domingo, 31 de enero de 2021

La carta, un cuento de José Luis González

Qerida bieja:

Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.

La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.

El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.

Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

Su ijo que la qiere y le pide la bendision.

Juan

Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.

Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.

viernes, 29 de enero de 2021

No entiendo qué ha pasado, de Domi Gonz Migue


No entiendo qué ha pasado.
¿En que momento los chupa-chups
se convirtieron en porros,
las bicicletas en coches
los refrescos en alcohol,
los besos en sexo?
No entiendo qué ha pasado.
Antes volar era columpiarse
ahora parece que es estar drogado.
Vivimos en un mundo en el que
si no vistes de marca no eres nadie,
donde estás conectado con gente
que no conoces y apenas sabes
de la gente que vive a tu lado.
Un mundo donde el físico
vale más que los sentimientos
No entiendo qué ha pasado.
¿En que momento abandonamos
nuestra calle,
nuestra gente,
nuestra vida?


jueves, 28 de enero de 2021

El secreto del zorro (una historia ecológica), un álbum ilustrado de Beatriz Ferro

 

¿Por qué será que, a veces, cuando queremos poner las cosas en orden las desarreglamos y, en vez de salir todo bien, armamos unos líos tremendo?

El secreto del zorro nos da algunas pistas y nos hace un llamado de atención: la naturaleza, más que ser dominada, necesita ser respetada y comprendida.











martes, 26 de enero de 2021

Matute afirma que "en los cuentos, lo políticamente correcto ha fastidiado todo". Publlicado en Público en 2009.

Ana María Matute, a sus 83 años recién cumplidos, sigue siendo una niña tocada por las hadas en un cuerpo de mujer con cabellos blancos. Una maga, como a ella le gusta decir, que acaba de recibir un homenaje en la Universidad de Verano de El Escorial y que se entristece al hablar de literatura infantil.

"La literatura infantil hoy en día es una pena", explica a Efe la autora de "Olvidado Rey Gudú" y creadora de un mundo narrativo lleno de bosques, magas, trasgos y duendes, y con un deseo común con muchos de sus personajes: buscar su lugar en el mundo.

"Lo políticamente correcto lo ha fastidiado todo. No le puedes leer a un niño un clásico, que son fabulosos, porque hoy hay que decirles amén a todo y que al final caperucita se hace amiga del lobo. Y esto no es así, porque en la vida se van a encontrar con unos lobos tremendos. Al niño hay que decirle que hay cosas buenas, malas y tremendas y no darles una idea paradisiaca del mundo", subraya la escritora.

Para Ana María Matute, como para Rilke, la infancia es todo, "y nos marca a todos de una manera tremenda".

"Aunque no lo pretendan, los cuentos hoy tienen una moraleja de la peor especie y eso es malo, pero lo primero que tienen que hacer los niños es ver a sus padres leer", añade.

Ana María Matute (Barcelona, 1926), que tiene todos los grandes premios menos el Cervantes, para el que es eterna candidata, explica que va a iniciar una nueva novela en septiembre. "Si la salud me lo permite, no me caigo, ni me doy mamporros. La escritura es toda mi vida, y aunque parezca mentira estoy siempre llena de proyectos. Tengo como una fuente que va manando, y a veces como un río, que se me dispara", recalca.

Este año, su última novela, "Paraíso inhabitado", que creó gran expectación porque rompía el silencio de la autora tras ocho años, ha tenido un gran éxito.

Y junto a esta novela, los premios, reconocimientos y homenajes a esta escritora, que se sigue sintiendo una niña a la que le queda mucho por descubrir, han tomado fuerza. "A mi no me gustan las modas, ni escribiendo ni leyendo, pero ahora sí que parece que le gusto más a la gente", dice humildemente.

"Pero hubo una época -aclara- en que en este país, donde imperaba el mal llamado realismo social -yo diría el realismo socialista, que luego se ha visto que era igual de mentira que el franquismo-, en la que yo pasaba por una inglesa que escribía de otra manera. De todas maneras, yo creo que siempre hay que huir de los ismos y de las modas", añade.

La autora de "Aranmanoth" es muy optimista con las jóvenes. "Me encantan las jóvenes de hoy, no como las de mi generación, que eran todas una memas. Las universidades están llenas de mujeres, a mi no me dejaron estudiar una carrera -se lamenta-. Hoy las jóvenes tienen un grado de emancipación e independencia maravilloso", sostiene.

