En la imagen, la licenciada en Derecho, Fahr Parsi (nombre ficticio), sostiene un libro mientras oculta su rostro, como reflejo de su papel en la organización de clubes secretos de lectura para mujeres en Afganistán, pero también para protegerse de las represalias de los talibanes, en junio de 2025. |
La resistencia se abre paso en sesiones clandestinas y virtuales, creadas en el país y desde el exilio, donde las afganas leen, debaten y comparten archivos escaneados en PDF de libros prohibidos
La tarde del 15 de agosto de 2021, Fahr Parsi estaba ordenando libros en las estanterías de su biblioteca para mujeres en Kabul cuando los talibanes irrumpieron en la ciudad. Ese día comenzó a instaurarse en Afganistán lo que expertos de Naciones Unidas considera un “apartheid de género”, un término que define el acoso y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer.
Esta licenciada en Derecho, que tiene 29 años y utiliza el seudónimo Fahr Parsi por motivos de seguridad, vio derrumbarse sus sueños en pocas horas. La biblioteca que había fundado con sus compañeras de universidad en 2019 tendría que cerrar y dejar de ser un espacio que hasta entonces bullía con las voces de mujeres que hablaban de literatura y derecho y contaban sus aspiraciones. Parsi se apresuró con sus amigas a vender las sillas y las estanterías para pagar el alquiler pendiente. Luego, de noche, trasladaron la colección de 4.000 libros a un lugar secreto de Kabul, donde los talibanes no pudieran encontrarlos.
Junto con otras mujeres, salió a las calles de Kabul para protestar contra las restricciones impuestas por los talibanes a la educación, el trabajo y las libertades públicas. Según cuenta, dos amigas suyas fueron detenidas y sufrieron torturas en prisión. Cuando regresó a casa, su familia le rogó que renunciara a su activismo. La súplica de sus padres tenía el peso de una sociedad en la que el honor familiar puede quedar destruido por la vinculación con la disidencia. “Si te encarcelan, puedes poner en peligro tu seguridad y arruinar nuestra reputación”, le dijeron.
Desde que los talibanes recuperaron el poder en Afganistán, las niñas tienen prohibido asistir a la escuela secundaria y las universidades están totalmente cerradas a las mujeres, incluso los programas de formación médica. Las afganas tienen prohibido acceder a la mayoría de los trabajos, parques públicos, gimnasios, bibliotecas y cafeterías. No pueden viajar sin ir acompañadas de un mahram (un familiar cercano que sea varón, por ejemplo, el marido o un hermano) y, según el último decreto, tienen prohibido hablar en público.
Decenas de mujeres que han desobedecido estas normas con manifestaciones o haciendo preguntas en público han acabado detenidas y muchas de ellas denuncian haber sufrido torturas y abusos sexuales en las cárceles.
Los libros también son objeto de esta guerra ideológica. Los talibanes han confiscado volúmenes de bibliotecas públicas de Herat y Kabul, en particular los de autores, tanto afganos como extranjeros, cuyo contenido entra en conflicto con la ideología talibán. Cuando descubren a una mujer leyendo libros o educándose en secreto, la someten a acoso y palizas físicas y su familia también corre peligro de recibir castigos.
Zalmai Forotan, inspector de bibliotecas de los talibanes, declaró a la BBC persa en noviembre de 2024 que los libros que tuvieran “temas controvertidos desde el punto de vista ideológico o religioso” o que mostraran imágenes de seres vivos serían examinados y confiscados, un proceso que ha dejado las estanterías de las bibliotecas cada vez más vacías. CONTINUAR LEYENDO
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