Diálogo en la montaña es el título de un breve texto de Paul Celan. El filósofo T. Adorno y él iban a encontrarse, pero no lo lograron, y Celan escribió este texto sobre un paseo por la montaña en compañía de nadie. El no-encuentro hace entonces posible otro tipo de escucha, de lenguaje.
Una tarde el sol, y no sólo el sol, había declinado, ahí se fue, salió dé su casita y se fue el judío, el judío e hijo de judío, y con él iba su nombre, el impronunciable, se fue y vino, vino atrote lento,s ehizo oír,vino con bastón, por sobre la piedra, me oyes, me oyes, soy yo, yo y él, el que tú oyes, que crees oír, yo y el otro: él iba entonces, podía oirse, iba una tarde, pues ciertas cosas habían declinado, iba bajo las nubes, iba por la sombra, la propia y la ajena -pues el judío, tú sabes, qué tiene él que le pertenezca realmente, que no sea prestado, y no devuelto-, se fue y vino, vino desde allá par la ruta, la hermosa, la incomparable, iba, como Lenz, por la montaña, él, al que habían dejado vivir abajo, en donde pertenece, en las hondonadas, él, el júdío. venía y venía.
Vino, desde allá por la ruta, la hermosa.
¿Y quién, crees tú, vino a su encuentro? A su encuentro vino su primo, su primo e hijo de hermano, el que le lleva un cuarto de vida de judío, vino grande desde allá, vino, también él por la sombra, la prestada –pues cuál, yo pregunto y pregunto, ¿cuál es ése que Dios ha hecho judío y puede venir con algo propio?- vino grande, vino al encuentro del otro, Gross vino hacia K1ein, y Klein, el judío, hizo callar su bastón ante el bastón del judío Gross.
Entonces calló también la piedra, y todo era silencio en la montaña, allí por donde iban, éste y aquél.
Había silencio entonces, silencio allí arriba, en la montaña. Pero no por mucho tiempo, pues cuando el judío viene de allá y se encuentra con otro, de pronto ya nada más calla, ni si quiera en la montaña. Pues el judío y la naturaleza son dos cosas distintas, siguen siéndolo, aún hoy, aún aquí.
Helos allí pues, los hijos de hermanos, a la izquierda florece el martagón, florece silvestre, florece como en ninguna parte, y a la derecha, la radicheta, y Dianthus superbus, el clavel espléndido, no lejos de allí. Pero ellos, los hijos de hermanos, ellos, válgame Dios, no tienen ojos. Mejor dicho, ellos, también ellos, tienen ojos, pero les cuelga un velo delante, no delante, no, detrás, un velo móvil; apenas aparece una imagen, queda pendiendo del tejido, ya aparece un hilo, que se hila, se hila entorno de la imagen, un hilo de velo; se hila en torno de la imagen y engendra un niño con él, mitad imagen mitad velo. CONTINUAR LEYENDO
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