-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.
Y acaso era verdad. Una verdad.
Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro con sus juramentos.
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
-a su cuchillo agudo de memoria-
el testimonio fiel de mi corteza.
Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.
Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que no me fue posible dejar nada.
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después, lejos de mi, el despojo.
Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.
—No encontrarás muy cambiado a tu padre —dijo lady Moping mientras el coche franqueaba la verja del sanatorio del condado.
—¿Llevará uniforme? —preguntó Ángela.
—No, querida, desde luego que no. Aquí lo atienden mejor que en ninguna parte.
Era la primera visita de Ángela y había sido a propuesta de ella misma.
Habían pasado diez años desde aquel lluvioso día de finales de verano en que se llevaron a lord Moping, un día de confusos, pero amargos recuerdos para ella; el día de la fiesta anual al aire libre de lady Moping, un día siempre amargo y confuso debido al capricho del tiempo, que, después de mantenerse sereno y prometedor hasta que llegaron los primeros invitados, había degenerado, de súbito, en un aguacero. Todos intentaron ponerse a cubierto; el entoldado se vino abajo; un frenético desfile de gente con cojines y sillas; un mantel atado a las ramas de la araucaria, ondeando bajo la lluvia; un lapso de sol y los invitados saliendo con cautela al césped empapado; otro chaparrón; otros veinte minutos de sol. Una tarde atroz que había culminado pasadas las seis con el intento de suicidio de su padre.
Lord Moping solía amenazar con suicidarse el día de la fiesta al aire libre. Aquel año lo habían encontrado con la cara negra, colgando de sus propios tirantes en el invernadero de los cítricos; unos vecinos que se habían resguardado allí de la lluvia lo bajaron y, antes de cenar, ya estaba allí el furgón que venía a buscarlo. A partir de entonces lady Moping había visitado periódicamente el sanatorio, regresando siempre a la hora del té y un tanto reacia a hablar de la experiencia.
Muchos de sus vecinos criticaban en mayor o menor medida la reclusión de lord Moping. No se trataba, desde luego, de un paciente cualquiera. Vivía en un ala aparte del centro, especialmente pensada para los dementes acomodados, a los que se tenía toda la consideración que sus fobias permitían. Podían elegir la ropa que vestían (muchos tenían gustos muy extravagantes), fumar los cigarros más caros del mercado y, en los aniversarios de su certificación, invitar a cenas privadas a otros internos por quienes sintieran apego. CONTINUAR LEYENDO
Han venido. Invaden la sangre. Huelen a plumas, a carencias, a llanto. Pero tú alimentas al miedo y a la soledad como a dos animales pequeños perdidos en el desierto.
Han venido a incendiar la edad del sueño. Un adiós es tu vida. Pero tú te abrazas como la serpiente loca de movimiento que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto, tú abres el cofre de tus deseos y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan.
Este título de la serie Leer es mi cuento busca que más familias disfruten con historias que desde las profundidades del tiempo, es decir muy antiguamente, los hombres y las mujeres se contaban durante los fríos inviernos.
La princesa y la alverja de Hans Christian Andersen, El cuento de Alí el Persade Las mil y una noches, El gallo de orode Alexander Pushkin, Los tres cerditosde Joseph Jacobs, El gigante egoístade Oscar Wilde yLos músicos de Bremende los Hermanos Grimm, son los relatos que conforman este libro ilustrado por Rafael Yockteng y Daniel Gómez.