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sábado, 6 de septiembre de 2025

"INFIDELIDAD". Un cuento de Emilia Pardo Bazán

Con gran sorpresa oyó Isabel de boca de su amiga Claudia, mujer formal entre todas, y en quien la belleza sirve de realce a la virtud, como al azul esmalte el rico marco de oro, la confesión siguiente:

-Aquí, donde me ves, he cometido una infidelidad crudelísima, y si hoy soy tan firme y perseverante en mis afectos, es precisamente porque me aleccionaron las tristes consecuencias de aquel capricho.

-¡Capricho tú! -repitió Isabel atónita.

-Yo, hija mía... Perfecto, sólo Dios. Y gracias cuando los errores nos enseñan y nos depuran el alma.

Con levadura de malignidad, pensó Isabel para su bata de encaje:

"Te veo, pajarita... ¡Fíese usted de las moscas muertas! Buenas cosas habrás hecho a cencerros tapados... Si cuentas esta, es a fin de que creamos en tu conversión."

Y, despierta una empecatada curiosidad y una complacencia diabólica, volvióse la amiga todo oídos... Las primeras frases de Claudia fueron alarmantes.

-Cuando sucedió estaba yo soltera todavía... La inocencia no siempre nos escuda contra los errores sentimentales. Una chiquilla de dieciséis años ignora el alcance de sus acciones; juega con fuego sobre barriles atestados de pólvora, y no es capaz de compasión, por lo mismo que no ha sufrido...

La fisonomía de Claudia expresó, al decir así, tanta tristeza, que Isabel vio escrita en la hermosa cara la historia de las continuas y desvergonzadas traiciones que al esposo de su amiga achacaban con sobrado fundamento la voz pública. Y sin apiadarse, Isabel murmuró interiormente:

"Prepara, sí, prepara la rebaja... Ya conocemos estas semiconfesiones con reservas mentales y excusas confitadas... El maridito se aprovecha; pero por lo visto has madrugado tú... Pues por mí, absolución sin penitencia, hija... ¡Y cómo sabe revestirse de contrición!"

En efecto, Claudia, cabizbaja, entornaba los brillantes ojos, velados por una humareda oscura, profundamente melancólica.

-Dieciséis años. Era mi edad..., y había un ser a quien entonces quería acaso más que a ninguno. Todos los momentos de que podía disponer los dedicaba a acariciarle, a hacerle demostraciones de ternura, que él pagaba con otras mil voces más apasionadas y alegres...

-¡Claudia! -exclamó Isabel con pudibundo mohín. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 13 de mayo de 2020

Implacable Kronos, un cuento de Emilia Pardo Bazán

¡Qué juventud y qué edad madura tan laboriosas y aperreadas las de don Zoilo Terrón! Sin una hora de descanso y recreo, sin un minuto que perteneciese al gusto y al solaz, vivió don Zoilo, no como la ostra -al fin, la ostra no trabaja-, sino como la polilla, que roe y roe y no sale de su rincón, no deja su viga telarañosa, no despliega nunca sus alas, buscando lo que las mariposas: luz, calor solar y entreabiertas flores.

Resuelto a ganarse un caudal, porque don Zoilo veía en el dinero la clave de la vida y el eje del mundo, sudó, se afanó y atesoró con incansable codicia, hasta llegar a la suma deseada. Cebado en la asidua labor, no supo don Zoilo lo que era pasear, ni se miró al espejo, ni cuidó de su salud, ni se enteró de que ya iban encorvándose sus espaldas y pesando sobre su cuerpo, recio como plomo, los años. Solo cuando se encontró poderoso, dueño de la riqueza pingüe que de antemano se propusiera obtener, entró a cuentas consigo mismo y advirtió que no había disfrutado miaja ni catado los goces lícitos y sabrosos de la existencia. «He sido una bestia de carga», pensó, lleno de remordimiento y de melancolía. «Esto no puede quedar así. A ver si una vez, por lo menos, soy un racional. Es preciso que yo me case, que tenga familia y pruebe sus alegrías y sus expansiones, y, además, que mi mujer me guste mucho…, tanto como me gusta Casildita Ramírez, la viuda que vive en el segundo piso».

