistió en deslopizarse y deszambarse lo más pronto posible y en americanizarse antes de que le cayera el huaico y lo convirtiera para siempre, digamos, en un portero de banco o en un chofer de colectivo. Tuvo que empezar por matar al peruano que había en él y por coger algo de cada gringo que conoció. Con el botín se compuso una nueva persona, un ser hecho de retazos, que no era ni zambo ni gringo, el resultado de un cruce contra natura, algo que su vehemencia hizo derivar, para su desgracia, de sueño rosado a pesadilla infernal.

Pero no anticipemos. Precisemos que se llamaba Roberto, que años después se le conoció por Boby, pero que en los últimos documentos oficiales figura con el nombre de Bob. En su ascensión vertiginosa hacia la nada fue perdiendo en cada etapa una sílaba de su nombre. Todo empezó la tarde en que un grupo de blanquiñosos jugábamos con una pelota en la plaza Bolognesi. Era la época de las vacaciones escolares y los muchachos que vivíamos en los chalets vecinos, hombres y mujeres, nos reuníamos allí para hacer algo con esas interminables tardes de verano.

Roberto iba también a la plaza, a pesar de estudiar en un colegio fiscal y de no vivir en chalet sino en el último callejón que quedaba en el barrio. Iba a ver jugar a las muchachas y a ser saludado por algún blanquito que lo había visto crecer en esas calles y sabía que era hijo de la lavandera. Pero en realidad, como todos nosotros, iba para ver a Queca. Todos estábamos enamorados de Queca, que ya llevaba dos años siendo elegida reina en las representaciones de fin de curso. Queca no estudiaba con las monjas alemanas del Santa Úrsula, ni con las norteamericanas del Villa María, sino con las españolas de la Reparación, pero eso nos tenía sin cuidado, así como que su padre fuera un empleadito que iba a trabajar en ómnibus o que su casa tuviera un solo piso y geranios en lugar de rosas. Lo que contaba entonces era su tez capulí, sus ojos verdes, su melena castaña, su manera de correr, de reír, de saltar y sus invencibles piernas, siempre descubiertas y doradas y que con el tiempo serían legendarias.

Roberto iba solo a verla jugar, pues ni los mozos que venían de otros barrios de Miraflores y más tarde de San Isidro y de Barranco lograban atraer su atención. Peluca Rodríguez se lanzó una vez de la rama más alta de un ficus, Lucas de Tramontana vino en una reluciente moto que tenía ocho faros, el chancho Gómez le rompió la nariz a un heladero que se atrevió a silbarnos, Armando Wolff estrenó varios ternos de lanilla y hasta se puso corbata de mariposa. Pero no obtuvieron el menor favor de Queca. Queca no le hacía caso a nadie, le gustaba conversar con todos, correr, brincar, reír, jugar al vóleibol y dejar al anochecer a esa banda de adolescentes sumidos en profundas tristezas sexuales que solo la mano caritativa, entre las sábanas blancas, consolaba. Fue una fatídica bola la que alguien arrojó esa tarde y que Queca no llegó a alcanzar y que rodó hacia la banca donde Roberto, solitario, observaba. ¡Era la ocasión que esperaba desde hacía tanto tiempo! De un salto aterrizó en el césped, gateó entre los macizos de flores, saltó el seto de granadilla, metió los pies en una acequia y atrapó la pelota que estaba a punto de terminar en las ruedas de un auto. Pero cuando se la alcanzaba, Queca, que estiraba ya las manos, pareció cambiar de lente, observar algo que nunca había mirado, un ser retaco, oscuro, bembudo y de pelo ensortijado, algo que tampoco le era desconocido, que había tal vez visto como veía todos los días las bancas o los ficus, y entonces se apartó aterrorizada. Roberto no olvidó nunca la frase que pronunció Queca al alejarse a la carrera: «Yo no juego con zambos». Estas cinco palabras decidieron su vida. Todo hombre que sufre se vuelve observador y Roberto siguió yendo a la plaza en los años siguientes, pero su mirada había perdido toda inocencia. Ya no era el reflejo del mundo sino el órgano vigilante que cala, elige, califica. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 3 de diciembre de 2020

«A corta distancia», un poema de Dulce Chacón.

Levantaron altísimas paredes
─con dudosa intención─
y el tiempo quedó fuera.
Edificaron el abismo hacia lo alto
─esto hicieron por mí─.
¿Cómo no sentir vértigo
si me hablas del mar?
Deja a mis ojos
que se duelan
de ver de cerca el muro
tapar la tarde.

Que nadie crea, mi amor,
que repito tu nombre en voz alta
para compartirlo.
Lo digo para ti,
para que veas
dos veces
mi boca.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Un buen bisteck, un cuento de Jack London

Tom King rebañó el plato con el último trozo de pan para recoger la última partícula de gachas, y masticó aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levantó de la mesa, le embargaba una inconfundible sensación de hambre. Él era el único que había cenado. Los dos niños estaban acostados en la habitación contigua. Los habían llevado a la cama antes que otros días para que el sueño no les dejara pensar en que se habían ido a dormir sin probar bocado.

