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domingo, 24 de agosto de 2025

"LAS MUJERES EN AFGANISTÁN DESAFÍAN A LOS TALIBANES CON CLUBES DE LECTURA SECRETOS EN WHATSAPP y TELEGRAM. Omid Sobhani, El País, 15 AGO 2025

En la imagen, la licenciada en Derecho, Fahr Parsi (nombre ficticio), sostiene un libro mientras oculta su rostro, como reflejo de su papel en la organización de clubes secretos de lectura para mujeres en Afganistán, pero también para protegerse de las represalias de los talibanes, en junio de 2025.

 

La resistencia se abre paso en sesiones clandestinas y virtuales, creadas en el país y desde el exilio, donde las afganas leen, debaten y comparten archivos escaneados en PDF de libros prohibidos

La tarde del 15 de agosto de 2021, Fahr Parsi estaba ordenando libros en las estanterías de su biblioteca para mujeres en Kabul cuando los talibanes irrumpieron en la ciudad. Ese día comenzó a instaurarse en Afganistán lo que expertos de Naciones Unidas considera un “apartheid de género”, un término que define el acoso y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer.

Esta licenciada en Derecho, que tiene 29 años y utiliza el seudónimo Fahr Parsi por motivos de seguridad, vio derrumbarse sus sueños en pocas horas. La biblioteca que había fundado con sus compañeras de universidad en 2019 tendría que cerrar y dejar de ser un espacio que hasta entonces bullía con las voces de mujeres que hablaban de literatura y derecho y contaban sus aspiraciones. Parsi se apresuró con sus amigas a vender las sillas y las estanterías para pagar el alquiler pendiente. Luego, de noche, trasladaron la colección de 4.000 libros a un lugar secreto de Kabul, donde los talibanes no pudieran encontrarlos.

Junto con otras mujeres, salió a las calles de Kabul para protestar contra las restricciones impuestas por los talibanes a la educación, el trabajo y las libertades públicas. Según cuenta, dos amigas suyas fueron detenidas y sufrieron torturas en prisión. Cuando regresó a casa, su familia le rogó que renunciara a su activismo. La súplica de sus padres tenía el peso de una sociedad en la que el honor familiar puede quedar destruido por la vinculación con la disidencia. “Si te encarcelan, puedes poner en peligro tu seguridad y arruinar nuestra reputación”, le dijeron.

Desde que los talibanes recuperaron el poder en Afganistán, las niñas tienen prohibido asistir a la escuela secundaria y las universidades están totalmente cerradas a las mujeres, incluso los programas de formación médica. Las afganas tienen prohibido acceder a la mayoría de los trabajos, parques públicos, gimnasios, bibliotecas y cafeterías. No pueden viajar sin ir acompañadas de un mahram (un familiar cercano que sea varón, por ejemplo, el marido o un hermano) y, según el último decreto, tienen prohibido hablar en público.

Decenas de mujeres que han desobedecido estas normas con manifestaciones o haciendo preguntas en público han acabado detenidas y muchas de ellas denuncian haber sufrido torturas y abusos sexuales en las cárceles.

Los libros también son objeto de esta guerra ideológica. Los talibanes han confiscado volúmenes de bibliotecas públicas de Herat y Kabul, en particular los de autores, tanto afganos como extranjeros, cuyo contenido entra en conflicto con la ideología talibán. Cuando descubren a una mujer leyendo libros o educándose en secreto, la someten a acoso y palizas físicas y su familia también corre peligro de recibir castigos.

Zalmai Forotan, inspector de bibliotecas de los talibanes, declaró a la BBC persa en noviembre de 2024 que los libros que tuvieran “temas controvertidos desde el punto de vista ideológico o religioso” o que mostraran imágenes de seres vivos serían examinados y confiscados, un proceso que ha dejado las estanterías de las bibliotecas cada vez más vacías. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 4 de junio de 2025

"TRES HURRAS POR LOS CLUBES DE LECTURA". Emilio Lara. zendalibros.com 01 Jun 2025

Mujeres tenían que ser. En los EEUU de finales del siglo XIX, cuando las sufragistas se movilizaban para reivindicar el voto femenino, surge el primer club de lectura tal y como hoy lo entendemos. No es de extrañar. Aquellas mujeres de clase media exigían votar, daban mítines, organizaban manifestaciones, escribían artículos en los periódicos, pronunciaban conferencias en las instituciones que les franqueaban el paso y, en suma, hacían ruido para despertar conciencias aletargadas o dopadas con prejuicios. Querían subirse al ferrocarril de la modernidad. Es lógico que, ávidas de reivindicarse a sí mismas, anticipasen el futuro e inventasen algo que no se les había ocurrido a los varones: leer conjuntamente un mismo libro y reunirse para hablar de él. La idea no era simple, sino sencilla. Y democrática.