Al hacer estas reflexiones conoció don Zoilo que precisamente la Casildita susodicha era la que le venía pintiparada, porque su lozana beldad, y su sandunga encantadora le sugerían un remolino de ideas bucólicas y juveniles. Al ver de cerca a Casildita, a quien solía encontrarse por la escalera, don Zoilo sentía que toda su malograda mocedad le subía a la cabeza y de allí bajaba al corazón en olas de sangre. Y como el dinero infunde gran aplomo y arrogancia, don Zoilo no titubeó, y sin demora subió a casa de la linda viuda, celebrando con ella una entrevista y descubriéndole llanamente su cristiano y honrado pensamiento.

Estaba Casildita, cuando recibió la fulminante declaración del opulento don Zoilo, más mona aún que de costumbre, porque la sorpresa y la malicia hacían chispear sus grandes ojos morunos, y avivaban la risa en sus labios, y cavaban los traviesos hoyuelos en sus mejillas pálidas y frescas como las hojas de la magnolia. Jugando con un diminuto perrillo de lanas que parecía una bola de cardado y crespo algodón, oyó Casilda las extremosas palabras del vecino, y así que este acabó de formular su súplica, la viuda, halagando al gracioso animalejo por quien se trocaría de muy buena gana don Zoilo, respondió categóricamente:

-A la verdad, lo que usted me propone, para penitencia es atroz, y para ganar la gloria puede que no baste. No me atrevo, vamos, no me atrevo. Si tuviese usted diez añitos menos, diez añitos… Pero ¡si está usted más gris que las ratas y más desdentado que un serrucho viejo! Se reirían de nosotros cuando fuésemos juntos por la calle, créalo usted, ¡la gente es tan mala…! Solo por eso no le complazco a usted, que por lo demás, es usted persona muy apreciable y muy digna.

Salió don Zoilo del cuarto de la viudita desazonadísimo, y al mismo tiempo convencido de que nunca le había gustado tanto, que se moría por ella, y que todas aquellas cosas que había leído que les pasaban a los enamorados furiosos las sentía él en grado heroico y superfino. «¿De qué sirve el dinero -iba rumiando- si no sirve para tener, cuando a uno se le antoja y lo necesita, el pelo negro como la noche y unos dientes que deslumbren de blancos?». Y de pronto, como al que va a ahogarse se le ocurre asirse a un clavo muy delgadillo, ocurriósele a don Zoilo que con «guano» se compran también dientes y pelo.

A escape, el mejor dentista de Madrid -por supuesto, norteamericano- se encargó de amueblar espléndidamente el tenebroso antro de la boca de don Zoilo con una doble fila de mondados piñones, iguales, relucientes y parejos. Llegó después la vez al peluquero -francés, quién lo duda-, y valiéndose de una serie de botecillos de cristal y hasta media docena de cepillos y brochas, hizo pasar la cabellera de don Zoilo del gris amarillento al castaño oscuro, y del castaño oscuro a un negro de carbón, profundo, casi puedo decir que insolente. La misma prolija operación, realizada con la barba, arrancó a don Zoilo una exclamación de pueril regocijo, porque el mágico licor de los empecatados botes le había aliviado del peso de veinte años lo menos, dejándole el rostro encerrado en un marco que afrentaba a la endrina y al ala del cuervo también.

