miércoles, 31 de marzo de 2021

la flecha y la canción, un poema de Henry Wadsworth Longfellow

Lancé una flecha al cielo azul.
Cayó en la tierra, ignoro dónde.
Partió tan rauda que la vista
seguir su vuelo no logró.

Una canción lancé a los aires.
Cayó en la tierra, ignoro dónde.
¿Qué ojos pueden seguir el vuelo
infinito de una canción?

Mucho más tarde hallé en un roble
la flecha, entera todavía;
y la canción la encontré intacta
en el corazón de un amigo.


domingo, 28 de marzo de 2021

Alicia en el país de los funambulistas, nuevo artículo de Irene Vallejo en Milenio

En los últimos meses has llevado una vida de cuento de hadas. Es decir, zarandeada por múltiples hechizos, embrujada por un travieso duende, desafiada por mensajes imperiosos y mil peligros que conjurar. Tu casa se ha convertido en un oscuro torreón donde, prisionera y cautiva, debes afrontar pruebas imposibles. Frente al ordenador, te empeñas en terminar el trabajo antes de las malignas fechas de entrega, con las manos aún ateridas tras tender la ropa y el oído alerta al puchero que burbujea al fuego. Mientras tanto, tu hijo —por jugar, por llamar tu atención— trepa por el respaldo del asiento agarrándose a los mechones de tu melena como si fuesen cuerdas. Entonces sientes, como Rapunzel, que no puedes con el pelo. Lo sabían muy bien los hermanos Grimm: las fábulas infantiles son en realidad historias de terror.
 
Nuestros pequeños pisos, invadidos y expuestos al exterior en incontables videoconferencias, ya no protegen nuestra vida privada. Se han convertido en espacios confusos donde nos reclaman al mismo tiempo los jefes y los hijos. El tiempo laboral y el familiar forman una enredada maraña que ahoga los territorios interiores e íntimos del sosiego. El teletrabajo y la conciliación nos exigen un esfuerzo colosal, hercúleo, propio de semidioses. Precisamente Hércules fue el más explotado de todos los héroes de la mitología, el único mortal capaz de sostener la carga del mundo sobre las cervicales. Tuvo que afrontar sus doce famosos trabajos por objetivos, sin horarios, sin fines de semana ni vacaciones pagadas, sometido como un falso autónomo al déspota Euristeo. En una de aquellas legendarias pruebas, debía enfundarse el delantal y limpiar en un solo día el estiércol acumulado en los establos del rey Augias. Era una labor a la altura de cíclopes con estropajo: nadie había fregado ni desinfectado esas cuadras desde épocas remotas. El guerrero más musculoso de Grecia casi desfalleció ante la hedionda misión de adecentar aquella pocilga. Hércules era capaz de vencer a los más temibles monstruos, pero, como todo el mundo sabe, erradicar la mugre es infinitamente más difícil. En otra de sus aventuras, nuestro fornido héroe entró al servicio de la reina Ónfale y, vestido de mujer, asumió las tareas domésticas de la corte. La versión helenística del I want to break free de Freddie Mercury es, probablemente, el primer testimonio del titánico desmadre que supone conciliar las metas laborales con los cuidados del hogar. 

El cineasta Martin Scorsese, que acostumbra a rodar historias de acción trepidante, describió estas vidas al límite en Alicia ya no vive aquí. La protagonista queda viuda en la simbólica localidad de Socorro, Nuevo México. Tras años dedicada a la familia, emprende, ante la mirada escéptica de su hijo, un viaje a la vez exterior e interior en busca de empleo. Asfixiada por las inseguridades, afronta las prisas matinales, los equilibrios con el tiempo, los nervios acumulados durante el día, el cansancio de cada noche y las ojeras como parte del uniforme. Ante el niño debe fingir que su plan tiene éxito y que ella es capaz de domesticar todos los caos. Y así, en casa, en vez de darse un respiro, empieza a interpretar. Una madre malabarista y funámbula será siempre una gran actriz.

