martes, 29 de octubre de 2019

Lectura, educación literaria y plan de lectura y escritura en infantil y en primaria. Un artículo de Lara Reyes publicado en Textos

Los documentos que marcan pautas de funcionamiento y establecen mínimos comunes para que una comunidad educativa sepa cómo se trabaja en el centro un tema en concreto son de vital importancia.Que una escuela haya analizado las necesidades educativas, detectado carencias y redactado en función de estas un plan de lectura de centro en el que todos los agentes educativos estén implicados es o debería ser uno de los objetivos primordiales en todos los centros, ya que nos hace pensar que la educación lectora y literaria mejoraría cualitativamente con respecto a la situación actual, en la que todavía podemos hablar, en general, de actuaciones poco estructuradas en una propuesta global de centro y sin una distribución de objetivos diversificados que las sustenten. Ahora bien, a veces el camino se invierte y la escritura del plan de lectura de centro es el punto final de una planificación de lectura y escritura consolidada. Este es el caso de la Escuela Francesc Aldea i Pérez de Terrassa (Barcelona).

domingo, 27 de octubre de 2019

Brillante estrella. Un poema de John Keats.

Si yo fuese inmortal, brillante estrella,
como lo eres tú. Pero no como tú:
solitaria en la noche,
con ojos siempre abiertos, contemplando,
como impasible e insomne eremita del cielo,

la grávida cadencia de unas aguas lustrales,
que acarician y limpian la tierra de los hombres;
o mirando la máscara de nieve
que suavemente cubre
las desiertas montañas y los páramos.

Como tú, inmortal e inmutable,
pero estar recostado en su regazo,
y sentir para siempre su respirar suave,
y velar por mi amor ya para siempre
con una leve y dulce inquietud.

En silencio y en calma oír su tierno aliento.
Pero mejor morir
si no me es dado así vivir eternamente.

John Keats, 1919

miércoles, 23 de octubre de 2019

En 2020 celebramos el centenario del nacimiento del Maestro de la Fantasía. Gianni Rodari.

Han pasado cien años desde el nacimiento de Gianni Rodari, un número que deja boquiabiertos a quienes lo conocen a través de sus historias.

De hecho, durante décadas han estado contando la historia de una realidad siempre presente todos los días, describiendo con lucidez los sentimientos que aún son ciertos, y en su simplicidad inteligente nos permitieron identificarnos en ellos. En resumen, son historias modernas encarnadas en una forma "clásica": universal, eterna, perfecta.

A través de la web 100 Gianni Rodari podéis ir siguiendo la actualidad de este evento.

En este cumpleaños especial hay nuevos lanzamientos, exhibiciones, eventos nacionales e internacionales y un calendario lleno de actividades en preparación. Si desea obtener más información sobre Gianni Rodari, sus libros y este aniversario. Si ya ha planeado algunas iniciativas sobre Gianni Rodari que le gustaría promover al incluirlas en el calendario oficial de eventos. Si quieres celebrar el cumpleaños de Gianni Rodari en tu escuela, tu librería, una biblioteca, en el teatro y ya tienes algunas ideas, ¡este lugar es para ti!

100 veces Rodari en 365 días

¡Desde el 23 de octubre de 2019, durante todo un año, los fanáticos grandes y pequeños de Rodari no tendrán uno, sino 100 oportunidades diferentes para aprender más sobre él! Esta sección se convertirá en un escaparate lleno de sorpresas: cada tres días, aquí encontrará un nuevo contenido sobre Rodari. Esta será una mina de imágenes, juegos, historias, noticias, ideas que construirán el gran sitio web conmemorativo que se completará el 23 de octubre de 2020, en el centenario de Gianni Rodari.

¡Ya casi está!

domingo, 20 de octubre de 2019

Por un enfoque psicolingüístico del aprendizaje de la lectura y sus dificultades. Un artículo de Jesús Alegría (Universidad Libre de Bruselas) publicado en Infancia y Aprendizaje.


Leer, lo mismo que comprender un mensaje oral, es un acto que hace intervenir una serie de competencias de naturaleza lingüística. Al comenzar el aprendizaje de la lectura, alrededor de los seis años, el niño posee la competencia lingüística necesaria para producir frases perfectamente inteligibles y comprender las que llegan a sus oídos. Aprender a leer va a consistir para él en descubrir cómo utilizar parte de este dispositivo destinado inicialmente a ocuparse de la lengua oral a partir de informaciones visuales, es decir, del texto escrito. El resultado final del proceso de lectura, la comprensión del mensaje escrito, es idéntico: al obtenido cuando el mensaje llega por la vía oral. Las diferencias que: existen entre las dos formas de alcanzar el significado provienen de los aspectos específicos de cada una de ellas.

