A Salvatore Quasimodo, uno de los grandes poetas italianos del siglo XX, le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1959, según los miembros de la Academia Sueca “por sus poemas que con ardor clásico expresan el sentimiento de la vida de nuestro tiempo”. En sus palabras de aceptación, el poeta hizo una defensa del papel cívico del poeta frente a las estrategias subyugantes del poder político. El poema que hoy comparto se titula ‘Carta a la madre’ y lo escribe en Milán en 1948, lejos de su Sicilia natal. Ese sentimiento de aflicción por el distanciamiento, por el abandono de las cosas y los seres que ama, lo concreta en su madre lejana y enferma, a la que recuerda con dulzura, por la que siente desazón y pesadumbre, a la que ofrece un tierno testimonio de reconocimiento y gratitud. (Andrea Villarrubia Delgado)
CARTA A LA MADRE
«Mater dulcissima, ahora descienden las nieblas,
y el Naviglio embiste confuso contra los muelles,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve;
no estoy triste en el Norte: no estoy
en paz conmigo mismo, mas no espero
perdón de nadie, muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives,
como todas las madres de los poetas, pobre
y con la justa medida de amor
a causa de tus hijos lejanos. Hoy soy yo
quien te escribe.» —Al fin, dirás, dos líneas
de aquel muchacho que huyó de noche con un abrigo corto
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan generoso,
un día lo matarán en cualquier parte—.
«En verdad, lo recuerdo, fue en aquel gris andén
de trenes lentos que llevaban almendras y naranjas
a la desembocadura del Imera, el río lleno de urracas,
de sal, de eucaliptos. Mas ahora te agradezco,
así lo deseo, la ironía que has puesto
sobre mis labios, mansa como la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores.
Y no me importa si ahora derramo lágrimas por ti,
por todos los que como tú esperan,
y no saben qué esperan. Ah, muerte amable,
no toques el reloj que en la cocina late sobre el muro,
toda mi infancia pasó sobre el esmalte
de su cuadrante, sobre sus flores pintadas:
no toques las manos, el corazón de los viejos.
Pero ¿acaso alguien responde? Oh piadosa muerte,
muerte honesta. Adiós, querida, adiós mi dulcissima mater.»
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