Lectora empedernida, "compulsiva", como le gusta decir a ella, Matute está al tanto de todo lo que se hace y se escribe. Y confiesa que le gustan mucho Vila Matas y Sergi Pamies, y que aprecia mucho a otros autores, pero que no le vienen ahora a la cabeza. Además, es una rendida admiradora de la novela negra.

"Me encanta la novela policiaca, me gustan mucho los nórdicos, pero todavía no he leído a Larsson, porque tengo muchos libros atrasados, pero he leído uno de Grisham, "El cliente", que me ha entusiasmado", reconoce con puro entusiasmo la escritora.

Y es que algunos de los aspectos que toca la novela negra, como la violencia y la lucha contra la injusticia, son los que la llevan a maltraer a la autora.

"Detesto la violencia en el ser humano, y ésa es la misma en todas las partes y desde todos los tiempos. He viajado por todo el mundo y he constatado que la violencia y la injusticia no cambian. Cambian las costumbres externas, pero el ser humano, el machismo y todo eso existe en todo el mundo, civilizado y no civilizado", concluye.

lunes, 25 de enero de 2021

Postrer sueño, un poema de Miguel Hernández

Un claro rayo del sol que nace
de la barraca cruza la puerta
y pone tonos alegres de oro
sobre la triste y oscura escena.

5 La madre escucha desconsolada
lo que la hija pálida y yerta
sobre la pobre cama tendida
por una fiebre traidora presa,
los ojos húmedos y alucinantes,

10 la voz temblona, dice con pena:
¡Maere quería!
Ven; ven más serca...
que ni una sola de las palabras
que he de desirte quiero que pierdas.

15 Ven; así; junto a la mía tu cara
y así mi boca junto a tu oreja...
ascucha maere:
cuando yo muera...
–Aquí la madre lanza un gemido

20 en el que toda su alma va envuelta–
No llores maere por lo que digo...
¡No llores prenda!
¿Dios no lo quiere
así...? ¡Pos sea!

25 ascucha, ascucha:
cuando me muera,
antes de alsarme de la camica
pa ir a tenderme sobre la mesa,
saca del arca

30 la saya blanca, la toca negra,
los sapaticos de tersiopelo,
el pañolico de fina sea...
¡tuícas las galas que no me he puesto
dinde la fiesta...!

35 Cuando las saques,
con tuícas ellas
me pones, maere, como una novia,
como una perla,
como pensaba yo de ponerme

40 cuando él golviera...,
pero me muero
y él tal vez nunca más aquí güelva...
–Exhala un hondo suspiro y sigue
de nuevo, lenta:

45 Y luego, maere,
que esté una rosa temprana hecha,
déjame ensima de la mesica;
sal a la güerta;
coje jasmines y malvarrosas,

50 de las que brotan junto a la sequia;
de los naranjos coje asahares,
que están sus ramas con abril llenas;
forma con ellos una corona
y a mis cabellos señía la dejas...

55 Cuando eso hagas
mis ojos sierra
pa que me quede como dormía
por si él tornara aún de la guerra;
¡que no sospeche que yo me he muerto

60 de esperar verle crusar la senda...!
Maere, adiós maere... Que ni una sola
de mis palabras... Ven, ven más serca...
–Pierden los ojos su brillo intenso;
baja hasta el pecho la frente tersa;

65 entreabre un tanto la exangüe boca
e inmóvil queda.
La madre, loca,
se abraza a ella
y con sus besos y con sus lágrimas

70 la cubre y riega...
Ahogando luego los mil sollozos
que en su alma pugnan por salir fuera
álzase y marcha
a hacer lo dicho por la hija muerta...

75 Extrae del fondo de la vieja arca
la ricas prendas
y una tras una del cuerpo frío
todas las cuelga:
la saya blanca,

80 la toca negra,
los zapaticos de terciopelo,
el pañolico de fina seda...
¡Todas las galas que no se puso
la infeliz moza desde la fiesta!

85 y una corona sobre su frente
de malvarrosas y azahares hecha...
¡Qué hermosa se halla la huertanica!
¡Qué maja y bella...!
¡Si no parece que está sin vida!