Una razón importante para interrogarse sobre la especificidad de la lectura respecto a la lengua oral es pedagógica. Aprender a hablar y comprender la palabra no plantea problemas salvo en algunos casos excepcionales de carácter patológico grave. Todos los niños, sea cual sea su lengua materna, medio socio-económico, nivel intelectual, etc., aprenden a hablar en la medida en que ciertas condiciones mínimas de exposición son respetadas. La adquisición del lenguaje se hace de manera similar en todos los casos y no necesita la intervención de instituciones socialmente organizadas. La adquisición de la lectura es diferente. En primer lugar no se produce espontáneamente. El hecho de estar rodeado de mensajes escritos no conduce al niño, ni tampoco al adulto, a aprender a leer. La consecuencia es que la sociedad ha institucionalizado el aprendizaje. En segundo lugar, los resultados no son siempre satisfactorios. Un número importante de niños no consigue aprender a leer de manera adecuada. Esta dificultad no puede ser en muchos casos atribuida a dificultades generales de aprendizaje. La noción de dislexia corresponde exactamente a esta realidad. Esto nos lleva naturalmente a preguntarnos: ¿qué tiene el mensaje escrito que lo ace tanto más dificil que el mensaje oral para un número importante de individuos? Si pudiéramos formular una respuesta clara a esta pregunta habríamos dado un paso adelante considerable en la comprensión de la naturaleza de las dificultades de muchos niños, y por consiguiente en la concepción de formas eficaces para corregirlas. En este artículo vamos a examinar dos maneras de considerar el problema de la especificidad de la lectura respecto a la lengua oral. Una de ellas es de orientación perceptiva y la otra lingüística. No tengo la pretensión de poder dar una respuesta clara y definitiva a la pregunta que acabo de formular, el problema es demasiado complejo. Me limitaré aquí a examinar algunos de los trabajos realizados en los últimos diez años por la psicología cognitiva y la psicolingüística que permiten responder de manera categórica a ciertos aspectos de nuestra pregunta.

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sábado, 19 de octubre de 2019

Discurso íntegro de la escritora estadounidense Siri Hustved al recoger el premio Princesa de Asturias de las Letras. ¡¡¡Magnífico!!!

De pequeña solía maravillarme ante cosas corrientes. Un tenedor encima de la mesa o una flor en un jarrón de repente adquirían la extraña cualidad de un misterio metafísico. Ver a mi hermana lamer un cucurucho de helado me llevaba a pensar en lo raras que eran las lenguas humanas, con sus bultos y el surco en el centro. ¿Y las sensaciones que iban y venían a lo largo del día: los escalofríos y los sudores, los sabores dulces y los agrios, los retortijones cuando los niños del colegio se reían de mí o el deleite de los besos y los abrazos de mi madre? Y luego estaban las reglas de la vida, que no eran pocas. ¿Por qué los niños podían dar brincos cuando ganaban un concurso de caligrafía y a las niñas no se nos dejaba ni sonreír, y menos aún levantar los brazos en el aire? ¿Y si las reglas eran diferentes?

Cuando mi hija, Sophie, tenía tres años, me preguntó: «Mamá, ¿cuando sea mayor seguiré siendo Sophie?». Le respondí que sí, aunque sabía que acababa de plantear una antigua cuestión filosófica para la que no había una respuesta satisfactoria, la cuestión del Yo y su continuidad en el tiempo. ¿Qué cambia y qué permanece igual? ¿Creemos a Heráclito o a Platón? ¿Cómo conectamos el embrión, el recién nacido y el adolescente con la anciana que está en su lecho de muerte? ¿Cómo concebimos la vida interna y la externa? ¿Cómo marcamos los límites entre ellas? ¿Cómo sabemos lo que estamos tan convencidos de saber?

Todos los niños tienen curiosidad. Piensen en la recién nacida fascinada por el aspecto y el sonido de las llaves brillantes que su padre agita sobre su cabeza. Intenta cogerlas. Si lo consigue, se las lleva a la boca. Pero la niña no es una criatura aislada que va acumulando información sobre sí misma. Vive en una interacción continua con los demás. Su curiosidad tiene dos caras: necesita tocar y que la toquen, probar y que la besen y la prueben, oler y que la huelan, ver y que la vean, la vean de verdad. Y en un determinado momento la niña empieza a preguntarse sobre el cambio, empieza a imaginarse mayor, fuerte y adulta o vieja o incluso muerta. Yo solía mirar el pelo azul de las ancianas con bastón, chal y voz temblorosa de mi ciudad natal, y pensaba: «Así seré cuando sea vieja, antes de morir».

