lunes, 4 de diciembre de 2023

"LENGUAS DE PIEDRA". Un cuento de Syilvia Plath

El sencillo sol de la mañana brillaba a través de las hojas verdes de las plantas en el pequeño invernadero, creando una imagen limpia, y el dibujo de flores del sillón tapizado con cretona era naíf y rosa en la luz temprana. La chica estaba sentada en el sofá, con el cuadrado rojo irregular del punto en las manos, y se echó a llorar porque la labor estaba mal. Había agujeros, y la pequeña mujer rubia con el uniforme blanco de seda que dijo que cualquiera puede aprender a hacer punto estaba en el cuarto de costura enseñando a Debby a hacer una blusa negra con peces morados estampados.

La señora Sneider era la otra persona que había en el invernadero, donde la chica estaba sentada en el sofá con las lágrimas bajando como insectos lentos por las mejillas, cayendo húmedas e hirviendo en sus manos. La señora Sneider estaba junto a la mesa de madera, al lado de la ventana, haciendo una señora gorda de arcilla. Estaba sentada, encorvada sobre la arcilla, mirando enfadada a la chica de cuando en cuando. Por fin la chica se puso de pie, y se acercó a la señora Sneider para ver la señora hinchada de arcilla.

—Haces cosas de arcilla muy bonitas —dijo la chica.

La señora Sneider puso mala cara, y empezó a hacer pedazos a la señora, arrancándole los brazos y la cabeza, y escondiendo los trozos debajo del periódico sobre el que estaba trabajando.

—No hace falta, de verdad, ¿sabes? —dijo la chica—. Era una señora muy buena.

—Te conozco —siseó la señora Sneider, aplastando el cuerpo de la señora gorda, y volviendo a hacer con ella un pegote informe de arcilla—. Te conozco, siempre cotilleando y espiando.

—Pero si sólo quería verla —intentaba explicarse la chica cuando la mujer de seda blanca volvió, y se sentó en el sillón chirriante, pidiendo:

—Déjame ver tu labor.

—Está llena de agujeros —dijo la chica apagada—. No me acuerdo de lo que me dijiste. Mis dedos se niegan a hacerlo.

—Qué va, está perfecta —repuso la mujer, animada, poniéndose de pie para irse—. Me gustaría verte trabajar un poco más en ella.

La chica cogió el cuadrado rojo de punto, y le dio una vuelta despacio a la lana alrededor de su dedo, pinchando un punto con la resbaladiza aguja azul. Había cogido el punto, pero tenía el dedo rígido y lejos, y no quería hacer pasar la lana sobre la aguja. Las manos le parecían de arcilla, y dejó que el punto le cayera en el regazo, y volvió a echarse a llorar. Una vez se echaba a llorar, no podía parar. CONTINUAR LEYENDO

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