90 ¡Si está lo mismo que si durmiera...!
Un arrogante y apuesto mozo
llega sonriente desde la puerta:
la pobre madre levanta el rostro
donde hay de llanto recientes huellas

95 y al ver al mozo sus ojos abre
desmesurados, su cuerpo tiembla
y al grito roto que lanza el mozo
que ha comprendido la triste escena,
dice ocultando su dolor negro

100 con voz muy queda:
¡Chist! ¡Calla! ¡Calla! ¡Que no despierte!
¡Que no despierte...! ¡Contigo sueña!

domingo, 24 de enero de 2021

Irene Vallejo, “Manifiesto por la lectura. Caligrafías del cuidado”, Siruela, Madrid, 2020.

La filóloga y escritora Irene Vallejo ha presentado hoy, en la segunda jornada de Liber, la Feria Internacional del Libro, su ‘Manifiesto por la Lectura. Caligrafías del cuidado’. Se trata de un ensayo escrito a petición de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) con el que se quieren resaltar y reivindicar los valores universales de la lectura en la sociedad.. Este texto forma parte de las acciones que los editores están desarrollando con el objetivo de propiciar un Pacto de Estado por el Libro y la lectura entre los grupos políticos que conviertan a España en un país de lectores.

El ‘Manifiesto por la Lectura’ escrito por Irene Vallejo es un texto de gran belleza con el que la autora aragonesa ha intentado construir un alegato que “nos represente como colectivo y sirva para ayudar a un pacto o acuerdo que contribuya a favorecer a toda esa gente maravillosa que está en este viejo oficio de tejer palabras y de construir puentes de sentidos, de esperanza por encima de los abismos del presente”.

A lo largo de las páginas del manifiesto, Irene Vallejo explica como la humanidad ha aprovechado el uso de una de sus grandes creaciones, la palabra, para convertirla en un talismán que permite al ser humano sobrevivir a su fragilidad como especie. “Somos la única especie que explica el mundo con historias, que las desea, las añora y las usa para sanar”. A partir de ellas, y propulsado por el lenguaje y la creatividad, “hace miles de años, la invención de una sofisticada tecnología, la escritura, abrió las puertas a conservar conocimientos, ideas y sueños, a expandirlos y hacerlos revivir con cada mirada que se posa en las letras de una página”.

sábado, 23 de enero de 2021

León de biblioteca, un álbum ilustrado de Michelle Knudsen e ilustrado por Kevin Hawkes

Un día apareció un león en la biblioteca. El Señor Mosquera corrió a avisar a la bibliotecaria, la Señora Plácida, pero ella, sin alterarse lo más mínimo y siempre dentro de su estricta apariencia, le dijo que si el león no había quebrantado ninguna de las reglas de la biblioteca no había motivo para echarle de allí.


El león, después de pasearse por todas las salas, decidió quedarse en el rincón del cuentos y allí se durmió. Cuando llegó la hora del cuento la Cuentacuentos, muy nerviosa, comenzó a contar los cuentos que tenía preparados para ese día. El león escuchó los cuentos uno tras otro con mucha atención pero cuando terminó el último el león no se conformó como el resto de los niños. El quería seguir escuchando cuentos y, como no había más, rugió. Entonces la bibliotecaria apareció y le dijo que rugir no estaba permitido en la biblioteca. Si quería seguir allí debería estar en silencio. Los niños, que ya le habían tomado cariño al león, le preguntaron a la señora Plácida que si podría quedarse el león si prometía guardar silencio y la bibliotecaria no vió problema en que el león, calladito, volviera para la hora del cuento. Y así fue, aunque cada día el león iba más pronto y es por ello que la bibliotecaria decidió que el león le ayudara con algunas tareas de la biblioteca.





viernes, 22 de enero de 2021

"El negro", un artículo-cuento de Rosa Montero publicado en El País el 17 de mayo de 2005


Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

Nota: Agradezco a Isidoro, secretario del CEIP Blanca de Navarra, de Lerín (Navarra) el haberme hablado de este texto tan interesante para leerlo y compartirlo dialogando. Eskerrik asko!!!!


jueves, 21 de enero de 2021

¿Para qué sirve la literatura? Una artículo de MAYRA SANTOS publicado en 2016 en zendalibros.com

 Cuenta la historia que un reportero le preguntó una vez al gran José Saramago para qué servía la literatura. El premio Nobel le contestó: «La literatura no sirve para nada«. Y dio gracias al Creador, (bueno, no precisamente al creador, porque Saramago era ateo, pero a algo le dio las gracias) porque en este mundo tan utilitario existiera algo que no tuviera un fin práctico.