En mi pequeña ciudad había bibliotecas llenas de libros, y en esos libros había historias sobre personas a las que nunca había conocido que vivían en países en los que nunca había estado. Tenían aventuras y eran víctimas de injusticias. Yo leía sobre reyes, reinas y magia, pero también sobre cautiverio, racismo, miedo a los desconocidos y niñas a las que se les castigaba por no querer ser modosas y estar calladas. Y pensaba: «¿Por qué es así? ¿Por qué no podría ser diferente?». Los libros se encarnan. Las palabras se entretejen con nuestro cerebro y nuestras vísceras, nuestros gestos y nuestros sentimientos. Nos cambian. Los libros y las ideas pueden ser peligrosos, pueden enfermarnos o enloquecernos, y pueden proporcionar formas de salvación, una vía de escape del dolor. Pero debemos recelar de las emociones ramplonas, las respuestas fáciles y las fórmulas hechas que vienen en paquetes brillantes con la etiqueta de «verdad».

Aún no soy tan mayor como las señoras de pelo azul, pero me voy acercando, y llevo medio siglo leyendo a buen ritmo. Estoy llena de voces, y éstas no se ponen de acuerdo entre sí. He leído literatura, filosofía, historia y mucha ciencia —neurología, psiquiatría, neurociencia, genética, embriología—, pero también antropología y sociología, y cuanto más sé, más me pregunto: ¿por qué? ¿Cómo sabemos lo que sabemos? Piénsenlo de nuevo: ¿y si fuera diferente?

Vivimos en un mundo en el que cada vez la gente sabe más sobre menos cosas. Esto tiene sus ventajas. El conocimiento especializado ha dado lugar a grandes avances técnicos, medicamentos potentes, teorías complejas sobre el lenguaje y la cultura, y obras de arte impresionantes. También ha llevado a callejones sin salida en varias disciplinas y a fantasías de que una idea es novedosa cuando no lo es. Tras dar una charla ante neurólogos en un hospital de Boston, un científico me preguntó por qué alguien como él, que se había pasado la vida estudiando escáneres cerebrales de pacientes con Alzheimer, debería leer literatura, filosofía e historia. Le respondí que le ayudaría en su trabajo. Vería lo que ahora no veía e identificaría en sus modelos puntos débiles que nunca se le habían ocurrido.

Lo sé porque he sido testigo una y otra vez de los problemas que suscita un enfoque demasiado restringido. Y esto es válido tanto para el estudioso de humanidades que nunca se ha molestado en pensar en músculos, huesos, tejidos y células como para el científico que sólo piensa en neuronas. Ninguno de los dos se pregunta cómo sabe lo que cree saber. Las preguntas que deberían hacerse no se hacen porque quedan fuera del marco de referencia. Cuando escribo intento formular la siguiente mejor pregunta, basada en muchas disciplinas y no en una sola. Y me hago esas preguntas en las novelas, los ensayos y los trabajos académicos, porque todos son vías para aumentar el conocimiento humano. He aprendido que un género o disciplina no es superior a otro. Debemos recelar de nuestros prejuicios. Ni la ciencia es elevada, intelectual y masculina, ni las artes y las humanidades son inferiores, emocionales y femeninas. Debemos aprender que la autoridad y la sabiduría vienen en muchos formatos, sexos, colores, formas y tamaños.

Debemos aprender unos de otros y recapacitar. ¿Es la misma persona la niña que se quedaba mirando un tenedor y la mujer que daba la charla? El tiempo es inefable, pero las ideas y las reglas que las acompañan pueden perdurar, a menudo cientos de años. A mi yo adulto no le cuesta imaginar un mundo en el que las ideas circulan libremente entre disciplinas sin una jerarquía discriminatoria, un mundo donde las niñas pueden alardear tanto como los niños y éstos no les tienen miedo, un mundo en el que se han disuelto las viejas fronteras. Este premio llega de la mano de una niña, una princesa. Me gustaría que fuera para todas las niñas que leen muchos libros sobre un sinfín de temas, que piensan, preguntan, dudan, imaginan y se niegan a estar calladas.



jueves, 17 de octubre de 2019

La lectura en voz alta. Un artículo del filósofo Xavier Antich publicado en elnacional.cat.

