miércoles, 10 de mayo de 2017

Claus el Grande y Claus el Pequeño. Un cuento de Hans Christian Andersen.

En cierta aldea vivían una vez dos paisanos del mismo nombre. Ambos se llamaban Claus, pero uno de ellos tenía cuatro caballos y el otro solamente uno. Y para distinguirlos, la gente llamaba al dueño de los cuatro caballos “Claus el Grande” y al que sólo poseía uno “Claus el Pequeño”. Ahora os contaré lo qué les ocurrió a esos dos hombres, pues ésta es una historia verídica.

Durante toda la semana, el pobre Claus el Pequeño tenía que arar la tierra para Claus el Grande y prestarle su único caballo, pero una vez cada siete días -el domingo- Claus el Grande le prestaba a él sus cuatro caballos. ¡Y con qué orgullo Claus el Pequeño hacía restallar el látigo, cada domingo, sobre aquellos cinco animales! Porque ese día era como si fueran realmente de su propiedad.

El sol brillaba esplendorosamente, las campanas de la iglesia tañían alegres, y la gente pasaba, vestida con sus mejores galas y llevando bajo el brazo su libro de oraciones. Y todos miraban a Claus el Pequeño que araba con sus cinco caballos. Y él se sentía tan orgulloso que restallaba el látigo y decía:

-¡Arre, mis cinco caballos!

-¡No has de decir así -rezongó Claus el Grande-, porque sólo uno de ellos es tuyo!

Pero Claus el Pequeño olvidó pronto lo que no tenía que decir, y cada vez que veía pasar a alguien gritaba con toda su fuerza:

-¡Arre, mis cinco caballos!

-Tengo que insistir en que no lo digas otra vez -repitió Claus el Grande-. Si lo haces, le pegaré, a tu caballo en la cabeza, de tal modo que caerá muerto en el sitio. Y ya no podrás decir que tienes ninguno.

-Te prometo no decirlo de nuevo -respondió el otro. Pero en cuanto alguien se acercaba y lo saludaba con un movimiento de cabeza o un “Buenos días”, Claus el Pequeño se sentía tan complacido de tener cinco caballos arando en su campo que gritaba una vez más:
-¡Arre, mis cinco caballos!

-Yo arrearé los caballos por ti -dijo Claus el Grande. Y tomando una maza le dio en la cabeza al único caballo de Claus el Pequeño, de manera que el animal cayó muerto.

-¡Oh, ahora no tendré ningún caballo! –exclamó llorando Claus el Pequeño. Pero un rato después desolló al caballo muerto y colgó el cuero al aire para que se secara.

Luego metió la piel en un bolso, se echó éste al hombro y emprendió viaje hacia el pueblo más próximo para venderla. Pero el camino era largo, y había que pasar por un bosque oscuro y sombrío. CONTINUAR LEYENDO


No hay comentarios:

Publicar un comentario