domingo, 30 de abril de 2023

"EL GENERAL RUEDA". Un cuento sobre la Revolución mexicana de Nellie Campobello

Era un hombre alto, tenía bigotes güeros, hablaba muy fuerte. Había entrado con diez hombres en la casa, insultaba a mamá y le decía: 

«¿Diga que no es de la confianza de Villa? Aquí hay armas. Si no nos las da junto con el dinero y el parque, le quemo la casa», —hablaba paseándose enfrente de ella— Lauro Ruiz es el nombre de otro que lo acompañaba (este hombre era del pueblo de Balleza y como no se murió en la bola, seguramente todavía está allí). Todos nos daban empujones, nos pisaban, el hombre de los bigotes güeros quería pegarla a mamá, entonces dijo: 

«Destripen todo, busquen donde sea» —picaban todo con las bayonetas, echaron a mis hermanitos hasta donde estaba mamá, pero él no nos dejó acercarnos, yo me rebelé y me puse junto a ella, pero él me dió un empellón y me caí. Mamá no lloraba, dijo que no le tocaran a sus hijos, que hicieran lo que quisieran. Ella ni con una ametralladora hubiera podido pelear contra ellos, Mamá sabía disparar todas las armas, muchas veces hizo huir hombres, hoy no podía hacer nada. Los soldados pisaban a mis hermanitos, nos quebraron todo. Como no encontraron armas, se llevaron lo que quisieron, el hombre güero dijo:

«Si se queja, vengo y le quemo la casa.» Los ojos de mamá, hechos grandes de revolución, no lloraban, se habían endurecido recargados en el cañón de un rifle. 

Nunca se me ha borrado mi madre, pegada en la pared hecha un cuadro, con los ojos puestos en la mesa negra, oyendo los insultos. El hombre aquel güero, se me quedó grabado para toda la vida.

Chihuahua

Dos años más tarde nos fuimos a vivir a Chihuahua, lo vi subiendo los escalones del Palacio Federal. Ya tenía el bigote más chico. Ese día todo me salió mal, no pude estudiar, me pasé pensando en ser hombre, tener mi pistola y pegarle cien tiros. 

Otra vez estaba con otros en una de las ventanas del Palacio, se reía abriendo la boca y le temblaban los bigotes. No quiero decir lo que le vi hacer ni lo que decía, porque parecería exagerado, —volví a soñar con una pistola. 

Ciudad de México

Un día aquí, en México, vi una fotografía en un periódico que tenía este pie:

«El general Alfredo Rueda Quijano, en consejo de guerra sumarísimo» (tenía el bigote más chiquito y venía a ser el mismo hombre güero de los bigotes). Mamá ya no estaba con nosotros, sin estar enferma cerró los ojos y se quedó dormida allá en Chihuahua, —yo sé que mamá estaba cansada de oír los 30-30— Hoy lo fusilaban aquí, la gente le compadecía, lo admiraba, le habían hecho un gran escenario, para que muriera, para que gritara alto, así como le gritó a mamá la noche del asalto. 

Los soldados que dispararon sobre él aprisionaban mi pistola de cien tiros. 

Toda la noche me estuve diciendo: «Lo mataron porque ultrajó a mamá, porque fue malo con ella.» Los ojos endurecidos de mamá, los tenía yo y le repetía a la noche: 

«Él fue malo con mamá. Él fue malo con mamá. Por eso lo fusilaron.» 

Yo les mandé una sonrisa de niña a los soldados que tuvieron en sus manos mi pistola de cien tiros, hecha carabinas en la primera plana de los periódicos capitalinos.


 NOTA: Escritora y bailarina, fue la única autora que Castro Leal incluyó en su antología de la novela de la revolución. A pesar de ello, durante mucho tiempo su obra no fue valorada como se merecía, aunque en la actualidad se le reconoce como una de las autoras fundamentales de la literatura breve del México del siglo XX. “El general Rueda” es un cuento de menos de tres páginas en el que la escritora narra la vida de una niña luego de que el general Rueda y su tropa irrumpen en su casa. Campobello se aleja de las convenciones de este tipo de obras, pues en "Cartucho", libro de cuentos brevísimos y predecesor de los libros de minificción serial, la autora narra la Revolución mexicana desde la mirada de las mujeres y de las infancias.

sábado, 29 de abril de 2023

"Plan Nacional de Lectura de Argentina

Este material que asume el desafío de presentar las literaturas en clave de derechos, donde acontecen disputas permanentes sobre sus significados y alcances.




viernes, 28 de abril de 2023

"WALLADA: LA POETISA ANDALUSÍ QUE ESCANDALIZÓ A LA SOCIEDAD MUSULMANA DE SU ÉPOCA"

Wallada bint al-Mustakfi, conocida simplemente con el nombre de Wallada, fue una famosa poetisa andalusí, mujer segura y decidida, recordada por su un papel activo en la sociedad a pesar de los limitantes de su posición, el ser una mujer en un contexto árabe medieval. Por su gran talento poético fue la más célebre de las escritoras andalusíes, pero de igual modo mujer de una belleza apabullante: hermosa figura, tez blanca, ojos azules, pelirroja... el ideal de la época. Nacida en Córdoba, hija de Muhammad al-Mustakfi, uno de los efímeros califas de Córdoba y de la esclava cristiana Amin´am.

Su infancia y adolescencia coinciden con la decadencia del califato: la ascensión al poder de Almanzor y las guerras por el poder acaecidas tras la muerte de su sucesor, dentro de las cuales su padre obtuvo el poder.

Su posición social le trajo notables beneficios: la costumbre de la época dictaba que las hijas de familias noble recibieran educación de sus padres o tutores, y se apreciaba su dedicación a la caligrafía y la poesía. Así, la princesa recibió por tanto una notable formación. Por el contrario, su condición de princesa Omeya en un momento de luchas entre su dinastía y los Banu Yahwar, no debió ser fácil.

Wallada tuvo la suerte de que su padre no tuviera descendencia masculina, lo que le dio la oportunidad, en el momento de morir el califa en 1025, de cobrar la herencia y alejarse definitivamente de la realeza. Ella continuaba soltera y se independizó de toda tutela masculina gracias a la herencia de su padre. Al carecer de hermanos varones, heredó los derechos reales de su padre, lo cuales vendió. Adquirió así respaldo para el modo de vida que había elegido: la independencia completa, prescindiendo de tutela masculina. No se casó ni negoció matrimonio alguno.

Wallada fue considerada una mujer altiva: cuentan las crónicas que paseaba por la calle sin ocultar su rostro con el velo, llevando bordados en su vestido (o tatuado, según otras versiones) versos que proclamaban su rebeldía:

“Por Alá, que merezco cualquier grandeza
y sigo con orgullo mi camino”

“Doy gustosa a mi amante mi mejilla
y doy mis besos para quien los quiera”

Abrió un palacio y salón literario en donde se dedicó a enseñar poesía y canto a chicas de buena familia e incluso a esclavas. Entre sus alumnas destacó Muhya bint al-Tayyani, una joven de condición muy humilde (hija de un vendedor de higos) a la que acogió en su casa. Su salón literario y escuela para jóvenes damas le atrajo numerosas críticas. Intervenía libremente en las tertulias que allí celebraba, discutiendo con hombres y mujeres por igual.

En una sociedad que sólo permitía a las mujeres la relación con parientes y obligaba a recibir o impartir formación oculta tras una cortina, la actitud de Wallada fue un escándalo. Sin embargo, encontró firmes defensores en ibn Hazm y el visir ibn Adbus, que estuvo a su lado hasta el final ofreciéndole siempre su protección.