La pregunta del reportero no era particularmente sabia. Tampoco la respuesta del Nobel. De hecho, me entero por otros libros que un célebre autor norteamericano, otro superfamoso escritor belga y Saramago coinciden en la idea de que la literatura no tiene un fin determinado, práctico; concreto. Jorge Volpi estudia el dato. El mexicano, que se empeña en ir en contra de todos los discursos aceptados por la especie, insiste en el fin práctico de la literatura. En su libro de ensayos, Leer la mente (1)Volpi afirma que, según los más recientes descubrimientos en neurobiología y ciencias del conocimiento, es imposible que la literatura haya sobrevivido tanto tiempo como práctica de la especie sin que sirva para algo. Todas las acciones de los humanos sirven a la especie —es decir, sirven al propósito primordial de la especie, que es sobrevivir y evolucionar.  De hecho, Volpi afirma que la literatura, que el acto mismo de leer, en realidad es lo que nos hace seres humanos.

Volpi se remite al libro de Merlin Donald A Mind So Rare. The Evolution of Human Consciousness (2)  para explicar que un primer estado de la conciencia humana consiste en hacerse de un modelo del mundo. Esa habilidad la tienen hasta los mosquitos, lo cual les permite poder esquivar puertas, manoplazos y alcanzar el suculento capilar lleno de sangre. Luego, la segunda habilidad desarrollada consiste en  percibir objetos y situaciones complejas —habilidad que los humanos compartimos con otros seres vertebrados. Después viene la “autonomía mental del ambiente” gracias al desarrollo de la memoria a corto plazo, que permite  revivir un acto en vez de reaccionar  inmediatamente a estímulos que nos rodean. Le sigue el desarrollo de la inteligencia social, que  al parecer sólo tenemos los humanos y probablemente las ballenas y los delfines, que  nos lleva a asumir que los demás individuos de nuestra especie esconden una vida interior igual a la nuestra. Por último se desarrolla la “imaginación simbólica” que es la capacidad  de poder vivir desde una mente que está formada no sólo por neuronas y moléculas que la componen, sino por las ideas y símbolos que esa mente produce.

Roger Bartra bautiza como “exocerebro” en su libro “La antropología del cerebro” esta capacidad humana de la imaginación simbólica.

Es decir, que la conciencia está también configurada por toda una serie de símbolos, ideas, mitologías y literatura —sobre todo si entendemos literatura como los mitos de nuestra era moderna; así la definía Lacan. Todo lo imaginado configura a la mente. La “hace”, es parte de su materia. Es por ello que leer (es decir, hacer propias las palabras generadas por otra conciencia, acceder a un sistema de símbolos que amplía el propio mediante un recuento de memorias y vivencias que se vuelven parte de las propias) configura no solo las maneras que tenemos de pensar sino que organiza a la mente misma

Cuando leo literatura (no información, no datos, sino literatura —es decir, textos que parten de la conciencia de otro ser de mi especie para reconfigurar la mía) mi mente guarda los recuerdos de Emma Bovary como si fueran propios (Madame Bovary c’est moi). Revive las ocurrencias de Jim al escaparse de la Isla del Tesoro, examina  y sufre los retortijones de culpa y las interminables justificaciones que llevaron al crimen al estudiante Razkolnikov. Así trabaja la mente, imitando otras vidas, almacenando memorias propias y ajenas, aprendiendo del juego que es la vida y del otro juego que es el simulacro de vivir que nos presenta la literatura. Es una manera de ser (no de hablar de o con) los demás. De tener una misma conciencia conectada al todo (o a buena parte del Todo de  la especie).CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 20 de enero de 2021

Un poema del sufí Ibn Arabi (Murcia 1165- Damasco 1240)


¡Qué maravilla un jardín
en medio de tanto fuego!
Capaz de acoger cualquiera
de entre las diversas formas
mi corazón se ha tornado:
Prado para gacelas
y convento para el monje;
para los ídolos, templo,
Kaaba de quien le da vueltas;
es las Tablas de la Tora
y es el libro del Corán.
La religión del amor
sigo adonde se encaminen
sus monturas, que el amor
es mi práctica y mi fe.