La fuerte tradición asamblearia de las pequeñas comunidades estadounidenses, de congregarse los vecinos para debatir y votar sobre variopintos asuntos en los salones parroquiales, en los salones de actos de los centros de enseñanza o en las dependencias municipales fue el líquido amniótico para la gestación de los clubes de lectura, donde las personas demostraban en público su amor por la literatura a través de la puesta en común de sus opiniones. Todo el mundo, con independencia de sus creencias ideológicas o religiosas, de su condición social, de su estado civil o de su nivel formativo, tenía derecho a ingresar en estas fraternidades lectoras donde sólo se exigía el pasaporte de letraherido. Pero lo normal es que las solicitudes vienen avaladas por un entusiasmo de letraheridas.

El arraigo democrático en la sociedad estadounidense, unos niveles de vida que le sacaban varias cabezas al resto de países, el ser vanguardia en la conquista de derechos de las mujeres y el que éstas se mostrasen desinhibidas en muchas esferas explican el exitazo sostenido de los clubes de lectura, para estupor de sociólogos empastillados de materialismo histórico.

Echaron a andar con esa pasmosa naturalidad y sentido de la igualdad que caracterizaba, por ejemplo, a Alcohólicos Anónimos desde 1935, donde un grupo reducido de personas enganchadas al alcohol se reunían sentadas en círculo, se presentaban escuetamente y contaban sus experiencias, sus caídas en el infierno de la botella y su redención, y ello con el objetivo de que esa expiación pública entre sus iguales no generase reprobación, sino una comprensión encaminada a la rehabilitación. Pues algo similar hacían desde su fundación los clubes lectores: juntarse sus componentes ávidos de literatura para, con entera libertad, hablar acerca de un libro con el múltiple propósito de dar opiniones personales sin avergonzarse por ello, empatizar con los demás, exteriorizar sus respectivas emociones provocadas por la letra impresa y socializarse. En estos clubes no había opiniones más válidas que otras, y la pertenencia a ellos no buscaba un visado de estatus, sino la satisfacción íntima y una camaradería emocional.

Además, después de la apasionante lectura del ensayo de ciencia literaturizada El puente donde habitan las mariposas, de Nazareth Castellanos, estoy convencido que en esos clubes se produce la sincronización de cerebros y la sintonización de corazones de los asistentes, que cada sesión constituye —sin proponérselo— una terapia que dispara la autoestima, facilita la introspección y administra un chute de dopamina. Por eso todo quisque está deseoso de que llegue la siguiente quedada.

Sin embargo, su composición mayoritaria es femenina. ¿Por qué? Los índices de lectura globales indican que las mujeres leen más que los hombres, sobre todo ficción, de manera que en estos clubes la presencia de hombres es minoritaria, casi marginal. Creo que la explicación reside en la inteligencia emocional de las mujeres, cuya conectividad entre la razón y las emociones dispone de un cableado muy preciso. En este aspecto ellas funcionan con fibra óptica y nosotros con dinamo.

El primer club de lectura fundado en España no fue en las cosmopolitas ciudades de Madrid o Barcelona, sino en Guadalajara, y hubo que esperar a la década de 1980, la de la efervescencia cultural. En esos años, los ochenta, donde pasé de la infancia a la juventud, la censura franquista ya era hemeroteca y aún no existía la censura woke. Éramos felices a sabiendas.

Hay clubes que van por libre y otros que cuentan con respaldo institucional o el apoyo de la obra social de una caja de ahorros. La novela es el género preferido y lo mismo tienen cabida best sellers que libros de circuito local, novedades que clásicos, autores populares que desconocidos. Hay de todo, como una botica que dispensase palabras escritas sin necesidad de receta. Esa irreductible libertad que los caracteriza los hizo sospechosos al principio por estos lares, donde el exclusivo ecosistema que decidía qué escritores pasaban a formar parte del canon cultureta y cuáles quedaban extramuros, desconfiaba de unos reductos autónomos —como la aldea gala de Astérix— guiados por el criterio propio y el puro placer lector, donde lo mismo les daba por escoger a Terenci Moix o a Stephen King que a Eduardo Mendoza o a García Márquez. Eran mujeres ingobernables y autosuficientes que, finalmente, se salieron con la suya hasta erigir sus clubes en silentes prescriptores literarios. No hacen ruido mediático, pero animan el cotarro que da gusto.

