Había una vez un viejo que plantó un nabo chiquitito y le dijo:
—Crece, crece, nabito, ¡crece dulce! Crece, crece, nabito, ¡crece fuerte!
Y el nabo creció dulce y fuerte y grande. ¡Enorme!
Un día, el viejo fue a arrancarlo. Tiró y tiró, pero no pudo arrancarlo.
Entonces llamó a la vieja.
La vieja tiró de la cintura del viejo. El viejo tiró del nabo. Y tiraron y tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo. De modo que la vieja llamó a la nieta.
La nieta tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo, el viejo tiró del nabo. Y tiraron y tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo. Entonces la vieja llamó al perro.
El perro tiró de la nieta, la nieta tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo, el viejo tiró del nabo. Y tiraron y tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo. Entonces el perro llamó al gato.
El gato tiró del perro, el perro tiró de la nieta, la nieta tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo, el viejo tiró del nabo. Y tiraron y tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo. Entonces el gato llamó al ratoncito.
El ratoncito tiró del gato, el gato tiró del perro negro, el perro tiró de la nieta, la nieta tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo, el viejo tiró del nabo. Y tiraron y tiraron, con todas sus fuerzas, hasta que por fin (púmbate) . . . .¡arrancaron el nabo!
¡Y qué maravilla era aquel nabo!
Más tarde, hicieron con él una rica sopa.
Y hubo suficiente para el viejo, para la vieja, para la nieta, para el perro, para el gato y para el ratoncito…
¡Y aún sobró un poquito de sopa para la persona que les acaba de contar este cuento!
FIN
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