La esposa de Tom King no había cenado tampoco. Se había sentado frente a él y lo observaba en silencio, con mirada solícita. Era una mujer de clase humilde, flaca y agotada por el trabajo, pero cuyas facciones conservaban restos de una antigua belleza. La vecina del piso de enfrente le había prestado la harina para las gachas. Los dos medio peniques que le quedaban los había invertido en pan.

Tom King se sentó junto a la ventana, en una silla desvencijada que crujió al recibir su peso. Con un movimiento maquinal, se llevó la pipa a la boca e introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Al no encontrar tabaco, se dio cuenta de su distracción y, lanzando un gruñido de contrariedad, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos y premiosos, como si el extraordinario volumen de sus músculos le abrumara. Era un hombre macizo, de rostro impasible y aspecto nada simpático. Llevaba un traje viejo y lleno de arrugas, y sus destrozados zapatos eran demasiado endebles para soportar el peso de las gruesas suelas que les había puesto él mismo hacía ya bastante tiempo. Su camisa de algodón (un modelo de no más de dos chelines) tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura que no se quitaban con nada.

Bastaba verle la cara a Tom King para comprender cuál era su profesión. Aquel rostro era el típico del boxeador, del hombre que ha pasado muchos años en el cuadrilátero y que, a causa de ello, ha desarrollado y subrayado en sus facciones los rasgos característicos del animal de lucha. Era una fisonomía que intimidaba, y para que ninguno de aquellos rasgos pasara inadvertido iba perfectamente rasurado. Sus labios informes, de expresión extremadamente dura, daban la impresión de una cuchillada que atravesara su rostro. Su mandíbula inferior era maciza, agresiva, brutal. Sus ojos, de perezosos movimientos y dotados de gruesos párpados, apenas tenían expresión bajo sus tupidas y aplastadas cejas. Estos ojos, lo más bestial de su semblante, realzaban el aspecto de brutalidad del conjunto. Parecían los ojos soñolientos de un león o de cualquier otro animal de presa. La frente hundida y angosta lindaba con un cabello que, cortado al cero, mostraba todas las protuberancias de aquella cabeza monstruosa. Una nariz rota por dos partes y aplastada a fuerza de golpes, y una oreja deforme, que había crecido hasta adquirir el doble de su tamaño y que hacía pensar en una coliflor, completaban el cuadro. Y en cuanto a su barba, aunque recién afeitada, apuntaba bajo la piel, dando a su tez un tono azulado negruzco. CONTINUAR LEYENDO

martes, 1 de diciembre de 2020

Alfabetización de niños y adultos. Textos escogidos. Emilia Ferreiro (CREFAL. México, 2007)


“Los objetivos pedagógicos más básicos siguen espe­rando su realización. Recordemos que la UNESCO definió esta década como la "década de la alfabetización", porgue los objetivos de educación para todos están lejos de haberse cumplido. La profunda desigualdad que caracteriza a la relación entre países (Y dentro de cada país) atenta contra el cumpli­miento de objetivos educativos que suponen igualdad de derechos y oportunidades. ¿Cómo alfabetizar en un mundo profundamente desigual, donde el incremento de la concentra­ción de la riqueza en pocas familias y pocas empresas es tan escandaloso como el número de niños que nacen con una esperanza de vida menor a cinco años y con el aumento del número de adultos que sobreviven con menos de un dólar diario?

LEE Y DESCARGA EL LIBRO AQUÍ


CONTENIDO

Al lector ............................................................................................................................. 9 

Nota introductoria ........................................................................................................................... 11

Breves comentarios sobre la trayectoria académica de Emilia Ferreiro ................................. 13 

PARTE I

Los adultos no alfabetizados y sus conceptualizaciones del sistema de escritura ................ 19

La escritura antes de la letra. La evolución de las conceptualizaciones de la escritura....................... 209

PARTE II

Alfabetización digital. ¿De qué estamos hablando? .......................................................... 259 

La revolución informática y los procesos de lectura y escritura ..................................... 279

Nuevas tecnologías y escritura .............................................................................................. 289

El mundo digital y el anuncio del fin del espacio institucional escolar .......................... 299

La formación docente en tiempos de incertidumbre ...................................................... 307

PARTE III

Apuntes sobre alfabetización, oralidad y escritura ......................... : .................................. 319

Alternativas a la comprensión del analfabetismo en la región ........................................ 325

El Proyecto Principal de Educación y la alfabetización de niños: un análisis cualitativo ................. 345

Comentarios sobre la noción de "necesidades básicas de aprendizaje" ....................... 377

El bilingüismo: una visión positiva ....................................................................................... 385

PARTE IV

La adquisición de los objetos culmmles: el caso particular de la lengua escrita ............................ 399

Aplicar, replicar, recrear. Acerca de las dificultades inherentes a la incorporación de nuevos objetos al cuerpo teórico de la teoría de Piaget .............. ..... ...... ... ... ..... 411

BIBLIOGRAFÍA GENERAL ........................................................................................................ 421