Junto a su falta de respeto por las convenciones sociales, Wallada entró en la historia por su relación con el también poeta ibn Zaydun. Se conocieron en una fiesta de versos en donde toda la noche estuvieron contestándose versos, lo que llevó a que la rivalidad inicial se transformara en afecto y luego en amor. Su relación está ampliamente documentada en los poemas que se dirigieron mutuamente. Reflejan estos una intensa pasión, marcada por los celos, que se vio interrumpida por la infidelidad de ibn Zaydun. A partir de este momento, se suceden los versos de dolor primero y sátira después, escritos por ella, y los de arrepentimiento de él.

Respecto a la identidad de la amante de ibn Zaydun, hay varias interpretaciones, rastreando los versos de Wallada. Los versos "Sabes que soy la luna de los cielos/ mas, para mi desgracia, has preferido a un oscuro planeta" sugieren que quizá fuera una esclava negra. Sin embargo la figura de la traición con un esclavo negro era muy popular en la literatura andalusí.

Cuando rompió su relación con Ibn Zaydum, se hizo amante del hombre fuerte de Córdoba, el visir Ibn Abdus, rival político y enemigo personal de Ibn Zaydun, al que privó de sus bienes y acabó metiendo en la cárcel. En esa época de cautiverio físico y amoroso escribió Ibn Zaydun sus poemas más famosos. Pero Wallada no quiso volver a verlo, ni quiso perdonarlo. Eso es lo que creó realmente la leyenda. Ibn Zaydun, tras recobrar la libertad, recorría de noche los palacios arruinados de Medina Al Zahara, símbolos de una pasión destruida. Cuenta la leyenda que toda Córdoba lo vio errante y ojeroso, enfermo de amor, y supo de sus poemas sumisos, implorando el perdón que nunca le fue concedido.

Wallada murió siendo una octogenaria, el 26 de marzo de 1091, el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba.

jueves, 27 de abril de 2023

NUEVA TERTULIA LITERARIA DIALÓGICA EN PEÑASCAL-BOLUETA

Estudiantes del Grado Básico
de Cocina y Restauración
El pasado 26 de abril tuvimos una nueva sesión de lectura dialógica compartida en Peñascal-Bolueta. En este caso dialogamos sobre el olvido del legado que la civilización árabe dejó en la Península Ibérica. Esta idea surgió al hilo de que, a pesar de que muchas de las personas que participan en la Tertulia son árabes, la apostación que hacen a nuestra cultura no se tiene en cuenta.

Así que partiendo de distintos textos, que podéis ver pinchando sobre los títulos de los mismos, fuimos dialogando acerca de esa herencia y de cómo había sido olvidada, distorsionada y, en ocasiones, agredida por los distintos nacionalismos que anidan en nuestro país.

Empezamos con dos poemas del mismo autor, uno de amor y el otro como reacción a la célebre quema pública de sus libros en Sevilla por parte de las autoridades árabes del momento:
«Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,
viaja siempre conmigo cuando cabalgo,
conmigo duerme cuando descanso,
y en mi tumba será enterrado luego.»

Continuamos con un cuento:

 A continuación pasamos a diferntes textos sobre la materia:
 Finalizando esta animada Tertulia con un texto sobre Averroes

miércoles, 26 de abril de 2023

"CÓMIC "PAULO FREIRE. 102 AÑOS DE SU NACIMIENTO". Instituto Paulo Freire (CEAAL Brasil)

Este cómic fue realizado por iniciativa y coordinación de Arturo Ornelas Lizardi, de México, para el Instituto Paulo Freire, de São Paulo, Brasil.

A través de las ilustraciones de Ivanevsky se cuenta la vida y obra de Paulo Freire.

“Paulo Freire vive en su obra y legado, en su amor por la educación como herramienta liberadora, en su amor por la vida, y por el ser humano”.

martes, 25 de abril de 2023

"LA RAMA SECA". Un cuento de Ana Mª Matute.

Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban en casa, cerrada con llave, y le decían:
-Que seas buena, que no alborotes: y si algo te pasara, asómate a la ventana y llama a doña Clementina.
Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de la ventana, jugando con “Pipa”.
Doña Clementina la veía desde el huertecillo. Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina levantaba los ojos de su costura y la miraba.
-¿Qué haces, niña?
La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro mate.
-Juego con “Pipa” -decía.
Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego, poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se pasaba el día hablando, al parecer, con alguien. 
-¿Con quién hablas, tú?
-Con “Pipa”.
Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por la niña y por “Pipa”. Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña Clementina estaba ya hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en aquella criatura, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana. Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:
-Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los pagos…
-Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado…
Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible, allá arriba, fueron metiéndosele pecho adentro.
-Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la calle, la echaré a faltar -se decía. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 24 de abril de 2023

"NOCTURNO". Un poema de la gran poeta mexicana Dolores Castro Varela

Aquí voy en el río
desconocida, larga.

Y cabeceo en el viento
como el toro,
que en éxtasis levanta
la llama de sus ojos,
brillantes por la sed
de oscuras aguas.

Y me hundo en la noche
como en el conocido pecho
de mi madre,
húmedo y sin palabras.

Muerdo el fruto del día
y en el silencio voy
como la rama
enamorada y muda
que danza.

Ahí van mis sentidos
prendidos en el vientre de la noche como siete cabritas
palpitantes y fijas.

Sola me quedo,
junto al que se oculta hollando a sus creaturas.

Entre las ramas
flotando van estrellas
como frutillas duras.

Bajo este cielo, ay, todas las cosas,
van hablando entre dientes
solas y presurosas.

Bajo este cielo, ay,
me voy rendida
como la hierba hollada.
Y queriendo cantar,
y sin hallar palabras.

domingo, 23 de abril de 2023

"LIBROS EN LLAMAS". Un artículo de Raquel C. Pico publicado en Ethic el 20 de abril de 2023

 

Casi desde el origen de la palabra impresa se pueden encontrar sus hogueras funerarias. Ya sea por accidente o de forma voluntaria, con una manera poderosamente simbólica de ejercer la censura, los libros arden desde hace siglos.

En el centro de Berlín hay un monumento un tanto sorprendente: para verlo, hay que ir fijándose en el suelo. En Bebelplatz, existe una biblioteca llena de estanterías vacías que solo se ve desde una pequeña ventana de cristal en el suelo. Cabrían 20.000 libros: exactamente los que desaparecieron en la tarde del 10 de mayo de 1933 en la quema de libros organizada por el régimen nazi.

Las piras de libros en la Alemania nazi se han convertido prácticamente en la muestra simbólica de lo que implican estos incendios. Ese 10 de mayo de 1933 se organizaron hogueras en 34 ciudades alemanas, en las que, entre música y bailes, se quemaron las obras de escritores como Émile Zola, Franz Kafka, Thomas Mann, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Stefan Zweig o Ernst Hemingway, entre otros. Todos ellos eran considerados, ya fuera por su pensamiento o por sus orígenes, enemigos del régimen. Como explica Emma Smith en Magia portátil (Ariel) como método de censura directa la quema era poco efectiva. De hecho, los libros quemados fueron donados por particulares y expurgados de bibliotecas y colecciones, pero se recibieron tantos libros prohibidos para la quema que no era posible hacerlos desaparecer todos en esa única noche. Muchos de ellos acabaron siendo vendidos al peso para la fabricación de nuevo papel.

A nivel simbólico, sin embargo, era otra cosa: las hogueras se convirtieron en un icono propagandístico. En la propia Alemania, el incendio de libros fue un auto de fe. Mientras, en Estados Unidos, donde ya en 1933 la revista Time hablaba de bibliocausto, los libros incendiados se posicionaron, ya en los años de la II Guerra Mundial, como una muestra de lo que suponía el «nosotros» contra «ellos»: eran la muestra de la maldad del régimen nazi y un símbolo del totalitarismo.

