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sábado, 12 de febrero de 2022

"CONTRA LO POLÍTICAMENTE CORRECTO EN LA LITERATURA INFANTIL". Ana Garralón (Ana Tarambana)

Recientemente hemos asistido (con la boca abierta) a una sorprendente noticia titulaban así: “Vetada la caperucita roja por sexista”. En una biblioteca escolar de Cataluña, la asociación de madres y padres (AMPA) había retirado 200 títulos (¡200! el 30% de la biblioteca) por considerarlos” tóxicos”. La decisión se tomó después de que un grupo de madres leyera “con perspectiva de género” los casi 600 libros de la biblioteca. Ante el revuelo de la noticia se apresuraron a aclarar que a Caperucita no la habían retirado, aunque no había pasado el test según sus criterios. En esa rectificación también se les escapó que los niños son infantes sin capacidad crítica, de perspectiva histórica, analítica…

Censurar libros destinados a los niños es una práctica tan vieja como la historia del libro y de la pedagogía. Todos conocemos historias de libros quemados, secuestrados, adaptados, incluidos en listas… Hasta aquí, nada extraño, pues los libros han circulado, han sido leídos y han confrontado pensamientos diferentes. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 14 de enero de 2022

"TODOS SOMOS CENSORES". Por Perry Nodelman

La mayoría de los lectores de esta publicación, como yo mismo y las personas con las cuales hablo acerca del tema, están en contra de la censura en los libros infantiles. Como yo, hacen muecas de horror al enterarse de que funcionarios sindicales en British Columbia intentan prohibir un libro ilustrado que trata de la tala de árboles porque podría predisponer a los niños contra los leñadores, o de que una junta educativa al oeste de Canadá prohíbe un cuento de Robert Munsch que trata de un maestro y un director que no logran que un niño se ponga un traje especial para la nieve, aduciendo que socava el respeto que deben sentir los jóvenes lectores por quienes detentan la autoridad (es decir, maestros, directores y juntas educativas).

Nos reímos de estas medidas —evidentemente desacertadas— de supresión porque tenemos fe, no sólo en la importancia del principio democrático de la libertad de pensamiento y expresión, sino también en el sentido común de la mayoría de los niños. Creemos que ellos son suficientemente astutos (o posiblemente demasiado rígidos) para ser subvertidos tan fácilmente como se imagina la mayoría de los censores o pseudo-censores.

Sin embargo, en mis conversaciones con otras personas acerca de estos asuntos, siempre llega un momento en que hasta los más reacios opositores de la censura se vuelven censores, convirtiéndose en versiones de aquello que atacan ferozmente. He llegado a la conclusión de que cuando se trata de libros para niños, todos somos censores. Nosotros, los que estamos en contra de la censura, probablemente nos convertimos censores de libros que difieren de nuestros propios valores (teóricamente opuestos a la censura), libros que atacan la libertad individual o que refuerzan los estereotipos sexuales. Alguien que se enfurezca ante cualquier intento de prohibir los libros anti-leñadores probablemente exigirá que otros libros sean censurados por anti-ambientalistas.

Esto quizás no sea sorprendente, pero sí peligroso. Sugerir que tenemos el derecho a dar por terminada una discusión acerca de cualquier tema o a prohibir cualquier libro equivale sencillamente a manifestar que la censura es, en algunos casos, apropiada; y si esto es así ¿quién es el encargado de distinguir entre un caso y otro?

Quisiera aclarar que mi posición respecto a estos asuntos es extremadamente sencilla; algunos dirían que es simplista. No hay absolutamente nada que una persona pueda decir que amerite una prohibición. Sin importar cuán ofensivo, cuán estrecho de mente, cuán peligroso se considere que sea. Aunque sea sexista o racista, o se refiera a equivocadas representaciones neo-nazistas de la historia. Ni la pornografía. Nada.

Pero esto no implica que los fanáticos, necios y pervertidos tengan derecho a no ser cuestionados. Al contrario: deben ser cuestionados. Si logramos evitar que lo digan, perdemos la oportunidad de cuestionarlos; y la historia nos enseña que el mal y la locura reprimidos sencillamente aumentan y se tornan más peligrosos. Se convierte en algo prohibido y tentador. Crece y empeora. No, es mejor que se diga, para que a la vez nosotros ejerzamos la libertad de señalar cuán ridículo o peligroso es, con la certidumbre de que si nuestros argumentos en contra son lógicos y bien fundamentados, algunas personas aceptarán la validez de nuestras conclusiones al respecto. Creer lo contrario sería una arrogancia sin sentido. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 9 de enero de 2022

"¿EL CLÁSICO INFANTIL ES SEXISTA Y TÓXICO? Caperucita también sobrevivirá a la censura progresista. Por Carolina Martínez

Hace unas semanas, la escuela Tàber de Barcelona, que pertenece a la Generalitat (es pública) propuso retirar de su biblioteca el libro Caperucita Roja por considerarlo "tóxico" y sexista. No es la primera ni la última vez que va a ocurrir.

