Relato publicado en la revista A Estacão en 1882 y recogido ese año en el libro Papéis Avulsos, El alienista es uno de los mejores ejemplos del gran talento narrativo de Joaquim Maria Machado de Assis (Río de Janeiro, 1839-1908). Esta sutil ficción sobre la locura y el poder le habría bastado para pasar a la historia de la mejor literatura, porque "Machado de Assis reúne los requisitos para la genialidad: posee exuberancia, concisión y una visión irónica impar en el mundo", como subraya el crítico Harold Bloom.
-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
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domingo, 15 de diciembre de 2024
jueves, 1 de febrero de 2024
"TRAÉME TU AMOR". Un cuento de Charles Bukowski
Harry bajó las escaleras hacia el jardín. Muchos de los pacientes estaban allí afuera. Le habían dicho que Gloria, su mujer, estaba allí afuera. La vio sentada en una mesa, sola. Se acercó a ella en diagonal, de refilón por detrás. Dio la vuelta a la mesa y se sentó frente a ella. Gloria estaba sentada con la espalda muy recta y tenía la cara muy pálida. Le miró pero no le vio. Después le vio.
-¿Es usted el director?- le preguntó.
-¿El director de qué?
-El director de verosimilitud.
-No.
Estaba pálida, sus ojos eran pálidos, azul pálido.
-¿Cómo te encuentras, Gloria?
La mesa era de hierro, pintada de blanco, una que duraría siglos. Había un pequeño recipiente con flores en el centro, flores marchitas y muertas que colgaban de tallos blandos y tristes.
-Eres un follaputas, Harry. Te follas a las putas.
-Eso no es cierto, Gloria.
-¿Y también te lo chupan? ¿Te chupan el pito?
-Iba a traer a tu madre, Gloria, pero estaba en la cama con gripe.
-Esa vieja murciélago siempre está en la cama con algo… ¿Es usted el director?
Los demás pacientes estaban sentados junto a otras mesas o de pie, recostados contra los árboles, o tumbados en la hierba.
Estaban quietos y en silencio.
-¿Qué tal es la comida aquí, Gloria? ¿Tienes amigos?
-Horrible. Y no, follaputas.
-¿Quieres algo para leer? ¿Quieres que te traiga para leer?
Gloria no contestó. Entonces levantó la mano derecha, la miró, cerró el puño y se asestó un golpe en la nariz, muy fuerte. Harry se estiró por encima de la mesa y le cogió ambas manos.
-¡Gloria, por favor!
Ella empezó a llorar.
-¿Por qué no me has traído bombones?
-Pero Gloria, tú me dijiste que odiabas los bombones.
Las lágrimas le caían abundantemente.
-¡No odio los bombones! ¡Me encantan los bombones!
-No llores, Gloria, por favor… Te traeré bombones y todo lo que quieras… Escucha, he alquilado una habitación en un hotel, a un par de manzanas de aquí, sólo para estar cerca de ti.
Sus ojos pálidos se agrandaron.
-¿Una habitación de hotel? ¡Estarás ahí con una jodida puta! Estaréis viendo juntos películas porno y tendréis un espejo de los que ocupan todo el techo!
-Estaré aquí un par de días, Gloria- dijo Harry dulcemente-. Te traeré todo lo que quieras.
-Tráeme tu amor, entonces -gritó-. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?
Algunos pacientes se volvieron y miraron.
-Gloria, estoy seguro de que no hay nadie que se preocupe por ti más que yo.
-¿Quieres traerme bombones? Bueno, pues ¡métete los bombones por el culo!
Harry sacó una tarjeta de su cartera. Era del hotel. Se la dio.
-Quiero darte esto antes de que me olvide. ¿Te permiten hacer llamadas? Si quieres cualquier cosa, sólo tienes que llamarme.
Gloria no contestó. Cogió la tarjeta y la dobló. Luego se agachó, se quitó un zapato, metió la tarjeta dentro y volvió a ponerse el zapato.
Entonces Harry vio al doctor Jensen que cruzaba el jardín hacia ellos. El doctor Jensen se acercó sonriendo y diciendo:
-Bueno, bueno, bueno…
-Hola, doctor Jensen -dijo Gloria, sin la menor emoción.
-Puedo sentarme? -preguntó el doctor.
-Claro -dijo Gloria.
El doctor era un hombre corpulento. Rezumaba peso, responsabilidad y autoridad. Sus cejas parecían gruesas y espesas; eran gruesas y espesas. Querían deslizarse y desaparecer dentro de su boca redonda y húmeda pero la vida no se lo permitía. CONTINUAR LEYENDO
lunes, 4 de diciembre de 2023
"LENGUAS DE PIEDRA". Un cuento de Syilvia Plath
El sencillo sol de la mañana brillaba a través de las hojas verdes de las plantas en el pequeño invernadero, creando una imagen limpia, y el dibujo de flores del sillón tapizado con cretona era naíf y rosa en la luz temprana. La chica estaba sentada en el sofá, con el cuadrado rojo irregular del punto en las manos, y se echó a llorar porque la labor estaba mal. Había agujeros, y la pequeña mujer rubia con el uniforme blanco de seda que dijo que cualquiera puede aprender a hacer punto estaba en el cuarto de costura enseñando a Debby a hacer una blusa negra con peces morados estampados.
La señora Sneider era la otra persona que había en el invernadero, donde la chica estaba sentada en el sofá con las lágrimas bajando como insectos lentos por las mejillas, cayendo húmedas e hirviendo en sus manos. La señora Sneider estaba junto a la mesa de madera, al lado de la ventana, haciendo una señora gorda de arcilla. Estaba sentada, encorvada sobre la arcilla, mirando enfadada a la chica de cuando en cuando. Por fin la chica se puso de pie, y se acercó a la señora Sneider para ver la señora hinchada de arcilla.
—Haces cosas de arcilla muy bonitas —dijo la chica.
La señora Sneider puso mala cara, y empezó a hacer pedazos a la señora, arrancándole los brazos y la cabeza, y escondiendo los trozos debajo del periódico sobre el que estaba trabajando.
—No hace falta, de verdad, ¿sabes? —dijo la chica—. Era una señora muy buena.
—Te conozco —siseó la señora Sneider, aplastando el cuerpo de la señora gorda, y volviendo a hacer con ella un pegote informe de arcilla—. Te conozco, siempre cotilleando y espiando.
—Pero si sólo quería verla —intentaba explicarse la chica cuando la mujer de seda blanca volvió, y se sentó en el sillón chirriante, pidiendo:
—Déjame ver tu labor.
—Está llena de agujeros —dijo la chica apagada—. No me acuerdo de lo que me dijiste. Mis dedos se niegan a hacerlo.
—Qué va, está perfecta —repuso la mujer, animada, poniéndose de pie para irse—. Me gustaría verte trabajar un poco más en ella.
La chica cogió el cuadrado rojo de punto, y le dio una vuelta despacio a la lana alrededor de su dedo, pinchando un punto con la resbaladiza aguja azul. Había cogido el punto, pero tenía el dedo rígido y lejos, y no quería hacer pasar la lana sobre la aguja. Las manos le parecían de arcilla, y dejó que el punto le cayera en el regazo, y volvió a echarse a llorar. Una vez se echaba a llorar, no podía parar. CONTINUAR LEYENDO
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