Ibn Arabi

lunes, 18 de enero de 2021

El niño, el topo, el zorro y el caballo, un magnífico álbum ilustrado de Charlie Mackesy, muy apropiado para hacer una tertulia literaria dialógica o un club de lectura.


 

El sucesor de El Principito ya tiene nombre: El niño, el topo, el zorro y el caballo, de Charlie Mackesy. Es una fábula para todas las edades con un poderoso mensaje sobre el amor, la amabilidad y… ¡las tartas!


Un niño curioso, un topo glotón, un zorro cauto y un sabio caballo se encuentran en un día de primavera y establecen una inesperada amistad. Juntos, los cuatro nuevos amigos exploran el mundo, se hacen grandes preguntas, atraviesan tormentas y aprenden el extraordinario valor de la bondad.



domingo, 17 de enero de 2021

ALGA QUISIERA SER, ALGA ENREDADA, un poema de Ángel González

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.

Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento...

Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.

Ángel González




viernes, 15 de enero de 2021

Huevos verdes con jamón, un álbum ilustrado de Dr. Seuss.

 


¿Has comido alguna vez huevos verdes con jamón? Nuestro protagonistas tampoco, y se resiste con todas sus fuerzas a probarlos. Pero no puedes decir que algo no te gusta hasta que no lo pruebas... ¿Verdad?

jueves, 14 de enero de 2021

«El derrotado», un poema de Ángel González.

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.

Nunca -y es tan sencillo-
podrás abrir una cancela
y decir, nada más: «buen día,
madre»
.
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra para que descanses.

Ángel González

lunes, 11 de enero de 2021

Recuerdo de un capitán, un cuento de Marcel Proust

Ilustración: Ricardo Figueroa
Regresé a pasar un día en aquella pequeña ciudad de L. en la que fui lugarteniente un año y en la que de manera enfebrecida quise volver a verlo todo; los lugares a los que el amor me hizo incapaz de volver, aunque fuera en sueños, sin una triste sacudida, aquellos lugares, sin embargo tan humildes, como los muros de la caserna y nuestro pequeño jardín, que adornaba nada más la gracia plural que la luz carga consigo según la hora, el humor del clima y la estación. Aquellos lugares quedan para siempre en el mundito de mis imaginaciones y los reviste una gran dulzura, una enorme belleza. Aun cuando pasaran meses sin yo pensar en ellos, de repente los percibo, como cuando a la vuelta de un camino empinado se avista un pueblo, una iglesia, un bosquecillo, en la luz cantante de la tarde. Patio de caserna, jardincito donde en verano cenábamos mis amigos y yo, el recuerdo pintado sin duda con esa deliciosa frescura, como a la luz encantadora de la mañana o de la tarde. Cada ínfimo detalle queda iluminado, ahí, y me parece bello. Los veo como desde una colina. Un mundito que se basta a sí mismo, que existe fuera de mí, en su hermosura suave y en su clara luz, tan inesperada. Y mi corazón, mi alegre corazón de entonces, triste por mí ahora y, sin embargo, animado, ya que un instante embelesa al otro, al enfermo y estéril de hoy, mi alegre corazón de entonces está en aquel jardincito soleado, en el patio de la caserna lejana y sin embargo tan cerca, tan en mí, y a la vez tan fuera de mí, tan fuera de alcance y por siempre imposible. Ahí está mi corazón en la ciudad de luz cantante y oigo un claro ruido de campanas que colma las calles rebosantes de sol.

Entonces regresé a pasar un día en aquella pequeña ciudad de L.. Y sentí con menos vivacidad de la que me temía la aflicción de encontrármela menor a como me la encontraba a ratos en el corazón, donde la recobraba de por sí muy poco, lo cual era en verdad muy triste y, a veces, desesperante. Tenemos tanta ocasión fecunda para la desesperanza, que la pereza y un como geniecillo de inconsciencia y no-pensamiento nos hacen perder.