Acá en Argentina, sin ir más lejos, tenemos a las famosas antiprincesas que reversionan “con perspectiva de género” los clásicos sin empacho en destruir obras literarias solo porque “Investigamos y supimos que la mayoría de los cuentos tradicionales nacieron con la idea de enseñarnos algo. […] Caperucita Roja era una forma de advertirnos que no debíamos confiar en desconocidos y había que hacer siempre lo que nos decían madres y padres. Pero todas esas historias también cuentan algo más: que si no fuera por el cazador, el príncipe, o el mago, no habría final feliz.” Es que no hay cosa más simplona que un censor, en este caso un grupo de censoras que forman la comisión de género de la escuela Taber de Barcelona.

Un censor o censora debe convertir una obra en un panfleto. Sacar de ella cualquier interpretación alternativa. Extraer todo lo que tiene de histórico. Y finalmente tirarla a la basura con la recomendación de que por tal o cual cosa es peligrosa. En este caso las censoras del Tàber consideraron que el 60 por ciento de los libros de la biblioteca debían ser eliminados y que solo sacaban el 30 por ciento porque la escuela quedaría sin libros. Y sí, claro. Con ojos de censura y bien de cerca y buscando todos los libros deberían ser retirados del mercado por algún razón.

Pero es Caperucita contra la que todo el tiempo se lanzan los dardos.

Una niñita con una caperuza roja que le tejió su abuelita.

Una abuelita que espera enferma.

Un lobo astuto y hambriento que la engaña.

Tres personajes que tienen una potencia y una perdurabilidad que se mantiene intacta por más de 300 años, que ha sido apropiada por cada una de las culturas y las ideologías imperantes de las distintas épocas, ha sido reescrita, adaptada, readaptada y versionada por cientos de autores. Que ha cambiado el contenido de la canastita de alimento que la niñita lleva a la abuelita de acuerdo a cada moda comestible, que ha cambiado por lobos modernos que dejan la carnicería y se transforman al veganismo, que entran a la universidad, abuelitas que hartas de ser comida huyen y se mudan a un geriátrico, caperucitas que organizan congresos, que envenenan al lobo, que escapan de sus panzas. Y podría seguir así enumerando, porque debe haber miles de versiones.

Caperucita es quizás de los más inquietantes. Ha sido criticado por todo el abanico de ideologías: el conservadurismo lo retiraba de las escuelas hace unos años por cruento, salvaje, sanguinario, no apto para las ingenuas mentes infantiles. El progresismo lo retira ahora por patriarcal salvaje, sanguinario, no apto para las ingenuas mentes infantiles. ¡Caramba que coincidencia!

Hemos dado toda la vuelta para no llegar a ninguna parte, dice María Teresa Andruetto en su texto Los valores y el valor se muerden la cola.

Pero lo interesante acá es que esta censura en particular deja al desnudo tres cosas.

La primera es la tremenda potencia que los censores le otorgan al texto que piensan que es capaz de transforman un niño o niña en un ser más o menos discriminado o discriminador con solo leerlo. La segunda es la idea de que los niños y niñas son esponjas que absorben sin dilucidar que tipo de información están recibiendo. Y por último, la tercera es que los censores y censoras no se enteran mucho de qué es la literatura y cómo toda obra cultural es fruto de una época. 

Empecemos por el final, en 1697 Charles Perrault recopila un cuento que nació para adultos, que advierte sobre el cuidado sexual, sobre la autoprotección y aconseja a las jovencitas, que entonces no tenían voluntad, posibilidad o derechos de protegerse de los lobos empalagosos. Son los hermanos Grimm casi dos siglos después -inaugurando el concepto de infancia- quienes deciden poner una familia, una casa, un cazador o leñador y desde ahí en adelante las versiones no pararon. Los cuentos maravillosos, los cuentos clásicos, los cuentos de hadas, los cuentos tradicionales o como quiera cada investigador nombrar son extraordinariamente subversivos. Esa es su potencia y la base de su perdurabilidad, la otra es que son en extremo humanos, nos reflejan. Nos hablan de nosotros.

Caperucita roja interpela nuestra idea de infancia, nuestra necesidad de protección, nuestra idea de lo que es o no tolerable para el mundo adulto con respecto a la acción de enfrentar a un peligro a las niñas. Sin embargo casi todos los días alguna niña sale de su casa y no vuelve.