Y puede que en esas hogueras de 1933 no se quemaran tantos volúmenes, pero a lo largo de los años las estimaciones hablan de que los nazis destrozaron de una manera o de otra cientos de millones de libros. Solo en Alemania –entre los efectos de la persecución nazi y los daños colaterales del contexto bélico, como los bombardeos— al final de la II Guerra Mundial habían desaparecido un tercio de todos los libros del país. En Polonia lo hizo el 80%, según cifras que indica Susan Orleans en La biblioteca en llamas.

Los libros quemados no eran ni una práctica nueva, ni una práctica de propaganda exactamente novedosa. Ni lo dejaron de ser. Sin ir más lejos, en España el régimen franquista también quemó libros. En el verano de 1936, en Galicia, ya entonces bajo control de las tropas franquistas, se quemaron varias bibliotecas. Fueron tan solo las primeras: la quema se repetiría durante la guerra y los primeros años de la posguerra en otros lugares.

Volviendo a Smith y su recorrido por las hogueras de libros, a lo largo de los siglos las llamas purgaron bibliotecas personales –en el siglo XVII, Samuel Pepys quemó su ejemplar de L’école des filles tras leerlo porque no quería que ese libro «indecente» contaminase sus fondos bibliotecarios–, señalaron qué libros no deberían ser leídos –siguiendo con L’école des filles, las autoridades parisinas habían intentado quemarlo en 1655 por indecente– y sirvieron como arma política a lo largo del globo. Desde el emperador chino Qin Shi Huang –que quemó los libros de historia en el siglo III a. C. para borrar del relato a sus rivales– hasta las hogueras a las que se lanzaban los escritos de Martin Lutero en el siglo XVI, las llamas sirvieron para marcar en público agendas políticas.

Por supuesto, las llamas también han arrasado bibliotecas de manera más o menos premeditada. Se han quemado prácticamente desde que existen, como recuerda Susan Orleans, que recupera lo que ya escribía en 1880 William Blades: las bibliotecas son víctimas fáciles tanto para la mala suerte como para el fanatismo incendiario. La de Alejandría ardió, de hecho, varias veces.

El efecto de las llamas se siente a veces de forma más profunda de lo que ocurre con otras pérdidas materiales. El incendio de la biblioteca de Sarajevo durante la guerra de Bosnia, cuando fue bombardeada a pesar de no ser un objetivo militar, se convirtió en un icono de la barbarie. Incluso cuando el fuego empieza de manera accidental, la pérdida de las colecciones se siente como un duro golpe colectivo. No se sabe a ciencia cierta qué inició el fuego en la Biblioteca de Los Ángeles en 1986, como recuerda Orleans en su libro, pero la devastación del incendio, en el que se perdieron fondos únicos, marcó a la ciudad. Como recuerda Orleans, «en Senegal, la manera educada para decir que alguien se ha muerto es indicar que su biblioteca ha ardido».

Pero ¿sirve realmente el fuego para eliminar ideas y, sobre todo, para acabar con la circulación de libros? Si se piensa en esas hogueras en las que ardían las propuestas luteranas y se reflexiona sobre qué ocurrió después, cabe pensar que no. «La quema de libros es un poderoso símbolo y, en términos prácticos, completamente ineficaz», escribe Emma Smith. De hecho, si se siguen quemando libros –y lo hacen desde conservadores a progresistas, como apunta la ensayista, recordando la suerte reciente de los libros de Harry Potter de J.K. Rowling– no es porque se espere que de ese modo desaparezcan para siempre de la faz de la tierra esas palabras escritas, sino por el poder que tiene todavía la imagen de los libros que arden. Para censurar los contenidos, por desgracia, existen maneras más efectivas de borrar su peso (o incluso de lograr que no lleguen a ser ni siquiera un libro).

sábado, 22 de abril de 2023

"LA RANA HERVIDA EN LA OLLA". Un cuento de Hernán Casciari

Estoy en un Simposio de gente muy culta, en México. Me invitaron a disertar sobre el futuro del libro. En la sala hay personas muy destacadas y me sientan en segunda fila. Como mi conferencia es mañana me dispongo a escuchar al señor que habla, pero enseguida me distraigo. En el siglo veinte yo podía concentrarme sin problemas. Podía leer o escribir durante horas, y también podía ir a conferencias largas y prestar atención; pero ya no.

Me pasó algo paulatino, en principio sin importancia, de lo que no me di cuenta; como cuando ponemos una rana en una olla con agua tibia y encendemos la hornalla. La rana no se da cuenta de que empieza a calentarse el agua, no se escapa de la olla, y cuando por fin entiende el peligro del hervor ya es demasiado tarde: los nervios no le responden y no consigue saltar. Me pasó algo así. Ya no puedo concentrarme media hora sin mirar las noticias urgentes, sin ver la repetición de un gol, sin pasar un rato por Twitter. Mi cabeza empieza a divagar y me evaporo.

Ahora van quince minutos de conferencia. Miro los papeles que le quedan por leer al señor y trato de sacar la cuenta de cuántos son, respecto a los que ya leyó. «¿Serán doce, serán quince? Parecen veinte. ¿Lo habrá impreso por lo menos en Helvética 16? Dios quiera que haya usado interlineado doble». A los veinte minutos pasa algo singular: todos los oyentes sacamos el teléfono del bolsillo y lo activamos con cualquier excusa. En general fingimos que vamos a tuitear algo que está diciendo el conferencista, pero lo que queremos en realidad es tener la pantalla prendida. Nos relaja saber que estamos conectados a otra cosa: a mirar el mail de reojo, a saber qué hora es en nuestro país de origen, a ver qué están diciendo en las redes los que tienen la suerte de no estar en un simposio en México.

Mientras tanto la conferencia sigue su curso y, para mayor desgracia, es bastante inteligente lo que dice el señor. Estoy a punto de reincorporarme a la trama pero me palpita el teléfono en la mano con nuevos datos vacíos (la formación del Barça contra el Rayo Vallecano, datos urgentes), y entonces entiendo que la charla completa va a estar colgada en Internet dentro de unos días, que la podré disfrutar mejor la semana que viene, y me pongo a pensar en otra cosa, sin culpa.

Me pongo a pensar que al día siguiente yo voy a tener que estar sentado en la misma silla que el pobre conferencista, y que tendré que dar mis impresiones sobre el futuro del libro durante una hora, y escuchar las toses y los carraspeos de los oyentes durante el minuto quince, y la aparición de los teléfonos desde el minuto veinte.

O tal vez (pienso) mañana pueda dejar de hacerme el distraído y confesar por fin, frente a la audiencia, que no me importa en absoluto el futuro del libro. Ni el de papel, ni el electrónico, ni la convivencia entre ambos, ni la muerte de uno de los dos, ni si la gente lee más o lee menos que hace treinta años, ni cómo harán los autores y los periodistas y los editores para mantener su nivel de vida, su casa y su coche, cuando todo el mundo consiga sus contenidos gratis en internet y la industria se vaya a la mierda. No me importa.

En este momento lo que me preocupa, terriblemente, es que no nos podemos concentrar. Me preocupa lo que nos cuesta leer. Lo que nos cuesta escribir. Lo que nos cuesta escuchar al otro. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 21 de abril de 2023

"LA ROSA DE HARINA". Un poema de León Felipe

Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor
en una azada,
y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo
se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo, ¿por qué ese panadero
no le pone una rosa de pan blanco a ese mendigo hambriento
en la solapa?

jueves, 20 de abril de 2023

“ORO , CABALLO Y HOMBRE". Un cuento sobre la Revolución mexicana de Rafael F. Muñoz

Rodolfo Fierro sobre la yegua que montaba la
noche en que murió
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se dirigían rumbo a Sonora bajaron de los trenes, echando fuera de las jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la caminata hacia el Cañón del Púlpito.

La llanura estaba oculta bajo una espesa costra de nieve que crujía la presión de las herradas pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el húmedo colchón, blanco e interminable; los jinetes se levantaban sacudiéndose y si la bestia había quedado tirada en el fango helado, con las manos le cerraban la nariz y el hocico para que en el supremo esfuerzo por levantarse y respirar, el animal volviera a ponerse sobre sus cuatro patas.