A completar la restauración vino el ortopédico con una faja-corsé, firme represión de abdomen y derechura del espinazo, y el sastre y el ayuda de cámara coronaron la obra, ataviando, perfilando, atusando y componiendo a don Zoilo, dejándole hecho un petimetre, según los últimos decretos de la moda. Remozado así, perfumado, con un capullo en el ojal y radiante de esperanza, don Zoilo subió otra vez las escaleras, y sin que le anunciase nadie, cayó como una bomba en el coquetón gabinete de Casildita. Era tal su arrebato, tan grande la turbación que el instante aquel le producía, que solo acertó a murmurar, en entrecortadas frases, una nueva declaración más apasionada, más vehemente que la anterior, y a repetir la proposición de casamiento, entre protestas de exaltada ternura. Casildita le oía y contemplaba con evidente asombro, y callaba, aguardando a que acabase su relación el galán.

Así que este hizo un compás de espera, tal vez por necesidad de respirar, la viuda, abarquillando las orejas rizosas y suaves del perrito, y con un sonreír que era el abrirse de una rosa en una mañana de mayo, pronunció con ingenua picardía:

-El caso es que no puedo complacerle en lo que me pide, y bien lo deploro.

-¿Por qué? -articuló don Zoilo, con anhelo infinito.

-Porque hará cosa de quince días estuvo aquí con la misma pretensión su señor papá, empeñado en pedir mi mano… y después de dar calabazas a una persona más respetable que usted, no es cosa de decirle a usted que «sí».

FIN




lunes, 2 de mayo de 2016

La centenaria. Un cuento de Emilia Pardo Bazán.

-Aquí -me dijo mi primo, señalándome una casucha desmantelada al borde de la carretera- vive una mujer que ha cumplido el pasado otoño cien años de edad. ¿Quieres entrar y verla?

Me presté al capricho obsequioso de mi pariente y huésped, en cuya quinta estaba pasando unos días muy agradables, y, aunque ningún interés especial tenía para mí la vista de una vejezuela, casi de una momia desecada que ni cuenta daría de sí, aparenté por buena crianza que me agradaba infinito tener ocasión de comprobar ocularmente un caso notable de longevidad humana.

Entramos en la casucha, que tenía un balcón de madera enramado de vid, y detrás un huerto, donde se criaban berzas y patatas a la sombra de retorcidos y añosos frutales. Dijérase que allí todo había envejecido al compás de la dueña, y la decrepitud, como un contagio, se extendía desde los nudosos sarmientos de la cepa hasta las sillas apolilladas y bancos denegridos que amueblaban la cocina baja, primera habitación de la casa donde penetramos.

Estaba vacía. Mi primo, familiarizado con el local, llamó a gritos:

-¡Teresa, madama Teresa!

Al oír madama, la aventura empezó a interesarme. ¿Era posible que fuese francesa la centenaria que vegetaba allí, en un rincón de las mariñas marinedinas? ¿Francesa? ¡Extraña cosa! CONTINUAR LEYENDO

viernes, 26 de febrero de 2016

PARDO BAZÁN, POLEMISTA ILUSTRADA. LA  REALIDAD DE LA FICCIÓN EN “EL INDULTO” Y “VIERNES SANTO”. Un artículo de María Elena Ojea Fernández.

Resumen: La preocupación de Pardo Bazán por los problemas sociales y políticos de España, hizo que reflexionara con osadía acerca de asuntos que inundan sus artículos y obras de ficción, tales como la situación femenina o la corrupción política. Hemos escogido dos cuentos, El indulto y Viernes santo para señalar hasta qué punto la condesa fue una intelectual comprometida con su tiempo y cómo no temió enfrentarse a una sociedad que negaba a las mujeres el derecho a disentir abiertamente.



Viernes Santo. Un cuento de Emilia Pardo Bazán en el que denuncia el caciquismo y el entorno que lo alimenta.