Había yo reencontrado entonces una profunda melancolía entre los hombres y las cosas de allá. Y también enormes alegrías que apenas podría explicar y que nada más dos o tres amigos podrían compartir porque vivieron por completo mi vida en aquellos tiempos. Pero he aquí lo que quiero contar. Antes de irme a cenar, para tomar el tren inmediatamente después, fui a dar la orden de que mi antiguo ordenanza me enviara unos libros olvidados; lo habían destacado a otro sector, a otro regimiento, a un cuartel en la otra punta de la ciudad. Nos encontramos en la calle a esa hora casi desierta, frente a la puertecita de su nuevo regimiento y conversamos diez minutos ahí en la calle toda iluminada por la tarde, y como único testigo estaba el brigadier de guardia que leía un periódico sentado en un bolardo, contra la puertecita. Ya no logro ver con nitidez su rostro, pero era muy alto, un poco delgado con algo deliciosamente fino y dulce en los ojos y en la boca. Ejerció en mí una seducción de veras misteriosa y me puse a cuidar mis palabras y mis gestos, en el intento de agradarle y decir cosas admirables, ya sea por su sentido delicado, por exceso de bondad o por orgullo. Olvidaba decir que yo no iba de uniforme, y que estaba en un faetón que detuve para conversar con mi ordenanza. Pero era imposible que el brigadier de guardia no reconociera el faetón del Conde de C., uno de mis antiguos compañeros de promoción para el grado de lugarteniente, quien lo puso a mi disposición para el día. Mi antiguo ordenanza por lo demás terminaba cada respuesta con: “Mi capitán”, así que el brigadier sabía perfectamente mi rango. Pero la usanza no es que un soldado les rinda honores a los oficiales de civiles, a menos que pertenezcan a su regimiento.

Sentí que el brigadier me escuchaba y había alzado hacia nosotros sus exquisitos ojos serenos, que luego bajó hacia su periódico cuando yo lo miré. Con una pasión deseosa (¿por qué?) de que me mirara me puse mi monóculo y fingí observar hacia cualquier parte, evitando mirar en su dirección. La hora avanzaba, me tenía que ir. No podía prolongar más la entrevista con mi ordenanza. Me despedí de él con una amistad que templé de orgullo a propósito y a causa del brigadier y, observando en un segundo que el brigadier, sentado otra vez en el bolardo, alzaba hacia nosotros sus exquisitos ojos serenos, lo saludé con el sombrero y la cabeza, sonriéndole un poco. Se puso de pie por completo y mantuvo sin dejarla caer, como se hace durante un segundo para el saludo militar, su mano derecha abierta contra la visera del kepí, mirándome fijamente, como es la regla, con una extraordinaria incomodidad. Entonces mientras hacía partir a mi caballo lo saludé cabalmente y fue como a un viejo amigo al que ya le decía en mi mirada y en mi sonrisa cosas de un cariño infinito. Y olvidando la realidad, por ese encantamiento misterioso de las miradas que son como almas y nos transportan a su místico reino donde todo lo imposible queda abolido, permanecí con la cabeza descubierta llevado ya a lo lejos por el caballo, volteando hacia él hasta que lo dejé de ver del todo. Él mantenía el saludo y en verdad dos miradas de amistad, como fuera del tiempo y el espacio, de amistad ya fiable y reposada, se habían cruzado.

Cené tristemente y me quedé dos días angustiado de verdad, con ese rostro en mis sueños que aparecía de pronto, entre temblores y escalofríos. Naturalmente nunca lo volví a ver y no lo volveré a ver jamás. Pero además miren ustedes ahora que no recuerdo muy bien el rostro, y se me aparece solamente como algo muy dulce en aquel espacio muy cálido y rubio de la luz de la tarde, algo triste, sin embargo, por su misterio y su inconclusión.
Marcel Proust

 

domingo, 10 de enero de 2021

Ayer, un poema de Ángel González

Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió: se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hasta el río.

A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío,
alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis
qué divertido,
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!

La noche vino pronto y se encendieron
amarillos cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y aroma!

