Así que hacía de todo, no se imaginan las cosas que organizaba, concursos para buscar un libro, sopas de letras, los niños corrían por la biblioteca. Todo para que hicieran lo que hace cualquier lector, cuando encuentra un libro que le gusta y se sienta a leerlo. Y cuando finalmente lograba que cada niño tomara un libro pasaba el maestro y les preguntaba “¿qué libro eligió? ¿Y cuál es el tema? ¿Y la idea principal? Así que mi tarea se daba por terminada.
De modo que empecé a pensar: aquí hay una paradoja. Los maestros les enseñamos a los niños a leer y escribir, les entregamos el truco mágico, las piezas de lego con las que se pueden descifrar y escribir todas las cosas que la humanidad ha puesto en estos lugares cuando se ha ido, cuando no está, cuando vive lejos. Pero con esas piezas que les entregamos, también les entregamos la desconfianza frente a los libros
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