lunes, 13 de julio de 2020

Podemos recordarlo todo por usted, un cuento de Philip K. Dick.

 Despertó..., y añoró Marte. Pensó en los valles. ¿Cómo sería poder vagar por ellos? Maravilloso, sin duda; su sueño creció a medida que despertaba a la plena conciencia, el sueño y el anhelo. Casi podía sentir la presencia protectora del otro mundo, que sólo los agentes del gobierno y los altos funcionarios habían visto. Un empleado como él no era probable que llegase a verlo nunca... —Te levantas o no? —preguntó soñolienta Kristen, su esposa, con su habitual y feroz mal humor—. Si te levantas, pulsa el botón del café caliente en la cocina. 

—Está bien —dijo Douglas Quail, y se fue descalzo del dormitorio a la cocina.

Allí, después de pulsar solícitamente el botón del café, se sentó a la mesa, sacó una pequeña lata de fino rapé Dean Swift, inhaló profundamente, y la mezcla penetró por su nariz, quemándole el paladar. Pero aun así siguió inhalando; le despertaba y permitía que sus sueños, sus deseos nocturnos y sus ansias difusas se condensasen en una estructura más o menos racional. 

Iré, se dijo. Antes de morir veré Marte. Era imposible, claro, y lo sabía, incluso mientras soñaba. Pero la claridad del día, el rumor mundano de su mujer que se cepillaba ahora el pelo ante el espejo del dormitorio, todo conspiraba para recordarle lo que era. Soy un mísero empleaducho, se dijo amargamente. Kristen se lo recordaba por lo menos una vez al día. No se lo reprochaba; era obligación de la esposa hacer bajar al marido a tierra, hacerle asentar los pies en el suelo. A la Tierra, pensó, y se echó a reír. La imagen era en este caso perfectamente literal. 

—¿Qué andas olisqueando? —preguntó su mujer irrumpiendo en la cocina, arrastrando su larga bata rosa—. Un sueño, supongo. Siempre andas con sueños. 

—Sí —dijo él, y miró por la ventana de la cocina hacia los vehículos aéreos y los canales de tráfico y toda la gentecilla apresurada que corría a trabajar. No tardaría en unirse a ellos. Como siempre. 

—Supongo que se relacionará con alguna mujer —dijo torvamente Kristen. 

—No —respondió—. Con un dios. El Dios de la Guerra. Tiene maravillosos cráteres con toda clase de vida vegetal creciendo en las profundidades. CONTINUAR LEYENDO

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