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martes, 3 de septiembre de 2024

"A NIEBLA, MI PERRO, ". Un poema de Rafael Alberti

«Niebla», tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.

Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.

A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;

a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;

«Niebla», mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.

 (Capital de la Gloria,1938)

"Todas las víctimas de la guerra, sea cual sea su edad, merecen compasión. Pero los niños representan la crueldad de una barbarie que no puede justificarse nunca en la amenaza o el terror ajeno. Los niños son inocentes, representan un mundo que tiene derecho a vivir más allá de cualquier dinámica de espanto. Rafael Alberti contó en versos inolvidables el sufrimiento vivido en la Guerra Civil española. En un poema dedicado a Niebla, su perro, se fija en un niño inocente que sin comprender nada observa la lucha aérea como si se tratara de un castillo de fuegos artificiales: “ese niño que observan lo mismo que un festejo / la batalla en el aire, que asesinarle pudo”. Esa inocencia, por desgracia, tarda poco en desaparecer bajo el espanto. Queda poco de ella en los ojos abiertos de un cadáver". Luis García Montero, La infancia y los bombardeos. 

lunes, 2 de septiembre de 2024

"MORELIA". Un poema de Luis García Montero


Morelia. Luis García Montero

A Marco Antonio Campos

Soy cobarde.
Pero también mantengo la dignidad. Procuro
no vender la sonrisa
que los fuertes esperan.
Por eso corro hasta mis versos
como el niño que huye hacia su cuarto
cuando empiezan los gritos de la casa.

Me duermo y amanece.
Ya da el sol en las piedras de Morelia.
Me levanté muy de mañana
a caminar las calles
de una ciudad que ha sido
ese recuerdo en el que nunca estuve.
Tampoco estuve nunca en el Madrid bombardeado,
pero crecí mientras buscaba
una verdad en la memoria.

Más que la tierra limpia,
me emociona el paisaje de cultivos,
la piedra que las manos edifican,
paredes que comprenden
un relevo de vidas cotidianas,
de cuerpos, de murmullos, de tacones
que bajan la escalera,
de peldaños que corren hasta el sótano
antes del bombardeo.

1939,
o tal vez, 2005,
es la historia del agua,
la lluvia repetida en el invierno
como una condición de la miseria.
El sol abre los ojos
y puede ver la infancia de un país
que huye de la guerra,
que cruza el mar,
que desciende del barco,
como la historia, en fila,
muy peinada la historia
con su maleta de cartón,
con sus recuerdos
sin estatura y para siempre,
mientras ordena el equipaje
en la ciudad que la recibe.
Valladolid. Morelia.
Suave patria.

Miro la catedral, el internado,
los edificios nobles,
y en la imaginación,
donde se viven los recuerdos
para que las historias generales
puedan gozar de intimidad,
agradezco la luz al descubrir
una nobleza humana
más alta que las piedras y los bosques.


La infancia y los bombardeos. Un artículo publicado en infoLibre.es en el que el autor nos habla del poema y del sufrimiento de los niños en los bombardeos