Han supuesto la entrada en acción de un nuevo actor en la industria editorial al hacer sus pedidos a las librerías, ayudar a propulsar el éxito de un libro determinado y soler llevar a los escritores a hablar de sus obras una vez que éstas han sido leídas por el grupo. Son como agua de mayo para el campo literario.

En la intensidad en blanco y negro de Doce hombres sin piedad, además de asistir al progresivo despliegue de bonhomía, carisma sin alharacas y razonamiento lógico de Henry Fonda, contemplamos la actitud berroqueña y hostil de gran parte del jurado que, reunido en torno a una mesa, debe decidir sobre la inocencia o culpabilidad de un acusado por homicidio. Desde luego, los escritores invitados a un club para escuchar opiniones sobre su libro no se sientan en el banquillo de los acusados para ser juzgados por implacables lectores, sino para escuchar, por lo general, gratas y razonadas opiniones que muchas veces sirven para conocer de primera mano no sólo qué aspectos funcionan en un libro, sino qué polifónicas resultan dichas opiniones, pues muchas veces resaltan cosas distintas. Cada libro encierra un microcosmos de interpretaciones.

He sido invitado por clubes de ciegos y de videntes. En los primeros, las letras entran por las yemas de los dedos, por lentes especiales o por el oído, y es sorprendente su capacidad para ver el mundo y las personas a través de los otros sentidos, dada su proclividad hacia la escritura sensorial. Y tanto en unos como en otros, he aprendido a escuchar críticas a corazón abierto que expresan lo que más les gusta y también si algo les chirría. Nunca he detectado peloteo, consejos para enmendar lo escrito ni discursos impostados. Y encima todo transcurre en un ambiente de celebración lectora, de conmemoración del Día del Libro en cualquier fecha.

En EEUU existen clubes con cierta solera acaudillados por actrices y celebridades televisivas, y no hay que ponerse estupendo y criticar la iniciativa, sino decir que me parece estupendo. Es indudable que las mujeres famosas que los apadrinan y dirigen imponen sus gustos literarios y lanzan al estrellato no pocos de los libros recomendados. ¿Y qué? Como si eso conculcase algún tipo penal.

Mi mujer pertenece desde comienzos de año a un club de lectura. Se reúnen mensualmente. Su dieta es omnívora, por lo que unas sopas de letras le resultan a ella más apetitosas que otras. Ha descubierto a Thomas Mann con La muerte en Venecia y a Han Kang con La vegetariana. Al premio nobel alemán lo leí un largo verano, a los veinte años de edad. Y de la para mí desconocida premio nobel coreana —del sur, claro, produce hasta sonrojo recordarlo—, me hablaba María José con tan misterioso entusiasmo que me zampé la novela en un pispás y quedé conmocionado por su estilo sobrio, su inteligente estructura narrativa y el desarrollo de una trama esdrújula: potentísima y originalísima.

Entre los rituales festivos que me gustan figuran el de romper con estrépito copas de cristal tras formular un brindis y el de la botadura de un barco, cuando la madrina lanza una botella de champán contra el casco del buque. Tampoco está nada mal el estruendoso ¡hip, hip, hurra! Así que lancemos tres hurras por los clubes de lectura para desearles larga vida.

domingo, 25 de mayo de 2025

"EL CLUB DE LECTURA". Irene Vallejo, Milenio 21 MAY 2025

Los clubes de lectura resisten el vértigo digital, creando comunidad, reflexión y nuevas formas de imaginar el futuro

En nuestros tiempos acelerados, todavía sobreviven rituales lentos. Pienso en esa gente original que acaba sus tareas y se dedica a leer, prescindiendo del vértigo tentador de las redes sociales, la hipnosis de las pantallas, los anestesiantes píxeles de colores. Algunas de esas personas asombrosas encuentran a otros adictos a la imaginación y organizan juntos un club de lectura. Como ellos, en siglos de ritmo más pausado, al acabar el día, las familias buscaban la lumbre de las hogueras y de las historias.

