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jueves, 21 de agosto de 2025

"INFECTADA". Leila Guerreiro, El País.

Me gusta mi mundo sucio, contradictorio, mugriento y bajo. No lo cambio por el lugar desinfectado que, dentro de poco, será

Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, fueron retirados de los programas escolares de un condado de Virginia por quejas de una madre cuyo hijo adolescente se perturbó ya que incluían “insultos raciales y palabras ofensivas”. Sucede en Estados Unidos pero, como allí empieza todo (del nacionalismo recio al blanqueamiento dental), hacia allí vamos. Por eso quiero dejar expuesto mi pecado, del que no me arrepiento: para recordarme a mí misma, cuando los adolescentes sean almas tan sensibles que no puedan leer Platero y yo sin ir al psiquiatra, cómo era este mundo cuando podía lastimarte pero valía la pena. No me pesa, señor, ni me arrepiento de haber hojeado, siendo pequeña, libros que mis padres me pedían que no leyera porque tenían escenas de sexo o de violencia, ni de haber leído los cuentos bestiales de Horacio Quiroga donde nenitas preciosas eran degolladas por sus hermanos con deficiencias mentales, ni del chorro de entrañas de Santiago Nasar. No sé qué de todo eso me hizo lo que soy, alguien que era feliz incluso cuando creía que no lo era, que alguna vez leyó, asociada con Jack London, la frase “ningún hombre sobre mí” y la hizo su escudo. Pero no me arrepiento. De chica leí libros que me destrozaron —Los niños terribles, de Cocteau—, que me produjeron pesadillas —El país de octubre, de Bradbury—, o que no entendí —Muerte en Venecia, de Thomas Mann—. Y no estuve en el infierno pero sé cómo es porque leí El pozo y el péndulo,de Poe. Cuando este sea un mundo repleto de adolescentes hipersensibles que no puedan comer un pollo sin echarse a llorar, yo seguiré con mi presa entre los dientes, viviendo de la forma en que los libros me enseñaron a vivir. Me gusta mi mundo sucio, contradictorio, mugriento y bajo. No lo cambio por el lugar desinfectado que, dentro de poco, será.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Marta Larragueta: “La función educativa de la literatura infantil prevalece demasiado a menudo sobre su valor literario”.

“Se cumplió la profecía”. Rodeada de libros y de adultos lectores, era inevitable. Marta Larragueta es maestra de Educación Infantil y Primaria. Actualmente es profesora en la Universidad Camilo José Cela, donde realizó su tesis doctoral con la literatura infantil como protagonista. Experta en álbum ilustrado, recuerda cómo en su pasión lectora hubo un punto de inflexión con la saga de Harry Potter. “Mi padre me traía a casa cada nueva entrega. Tanto él como mi madre se sentaban a leer cuando el ritmo loco de la vida se lo permitía”.

Ha pasado el tiempo, las lecturas se han multiplicado, pero Larragueta admite que aún tiene mucho que aprender a la hora de enfrentarse a determinados libros. “Obviamente, hay lecturas que no creo haber podido acometer o disfrutar sin cierto bagaje previo. También son muchas las obras que me plantean dificultades o que necesito releer. Otras las abandono porque me hablan en un ‘idioma’ que aún no domino o ni siquiera conozco”.

Máster en Educación Internacional y Bilingüismo, la experta promueve desmitificar la relación con el libro, sin que ello suponga restarle valor a una pieza clave en el engranaje cultural y formativo. Y empieza por aplicar esta filosofía a su propia experiencia. “Dejar una obra a medias no es una derrota. Es algo que necesitamos transmitir y enseñar a los niños. Hay que saber respetar y defender el derecho a no martirizarse con un libro en aquellos momentos y espacios que se supone que deberían ser placenteros, sobre todo si tenemos en cuenta que las alternativas son casi infinitas”.

[...] La Doctora por la Universidad Camilo José Cela aboga por plantear estas ‘poslecturas’ desde otro enfoque, rico y flexible. “Podemos llegar con ellos a reflexiones muy fructíferas a través de conversaciones alejadas del análisis del contenido o de su importancia en la adquisición de valores. No debemos buscar una respuesta determinada en los niños, ya que es difícil que su interpretación se corresponda con lo que los adultos destacaríamos de una obra. Estas charlas deben ser una invitación a que exploren territorios que probablemente les enseñarán más que la moraleja preestablecida”.

[...] Es fundamental que los docentes conozcan una variedad suficiente de literatura infantil y juvenil como para tener la capacidad de seleccionar obras que recomendar a su alumnado o que llevar al aula”. A los profesores les pide además preparación para afrontar la complejidad de estas conversaciones. “La apreciación, la incertidumbre y el manejo de la ambigüedad también se entrenan. Son contextos donde el aprendizaje, entendido en su sentido amplio, no sólo curricular, puede ser tremendo”. Considera sin embargo que llevar a buen puerto estas metodologías no es una responsabilidad individual del docente, o no sólo. “Es una postura que debe desprenderse de toda la comunidad educativa, con buenos espacios y planes lectores de calidad”.

[...]“Existen numerosas publicaciones que buscan enseñar al lector a entender y regular sus emociones. El texto -entendido como un compendio de palabras, ilustraciones y formato- queda reducido a una especie de recetario o código de buena conducta”, explica. “Su valor literario es aparcado y, además, imposibilitan la reflexión. Son obras sin grises, sin opciones intermedias. No hay espacio para que el lector pueda construir su propio significado en el encuentro con el libro. No se toman en serio la subjetividad del lector”.


domingo, 10 de diciembre de 2017

Cuando los tontos mandan. Por Javier Marías.

El problema no es que haya idiotas desaforados exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles.

Lo comentaba hace unas semanas Jorge Marirrodriga en este diario: el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres “ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón, Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos”. Supongo que también se habrá exigido (hoy todo el mundo exige, aunque no esté en condiciones de hacerlo) la supresión de Heráclito, Aristóteles, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. La noticia habla por sí sola, y lo único que cabe concluir es que ese sindicato está formado por tontos de remate. Pero claro, no se trata de un caso aislado y pintoresco. Hace meses leímos –en realidad por enésima vez– que en algunas escuelas estadounidenses se pide la prohibición de clásicos como Matar a un ruiseñor y Huckleberry Finn, porque en ellos aparecen “afrentas raciales”. Dado que son dos clásicos precisamente antirracistas, es de temer que lo inadmisible es que algunos personajes sean lo contrario y utilicen la palabra “nigger”, tan impronunciable hoy que se la llama “la palabra con N”.

El problema no es que haya idiotas gritones y desaforados en todas partes, exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles. Un comité debía deliberar acerca de esos dos libros (luego aún no estaban desterrados), pero esa deliberación ya es bastante sintomática y grave. También se analizan quejas contra el Diario de Ana Frank, Romeo y Julieta (será porque los protagonistas son menores) y hasta la Biblia, a la que se objeta “su punto de vista religioso”. Siendo el libro religioso por antonomasia, no sé qué pretenden los quejicas. ¿Que no lo tenga? CONTINUAR LEYENDO
Fuente: elpaissemanal.elpais.com