¡Qué poco amiga del hombre es la tierra nevada, agradable solamente en las pinturas alegóricas de Nochebuena! No se ve el terreno que se pisa: los pedruscos del camino apenas hacen una levísima ondulación en la cáscara de confeti cristalizado al bajo cero. Los peatones dan traspiés y tocan el suelo con rodillas y manos; las armas se hunden en la nieve, se moja el costal con pinole que tenía que servir de alimento por toda la semana, entran esquirlas de hielo por todas las aberturas de la ropa. ¡Y hay que soltar algunas maldiciones para calentarse!

Luego, no se encuentra leña seca para hacer una lumbrada, ni piedra limpia para sentarse a descansar un rato; aún bajo los pinos, cedros y encinos de copas anchísimas, hay nieve, no queda sitio para tender una manta y acostarse. Aun cuando la tormenta haya cesado, el viento hace caer los copos detenidos en las ramas y bajo los árboles siempre está nevando. El deshielo es cruel, aún más que la tempestad: hace más frío y casi siempre más viento que levanta la punta de las bufandas, el vuelo de los capotes, la vuelta de las pelerinas, y se cuela a través de las ropas hasta el pellejo.

— ¡No hay que rajarse, muchachos! ¡Síganle que ya verán cómo pa’delante está pior…!

Y los deshilachados restos de la fastuosa División del Norte, los poquísimos que no se habían “rajado” después de los combates de Celaya, echaban “pa’delante, a buscar lo pior”, con movimiento de hombros que decía “¿Qué más da?” y una contracción de labios que era desdén para la vida y reto a la muerte.

Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa pero poco profunda, casi una charca donde el viento no hace oleajes, rizando apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal ahumado, porque bajo un metro de agua, el barro negro y arrugado da idea de la piel de una gran bestia que estuviera dormitando dentro de la laguna. En algunas partes, donde el agua era menos, el bajo cero había puesto a la ciénaga un cascarón de hielo. CONTINUAR LEYENDO

"PODRÍA ESTAR MÁS SOLA...". Un poema de Emily Dickinson

Podría estar más sola
sin mi soledad─
tan habituada estoy a mi destino –
tal vez la otra ─paz─

podría interrumpir la oscuridad─
y llenar el pequeño cuarto –
demasiado exiguo ─en su medida- para contener
el sacramento ─de él─

no estoy habituada a la esperanza─
podría entrometerse en ─
su dulce ostentación ─violar el lugar─
ordenado para el sufrimiento ─

sería más fácil
fallecer ─con la tierra a la vista─
que conquistar ─mi azul península─
perecer ─de deleite─

miércoles, 19 de abril de 2023

"GRANDES OBRAS DE LA LITERATURA DISTÓPICA". Bloghemia

"Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre." (Aldous Huxley, Un mundo Feliz, 1932)

La ficción distópica ofrece una visión del futuro. Las distopías son sociedades sumergidas en un declive catastrófico, con personajes que luchan contra la ruina ambiental, el control tecnológico y la opresión del gobierno.

Las novelas distópicas pueden desafiar a los lectores a pensar de manera diferente sobre los climas sociales y políticos actuales y, en algunos casos, incluso pueden inspirar la acción.

La literatura distópica es una forma de ficción especulativa que comenzó como una respuesta a la literatura utópica (sociedad perfecta). Una distopía es una comunidad o sociedad imaginada que es deshumanizante y aterradora.

En el siguente video, presentamos un breve repaso por los 3 libros mas aclamados de la Literatura distópica: Un mundo feliz de Aldous Huxley, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury y 1984 por George Orwell.

LIBROS VS ARMAS

 


martes, 18 de abril de 2023

"EL CANDELABRO DE PLATA". Un cuento de Abelardo Castillo

Nunca he podido dominar mis impulsos. En este sentido me reconozco un sujeto primitivo, puro, incapaz de adaptarme al florido mundo, donde, para tranquilidad de la hermosa gente, se cultivan con sensatez todas las formas del buen gusto, la hipocresía y el cinismo. Pero al menos hoy he comprendido algo; lo he comprendido después de lo que pasó esta noche: soy un hombre bueno. No lo digo, no escribo esto, para justificar nada. De ocurrirme semejante cosa debería admitir que yo mismo repudio lo que he hecho, y no es cierto, y aunque fuera cierto: acabo de hacer feliz a un miserable. Quién podría juzgarme, quién sobre la Tierra (quién en el cielo) se atrevería a juzgarme.

Mejor vayamos por partes. Todavía estoy borracho perdido pero trataré de ser coherente.

Todo empezó esta misma tarde; es decir, la tarde de ayer, puesto que ahora deben de ser las tres o las cuatro de la mañana. Madrugada del 25 de diciembre de 1956. Navidad. Sobre la mesa todavía quedan restos de la insólita fiesta. El candelabro de plata, más anacrónico que nunca en medio de la suciedad y la pobreza que lo rodean, parece ocuparlo todo ahora. Nunca he comprendido por qué este candelabro no ha ido a parar, como las otras pocas cosas heredadas de mi padre, al Banco de Empeño, o al cambalache. En esto, pienso, se parece a la conciencia. Supongo que nunca voy a poder desprenderme de él.

Digo que empezó a la tarde. Había ido a dar sabe Dios cómo a cualquier sórdido callejón del Dock, cuando, al oír un acordeón y las risas de un cafetín del muelle, reparé en la fecha. Entonces me vi en el viejo parque de nuestra casa. No sé explicarlo. Las luces, las esferas de colores: recordé todo eso, recordé el portalito que yo mismo, mezclando hasta el absurdo ríos azules y arpilleras nevadas, construía todos los años en mitad del jardín (me acuerdo ahora del Dios-Niño, siempre espantosamente grande en relación a su divina madre, como justificando al fin lo milagroso del alumbramiento), y sentí un asco tan profundo por mi vida que –como quien se lava– decidí celebrar mi propia Nochebuena.

La idea parecerá trivial, pero a mí me apasionó y, antes de las diez, también había fiesta en este innoble agujero que ahora es mi casa. Con orgullo pueril, me senté a contemplar el espectáculo. El candelabro labrado, en el centro de la mesa, parecía irradiar su antigua serenidad hacia todos los rincones. Al principio me sentí bien; era una sensación extraña, como de paz –un gran sosiego–, pero, poco a poco, empecé a preocuparme. Qué significaba todo esto. Para qué lo había hecho: para quién. Podría jurar que en ese preciso instante supe que estaba solo y, por primera vez en muchos años, necesité imperiosamente de alguien. Una mujer. No. Rechacé la idea con repulsión. Hubo una sola capaz de ser insustituible (capaz de no ser insoportable) y ésa no vendría ya. Nunca vendría. CONTINUAR LEYENDO


lunes, 17 de abril de 2023

"CIEN AÑOS DE ITALO CALVINO, EL GRAN CLÁSICO DEL SIGLO XX". Un interesante artículo de Luis Vinker publicado en Clarín el 13 de abril de 2023

El escritor italiano, nacido en Cuba, atravesó desde el neorrealismo y el género fantástico hasta la descripción de la realidad y admiró y valorizó a los clásicos pero también aconsejó sobre el porvenir. Los festejos por su centenario.

Atravesó desde el neorrealismo y el género fantástico hasta la descripción de la realidad, admiró y valorizó a los clásicos pero también aconsejó sobre el porvenir, lo ubicaron como “un moralista” pero desacartonado, fue tan vital como reflexivo. En el año de su centenario, la obra del escritor italiano Italo Calvino es constantemente revalorada.

