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sábado, 12 de marzo de 2022

"MI AMOR SIN VUELO". Un cuento (2010) de Francesca Gargallo.

¿Globalización?, gritaba como si la sola palabra pudiera convertirse en pregunta. ¿Globalización?, ¿Qué demonios quiere decir que en la globalización cierran los vuelos por una gripe?

La funcionaria de la línea aérea, con un traje sastre apretado de color rojo y camisa blanca de rayas azules, lo miró sin dirigirle la palabra. Sólo era asunto suyo informar que los vuelos se suspendían debido a una epidemia de gripe; los pasajeros despotricarían, hablarían de derechos, las madres llorarían diciendo que sus hijos las esperaban, los hombres de negocios le dirían que si no consideraba los riesgos a los que exponía a cientos de trabajadores por el retraso en los pagos que estaba provocando su compañía. La funcionaria lo sabía. Le pasaba cuando los huracanes, los terremotos, los golpes de estado o simplemente el mal tiempo la sacaban de su oficina en el tercer piso del aeropuerto y la obligaban a bajar al mostrador para enfrentarse a una humanidad que acababa de gozar de sus vacaciones y ahora exigía volver a sus rutinas, y lo hacía amparada en sus derechos. A veces le tocaba pagar comidas y hoteles; cuando podía, sin embargo, gozaba en reenviar señoras con maletas pesadísimas, jovencitas nerviosas o migrantes asustados al vuelo de mañana, a la misma hora, sin más.

¿De qué aldea global están hablando si se me puede encerrar en un país y no dejarme volver a casa?, seguía gritando el hombre. Un médico, un señor elegante, desencajado, incapaz de controlarse. Su hija se había caído de la escalera y tras rodar por dieciocho peldaños se había fracturado el fémur y ahora corría el riesgo de que un coágulo pudiera formarse y correr hacia su corazón de niña grande, o hacia su cerebro de pintora de mundos azules. Él necesitaba estar con ella, era su padre, era su médico.

La funcionaria le dijo que eran disposiciones oficiales, que las autoridades sanitarias de los países de Europa y América del Sur habían dispuesto cerrar las fronteras para evitar la propagación de un virus mutante, un N1H1 particularmente agresivo. Su traje sastre rojo acompañaba sus gestos pausados, de trabajadora de aparador. Qué fastidio que la gente tuviera sentimientos, parecía decir su hombro derecho que no se atrevía a levantarse porque sería descortés, pero demostraba el total desapego de la mujer del hambre, de la angustia, del enamoramiento que esperaba volver a su objeto de pasión, del rostro del hombre que seguía razonando acerca de qué globalización es la que detiene a las personas sin permitirle volver a su vida, la propia, no la del trabajo.

El hombre era alto, de bellas facciones, podría decirse que atractivo. Pero qué necedad: si no se puede, no se puede, se movió el hombro derecho de la funcionaria al interior del traje sastre rojo. Su hombro hablaba lo que su boca no podía decir. Y podía ser muy desagradable, vulgarmente burocrático. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 18 de marzo de 2021

El abrazo, un cuento de Margarita Schultz

Su amiga Rosaura le acababa de decir por teléfono que era mejor no salir. Porque era peligroso.

–No se sabe qué puede pasar si alguno de esos seres vestidos como astronautas y con cascos en la cabeza te para en la calle para pedirte el salvoconducto. No salgas mejor, mira que está por llover fuerte, ¡no olvides el paraguas! ¿tienes el salvoconducto a mano? ¡fíjate bien, fíjate si está en tu bolso!

Malena sabía cómo era Rosaura, siempre temerosa, siempre esperando que pasara algo ingrato.

Se decía que esos seres circulaban por la ciudad en unas motos de ruedas grandes como las de cross. Por eso podían subir a las veredas con toda facilidad para detener a alguien. Malena no los había visto de cerca aún. Ellos iban en persecución de los ‘abracistas’, que crecían en número, sobre todo entre los jóvenes. Abrazarse en la calle era para la juventud un deporte nocturno, desafiante… una provocación a la autoridad. Más que por ser negligentes con los contagios posibles, reaccionaban así contra las prohibiciones y persecuciones.

Malena iba con sus zapatillas trajinadas, cómodas, cerca del cordón de la vereda para no caminar junto a las persianas cerradas de las tiendas, parte ahora del paisaje urbano. Ya casi le resultaba natural ver las tiendas así, muchas de ellas hermanadas en el color de la herrumbre. También era habitual ver allí los anuncios de ventas por internet; daban un número de contacto para la compra. Parecía menos dramático cada vez, el desierto humano en las calles… sobre todo los domingos.

Ese casi natural, la hacía sentirse mal consigo misma.

–… no me voy a acostumbrar, ni voy a sentir que eso es normal ¡porque no lo es! –se decía con rabia mientras avanzaba luchando entre el dolor del enojo y el alivio de la costumbre.

El cielo tenía un color gris homogéneo, desagradable, pero por el sur comenzaban a avanzar unas nubes más oscuras que matizaban el color.

Por la calle que cortaba la Avenida cruzó una de esas motos. Alcanzó a percibir al personaje cubierto con uniforme blanco y casco… Malena sintió un sobresalto.

–¡Ese! ¡ese era uno de los persecutores!–

Ahora su caminata se cargó de inquietud… decidió volver a casa.

Cada dos o tres días Malena necesitaba salir de entre las cuatro paredes de su departamento. Recorría entonces los alrededores a veces con un motivo, comprar manzanas por ejemplo, otras, sin motivo alguno, solo por andar y ver calles, árboles, algún ser humano…CONTINUAR LEYENDO