Cuando era profesor de instituto, y lo fui durante diez años, había un ejercicio que me empeñaba en repetir cada curso, en todos los grupos, de manera sistemática, casi como forma de presentación, en algún momento de las asignaturas que impartía. Se trataba de hacer leer, en voz alta, un fragmento de algún texto que debíamos comentar en clase o que nos servía para abrir alguna cuestión. Entre los más jóvenes, siempre se producía una escena, que no por reiterada dejaba de sorprenderme. Después de que algún estudiante hubiera leído en voz alta un texto, y yo pedía que me explicara lo que había acabado de leer, siempre había alguno que me recriminaba que no lo hubiera advertido antes, porque entonces se habría fijado en lo que leía. Con variantes, he reencontrado a menudo la misma escena en la universidad, sin la franqueza de la confesión de los estudiantes de secundaria: ahora, sin embargo, a menudo acostumbran a releerlo, aunque sea en voz baja, para probar, en la repetición de la lectura, comprender lo que dice el texto, lo cual es precisamente, en este ejercicio, el objetivo de mi pregunta.

En realidad, comprender el texto es que lo que define la lectura. Por eso, siempre me sorprendía la escena, y me sigue sorprendiendo, porque, sin comprensión, no hay propiamente lectura. Lo descubrimos cuando, después de creer que hemos leído un párrafo o alguna página, tenemos que volver atrás si, por cansancio o sueño, o por pura desatención, nos damos cuenta de que hemos ido leyendo sin entender. Sin embargo, lo que constatamos, inmediatamente, en la lectura interior, cuando leemos sin entender, parece que no pasa, y de aquí la sorpresa que no deja de producirme la constatación, cuando leemos en voz alta. Quizás porque la lectura en voz alta ha dejado, durante un tiempo, de ser una práctica generalizada, sistemática y habitual en todos los niveles de la vida educativa y, ¡debe reconocerse!, incluso familiar. Y, aun así, la lectura en voz alta es quizás la forma más radical de lectura o al menos la forma en la cual la lectura llega a ser un ejercicio compartido.

Cuando leemos en voz alta, no sólo se produce el encuentro entre alguien que lee y alguien que ha escrito, un encuentro que a veces puede tener los efectos de una auténtica revelación o incluso de una conmoción, sino que, a estas dos figuras, la del lector y del escritor, se añade la figura de alguien que escucha lo que otro lee de otro que ha escrito alguna cosa. Si toda lectura es la coincidencia de dos mundos, el del lector y el del escritor, en la lectura en voz alta se suma el mundo del que escucha a aquellos dos mundos entrecruzados de quien lee y de quien ha escrito, antes, lo que alguien lee.

Leer en voz alta es aprender a leer de verdad. En primer lugar, porque en voz alta, el leer moviliza todo nuestro cuerpo. Y, en segundo lugar, y sobre todo, porque entonces la lectura se multiplica en otro, que, sin leer, escucha lo que otro lee a la vez que intenta comprenderlo. Por eso, si el ejercicio de la lectura íntima y solitaria es un ejemplo de comunidad concentrada (dos personas, dos mundos, dos tiempos), la lectura en voz alta es la constatación de una socialidad mínima, destilada, triangular. Dos son pareja. Tres ya es una sociedad en su mínima expresión: una voz que viene del pasado (aunque sea muy reciente), una voz que actualiza en presente aquella otra voz y una voz, callada, que acoge aquellas otras dos voces y que, en silencio, dialoga, a través de la comprensión de lo que se lee en voz alta.

Alguien dijo, y yo estoy convencido, que la lectura en voz alta es la prueba de fuego de la auténtica lectura. Podemos leer, en silencio, para nosotros, sin comprender lo que leemos: sólo nosotros nos podemos dar cuenta de ello. Pero no es posible leer en voz alta si no entendemos lo que leemos: ¡se nota demasiado! O se les nota demasiado, como todo el mundo ha podido observar, cuando, por ejemplo, reconocemos que es exactamente eso lo que le pasa a algún locutor televisivo si, atento al teleprompter, neglige el sentido de aquello que está leyendo.

Por esto me parece una iniciativa extraordinaria la que ayer llegó al final, por este curso: el Certamen Nacional de Lectura en Veu Alta impulsado por la Fundació Enciclopèdia Catalana, en su duodécima edición, con más de setecientas escuelas e institutos del país. Una iniciativa que tiene su origen en Alemania y que ahora, doce años después de ponerse en marcha en Catalunya, ofrece un resultado, que crece año tras año, realmente espectacular. En un acto en el Teatre Nacional de Catalunya, ayer, con una platea de casi mil personas, los finalistas, unos cincuenta estudiantes de primaria y secundaria de todo el país, fueron desfilando, sobre el escenario, durante un acto de una intensidad realmente emocionante, presidido por la Presidenta del Parlament de Catalunya, Carme Forcadell. Se demostró, de manera inequívoca e irrefutable, que actos como este, basados en el ejercicio continuado en las aulas de la lectura en voz alta, son quizás la mejor campaña de la lectura posible entre escolares. Tal vez convendría recordar algunas de las campañas institucionales de fomento de la lectura que, al menos algunas, deberían avergonzar durante décadas a sus responsables.