Para el profesor y filólogo Carlo Ossola –uno de sus estudiosos– “Calvino es nuestro clásico del siglo XX por su capacidad de eliminar lo no esencial, todo lo pasajero, para obtener así el don supremo del arte, la transparencia. Su obra es una interpretación total del mundo, de lo visible y lo invisible, de lo posible y de lo probable”.

Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas, Cuba, el 13 de octubre de 1923. Su madre, Evelina Mameli, se había graduado en Botánica en la Universidad de Pavia y su padre, Mario, era un ingeniero agrónomo, testigo de la Revolución Mexicana. Se encontraba en Cuba al frente de una escuela experimental y una estación agrícola. Pero con Italo de apenas dos años, la familia retornó al hogar paterno en San Remo, un balneario de aristócratas.

Influidos por ideas progresistas, los padres de Italo evitaron que este accediera a la educación católica y a las ideas ultramontanas del fascismo. “Mi familia era bastante insólita ya sea para San Remo como para la Italia de entonces: científicos, amantes de la naturaleza, librepensadores”, recordó.

Uno de sus compañeros de escuela y del bachillerato en Letras fue Eugenio Scalfari, luego fundador de La Repubblica. El joven Calvino –quien se graduó en letras en la Universidad de Turín, en 1941, con una tesis sobre Joseph Conrad– y su hermano Floriano (cuatro años menor, luego relevante geólogo) se enrolaron entre las filas partisanas durante la resistencia, en la Segunda Guerra Mundial (allí se inspiró su primera novela, El sendero de los nidos de araña, de 1947). Combatieron en la Brigada Garibaldi, en los Alpes marítimos.


domingo, 16 de abril de 2023

"FRONTERA". Un poema de Francisca Aguirre

A Ana Rosa y José María Guelbenzu

Yo, que llegué a la vida demasiado pronto,
que fui —que soy— la que se anticipó,
la que acudió a la cita antes de tiempo
y tuvo que esperar en la consigna
viendo pasar el equipaje de la vida
desde el banco neutral de la deshora.

Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto
— como todos sabéis— que nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en este tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de espanto.

Yo, que vengo pagando mi imprudencia,
que le debo a mi prisa mi miseria,
que hube de trocear mi corazón en mil pedazos
para pagar mi puesto en el desierto,
yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera.

Yo, que tanto me había anticipado,
no supe anticiparme un poco más
(al fin y al cabo para pagar
en monedas de sangre y de desdicha
qué pueden importar algunos años).
Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco,
cometí el desafuero, oídlo,
de llegar tarde a la frontera.

Llegué con los ojos cegados de la infancia
y el corazón en blanco, sin historia.
Llegué (Señor, qué imperdonable)
con nueve años solamente.
Llegué, tal vez al mismo tiempo que él
pero en distinto tiempo.
No lo supe.
(Oh tiempo miserable e injusto.)
Estuve allí — quizá lo vi—
Pero era tarde.
Yo era pequeña
y tenía sueño.
Don Antonio era viejo
Y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado pronto
y haber llegado demasiado tarde.)

sábado, 15 de abril de 2023

"RETRATO DE FAMILIA". Un cuento de Rosa Montero

Isabel se ajustó las gafas y contempló la fotografía admirativamente. Ocupaba las páginas centrales de la revista y centelleaba como una joya oscura. A la derecha, un sol incandescente; a la izquierda, la vastedad inimaginable del espacio.

Y ahí, perdidos entre el polvo estelar, estaban Venus y la Tierra, dos menudencias apenas visibles flotando en la negrura chisporroteante. Era una imagen conseguida por el Voyager, la primera foto del sistema solar, el primer retrato de familia. La mujer suspiró. Antonio se incorporó con brusquedad, una mano arrugando el borde de la toalla y la otra sujetándose ansiosamente el pecho.

—Me siento mal —dijo.

Y se dejó caer sobre la felpa a rayas.

—Eso es el sol. Te dije que te taparas la cabeza —le reconvino Isabel en tono distraído y sin abandonar la lectura. Antonio jadeó. La mujer bajó la revista y le observó con mayor atención. El hombre permanecía muy quieto y su rostro tenía una expresión blanda y descompuesta, como si fuera a quebrarse en un sollozo.

—¿Qué te pasa? —se inquietó Isabel.

—Me siento mal —repitió él en un ronco susurro, con los ojos desencajados y prendidos en el cielo sin nubes.

Transpiraba. La calva del hombre se había perlado súbitamente de brillantes gotitas. Claro, que hacía mucho calor. Más abajo, los profundos pliegues de la sotabarba eran pequeños ríos, y, más abajo aún, el pecho cubierto de canosos vellos y el prominente estómago relucían alegremente en una espesa mezcla de sudor y ungüentos achicharrantes.

Pero las gotas de la calva eran distintas, tan duras, claras y esféricas como si fueran de cristal. Lágrimas de vidrio para una frente de mármol. Porque estaba poniéndose muy pálido.

—Pero, Antonio, ¿qué sientes, qué te duele?—se angustió ella.

—Tengo miedo —dijo el hombre con voz clara.

Tiene miedo, se repitió Isabel confusamente.

La mano se crispaba sobre su pecho. La mujer se la cogió: estaba fría y húmeda. Le alisó los dedos con delicadeza, como quien alisa un papel arrugado.

Esos dedos moteados por la edad. Esa carne blanda y conocida. Apretó suavemente la mano de su marido, como hacía a veces, por las noches, justo antes de dormirse, cuando se sentía caer en el agujero de los sueños. Pero Antonio seguía contemplando el cielo fijamente, como si estuviera enfadado con ella.

—Ya han ido a buscar al médico —dijo alguien a su lado.

Isabel alzó el rostro. Estaba rodeada por un muro de piernas desnudas. Piernas peludas, piernas adiposas, piernas rectas como varas, piernas satinadas y aceitosas, atentísimas piernas de bañistas curiosos. Entre muslo y muslo, en una esquina, vio la línea espumeante y rizada del mar.

—Gracias.

El muro de mirones la asfixiaba. Bajó la cabeza y descubrió la revista, medio enterrada junto a sus rodillas, aún abierta por la página del Voyager.

Los granos de arena que se habían adherido al papel satinado parecían minúsculos planetas en relieve. Estamos en la foto, se dijo Isabel con desmayo; lo increíble es que estamos en la foto. Ahí, en esa diminuta chispa de luz que era la Tierra, estaba la playa, y la toalla de rayas azules, y el bosque de piernas. Y Antonio jadeando. Aunque no, la foto había sido tomada tiempo antes, a saber qué habrían estado haciendo ellos en ese momento. Quizá el disparo de la cámara los pilló durmiendo, o jugando con los nietos, o cortándose las uñas. O quizá sucediera el domingo pasado, cuando Antonio y ella fueron a bailar para festejar el comienzo de sus vacaciones. Era en una terraza del paseo Marítimo, con orquestina y todo; trotaron y giraron y rieron y bebieron lo suficiente como para ponerse las orejas al rojo y el corazón ligero, y luego, a eso de las once, cayó un chaparrón. El aire olía a tierra caliente y recién mojada, olía a otros veranos y otras lluvias, y regresaron al hotel dando un paseo, cogidos del brazo e inmersos en el aroma de los tiempos perdidos. Sí, ése tuvo que ser el momento justo de la foto, una pequeña y cálida noche terrestre encerrada en la helada y colosal noche estelar. Antonio gimió e hizo girar los ojos en sus órbitas.

—Me estoy muriendo.

—No digas tonterías —contestó Isabel—.

Uno no puede morirse con el sol que hace.

Era verdad. ¿Dónde se había visto una muerte a pleno sol, una muerte tan pública, tan iluminada, tan impúdica? Isabel parpadeó, mareada. Hacía tanto calor que no se podía pensar. Y la luz. Esa luz cegadora, irreal, como la de los sueños. Restañó el sudor de la frente de Antonio con la toalla de rayas azules y luego, tras doblarla primorosamente, se la colocó bajo la nuca. Antonio se dejaba hacer, rígido y engarabitado. Tenía las mejillas blancas y los labios morados.