Fue el cura de Naya, hombre comunicativo, afable y de entrañas excelentes, quien me refirió el atroz sucedido, o por mejor decir, la serie de sucedidos atroces, que apenas creería yo, a no aclararse y explicarse perfectamente por el relato del párroco, las veladas indicaciones de la prensa y los rumores difundidos en el país. Respetaré la forma de la narración, sintiendo no poder reproducir la expresión peculiar de la fisonomía del que narraba. ­

Ya sabe usted­dijo­que, así como en Andalucía crece la flor de la canela, en este rincón de Galicia podemos alabarnos de cultivar la flor de los caciques. No sé cómo serán los de otras partes; pero, vamos, que los de por acá son de patente. Bien se acordará usted de aquel Trampeta y aquel Barbacana que traían a Cebre convertido en un infierno. Trampeta ahora dice que se quiere meter en pocos belenes, porque ya no le ahorcan por treinta mil duros, y Barbacana, que está que no puede con los calzones, como se la tenían jurada unos cuantos y salvó milagrosamente de dos o tres asechanzas, al fin ha determinado irse a pasar la vejez a Pontevedra, porque desea morir en su cama, según conviene a los hombres honrados y a los cristianos viejos como él. ¡Ja, ja...! 

Retirados o poco menos esos dos pejes, quedó el país en manos de otro, que usted también habrá oído de él: Lobeiro, que en confianza le llamábamos Lobo, y ¡a fe que le caía! Yo, si usted me pregunta en qué forma consiguió Lobeiro apoderarse de esta región y tenerla así, en un puño, que ni la hierba crecía sin su permiso, le contestaré que no lo entiendo; porque me parece increíble que en nuestro siglo, y cuando tanto cantan libertad, se pueda vivir más sujeto a un señor que en tiempos del conde Pedro Madruga. No, no hay que echar baladronadas; yo era el primerito que agachaba las orejas y callaba como un raposo. Uno estima la piel, y aún más que la piel, si a mano viene, la tranquilidad. CONTINUAR LEYENDO EL CUENTO

domingo, 16 de agosto de 2015

Pardo Bazán a Pérez Galdós: “Yo haría por ti no sé qué barbaridad”. Los dos escritores vivieron una pasión sin tabúes, alimentada en encuentros clandestinos por España y Europa.


De entrada, para entenderla, conviene liberarse de corsés como la imagen de matriarca oronda de Emilia Pardo Bazán o ese retrato de Sorolla que atrapa a Galdós a punto de despeñarse por la rampa de los cincuenta. Entre 1888 y 1890 compartieron horas sin ninguna circunspección. “Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín… Felices, nosotros”. Todo dicho.

Si quieren literatura erótica, lean las cartas que Pardo Bazán dirige a Pérez Galdós, recogidas en Miquiño mío (Turner), por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. “Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote”. “Yo haría por ti no sé qué barbaridad”. “En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre”. “En prueba te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo”.

Emilia Pardo Bazán: Una emancipada del XIX.

Después de separarse de José Quiroga de buenas maneras, Pardo Bazán tomó decisiones tan drásticas como impropias de dama decimonónica. Ganarse la vida: “Me he propuesto vivir exclusivamente del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres (...) esta especie de trasposición del estado de mujer al de hombre es cada día más acentuada en mí”. Vivir libre de ataduras, aunque sean de Galdós: “No te acongojes pensando en el porvenir (...) cualquier mujer mejor que yo (¡y hay tantas!) te querrá entrañablemente”.

Fuente: cultura.elpais.com

jueves, 12 de marzo de 2015

El indulto. Un cuento de Emilia Pardo Bazán

De cuantas mujeres enjabonaban ropa en el lavadero público de Marineda, ateridas por el frío cruel de una mañana de marzo, Antonia la asistenta era la más encorvada, la más abatida, la que torcía con menos brío, la que refregaba con mayor desaliento. A veces, interrumpiendo su labor, pasábase el dorso de la mano por los enrojecidos párpados, y las gotas de agua y las burbujas de jabón parecían lágrimas sobre su tez marchita.

