lunes, 9 de diciembre de 2024

"‘STILLE NACHT (Noche de paz)" Un cuento de Navidad de Jorge Volpi

Una noche como otras, una noche como ninguna. Dos seres perdidos ante el teclado se encuentran sin buscarse. Una conversación virtual en un mundo cruelmente real. Recuerdos del pasado, quién sabe si del futuro. Navidad y final de año, campanadas y ausencia, ruido y soledad. Ya son las doce. Adiós.

¡Y esa fue la mejor!

¿Quieres la peor?

No me ganas.

¿Apostamos?

Dos categorías: niño y adulto.

A ver, empieza tú. De niño.

Simplemente, no hubo. Fin.

¿Cuántos años tenías?

Ocho.

Cuenta.

Mamá se la pasó todo el santo día en la cocina con el pavo y el relleno, los romeritos —horrorosos—, el bacalao, la ensalada de manzana, una enorme carlota de fresas, horas y horas sin parar. Sin detenerse ni un segundo, sudando, como si se le fuera la vida. Nos obligó a desempolvar la vajilla de la abuela, a limpiar los cubiertos con un líquido negruzco —se me revuelve el estómago—, a desempacar los adornos y a poner 15 lugares en la mesa. Vaya atracón, hacía mucho que no demostraba esa energía. Mi hermana y yo la contemplábamos sin adivinar quién iba a venir, desde que mi padre se largó apenas salía de casa, rara vez visitaba a sus amigas, y de pronto aquel banquete imprevisto. El arbolito atiborrado de esferas, muñecos y lucecitas, el pesebre en el hueco de la chimenea, dulces y turrones en cada esquina. Incluso compró una piñata de estrella y nos hizo llenarla con tejocotes, jícamas, caña de azúcar, colación y cacahuates.

¿De veras no llegó nadie?

¿Soy tan predecible? A las doce nos sentamos a la mesa y colocó la avalancha de platillos frente a nosotros. Nos dijo que debíamos esperar a los demás. Diez minutos, media hora. Una. Dos.

¿No protestaron?

Tendrías que haberle visto la cara.

¿Y ustedes qué hacían mientras?

Mirarnos en silencio.

¿Y luego?

Mi hermana se rio.

¿Es menor que tú?

Dos años. Era muy divertida, hace años que no sé de ella. No podía parar y me contagió. Los dos nos carcajeamos hasta que nos dolió la panza. Mi mamá se levantó y empezó a llevarse los platos sin decir ni una palabra.

¿No cenaron?

Nos mandó a la cama. A la mañana siguiente, no había ni restos de la algarabía. Ni pavo ni turrón, ni siquiera el nacimiento o el arbolito. Tampoco regalos, por supuesto. Nos sirvió el desayuno como en un día normal.

¿No le reclamaron?

Ahora vas tú.

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