En esta ocasión, con el Certamen de Lectura en Veu Alta, al contrario, y fui testigo durante todo la mañana, se puede descubrir el esfuerzo sostenido de maestros y profesores, durante todo el curso, no sólo por hacer leer, y leer muy bien, en voz alta, porque era difícil no admirarse de la precisión de la dicción y de la intensidad de la lectura, sino por conseguir el milagro que, cuando uno lea, se transforme, entrando en el texto como quien entra en un mundo. Me quedo con una imagen del acto final de esta iniciativa memorable: cada vez que uno de los casi cincuenta estudiantes empezaba a leer, lo hacía con una seguridad y una decisión que ya querrían, para sí, muchos actores y actrices, ignorando la presencia sin duda intimidatoria de las mil personas que escuchaban. Pero si, por un casual, alguien empezaba dudando, tentativamente, quizás por una comprensible inseguridad, y pasó sólo cuatro o cinco veces, sólo al acabar la frase ya estaba tan dentro del texto que daba la impresión que estaba solo, o en su clase, o en su casa. El efecto era realmente prodigioso: ¡eso es leer! No encuentro imagen más potente y efectiva del inmenso poder de la lectura, revelado, precisamente, en el acto de leer en voz alta.

Ojalá esta experiencia siga multiplicándose por todas las escuelas e institutos del país. Esta gente son la vanguardia del futuro.

Fuente: https://www.elnacional.cat/es/opinion/la-lectura-en-voz-alta_104020_102.html

lunes, 14 de octubre de 2019

“Un español habla de su tierra”, un poema de Luis Cernuda musicado por Paco Ibáñez

Las playas, parameras
al rubio sol durmiendo,
los oteros, las vegas
en paz, a solas, lejos;
los castillos, ermitas,
cortijos y conventos,
la vida con la historia,
tan dulces al recuerdo,
ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
tu tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
en ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
envenena mis sueños.
Amargos son los días
de la vida, viviendo
sólo una larga espera
a fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya libre
de la mentira de ellos,
me buscarás. Entonces
¿qué ha de decir un muerto?



domingo, 13 de octubre de 2019

Las viejas en el cuento maravilloso. Silvia Méndez Anchía en Revista Babar (24/09/2018)

W. Heath Robinson: “Los cisnes salvajes”
La vejez se ha visto como un proceso de dependencia, deterioro, pérdida y enfermedad. Así las cosas, a las personas viejas se las discrimina por su edad y, en el caso particular de las mujeres, experimentan además una marcada invisibilidad social.

Al mismo tiempo, la vejez puede considerarse un proceso de empoderamiento. En esta etapa de la vida, se vuelven muy importantes habilidades asociadas con las mujeres en general, como la interconexión y el cuidado, mientras que los valores del trabajo y la vida pública entran en recesión. Las mujeres viejas dicen sentirse empoderadas, más conscientes de ellas mismas, satisfechas de lo que han logrado, más maduras y confiadas en sus propios recursos personales y con mayor claridad respecto de lo que quieren y lo que desean ser. A un aumento de la seguridad y el aplomo, se suma una mayor participación y poder en varios planos de la vida social. La denominada «hipótesis de la abuela», de Kristen Hawkes, les confiere un lugar de privilegio en la evolución de la especie al apuntar que «las mujeres menopáusicas tienen en todo el mundo el cometido, propio de las abuelas, de sustentar la vida»; la menopausia representa, así, una ventaja evolutiva, pues permite que las mujeres mayores inviertan, en los hijos que ya han procreado y en sus nietos, un saber acumulado que incluye «conocimientos sobre prácticas sanitarias, relaciones familiares y control del estrés […]. También suelen aumentar su control sobre los recursos y su capacidad de influir en los demás».

Acorde con estas dos caras del envejecimiento femenino, en los cuentos maravillosos a las ancianas generalmente se las presenta mediante características negativas, a la vez que aparecen como seres empoderados, con atributos que ponen al servicio de un proceso de aprendizaje que realiza el protagonista. Se trata de mujeres que enseñan a vivir. En ese sentido, la situación que debe enfrentar el protagonista puede leerse como una experiencia de formación en la que cumple un papel fundamental el personaje de la vieja.