Por eso mismo,
porque es como os digo
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.






sábado, 9 de enero de 2021

Las desiertas abarcas, un poema de Miguel Hernández

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

martes, 5 de enero de 2021

El peso del humo, un artículo de la escritora Irene Vallejo publicado en El País (3 ENE 2021)

La posibilidad de una nueva vida nos aguarda en cualquier esquina, sin estrépito. Todo instante es un principio

Sumergido en las nieblas y las nieves, el mundo parece estos días un cuaderno en blanco. Al escribir los primeros renglones del año, conjugamos los verbos en el futuro perfecto de las promesas y expectativas. Entre todos los comienzos posibles, la tradición europea eligió el 1 de enero, pero en otras latitudes esa fecha es una más en la hilera de los días. Los antiguos romanos, apegados aún a los ciclos de la naturaleza, iniciaban su calendario el 15 de marzo, vinculando la celebración con el renacer exuberante de la primavera. En esa fecha, nombraban a sus dos cónsules, los magistrados más poderosos de la República. Aquel orden originario resuena hoy en nuestros meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, en alusión al lugar séptimo, octavo, noveno y décimo que ocupaban en el periplo anual. Todo cambió a mediados del siglo II a. C., cuando Roma lanzó una campaña militar contra Segeda, situada junto al actual pueblo zaragozano de Mara, un ataque que conduciría al famoso cerco de Numancia. Como las guerras se libraban al acabar el invierno, decidieron adelantar la elección consular, de modo que las legiones tuvieran semanas suficientes para viajar hasta la lejana Celtiberia y no malgastasen ni una soleada jornada de buen tiempo sin darse a la feroz matanza. A raíz de aquella guerra en Hispania, enero inaugura el año.

Este tránsito es solo una convención, una noche entre otras, pero posee un hondo simbolismo en nuestra imaginación. Es momento de balances: en el gozne anual afloran los recuerdos, los remordimientos y los buenos propósitos. Con renovada ilusión, anhelamos una vida mejor, un renacimiento que entierre en el pasado todo lo triste y sombrío. Nos prometemos hacer ejercicio, iniciar dietas, abandonar malas costumbres, aprender idiomas. Casi siempre desfallecemos pronto; nos gusta más soñar los cambios que hacerlos realidad. El escritor Italo Svevo describió con humor esta espiral de planes y aplazamientos en su novela La conciencia de Zeno. Un médico prohíbe fumar a Zeno, aquejado de una grave bronquitis. El protagonista decide obedecer, pero, angustiado, se consiente un cigarrillo final, que consume con la solemnidad de las promesas y las despedidas. Así descubre que el cigarrillo más intenso es siempre el último, pues con él saborea un mañana de superación, fuerza y salud. Durante toda su vida, cada principio de año, cada fecha señalada, se propone dejar el tabaco, sin jamás lograrlo ni dejar de intentarlo. Tras décadas de últimas caladas, comprenderá que es más adicto a la esperanza que a la nicotina.

Una hebra de humo teje las historias de la película Smoke, escrita por Paul Auster. En el estanco de Auggie Wren, encrucijada de amistades y conversaciones, un novelista se confiesa incapaz de escribir tras la repentina muerte de su mujer. The New York Times le ha encargado un cuento de Navidad, pero su mente está vacía. Para distraerle de su pena, Auggie le revela su proyecto secreto. Todos los días, a las ocho de la mañana, fotografía la misma esquina de Brooklyn. En la trastienda, gruesos álbumes almacenan miles de instantáneas: la crónica de su rincón. El escritor ojea distraído ese altar de la repetición. No lo entenderás, dice Auggie, si no vas más despacio: “Todas son iguales, pero cada una es distinta. Hay luz de verano y de otoño, mañanas laborables y festivas, a veces la misma gente y a veces distinta, los desconocidos se convierten en habituales y luego desaparecen. La Tierra gira alrededor del Sol, que cada día la ilumina desde un ángulo diferente”. Al detenerse en cada imagen, descubre retratos azarosos de los vecinos del barrio, sus gestos, su cansancio, su alegría, incluso una emocionante foto de su añorada esposa. A través de la cámara, Auggie retrata los matices, las pequeñas variaciones cotidianas. Ha aprendido a mirar a los demás, a escucharlos, a prestarles tiempo y atención. Sabe que la posibilidad de una nueva vida nos aguarda en cualquier esquina, sin estrépito. Al final, todo instante es un principio; y lo importante, lo que nos cambia, pesa menos que el humo.