domingo, 18 de agosto de 2019

La pequeña salida del señor Loveday. Un cuento de Evelyn Waugh.

—No encontrarás muy cambiado a tu padre —dijo lady Moping mientras el coche franqueaba la verja del sanatorio del condado.


—¿Llevará uniforme? —preguntó Ángela.

—No, querida, desde luego que no. Aquí lo atienden mejor que en ninguna parte.

Era la primera visita de Ángela y había sido a propuesta de ella misma.

Habían pasado diez años desde aquel lluvioso día de finales de verano en que se llevaron a lord Moping, un día de confusos, pero amargos recuerdos para ella; el día de la fiesta anual al aire libre de lady Moping, un día siempre amargo y confuso debido al capricho del tiempo, que, después de mantenerse sereno y prometedor hasta que llegaron los primeros invitados, había degenerado, de súbito, en un aguacero. Todos intentaron ponerse a cubierto; el entoldado se vino abajo; un frenético desfile de gente con cojines y sillas; un mantel atado a las ramas de la araucaria, ondeando bajo la lluvia; un lapso de sol y los invitados saliendo con cautela al césped empapado; otro chaparrón; otros veinte minutos de sol. Una tarde atroz que había culminado pasadas las seis con el intento de suicidio de su padre.

Lord Moping solía amenazar con suicidarse el día de la fiesta al aire libre. Aquel año lo habían encontrado con la cara negra, colgando de sus propios tirantes en el invernadero de los cítricos; unos vecinos que se habían resguardado allí de la lluvia lo bajaron y, antes de cenar, ya estaba allí el furgón que venía a buscarlo. A partir de entonces lady Moping había visitado periódicamente el sanatorio, regresando siempre a la hora del té y un tanto reacia a hablar de la experiencia.

Muchos de sus vecinos criticaban en mayor o menor medida la reclusión de lord Moping. No se trataba, desde luego, de un paciente cualquiera. Vivía en un ala aparte del centro, especialmente pensada para los dementes acomodados, a los que se tenía toda la consideración que sus fobias permitían. Podían elegir la ropa que vestían (muchos tenían gustos muy extravagantes), fumar los cigarros más caros del mercado y, en los aniversarios de su certificación, invitar a cenas privadas a otros internos por quienes sintieran apego. CONTINUAR LEYENDO


No hay comentarios:

Publicar un comentario