Este ensayo toma como base relatos maravillosos de diversas tradiciones: de los hermanos Grimm, «Los tres pelos de oro del diablo», «El diablo y su abuela», «Los zapatos gastados de bailar», «La ondina del estanque», «La pastora de gansos en la fuente» y «Madre Nieve»; de la tradición rusa recopilada por Afanasiev, «El zar del mar y la princesa sabia», «La pluma del hermoso halcón» y «La princesa encantada»; el cuento rumano «La princesa que se casó con un cerdo», «La bella muchacha en lo alto del árbol» (de Marruecos) y «Maliane y la serpiente gigante (un cuento del pueblo basoto de Lesoto)», recopilados por Marita De Sterck; el cuento popular español «La gaita que hacía bailar a todos»; «El silbato encantado», de Alexandre Dumas, y «El yerno serpiente», de la literatura japonesa.


De nuevo Forges y la lectura


sábado, 12 de octubre de 2019

Hoy, un poema de Ángel González.

«Hoy»

Hoy todo me conduce a su contrario:
el olor de la rosa me entierra en sus raíces,
el despertar me arroja a un sueño diferente,
existo, luego muero.

Todo sucede ahora en un orden estricto:
los alacranes comen en mis manos,
las palomas me muerden las entrañas,
los vientos más helados me encienden las mejillas.

Hoy es así mi vida.
Me alimento del hambre.
Odio a quien amo.

Cuando me duermo, un sol recién nacido
me mancha de amarillo los párpados por dentro.

Bajo su luz, cogidos de la mano,
tú y yo retrocedemos desandando los días
hasta que al fin logramos perdernos en la nada.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Un curioso intercambio, un cuento de Juan José Millás.

Aquel hombre fue con su hijo, de cuatro años, a unos grandes almacenes para ver a los Reyes Magos, que tenían instalado un quiosco junto a la sección de juguetería. Había mucha gente y los servicios de seguridad estaban muy ocupados con tantas familias que habían ido a lo mismo. El hombre, que era algo claustrofóbico, empezó a sentirse mal entre las multitudes, de manera que a la media hora de soportar la asfixia y los empujones decidió marcharse. 

Al llegar a la calle notó que el niño que llevaba de la mano no era el suyo. El niño y él se miraron perplejos, aunque ninguno de los dos dijo nada. La reacción inmediata del hombre fue regresar al tumulto para recuperar a su hijo. Pero cuando pensó que seguramente no lo encontraría enseguida, y que tendría que ir a la comisaría para poner una denuncia, decidió hacer como que no se había dado cuenta. Entraría en casa con naturalidad, con el niño de la mano, y sería oficialmente su mujer la primera en notar el cambio. Confiaba en que fuera ella la que se ocupara de toda la molesta tramitación para recuperar a un niño y devolver al otro. 

Afortunadamente, el niño no daba señales de angustia. Caminaba, dócil, junto a él, como si también temiera que la aceptación del error fuera más complicada que su negación. Entonces, el hombre notó que el niño todavía llevaba en la mano la carta a los Reyes Magos. Le dio pena y buscó un buzón de correos asegurándole que de ese modo llegaría también a su destino. Después, para compensarle, le invitó a tomar chocolate con churros en una cafetería. Entró en casa con naturalidad y saludó a su mujer, que estaba viendo su programa favorito de televisión. El hombre esperaba que ella diera un grito y se pusiera inmediatamente a llamar a la policía mientras él fingía un desmayo para no tener que participar en todo el follón que sin duda se iba a hacer. Pero su mujer miró al niño y, después de unos segundos de duda, le dio un beso y le preguntó si había conseguido ver a los Reyes Magos.

-Hemos echado la carta en un buzón -respondió el niño. 

-Bueno, también así les llegará -respondió la mujer regresando a su programa favorito de televisión.

También ella, al parecer, prefería hacer como que no se había dado cuenta para evitar las molestas complicaciones de aceptar el error. Además, si actuaba en ese momento, se perdía el final del programa. El hombre se quedó algo confuso, pero ya no podía dar marcha atrás, de manera que llevó al niño al dormitorio de su hijo y lo dejó jugando mientras se servía un whisky para relajar la tensión. Esa noche durmió mal, pensando que el niño se despertaría en cualquier momento llamando entre lágrimas a sus padres verdaderos. Cada vez que abría los ojos, espiaba la respiración de su mujer para ver si ella también estaba inquieta, pero no llegó a notar nada anormal. En cuanto al niño, durmió perfectamente, mejor que su propio hijo, que siempre solía despertarse dos o tres veces para pedir agua. Durante los siguientes días, aprovechando la hora del baño o el momento de ponerle el pijama, comprobó que el niño no tenía malformaciones. Se extrañaba de que los que se hubieran llevado a su hijo verdadero no hubieran salido aún en los periódicos o en la televisión denunciando el error. Pensó que se trataría también de una pareja algo tímida y enemiga de meterse en complicaciones. 