Tenemos noticia de un club de lectura ya en el siglo XV. Lo cuenta una curiosa crónica titulada “El Evangelio de las Ruecas”. Describe seis veladas en las que varias vecinas de una localidad francesa se reúnen en un lugar y hora convenidos, equipadas con husos, lino y libros. Leen pasajes sobre amoríos, matrimonios y costumbres, y charlan con la picardía y los conocimientos ancestrales de los que se sienten depositarias. Mientras hablan y ríen, tejen con hábiles dedos, como si fueran conscientes de que todo texto es un tejido. Interrumpen, comentan, plantean objeciones, explican sus opiniones, imaginan una realidad distinta. También hoy, pequeños grupos de soñadores imaginan el futuro al calor de los libros, convirtiendo la literatura en conversación, amistad y hallazgo. Saben que, hablando sobre otros mundos posibles, comprendemos mejor el nuestro.

viernes, 25 de abril de 2025

"DE LOS PUCHEROS A LOS LIBROS: cómo las amas de casa impulsaron los clubes de lectura en los 80". Ignacio Pato Lorente, elDiario.es 21 ABR 2025

En la imagen central, el Club de Lectura Ágora,
de las bibliotecas municipales de A Coruña
“Estaba harta de relacionarme solo con los pucheros mientras mi marido y mis hijos hacían su vida”. “Al principio me daba cargo de conciencia sentarme en una silla a leer un libro en vez de coser, planchar o limpiar”. “Nunca he tenido costumbre de leer, pero hace poco empecé a preparar el Graduado Escolar y decidí apuntarme a este taller para aprender a concentrarme en la lectura”. Así se expresaban, en un reportaje de El País a principios de los 90, algunas de las mujeres que participaban en una iniciativa que podría considerarse precursora de los actuales clubes de lectura.

Vayamos al año 1985. El Ministerio de Educación y Ciencia manejaba datos preocupantes. Con cálculos basados en el currículo escolar completado por los españoles, y siguiendo definiciones de la Unesco, podemos imaginar que al Gobierno le inquietaba que un 25,3% de la población pudiera ser analfabeta funcional, es decir, incapaz de valerse de “la lectura, la escritura y la aritmética al servicio de su propio desarrollo y el de la comunidad”. En las encuestas que analizaba aquel primer gabinete socialista, algunos números hablaban de una complicada relación de la ciudadanía con leer. Como que el español gastaba más dinero al año en tabaco que en libros, periódicos y revistas. O que el porcentaje de personas a las que les gustaría tener más tiempo para la lectura era la mitad de los que fantaseaban con más horas al día para sentarse frente al televisor.

Hubo quien, en ese último trimestre del 85, dio un paso adelante. No desde despachos gubernamentales, sino desde el tejido asociativo y las bibliotecas públicas madrileñas, llamadas entonces populares. “Un colectivo de animación sociocultural de mujeres planteó una necesidad basada en que las amas de casa no llegaban a las bibliotecas. Así nacieron los talleres de animación a la lectura”, afirma Marina Navarro, impulsora de aquella iniciativa desde su trabajo en la biblioteca de Moratalaz. Ese barrio y los de Canillejas, Hortaleza y Pan Bendito fueron los cuatro primeros que gozaron de unos talleres que después se extenderían a Aluche, Orcasitas o Usera y zonas más céntricas como Chamberí o Retiro. El lema del proyecto evidencia la conciencia social con la que nació: “Leer no cuesta dinero”.

“Se celebraban una vez a la semana y eran cinco sesiones. Primero para mujeres, pero más tarde para hombres, aunque apenas se apuntaban. Se proponían libros variados que tuvieran que ver con sus intereses. Si alguien no se había podido leer el libro entero, podía hablar de la parte que sí. Para que todas las personas tuvieran el material se creó un banco de libros: se compraban 30 ejemplares de cada título que rotaban entre las distintas bibliotecas. Empezamos con El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, que era de niños pero tenía que ver con los tiempos de ese color”, recuerda Navarro.

Las asistentes leyeron y comentaron obras de Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes, Emily Dickinson, Ana Diosdado, León Felipe, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Mercè Rodoreda o Virginia Woolf. Josefina Rodríguez Aldecoa, José Luis Sampedro y Gloria Fuertes llegaron a visitar y participar en los talleres. “Gloria Fuertes fue de las escritoras que más me impresionó en persona. Era directa y sus poesías conmovían y hablaban, por ejemplo, de sexualidad, que no era uno de los temas que más se verbalizasen en la época”, mantiene Navarro. CONTINUAR LEYENDO

martes, 12 de diciembre de 2017

"Gente y cuentos. A quien pertenece la literatura?". Un libro de Sarah Hirschman, iniciadora de las Tertulias Literarias Dialogicas en 1972

