lunes, 15 de julio de 2024

"NIEVE, CRISTAL, MANZANA". Un cuento de Neil Gaiman

«Nieve, cristal, manzanas» » (Snow, Glass, Apples) es un relato perturbador en el que Neil Gaiman reinterpreta el clásico cuento de Blancanieves, narrado desde la perspectiva de la madrastra. En esta versión, la madrastra es una bella joven de origen humilde que es seducida por el rey, elevándola a la condición de reina. En el castillo, conoce a la pequeña princesa, quien muestra comportamientos oscuros e inquietantes. Tras la muerte del rey, la nueva reina sospecha que la niña ha estado involucrada en su deceso y ordena que sea llevada al bosque para matarla. Los súbditos cumplen la orden y traen el corazón de la niña, pero este sigue latiendo, revelando que la amenaza puede que no haya sido eliminada del todo.

NIEVE, CRISTAL, MANZANA

No sé qué clase de criatura es ella. Ninguno de nosotros lo sabe. Mató a su madre en el parto, pero eso nunca es suficiente para explicarlo.

Me llaman sabia, pero no lo soy ni mucho menos, por todo lo que preví, fragmentos, momentos congelados, atrapados en charcos de agua o en el cristal frío de mi espejo. Si fuera sabia, no habría intentado cambiar lo que vi. Si fuera sabia, me habría matado antes de encontrarme con ella, antes de atraparle a él.

Sabia, y una bruja, o eso decían, y había visto el rostro de aquel hombre en mis sueños y en reflejos toda mi vida: dieciséis años soñando con él antes de que frenara su caballo junto al puente aquella mañana y me preguntara cómo me llamaba. Me ayudó a subir a su caballo alto y cabalgamos juntos hasta mi casita, yo con la cara hundida en el oro de su cabello. Me pidió lo mejor que tenía; era el derecho de un rey.

Su barba era rojo bronce a la luz de la mañana y le conocí, no como rey, ya que no sabía nada de reyes entonces, sino como mi amor. Tomó todo lo que quería de mí, el derecho de reyes, pero volvió al día siguiente y la noche después: su barba tan roja, su cabello tan dorado, sus ojos del azul del cielo de verano, su piel morena del marrón suave del trigo maduro.

Su hija era sólo una niña: no tenía más de cinco años cuando llegué al palacio. Había un retrato de su madre muerta colgado en la habitación de la torre de la princesa: una mujer alta, el pelo del color de la madera oscura, ojos castaño caoba. Era de una sangre distinta a la de su pálida hija.

La niña no quería comer con nosotros.

No sé en qué parte del palacio comía.

Yo tenía mis propios aposentos. Mi marido, el rey, también tenía sus habitaciones. Cuando me quería me mandaba llamar, y yo iba a él y le daba placer y me llevaba mi placer con él.

Una noche, varios meses después de que me trajeran al palacio, la niña vino a mis aposentos. Tenía seis años. Yo estaba bordando a la luz de una lámpara, entrecerrando los ojos contra el humo y la iluminación irregular de la lámpara. Cuando levanté la vista, ella estaba allí.

—¿Princesa?

No dijo nada. Tenía los ojos negros como el carbón, negros como su cabello; los labios eran más rojos que la sangre. Me miró y sonrió. Sus dientes parecían afilados, incluso entonces, a la luz de la lámpara.

—¿Qué haces fuera de tu habitación?

—Tengo hambre —dijo ella, como cualquier niño.

Era invierno, cuando la comida fresca es un sueño de calor y luz del sol; pero yo tenía ristras de manzanas enteras, secas y sin corazón, colgadas de las vigas de mi aposento, y le bajé una manzana.

—Toma.

El otoño es la época de secar, de conservar, la época de recoger manzanas, de derretir la grasa de la oca. El invierno es la época del hambre, de la nieve y de la muerte; y es la época de la fiesta del pleno invierno, cuando frotamos con la grasa de la oca la piel de un cerdo entero, relleno de las manzanas de aquel otoño; luego lo asamos en el horno o en el asador, y nos preparamos para darnos un festín con la piel crujiente del cerdo.

Cogió la manzana y empezó a masticarla con sus dientes afilados y amarillos. CONTINUAR LEYENDO

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