El niño se adaptó bien al nuevo hogar, sin hacer en ningún momento comentarios que pusieran en peligro la estabilidad familiar. En muchos aspectos, era mejor que el hijo propio, pues comía sin necesidad de que le contaran cuentos y no se hacía pis en la cama. El hombre se acordaba a veces, con un poco de culpa, de su verdadero hijo, pero se le pasaba en seguida pensando que estaría perfectamente atendido por un matrimonio de clase media, como los que había visto en la cola de los Reyes Magos, que le cuidaría con la solicitud con la que él y su mujer se ocupaban del niño que les había tocado. Después de todo, los niños lo único que necesitan es afecto. A lo mejor hasta había dejado de hacerse pis en la cama al cambiar de ambiente, lo que sin duda le daría mayores dosis de seguridad. 

Es cierto que el hombre llegó a dudar de sí mismo en alguna ocasión, pues todo iba tan bien, todo era tan normal, que a veces parecía imposible que se hubiera equivocado realmente de hijo. Con éste se llevaba mejor que con el verdadero, que estaba muy mal criado por su madre y era muy caprichoso. El nuevo le obedecía en todo y era muy raro que llorase si no le dejaban ver la televisión o le mandaran pronto a la cama. O sea, que se encariñó con él. Un día, después de Reyes, lo llevó al cine. Se trataba de una película de dibujos animados y había también más niños que en una macroguardería. El caso es que, sin saber cómo, al salir del cine observó con sorpresa que llevaba de la mano a su verdadero hijo. Seguramente, los niños habían visto a sus padres verdaderos y habían hecho el intercambio por su cuenta. Ninguno de los dos dijo nada. Cuando llegaron a casa, la madre, que estaba viendo la televisión, disimuló también. Los primeros días fue todo bien, pero en seguida volvió a hacerse pis en la cama y a hacer follones a la hora de comer. El padre, para consolarse, pensaba con nostalgia en el otro hijo y llevaba todos los fines de semana al suyo a lugares donde había multitudes con la esperanza, nunca confesada, de que un nuevo error se lo restituyera.

FIN

sábado, 5 de octubre de 2019

Balada para los árboles ausentes, un poema del paraguayo Hérib Campos Cervera (Dedicado a Bolsonaro y a los que quieren destruir la Amazonia)

Por el camino de plata
– confundido entre penumbras –
vinieron ocho asesinos
con hachas recién fundidas.
Sobre el filo sin herrumbres
pasa el viento de la noche
y abraza luego el follaje
para decirle, en secreto,
que vienen ocho asesinos
con hachas recién fundidas.
¡Cómo tiritan las nubes!
¡Oh, Dios mío, cómo lloran
las estrellas y los pájaros!
¡Cómo lo noche inocente
quiebra su voz de silencios
y su música de plata!
Se desnudaron el torso;
miraron de abajo a arriba
y entre la fiesta del verde,
cada cual marcó su crimen.
Alto al cielo subieron
los hierros recién fundidos;
y al bajar volvían rugiendo
por las bocas de sus filos;
ni las nubes, ni los pájaros
pudieron dejarlos ciegos.
El follaje se estremece
como si fuera a morirse;
las estrellas tienen frío
de ver el hierro desnudo
y el agua del alba viene
para llorar con la luna.
Huyeron los asesinos
con sus hachas como espejos
los pájaros ya no tienen
donde colgar sus canciones.
El viento se va en sollozos
llevando sus hojas muertas,
mientras lo noche de plata
quiebra su voz de silencios
y su música de lunas.
Cuando fue otra vez el día,
la presencia de una ausencia
lloraba el sol su tristeza
de cicatriz desolada.

jueves, 3 de octubre de 2019

La lengua del populismo. Un artículo de Cristina Casabón publicado en "letraslibres.com" el 17 septiembre de 2019.


Un nuevo lenguaje, en el que destaca la pobreza y la toxicidad, va calando en la esfera política y, por extensión, en el debate público de las democracias modernas.

Hannah Arendt, Victor Klemperer, George Orwell y otros pensadores del siglo XX, como George Steiner, quisieron demostrar que el totalitarismo es una cultura política íntimamente ligada a la corrupción del lenguaje, y a su vez la corrupción del lenguaje establece los cimientos del totalitarismo.