Es un libro que me recomendó no hace mucho Juan Mata en un curso que impartió en Logroño sobre "Lectura en voz alta". Y para mí ha sido todo un descubrimiento. Cuando leí cómo nació este movimiento, esta forma de compartir la lectura, me di cuenta de que había descubierto a la persona que inició en 1972 las Tertulias Literarias Dialógicas. Y otra cosa que me impresionó, es que todo el trabajo lo hacen con cuentos, con cuentos literarios o de autor o autora. Algo que yo vengo haciendo desde hace algunos años, compaginándolo con libros, y por lo que he sido cruelmente -sin argumentos- criticado, vilipendiado y calumniado por las personas que pretenden adueñarse de las Tertulias Literarias. Veamos aquello que ya en el prólogo, me sorprendió agradablemente.

"En 1969, Hirschman asistió en Harvard a un seminario de Paulo Freire, filósofo y educador brasileño, quien desarrolló programas de alfabetización con el fin de fortalecer la toma de conciencia. Está concientización, escribe Hirschman, se da “en la medida en que la gente profundiza en la comprensión de su condición e intenta mejorar su control sobre esta”. Esta forma de aprendizaje sustituye “lo que Freire rechaza desdeñosamente como educación “bancaria”, en la que los maestros depositan información nueva que consideran importante en las mentes de estudiantes condescendientes y pasivos”. [...] Hirschman se preguntó si “las múltiples, ricas y complejas obras literarias”, y en particular los cuentos, podían tener el mismo efecto de liberación y empoderamiento; si una educación basada en discusiones alrededor de relatos literarios podría mejorar visiblemente las condiciones de vida de los menos privilegiados.

Hirschman inició el programa Gente y cuentos en 1972, en un conjunto habitacional para gente de bajos ingresos en Cambridge, Massachusetts, cuando invitó a participara de manera informal a un grupo de jóvenes madres latinas que, sentadas en los escalones de la entrada, cuidaban de sus hijos. Desde entonces hasta ahora,Hirschman ha trabajado sin descanso en el mejoramiento y la institucionalización de su programa. Las sesiones en inglés se agregaron en 1986, y desde entonces People and Stories/Gente y cuentos, como se llama ahora, se ha convertido en una organización formal sin fines de lucro, con programas en más de 14 estados en Estados Unidos, América Latina y Francia."

Aquí os dejo un enlace en el que aparecen los que en mi opinión son los trozos más significativos del libro. Aunque mi recomendación es que lo leáis, porque aclara muchas cosas acerca de la Lectura Compartida. También puede ser interesante ver estos vídeos.



jueves, 23 de febrero de 2017

Todo sobre el III Encuentro de Clubes de Lectura de La Rioja.

El sábado 18 de febrero amaneció soleado y nos juntamos 70 personas en el Ateneo riojano para celebrar el III Encuentro de Clubes de Lectura de La Rioja. El profesor de la Universidad de La Rioja, Miguel Ángel Muro, nos explicó algunas claves del relato corto comparando el relato de Félix J. Palma con otros cuentos de Alice Munro, Joyce Carol Oates, etc.

Un relato tiene que ver más con un poema que con una novela. En un relato todo ha de ensamblarse; cada pista, cada huella que el escritor deja ha de tener una razón. Es como un juego, como un puzle. A veces, como en este caso, el escritor juega con nosotros, y luego dice ¡Ah, haber leído más despacio! El relato corto puede tener un final sorpresivo pero también el autor puede dejarlo vibrando… para que le lector colabore, lo interprete, imagine. (Esto es lo que hace Alice Munro)

martes, 7 de febrero de 2017

III ENCUENTRO DE CLUBES DE LECTURA Y TERTULIAS LITERARIAS DE LA RIOJA. Logroño, 18 de febrero de 2017.


Como cada dos años, ya está aquí el Encuentro de clubes de lectura y grupo de tertulias de La Rioja. Este año es el tercero.
Esta vez solo de mañana, con lo que va a ser muy intenso y aprovechado.

Nos vemos el 18 de febrero, a las 9:30 horas en El Ateneo Riojano (Muro de Cervantes, 1 - calle muy literaria por cierto).
No hace falta inscribirse, pero sé puntual, el aforo es limitado y se espera gran afluencia (hay muchos clubes y grupos de lectura que esperan con ansia este Encuentro).

Será una oporturnidad de reencontrarnos y de encontrarnos con otros lectores (aunque no pertenezcan a ningún grupo).


BAJA EL TEXTO ELEGIDO PARA LA LECTURA: 

"El país de las muñecas", de Félix J. Palma