—Mamá, ¿está muerto ese señor? —preguntó un niño a voz en grito señalándolos con un cucurucho de helado.

—Shhhh, calla, calla…

En el círculo de piernas expectantes no corría ni una brizna de aire; olía a aceite bronceador y a salitre, a carne caliente y podredumbre marina.

Al niño le goteaba la vainilla del helado por la mano. Tendré que pasar por la cestería y anular el encargo del sillón, se dijo Isabel, abrumada por el sofoco, por el peso de la luz y el estupor. De la orilla llegaron las risas de un par de muchachos y el retumbar pasajero de una radio. La fría mano de Antonio apretó tímidamente la suya, como hacían, a veces, antes de dormirse; pero ahora el hombre jadeaba y contemplaba el cielo con los ojos muy abiertos, unos ojos oscurecidos por el pánico. Tan indefenso como un recién nacido. Isabel sorbió las lágrimas y, por hacer algo, se puso a limpiar de arena el cuerpo de su marido.

—No te preocupes, el médico debe de estar a punto de llegar.

Y también ella miró hacia arriba, intentando entrever, más allá de la lámina de aire azul brillante, la gran noche del tiempo y del espacio.

FIN

viernes, 14 de abril de 2023

"EMIGRACIÓN, EXILIO Y LITERATURA: TRES PUNTOS DE VISTA". Del blog "Un libro al día" (unlibroaldia.blogspot.com/)

Emigración, exilio y literatura. Tres palabras unidas desde hace siglos. Caminos que llevan de Europa a América, de América a Europa, de África a Europa o América, de una parte de Europa a otra, de América del Sur a Norteamérica, etc. y que sirven, también, para abrir vasos comunicantes entre diferentes literaturas.

Sobran los motivos: académico-formativos, económicos, políticos... Autores de "familia bien" que a fines del XIX y comienzos de XX llegaban a Europa en viajes iniciáticos, autores que huyeron del terror (nazi, soviético, de las diferentes (o quizá son versiones de lo mismo) dictaduras latinoamericanas, de la represión franquista, etc), autores en busca de nuevas oportunidades, de nuevas experiencias o sencillamente de una vida mejor. Unos regresaron en loor de multitudes mientras que otros jamás regresaron. Algunos encontraron el éxito al tiempo que otros se contentaron con sobrevivir. Autores que encontraron la vida y autores que no pudieron huir de la muerte.

Martí, Zweig, Cortázar, Rubén Darío, Benedetti, Sarduy, Tsvetáyeva, Roth (Joseph), Kis, Assia Djebar, Kadaré, Conrad...Hay de todo, la verdad. Lo que personalmente más me interesa es la incidencia que la emigración o el exilio tienen en el autor y su obra. Para ello recurrimos a tres autores que residen fuera de su país de nacimiento y que continúan la "tradición" latinoamericana de emigración y exilio: Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela), Edmundo Paz Soldán (Bolivia) y Gerardo Fernández Fe (Cuba). Mi agradecimiento a los 3 por su amabilidad y sus jugosas respuestas. Estas son: CONTINUAR LEYENDO

CARTEL DEL DÍA DEL LIBRO 2023

 

Ester García ha sido la ilustradora elegida para dar forma a la imagen del Día del Libro 2023.

Ester García, extremeña de origen y afincada en Asturias, ha dibujado un cartel con el que “quería hacer alusión a los mundos posibles que genera la literatura en nosotros, a todo lo que cabe dentro de un libro y a cómo los paisajes de las historias nos inundan como lectores”.

miércoles, 12 de abril de 2023

"EL HIJO DE LA TIZNADA". Un cuento sobre la Revolución mexicana de Carmen Báez

Saltó la barda de su casa. Detrás del solar de doña Luz estaba la calle; la otra calle, con sus piedras untadas de sol, que se hacían musicales bajo los cascos de los caballos.

En la mañana, alguien lanzó al viento una voz:

—¡A’i viene el de la arracada!

Lo dijo en tono velado, al oído de alguno, y la voz hizo eco en la boca de todas las mujeres, y de todos los hombres, y de todos los niños; y fue creciendo, creciendo hasta llegar a la torre del pueblo, en donde los cerrojos de los máuseres parecían cuchichear en las manos de los hombres:

—A’i viene el de la arracada…

Encerraron a todas las muchachas en el subterráneo del curato viejo, y los hombres huyeron hacia el cerro. En la casa, cerrada, los niños asustados se acurrucaban detrás de la madre, que rezaba para que los hombres no se mataran.

La niña fea no tenía miedo. Ella sólo quería ver a los rebeldes. Y en tanto que los hermanitos lloraban cerca de la madre, ella acercó su sillita a la ventana de la huerta y trepó con gran trabajo. Después se deslizó por las ramas de un durazno y cayó al suelo. Corriendo atravesó la huerta y saltó el portillo de la barda. Ya en el corral de doña Luz se sintió libre, feliz. Desde allí se oían las voces de los soldados en la calle ancha.

Aquello parecía una fiesta. Una gran fiesta. Bajo la lumbre del sol, la niña abrió sus ojos en azoro.

Corriendo entre las patas de los caballos llegó a la plaza. Estruendo de clarines y de voces, basura, gente. En los portales hacían lumbradas las mujeres sucias, y asaban carne para que los soldados comieran.

Frente a la tienda de doña Ignacia había una gran mancha de gente. La niña fea se acercó: estaban matando un buey. Primero mugidos de angustia. Luego sangre. Carne roja. Sangre, sangre, mucha sangre. Bajo el oro de la tarde corría la sangre en arroyitos calle abajo. CONTINUAR LEYENDO


martes, 11 de abril de 2023

CUNPLEAÑOS. Un poema de Ángel González.

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

domingo, 9 de abril de 2023

"LA BÚSQUEDA DE LA SUERTE (Grecia)". Un cuento de hadas de Ángela Carter

Por continuar con la historia sin interrupciones: había una anciana que tenía una gallina. Igual que ella, la gallina estaba ya entrada en años y era una buena trabajadora: todos los días ponía un huevo. La anciana tenía un vecino también anciano, un viejo achacoso que cuando ella se iba a cualquier sitio aprovechaba para robarle el huevo. La pobre mujer estaba siempre al acecho para atrapar al ladrón, pero nunca lo lograba, ni quería tampoco acusar a nadie, de manera que se le ocurrió la idea de ir a preguntarle al Sol Inmortal.

Emprendió entonces el viaje y en el camino se encontró con tres hermanas, las tres solteronas. Cuando las vio, se pusieron a correr tras ella para averiguar adónde se encaminaba. Ella les contó en qué apuro se hallaba.

—Y, ahora —dijo—, voy de camino a ver al Sol Inmortal, para preguntarle quién puede ser el hijo de puta que me está robando los huevos y que inflige así tal crueldad a una pobre anciana fatigada como yo.

Cuando las chicas lo oyeron, se le echaron las tres sobre los hombros exclamando:

—¡Oh, tiíta, se lo suplicamos, pregúntele también por nosotras: qué nos sucede, pues no encontramos marido!

—Muy bien —dijo la anciana—. Se lo preguntaré. Puede que atienda todas mis peticiones.

Así que continuó, y se tropezó con una anciana que tiritaba de frío. Cuando la anciana la vio y supo adónde se dirigía, empezó a implorarle:

—¡Te suplico, anciana, que le preguntes algo también de mi parte: qué me sucede, pues nunca entro en calor pese a llevar encima tres abrigos de pieles, uno sobre el otro!

—Muy bien —dijo la anciana—, se lo preguntaré, pero ¿cómo puedo ayudarte yo?

