Leer a los clásicos es una de las asignaturas pendientes de muchos lectores. Entre las innumerables novedades que llegan a las librerías, encontrar un hueco para completar las obras de algunos de los grandes nombres de la literatura puede ser una tarea complicada. Muchas veces hemos leído algo de ellos, otras hemos intentado sumergirnos en sus obras magnas pero la falta de tiempo, el volumen de sus páginas y la exigencia del día han hecho que abandonemos su lectura antes de acabarlas.
Para solventar ese problema, y hacer que rompamos esa barrera con algunos de los autores que todos deberíamos haber leído, una buena estrategia es empezar por objetivos mucho más asequibles. La puerta de entrada a un escritor inmortal puede ser su obra más conocida, sí, pero también una obra breve que, no por menor extensión atesora una calidad literaria más exigua. No es lo mismo intentar entrar en Dostoievski con las más de mil páginas de Los hermanos Karamazov que, por ejemplo, con las poco más de 200 de El jugador. De esta forma, quizás, más tarde seamos capaces de afrontar las obras más extensas del genio ruso.
Al igual que con Dostoievski, muchos asocian literatura rusa con libros extensísimos que se les hacen cuesta arriba, pero hay mucho más que descubrir para los que sean un poco perezosos. Primer amor, de Turguénev, por ejemplo, un prodigio que no llega a las 150 páginas. Y de Pushkin, otro enorme autor ruso, tenemos La hija del capitán, que nos puede llevar luego a Eugenio Oneguin. CONTINUAR LEYENDO
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