sábado, 15 de mayo de 2021

El Ombúlobo, un cuento terrorífico de Esteban Valentino

Entre los personajes más célebres de la literatura oral, del folklore popular, está el hombre lobo o lobizón, que tiene también versiones femeninas, como la Cumanga, la mujer loba brasileña. Pero seguramente, hasta que Esteban Valentino* nos lo trajo, nadie conocía al terrorífico Ombúlobo,


“EL OMBÚLOBO (UN CUENTO TERRORÍFICO)”

Los chicos valientes no tienen por qué hacerle caso a todo lo que se dice por allí, aunque lo que se dice por allí tenga que ver con el miedo. Habían decidido pasar la noche solos en una carpa cerca de la casa de la chacra del tío de Lauti y nada los iba a
hacer cambiar de opinión. Tenían un farol a pilas espectacular, una radio para escuchar a la noche antes de dormir, tenían las bolsas de dormir para el frío. Iban a poner la carpa debajo del ombú que había crecido desde siempre a unos doscientos metros de la casa y ahora no se iban a echar atrás. El tío les contó que en el lugar se decía que ese ombú no era un ombú cualquiera. Se comentaba que era nada menos que el famoso ombúlobo, que todo el tiempo parecía una planta común y silvestre pero que los viernes de luna llena se volvía medio lobo. No se sabía cómo pero con las leyendas nunca se sabe bien cómo pasan las cosas. El tío les dio permiso aunque esa noche era viernes de luna llena porque era de los que piensan que a los miedos hay que enfrentarlos.

Y allá fueron, a eso de las nueve de la noche, Nico y Lauti a dormir en la carpa bajo el temible ombúlobo. Hasta las once todo fue bastante tranquilo. La luna iluminaba la noche con una redondez perfecta. Apenas alguna nube casi transparente la cruzaba de vez en cuando. Uno de los chicos sacaba a veces la cabeza a ver si el ombú seguía siendo un ombú y nada más y la volvía a meter lo más rápido que podía. A las doce tenían francamente miedo y ya nadie sacaba la cabeza afuera de la carpa. Los silbidos del viento entre las hojas y los que hacía al atravesar los huecos del tronco no ayudaban mucho. De pronto les pareció sentir un ruido como de madera que se abre inundando la quietud de la noche y un ulular que en cualquier parte del mundo donde hubiera un ser humano se habría tomado por un aullido de lobo. Pero esa noche los acampantes querían encontrarle explicaciones más sencillas a todo.

—Se habrá roto una rama con el viento —dijo Lauti.

—¿Quién estará enfermo que tuvieron que mandar a la ambulancia por la ruta? —preguntó Nico sin dejar espacio para la duda. Los dos miraban la puerta de la carpa y solo esperaban. Esperaban la claridad del día y esperaban su calma y algún trozo de valor que se les metiera a la fuerza en el corazón. Pero el valor andaba escaseando esa noche por esos territorios de tela y sobretecho.

A eso de las tres se durmieron, cansados de temer lo peor y que lo peor no llegara. Se despertaron a las diez de la mañana con un sol espectacular que los entibiaba y el olor de las tostadas que partía desde la casa y que viajaba hasta allí. Levantaron todo y se volvieron medio decepcionados. Nada, no había pasado nada espantoso que tuviera que ver con la leyenda del temible ombúlobo.

Pero mientras los chicos se alejaban, dos patas poderosas se metían bajo la corteza, un hocico babeante volvía a disfrazarse de tronco, dos ojos que nacían en la rama más gruesa los veían marcharse y un pensamiento nacía arriba de los ojos. “No. No estaban suficientemente gordos”.

FIN

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