Así que continuó y llegó a un río que discurría turbio y oscuro como la sangre. Había escuchado su rumor desde muy lejos; un rumor que había provocado que sus rodillas temblasen de miedo. Cuando el río la vio, también le preguntó con su voz salvaje y enojada adónde se encaminaba. Ella le dijo lo que tenía que decir. El río le pidió:

—Si es así, pregúntale también acerca de mí: qué me aflige, por qué no puedo discurrir con calma. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 8 de abril de 2023

"LECTURA Y DEMOCRACIA". Columna de Yolanda Reyes en El Tiempo (19 de febrero 2023)

Se repite, con ese tono de “todo tiempo pasado fue mejor”, que los estudiantes “de ahora” no entienden lo que leen, que no escriben párrafos coherentes –por no decir ensayos–, que su pobreza de vocabulario es alarmante –ni hablar de ortografía–, y que ese deterioro de las habilidades lingüísticas afecta, obviamente, sus capacidades de análisis en todas las materias, según lo corroboran las pruebas nacionales e internacionales y la preocupación de sus maestros, desde el preescolar hasta la universidad.

Este adelgazamiento de “capas simbólicas”, tan alarmante como la pérdida de capas de ozono, que suele atribuirse a los dispositivos “inteligentes”, es una preocupación compartida, más allá de las aulas. Dado que la relación entre lenguaje y pensamiento no ha sido reemplazada aún por ninguna “nueva tecnología”, lo que está en juego es la complejidad del pensamiento con las consecuencias que ya vemos en ámbitos privados y públicos. Sin embargo, para evitar lugares comunes, conviene mirar los contextos políticos, económicos y culturales en los que se dan esas tensas relaciones entre oralidad, lectura y escritura.

En Colombia, el bajo desempeño lector, compartido con la mayoría de los países latinoamericanos, impacta no solo la parte visible del iceberg, que son las evaluaciones, sino la capacidad para aprender a lo largo de la trayectoria educativa y durante toda la vida. La lectura y la escritura, y la calidad de la lengua en la que estas se sustentan, permiten a los humanos descifrar problemas, hacerse preguntas, buscar información en diversos soportes, expresar ideas, crear y argumentar y seguir (o cuestionar) instrucciones, desde las más sencillas hasta las más complejas. En estas capacidades, que van más allá de la alfabetización instrumental y que se ejercitan desde la infancia, está la clave del desarrollo humano, y también la del desarrollo de los países.

Resulta evidente –y se constata a diario en escenarios educativos, laborales o ciudadanos– que el capital simbólico está mal repartido en Colombia y que esa brecha invisible es causa, y consecuencia a la vez, de un perverso círculo de desigualdad. El ejemplo más reciente se vio en el cierre escolar por la pandemia, que hizo perder a muchos niños y niñas aquel tiempo crucial para el acercamiento a la lectura y la escritura, que comienza en la educación inicial y se extiende a la básica. Esa pérdida, sin embargo, afectó con más rigor a las familias con carencias no solo de equipos tecnológicos para educación virtual (como podría pensarse de manera simplista), sino de recursos lingüísticos, de redes comunitarias y de posibilidades educativas y culturales para acompañar los aprendizajes de sus hijos.

Más allá de la educación formal, estamos hablando del capital simbólico en el que está inmersa y que funciona como contexto de motivación en los actos de lenguaje. Estamos hablando de redes de bibliotecas, de familias lectoras y contadoras de historias, de escenarios que valoren las identidades y las diversidades de este país, y, sobre todo, de opciones reales de participación democrática, que son la razón esencial para querer contar, leer, escribir y expresarse, que requieren más que una alfabetización instrumental en la escuela y que han sido una deuda histórica durante generaciones.

Si entendemos que la calidad de la democracia se apoya en el ejercicio de los derechos educativos y culturales, quizás podamos mirar de otra forma la nostalgia por una minoría de “buenos lectores”. ¿Cuántos eran, en aquellos viejos tiempos, y qué desafíos nos impone la llegada de tantos nuevos al sistema educativo? ¿Qué herramientas y cuánto tiempo requieren –dentro y más allá de la escuela– para pagar esa deuda histórica culpable de tantas brechas?

viernes, 7 de abril de 2023

"LA NOCHE DE MARGARET ROSE". Un cuento de terror del autor mexicano Francisco Tario

Decía la carta, escrita poco menos que ilegiblemente:

“X. X. Esq.,

97 Cromwell Road.

Londres S. W. 7.

Margaret Rose Lañe, inglesa, de 28 años, casada con un multimillonario yanqui, lo invita a usted muy íntimamente a jugar al ajedrez el sábado en la noche”.

Y al pie, con caracteres de imprenta, aparecía una serie de indicaciones muy minuciosas referentes a la situación exacta de la finca, sobre la ruta de Brighton, a unos veinticinco kilómetros de la costa.

Margaret Rose Lañe, en mis borrosos recuerdos, se reducía exclusivamente a esto: a una chiquilla muy pálida, etérea, vestida de verde y que jugaba al ajedrez admirablemente.

Escarbando en la memoria, logré, no obstante, reconstruir más tarde determinados pormenores.

Nos conocimos en Roma –no acierto a precisar con ocasión de qué sencillo incidente– en la iglesia de San Sebastián, momentos antes de descender a las catacumbas. La acompañaba, creo, una institutriz francesa, présbita o algo por el estilo, y la chiquilla debía contar por aquel entonces diecisiete o dieciocho años. Recuerdo con singular perfección, por cierto, la figura de ella en el antro subterráneo, un poco delante de mí, portando la misteriosa vela encendida, y cuyos reflejos azules o grises temblaban sobre su cabellera negra como una lengua de fuego sobre cualquier superficie húmeda. Resultaba indescriptiblemente sugestivo el contraste de los dos personajes que precedían: el guía –un carmelita de cabellos rizosos y nariz aguileña– y aquella espiritual muchacha, silenciosa, tímida, frecuentemente suspirante, que caminaba altivamente por entre las fosas abiertas y los cráneos diseminados.

Tres veces más nos encontramos. Una, fortuitamente, en el Foro Romano, y las restantes, de común acuerdo, en su propio hotel —¿Hotel Londres?— acompañada de sus familiares. (No recuerdo en qué número, pero tres probablemente). Durante estas dos últimas entrevistas me fue dado comprobar con natural sorpresa la habilidad poco común de la joven para jugar al ajedrez. Creo que no logré ganarle una sola partida. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 6 de abril de 2023

"ODIO". Un poema de José Emilio Pacheco.

Para ser Dios a la palabra Odio le falta una letra y le sobra otra.

No obstante, ejerce la potestad absoluta sobre nosotros. Hay declaraciones contra todo 
excepto contra el odio. En los edificios, vemos letreros: No entre, no pase, no se detenga, no 
pregunte, no hable. Jamás he visto ninguna que ordene: No odie.

El odio como el aire lo llena todo. Su expansión satura de rabia al mundo. Inventamos 
artefactos que le dan rienda suelta y lo multiplican en infinitas series de venganzas.