Cuando las encuestas nos interrogan acerca de los mayores arrepentimientos vitales, las respuestas suelen ser muy parecidas: haber trabajado demasiado, no haber dedicado más tiempo a los seres queridos. Y seguimos sin hacerlo. Resulta irracional que gran parte de la población viva desbordada y exhausta la conciliación de su profesión y sus afectos, mientras otra parte se desespera por un empleo. Bien lo sabía Hércules, el que sujetaba el mundo, y también Alicia del país de Socorro: los esfuerzos extenuantes sostienen la sociedad en precario, pero no la transforman. Necesitamos imaginar una pócima sosegada que equilibre los afanes y los cuidados. Si no reaccionamos, la espiral de vida ansiosa y apresurada nos seguirá arrastrando como si lo más sensato fuera sumarse a esta locura.

PRIMER SUEÑO, un poema de Sor Juana Inés de la Cruz.

Piramidal, funesta de la tierra
nacida sombra, al cielo encaminaba
de vanos obeliscos punta altiva,
escalar pretendiendo las estrellas;
si bien sus luces bellas
esemptas siempre, siempre rutilantes,
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la vaporosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aún no llegaba
del orbe de la diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta;
quedando sólo dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba.
Y en la quietud contenta
de impero silencioso,
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo, y canto, de él oído
mal, y aún peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictímene acecha
de las sagradas puertas los resquicios
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios,
que capaz a su intento le abren la brecha,
y sacrílega 11ega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, sino inflama
en licor claro la materia crasa
consumiendo; que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 26 de marzo de 2021

EL PESCADOR Y SU MUJER, un cuento de los hermanos Grimm

Érase una vez un pescador que vivía con su mujer en una  mísera choza, a poca distancia del mar. El hombre salía todos los días a pescar, y pesca que pescarás.

Un día estaba sentado, como de costumbre, sosteniendo la caña y contemplando el agua límpida, espera que te espera.

He aquí que se hundió el anzuelo, muy al fondo, muy al fondo, y cuando el hombre lo sacó, extrajo un hermoso rodaballo. Dijo entonces el pez al pescador:

-Oye, pescador, déjame vivir, hazme el favor; en realidad, yo no soy un rodaballo, sino un príncipe encantado. ¿Qué ganarás con matarme? Mi carne poco vale; devuélveme al agua y deja que siga nadando.

-Bueno -dijo el hombre-, no tienes por qué gastar tantas palabras. ¡A un rodaballo que sabe hablar, vaya si lo soltaré! ¡No faltaba más!

Y así diciendo, lo restituyó al agua diáfana; el rodaballo se apresuró a descender al fondo, dejando una larga estela de sangre, y el pescador se volvió a la cabaña, donde lo esperaba su mujer.

-Marido -dijo ella al verlo entrar-, ¿no has pescado nada?

-No -respondió el hombre-; pesqué un rodaballo, pero como me dijo que era un príncipe encantado, lo he vuelto a soltar.

-¿Y no le pediste nada? -replicó ella.

-No -dijo el marido-; ¿qué iba a pedirle?

-¡Ay! -exclamó la mujer-. Tan pesado como es vivir siempre en este asco de choza; por lo menos podías haberle pedido una casita. Anda, vuelve al mar y llámalo; dile que nos gustaría tener una casita; seguro que nos la dará.

-¡Bah! -replicó el hombre-. ¿Y ahora tengo que volver allí?

-No seas así, hombre -insistió ella-. Puesto que lo pescaste y lo volviste a soltar, claro que lo hará. ¡Anda, no te hagas rogar! Al hombre le hacía maldita la gracia, pero tampoco quería contrariar a su mujer, y volvió a la playa. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 25 de marzo de 2021

Mensaje a las estatuas, un poema de Ángel González

Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero
vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no cenizas,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido

(De Sin esperanza, con convencimiento, 1961)

martes, 23 de marzo de 2021

La fábula de los tres hermanos, un cuento de J. K. Rowling

Había una vez tres hermanos que viajaban al atardecer por un camino solitario y sinuoso. Con el tiempo, los hermanos alcanzaron un río demasiado profundo para vadearlo y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. Sin embargo, estos hermanos habían aprendido las artes mágicas, y con el sencillo ondear de sus varitas hicieron aparecer un puente sobre el agua traicionera.

