La querella entre los defensores de la “realidad” y los defensores de la “fantasía” es una vieja presencia en las reflexiones de los pedagogos acerca del niño y de lo que le conviene al niño.
Según el parecer de muchos, una de las cosas que menos les convendría a los niños sería precisamente la fantasía. Ogros, hadas, brujas, varitas mágicas, seres poderosos, amuletos milagrosos, animales que hablan, objetos que razonan, excesos de todo tipo deberían según ellos ser desterrados sin más complicaciones de los cuentos. El ataque se hace en nombre de la verdad, de la fidelidad a lo real, de lo razonable.
Ya Rousseau había determinado que poco y nada habría de intervenir la literatura en la esmeradísima educación de su Emilio, y muchísimo menos los cuentos de hadas, lisa y llanamente mentirosos.
Y después de él innumerables voces se levantaron contra la fantasía.
A esta condena tradicional se agregará luego otra, formulada a la luz de la psicología positivista. “Con los cuentos truculentos, sanguinarios y feroces que leyeron los niños hasta ayer, es lógico que aumentara la criminalidad en tiempos de guerra y en tiempos de paz”, así decía el Mensaje del Comité Cultural Argentino que sirvió como prólogo al libro de Darío Guevara, Psicopedagogía del cuento infantil , un clásico de los años cincuenta.
Y, para no quedarnos en los cincuenta, en 1978, durante la dictadura militar, un decreto que prohibió la circulación de La torre de cubos, de Laura Devetach, hablaba en sus consideraciones de exceso de imaginación –ilimitada fantasía” dice—como una causa principal para desaconsejarlo.
En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha: en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adonde lleva.
Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?
Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos.
Para echar un poco de luz sobre la cuestión, es indispensable que antes tratemos de entender qué es esa especie de bicho raro, la literatura infantil, es un campo aparentemente inocente y marginal donde, sin embargo, se libran algunos de los combates más duros y más reveladores de nuestra cultura. CONTINUAR LEYENDO
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