Las compañeras de trabajo de Antonia la miraban compasivamente, y de tiempo en tiempo, entre la algarabía de las conversaciones y disputas, se cruzaba un breve diálogo, a media voz, entretejido con exclamaciones de asombro, indignación y lástima. Todo el lavadero sabía al dedillo los males de la asistenta, y hallaba en ellos asunto para interminables comentarios. Nadie ignoraba que la infeliz, casada con un mozo carnicero, residía, años antes, en compañía de su madre y de su marido, en un barrio extramuros, y que la familia vivía con desahogo, gracias al asiduo trabajo de Antonia y a los cuartejos ahorrados por la vieja en su antiguo oficio de revendedora, baratillera y prestamista. Nadie había olvidado tampoco la lúgubre tarde en que la vieja fue asesinada, encontrándose hecha astillas la tapa del arcón donde guardaba sus caudales y ciertos pendientes y brincos de oro. Nadie, tampoco, el horror que infundió en el público la nueva de que el ladrón y asesino no era sino el marido de Antonia, según esta misma declaraba, añadiendo que desde tiempo atrás roía al criminal la codicia del dinero de su suegra, con el cual deseaba establecer una tablajería suya propia. Sin embargo, el acusado hizo por probar la coartada, valiéndose del testimonio de dos o tres amigotes de taberna, y de tal modo envolvió el asunto, que, en vez de ir al palo, salió con veinte años de cadena. No fue tan indulgente la opinión como la ley: además de la declaración de la esposa, había un indicio vehementísimo: la cuchillada que mató a la vieja, cuchillada certera y limpia, asestada de arriba abajo, como las que los matachines dan a los cerdos, con un cuchillo ancho y afiladísimo, de cortar carne. Para el pueblo no cabía duda en que el culpable debió subir al cadalso. Y el destino de Antonia comenzó a infundir sagrado terror cuando fue esparciéndose el rumor de que su marido «se la había jurado» para el día en que saliese del presidio, por acusarle. La desdichada quedaba encinta, y el asesino la dejó avisada de que, a su vuelta, se contase entre los difuntos. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 17 de diciembre de 2014

La Chucha, un cuento de Emilia Pardo Bazán

(Cárcel de mujeres a principios del siglo XX)
El REALISMO, y más aún el NATURALISMO, intentan representar la 'realidad' de manera fiel. Por ello, no eluden la fealdad, ni lo triste, ni la pobreza, ni lo desagradable. Buen ejemplo de ello es el cuento que vamos a leer, y con el que vamos a dialogar, esta semana. Se llama "LA CHUCHA". Con él, doña EMILIA PARDO BAZÁN presenta la dureza de la cárcel, la aparición en ella de sentimientos como la honestidad o el amor y ... (¡hay que leerlo!).  Cogido del Blog de Alfredo Márquez.


"Lo primerito que José San Juan -conocido por el Carpintero- hizo al salir de la penitenciaría de Alcalá, fue presentarse en el despacho del director.

Era José un mocetón de bravía cabeza, con la cara gris mate, color de seis años de encierro, en los cuales sólo había visto la luz del sol dorando los aleros de los tejados. La blusa nueva no se amoldaba a su cuerpo, habituado al chaquetón del presidio; andaba torpemente, y la gorra flamante, que torturaba con las manos, parecía causarle extrañeza, acostumbrado como estaba al antipático birrete.

-Venía a despedirme del señor director -dijo humildemente al entrar.

-Bien, hombre; se agradece la atención -contestó el funcionario-. Ahora, a ser bueno, a ser honrado, a trabajar. Eres de los menos malos; te has visto aquí por un arrebato, por delito de sangre, y sólo con que recuerdes estos seis años, procurarás no volver... Que te vaya bien. ¿Quieres algo de mí?

-¡Si usted fuera tan amable, señor director...; si usted quisiera...

Animado por la benévola sonrisa del jefe, soltó su pretensión.

-Deseo ver a una reclusa.

-Es tu «chucha», ¿verdad?... Bueno; la verás."  CONTINUAR LEYENDO