martes, 21 de enero de 2020

La pastilla de jabón, un cuento de Juan José Millás.


Empecé a desconfiar de aquella pastilla de jabón al comprobar que no se gastaba con el uso. La había comprado en la perfumería de siempre y era de la marca que suelo utilizar desde años; todo en ella parecía tan normal que tardé dos semanas en advertir que no cambiaba de tamaño. Pasé de la sorpresa a la preocupación cuando, tras espiar su comportamiento durante algunos días, me pareció que empezaba a crecer. Cuanto más la usaba, más crecía.

Entretanto, mis parientes y amigos empezaron a decir que me notaban más delgado. Y era verdad; la ropa me venía ancha y las cejas se me habían juntado por efecto de un encogimiento de la piel. Fui al médico y no encontró nada, pero certificó que, en efecto, estaba perdiendo masa corporal. Aquel día, mientras me lavaba las manos, miré con aprensión la pastilla y comprendí que se alimentaba de mi cuerpo. La solté como si se hubiera convertido en un sapo y me metí en la cama turbado por una suerte de inquietante extrañeza.

Al día siguiente la envolví en un papel, me la llevé a la oficina y la coloqué en los lavabos. A los pocos días, vi que la gente empezaba a disminuir. Mi jefe, que era menudo y tenía la costumbre de lavarse las manos cada vez que se la estrechaba una visita, desapareció del todo a los dos meses. Le siguieron su secretaria y el contable. En la empresa se comenta que han huido a Brasil tras perpetrar algún desfalco.

La pastilla ha crecido mucho. Cuando haya desaparecido el director general, que además de ser gordo es un cochino que se lava muy poco, la arrojaré al wáter y tiraré de la cadena. Si no se diluye por el camino, se la comerán las ratas cuando alcance las alcantarillas. Seguro que nunca les ha llegado un objeto comestible con tanto cuerpo.

FIN

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