Iban ya por la mitad del puente cuando encontraron el paso bloqueado por una figura encapuchada. Y la Muerte les habló. Estaba enojada por que le hubieran sido escatimadas tres nuevas víctimas, ya que los viajeros normalmente se ahogaban en el río. Pero La Muerte era astuta. Fingió felicitar a los tres hermanos por su magia, y dijo que cada uno de ellos había ganado un premio por haber sido lo suficientemente listos como para engañarla.

Así el hermano mayor, que era un hombre combativo, pidió la varita más poderosa que existiera, una varita que ganara siempre en los duelos para su dueño, ¡una varita digna de un mago que había vencido a la Muerte! Así que La Muerte cruzó hasta un viejo árbol de Sauco en la ribera del río, dando forma a una varita de una rama que colgaba, y se la entregó al hermano mayor.

Entonces el segundo hermano, que era un hombre arrogante, decidió que quería humillar a La Muerte todavía más, y pidió el poder de resucitar a los muertos. Así que la Muerte recogió una piedra de la orilla del río y se la dio al segundo hermano, y le dijo que la piedra tenía el poder de traer de vuelta a los muertos.

Entonces la Muerte preguntó al tercer y más joven de los hermanos lo que quería. El hermano más joven era el más humilde y también el más sabio de los hermanos, y no confiaba en La Muerte. Así que pidió algo que le permitiera marcharse de aquel lugar sin que la Muerte pudiera seguirle. Y la Muerte, de mala gana, le entregó su propia Capa de Invisibilidad.

La Muerte se apartó y permitió a los tres hermanos continuar su camino, y así lo hicieron, charlando asombrados sobre la aventura que habían vivido, y admirando los regalos de La Muerte. En su debido momento los hermanos se separaron, cada uno hacia su propio destino. El primer hermano viajó durante una semana más, y alcanzó un pueblo lejano, acompañando a un camarada mago con el que tuvo una riña. Naturalmente con la Varita de Saúco como arma, no podía perder en el duelo que seguiría. Dejando al enemigo en el suelo el hermano mayor avanzó hacia la posada, donde alardeó en voz alta de la poderosa varita que le había arrebatado a la Muerte, y de como ésta lo hacía invencible. Esa misma noche, otro mago se acercó sigilosamente al hermano mayor que yacía, empapado en vino, sobre la cama. El ladrón tomó la varita y para más seguridad, le cortó la garganta al hermano mayor. Y así la Muerte tomó al primer hermano para sí.

Entretanto, el segundo hermano viajaba hacia su casa, donde vivía solo. Allí sacó la piedra que tenía el poder de resucitar a los muertos, y la volteó tres veces en su mano. Para su asombro y su deleite, la figura de la chica con la que una vez había esperado casarse, antes de su muerte prematura, apareció ante él. Pero ella estaba triste y fría, separada de él por un velo. Sin embargo había vuelto al mundo, pero ese no era su sitio y sufría. Finalmente el segundo hermano, impulsado por un loco anhelo desesperado, se mató para reunirse finalmente con ella.

Así fue como La Muerte tomó al segundo hermano para sí. Sin embargo La Muerte buscó al tercer hermano durante muchos años, y nunca pudo encontrarlo. Fue sólo cuando tenía ya una edad avanzada que el hermano más joven finalmente se quitó la Capa de Invisibilidad y se la dio a su hijo. Y entonces saludó a la Muerte como a una vieja amiga y fue con ella gustosamente, e igualmente, pasó a mejor vida.

lunes, 22 de marzo de 2021

A los hombres futuros, un poema de Bertolt Brecht

 

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.