En LTI, La lengua del Tercer Reich (Minúscula), Victor Klemperer señala: “el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él”. Y continúa diciendo: “las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce un efecto tóxico”. Este filólogo e historiador de la literatura de origen judío creía que el principal elemento que permitió que el odio antisemita calase en la sociedad alemana fue la retórica: palabras aisladas, expresiones y formas sintácticas que acabaron por ser adoptadas de forma mecánica, inconsciente.

... Vista la configuración del paisaje político actual y el tipo de retórica vertida por los partidos populistas, parece que un nuevo lenguaje va calando en la esfera política y, por extensión, en el debate público de las democracias modernas. Como algunos expertos indican, sería un error ver esta retórica como una simple heredera del lenguaje totalitarista; sin embargo, comparte varias características esenciales. La principal, que señalaba Klemperer, es su pobreza fundamental (“es como si hubiese prestado voto de pobreza”) que se observa por ejemplo en el uso de tópicos y en la vulgaridad del lenguaje, y la segunda, su toxicidad; al emplear la adjetivación, asociaciones y juegos de palabras que van introduciendo elementos tóxicos, creando connotaciones negativas en palabras que no son per se, negativas.

El discurso populista es simple, tangible y no se dirige al intelecto, sino que tiende a exaltar las emociones. Según Klemperer, “cruza la frontera hacia la demagogia o hacia la seducción de un pueblo cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo y narcotizarlo de manera deliberada”. A través de asociaciones y palabras clave puede crear, en palabras del psicoanalista Paul Verhaeghe, “marcos de asociación subyacentes” que provocan “una poderosa carga emocional, creando una respuesta instintiva”, que a menudo triunfa sobre el “pensamiento racional”.

... Los partidos progresistas harían bien en adoptar o crear un lenguaje comprometido con los valores democráticos que al mismo tiempo incorpore términos más actuales y acordes al nuevo contexto político actual, y que tenga como fin la preservación de una cultura política basada en el razonamiento.

El problema es que por el momento, el lenguaje de estos partidos progresistas y el estilo de los discursos y debates políticos son pruebas evidentes del abandono de la vitalidad y la precisión, y muchas veces demuestra trivialidad y superficialidad; una puesta en escena y un lenguaje tan artificial como la que se advierte en un anuncio de un perfume o un champú anticaspa. Muchas veces el lenguaje político parece diseñado precisamente para eludir los matices y la complejidad, y se queda en la superficie de las cosas al prescindir de un lenguaje más elaborado.

Cuando se pierde la fuerza vital del lenguaje y los discursos están llenos de clichés, de palabras inútiles... se contribuye a la mengua de los valores democráticos, y a la reducción de la vitalidad del proyecto de cambio y progreso. Esta decadencia en el lenguaje de las democracias de consumo masificado es lo que Steiner denominaba “el nuevo analfabetismo”, y Sartre la crise du langage. Por ahora, los peligros del lenguaje populista y de la vulgarización del lenguaje progresista en las democracias modernas han sido ignorados, ya que muchos siguen sin entender la importancia del lenguaje en la conformación de una cultura política democrática.


miércoles, 2 de octubre de 2019

A los poetas, un poema del autor portugués Miguel Torga


A LOS POETAS

Somos nosotros, las humanas cigarras,
nosotros, desde el tiempo de Esopo conocido,
nosotros, perezosos insectos perseguidos.

Somos nosotros, las ridículas comparsas,
de la fábula burguesa de la hormiga,
 nosotros, hambrienta tribu de gitanos
que se abriga a la luz de la luna.

Nosotros, que nunca pasamos pasando,
somos nosotros, y sólo nosotros podemos tener alas sonoras
alas que a ciertas horas palpitan,
alas que mueren, pero que resucitan
de la sepultura, de la planicie, de la mies,

Por eso, por vosotros, poetas,
yo levanto la copa fraternal de éste, mi canto,
y bebo a vuestra honra el dulce vino de la amistad y de la paz.

Les digo y conjuro que canten,
que sean trovadores de una gesta de amor universal,
de una epopeya que no tenga reyes,
sino hombres y mujeres de tamaño natural.

De todas las tierras sin fronteras,
de todas las hechuras y maneras,
del color que el sol les dio a flor de piel,
hombres y mujeres del día a día.

Y levanten paredes de ilusión,
y se calcen de sueño y de poesía,
por la gracia infantil de vuestra mano. 


Miguel Torga, una voz ibérica. Artículo publicado en El País en 1995