El problema es que los adultos, igual que en los años ’50 consideran que los niños son “esponjas” que “absorben” lo que nosotros los adultos ponemos en sus cabezas. Como si los niños y las niñas fueran una especie de ánfora en la que colocamos ideas, pensamientos, formas de ver el mundo, y que solo ejecutan esas órdenes como robots.

Creo que los niños ocupan en el imaginario social de la actualidad el lugar que las mujeres luego de años y años de lucha hemos logrado ir dejando paulatinamente atrás. El lugar de esos seres sin recursos, sin criterio, sin pensamiento crítico, sin ideas o pensamientos propios, sin sentido de la realidad.

La infancia es una época terrible de incertidumbre e indefensión, las reglas las pone otro más fuerte y con más poder. Cada día millones de niños y niñas luchan por sobrevivir y no es un decir, luchan por su vida en la calle, en países en guerra o padecen el bullying en las escuelas. Y muchos de ellos no llegan ni a la altura de una mesa.

El adultocentrismo a la enésima potencia, una suerte de adultriarcado que considera a los niños y niñas seres en construcción que solo se completan con la llegada a la adultez. Y qué gente tan errada. Los niños y niñas son seres fuertes, flexibles de pensamiento, feroces y especialmente completos. La niñez es una época de soledad, de falta de información, de premura por crecer y comprender todo lo que ocurre. Son extranjeros en un mundo donde la mayoría de los adultos los considera igual que la comisión de género de la escuela Taber.

De todas maneras no me preocupa especialmente, Caperucita va a poder sobrevivir también a esta censura progresista que la considera otra vez políticamente incorrecta. Los niños y niñas van a seguir leyendo y encontrando historias que les muestren la realidad y las vicisitudes que enfrentan cada día. Y los censores van a seguir tratando de decirnos que está bien y que está mal.

Por supuesto que es deber de quienes respetamos las infancias poner todos los textos a disposición y exigir a estos conservadores progresistas que den un paso atrás con esta escalada moral. Y siempre podemos leer la historia de la hermosa nena con su caperuza roja.


miércoles, 14 de julio de 2021

Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la infancia. Un artículo de Graciela Montes

La querella entre los defensores de la “realidad” y los defensores de la “fantasía” es una vieja presencia en las reflexiones de los pedagogos acerca del niño y de lo que le conviene al niño.

Según el parecer de muchos, una de las cosas que menos les convendría a los niños sería precisamente la fantasía. Ogros, hadas, brujas, varitas mágicas, seres poderosos, amuletos milagrosos, animales que hablan, objetos que razonan, excesos de todo tipo deberían según ellos ser desterrados sin más complicaciones de los cuentos. El ataque se hace en nombre de la verdad, de la fidelidad a lo real, de lo razonable.

Ya Rousseau había determinado que poco y nada habría de intervenir la literatura en la esmeradísima educación de su Emilio, y muchísimo menos los cuentos de hadas, lisa y llanamente mentirosos.

Y después de él innumerables voces se levantaron contra la fantasía.

A esta condena tradicional se agregará luego otra, formulada a la luz de la psicología positivista. “Con los cuentos truculentos, sanguinarios y feroces que leyeron los niños hasta ayer, es lógico que aumentara la criminalidad en tiempos de guerra y en tiempos de paz”, así decía el Mensaje del Comité Cultural Argentino que sirvió como prólogo al libro de Darío Guevara, Psicopedagogía del cuento infantil , un clásico de los años cincuenta.

Y, para no quedarnos en los cincuenta, en 1978, durante la dictadura militar, un decreto que prohibió la circulación de La torre de cubos, de Laura Devetach, hablaba en sus consideraciones de exceso de imaginación –ilimitada fantasía” dice—como una causa principal para desaconsejarlo.

En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha: en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adonde lleva.

Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?

Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos.

Para echar un poco de luz sobre la cuestión, es indispensable que antes tratemos de entender qué es esa especie de bicho raro, la literatura infantil, es un campo aparentemente inocente y marginal donde, sin embargo, se libran algunos de los combates más duros y más reveladores de nuestra cultura. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 23 de agosto de 2020

"Sombras, censuras y tabús en los libros infantiles", un libro del escritor, investigador literario y editor venezolano Fanuel Hanán Díaz. Lo ha publicado en España este año Ediciones de la Universidad Castilla-La Mancha.

 ÍNDICE

1. La censura en el discurso para la infancia

2. ¿Existen temas tabús en la literatura infantil?

3. La sombra en el discurso para la infancia

4. Lo políticamente correcto

5. Realidad y realismo social y crítico

6. Lecturas retadoras

7. El lenguaje simbólico para retratar la realidad

8. Mediación y temas difíciles

9. Libros perturbadores: una categoría a la sombra

10. ¿Nuevos temas difíciles para la LIJ?

11. Bibliografía