Querido Diego,
bien sé yo que no me escuchas, tan muerto como estás;
pero, ¿no podríamos, en esta noche, juntos soñar que
Eres un bello espíritu sentado a mi lado sobre el piso,
a orillas de la cama; charlando ingenuamente, como
solíamos, los simples asuntos de la vida?
Porque aún me rompen la cabeza ciertas preguntas
y, ahora mismo, no tengo con quien conversar de
mis asuntos. A veces no entiendo nada. Pero aún sigo
creyendo que cada cosa, cada temblor, guarda dentro
de sí un sentido. Tan sólo no dura mucho. Igual que
tú; igual que Luis Jorge, a su modo.
Aquí el mundo sigue dando vueltas —sin ti: a mí
todavía me resulta extraño—. Los ríos siguen corriendo
y no se cansan; florecen las flores y los muchachos;
los amigos vienen a visitarme; aún hay problemas en
casa. Y a mí todavía el amor me excita: como el de este
hermoso chico —sinceramente lo amaba— en cuya
despedida he venido a soñar contigo en este tonto
escrito de un libro dedicado a ti. Si pudiera ya cerrar
la página. Permanecer aquí a tu lado, amor.
Al menos déjame darte un beso. Vamos,
apresuremos los labios: podría amenazar de nuevo el día...
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