O-d-i-o. La d son las fauces que devoran el planeta. La i, la espada y la flecha que los aniquilan. 
La primera o es un cero a la izquierda: la inutilidad de querer derrotarlo. La segunda o es otro
cero y esta vez simboliza la mutua aniquilación a la que el odio nos condena.

miércoles, 5 de abril de 2023

"LA MISOGINIA, AMIGO MÍO". Un artículo de Carmen G. de la Cueva publicado en elDiario.es el 23 de marzo de 2023

Imagen de una exposición dedicada
a la figura de Maria Lejárraga.
EFE/ Miguel Angel Molina
Hay una corriente misógina que suele usar sus espacios de privilegio —sobre todo, las columnas de opinión en grandes medios— para decir que cuanto las mujeres hacemos o hicimos es irrelevante, por decreto

Hace unos días tuve un déjà vu leyendo una columna de Ignacio Martínez de Pisón donde el autor pone en cuestión la recuperación de la obra de María Lejárraga: «Interesa más el personaje que la obra (…) su literatura, en cambio, es otro cantar. Una literatura llena de monjas piadosas, amores descarriados y buenos sentimientos, que olía a rancio incluso en épocas decididamente rancias (…) Tardó poco en caer en el olvido, y las generaciones posteriores no han mostrado el menor aprecio por ella». La rabia que me invadió fue tan grande que me mantuvo alterada varios días. Sucede, a veces, que las palabras de otros tienen el poder de incomodarnos de tal manera que la reacción más inmediata de nuestro tiempo hubiera sido irme a Twitter a compartir mi furia y contagiar a otros, pero no tengo perfil en esa red y, más allá del primer instante frenético, prefiero contextualizar esas palabras, situarla en una infinita cadena de misoginia que arrastramos desde hace siglos.

El artículo de Martínez de Pisón se titula “La posteridad, amigas mías” y ya desde ahí salta la condescendencia y el desdén del autor con los lectores, quiero decir, con las lectoras. Decía que había tenido un déjà vu porque el ya desaparecido Javier Marías hizo algo parecido en una columna de 2017, el año que se celebraba el centenario de Gloria Fuertes, para cuestionar las razones de tanta conmemoración. Aquella columna sí que fue muy comentada porque el autor, además de sembrar dudas acerca de la valía de Fuertes como poeta, ofrecía una lista alternativa de autoras a las que sí había que leer. En la estela del concepto de mansplaining que acuñó la ensayista norteamericana Rebecca Solnit, la escritora Llucia Ramis llamó ingeniosamente a lo de Marías un “mariasplaining” (Marías explains things to me/Marias explica las cosas).

Hay una corriente misógina que suele usar sus espacios de privilegio —sobre todo, las columnas de opinión en grandes medios— para decir que cuanto las mujeres hacemos o hicimos es irrelevante, por decreto. Ahora quizá no tan radicalmente, es decir, Pisón nos ofrece autoras alternativas que, aun estando también en la estela de las silenciadas, sí merece la pena leer como Luisa Carnés o Concha Alós. Ni que reivindicar a Lejárraga impidiera hacer lo mismo con Carnés y Alós. Todo lo contrario. Javier Marías pensaba que el hecho de que algunas autoras hubieran creado en un momento tremendamente difícil tenía un «gran mérito, sí, pero eso no las convierte a todas en artistas de primera fila, que es lo que esa corriente actual pretende que sean. Es más, sostiene esa corriente que todas esas artistas geniales fueron deliberadamente silenciadas por la “conspiración patriarcal”. No se les reconoció el talento por pura misoginia». Gloria Fuertes no era una grandísima poeta y María Lejárraga escribía piezas rancias.

En Breve historia de la misoginia, la investigadora Anna Caballé viene a darnos razones para colocar a Marías y Pisón en esa tradición intelectualmente misógina que «ha combatido, y sigue combatiendo, a veces con desesperación digna de mejor causa, el valor de la inteligencia femenina, negándole no ya el reconocimiento sino el derecho a ser considerada parte inalienable de la producción cultural». Quizá a los lectores esto le parezca un asunto pequeño, sin importancia, pero luego nos sorprendemos preguntándonos por qué no conocemos la obra de Carmen Baroja o de Elena Fortún o de Emilia Pardo Bazán o de Carmen de Burgos o de Luisa Carnés y de tantas, tantísimas, por qué no están en los programas académicos, por qué sigue existiendo un enorme hueco en nuestra genealogía. La misoginia sucede desde siempre, no es ninguna conspiración, es el sistema, la estructura de pensamiento imperante. Desde Emilia Pardo Bazán a la que un crítico de 1891, José María de Pereda, le dedicaba un artículo que llevaba por título donde decía que una comezón que «consume y devora, padece la buena de doña Emilia, de un tiempo acá: la comezón de meterse en todo, de entender de todo y de fallar en todo, como si el público no pudiera pasarse sin ella un solo día en las columnas de los periódicos y en la pompa de los grandes espectáculos. Es una enfermedad como otra cualquiera». Pasando por el historiador de la literatura José Carlos Mainer, que en su ensayo Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española de 1944-2000 (Anagrama, 2005) no considera la obra de ninguna escritora que haya publicado en la segunda mitad del siglo XX. En el año 1952, por ejemplo, ignora deliberadamente La isla y los demonios de Carmen Laforet o La sangre de Elena Quiroga, que llegó a ser académica de la RAE, la propia Lejárraga que publica en el exilio Una mujer por los caminos de España o el primer libro de cuentos de Rosa Chacel, titulado Sobre el piélago. O el editor Chus Visor que en 2015 dijo alegremente en una entrevista que «la poesía femenina en España no está a la altura de la otra, de la masculina, digamos, aunque tampoco es cosa de diferenciar. Desde luego, si vas a coger a las poetas desde el 98 para acá, es decir, todo el siglo XX, no ves ninguna gran poeta, ninguna, comparable a lo que suponen en la novela Ana María Matute o Martín Gaite. No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy».

Después de leer la columna de Pisón, lo que sí hice fue escribirle a Laura Hojman, directora del maravilloso documental sobre María Lejárraga, y confesarle mi malestar. Ella estaba justo en esos momentos recogiendo la Biznaga de Plata al Mejor Documental en el Festival de cine de Málaga, y lo que me dijo fue tan hermoso y revelador que lo reproduzco aquí: «Afirma Pisón que las obras de María Lejárraga atribuidas a Gregorio Martínez Sierra no gozaron del favor del público y me extraña enormemente está afirmación tan desconcertante, ya que entiendo que sabe que Canción de Cuna fue una de las obras más representadas en su tiempo, que llegó a estrenarse en Broadway y que se adaptó cinco veces al cine. En Hollywood y en España, por José Luis Garci, siendo la primera película española en ser seleccionada para el festival de Sundance.

El mismísimo Garci cuenta cómo quedó fascinado por aquella obra siendo tan solo un niño, prometiéndole a sí mismo que si algún día llegaba a ser director de cine, la llevaría a la gran pantalla. Aquella obra en la que el señor Pisón solo ve “monjitas piadosas”, revolucionó el teatro, poniendo el foco en la emoción y en la intimidad, en las pequeñas cosas que nos remueven por dentro, algo novedoso en un teatro que hasta entonces hablaba desde la acción y la épica. Detrás de esas monjitas había una obra que hablaba de la maternidad, de los cuidados, de los deseos ocultos, de la libertad. El mismísimo Orson Welles quedó hechizado por aquella obra y quiso llevarla al cine. Pero entiendo que no es suficiente, así que hablemos de El amor brujo, o de esa letra de El fuego fatuo que sigue cantándose en todos los teatros del mundo. Podríamos hablar también de uno de nuestros primeros bestsellers, la novela Tú eres la paz. Seguramente, el señor Martínez de Pisón vea una novelilla rosa y no alcance a ver que bajo aquella trama había una hermosa obra sobre la autoconciencia, que mostraba a las mujeres un camino para encontrar la paz con ellas mismas sin la necesidad de la aprobación externa. María Lejárraga siempre buscó la forma de hacer llegar estos mensajes bajo fórmulas comerciales, el mismo hecho de firmarlas con el nombre de su marido puede interpretarse como una estrategia más. Pero bajo la superficie, una superficie tremendamente bella, sinuosa, evocadora, luminosa, estaba el mundo de las mujeres. Ese que aún hoy, a ojos de algunos, sigue siendo despreciado, considerado pequeño, menor, sin importancia. Decía Virginia Woolf que cuando una mujer se ponía a escribir, deseaba convertir en serio lo que a un hombre le parecía insignificante. Pues en esas seguiremos».