Su amiga Rosaura le acababa de decir por teléfono que era mejor no salir. Porque era peligroso.
–No se sabe qué puede pasar si alguno de esos seres vestidos como astronautas y con cascos en la cabeza te para en la calle para pedirte el salvoconducto. No salgas mejor, mira que está por llover fuerte, ¡no olvides el paraguas! ¿tienes el salvoconducto a mano? ¡fíjate bien, fíjate si está en tu bolso!
Malena sabía cómo era Rosaura, siempre temerosa, siempre esperando que pasara algo ingrato.
Se decía que esos seres circulaban por la ciudad en unas motos de ruedas grandes como las de cross. Por eso podían subir a las veredas con toda facilidad para detener a alguien. Malena no los había visto de cerca aún. Ellos iban en persecución de los ‘abracistas’, que crecían en número, sobre todo entre los jóvenes. Abrazarse en la calle era para la juventud un deporte nocturno, desafiante… una provocación a la autoridad. Más que por ser negligentes con los contagios posibles, reaccionaban así contra las prohibiciones y persecuciones.
Malena iba con sus zapatillas trajinadas, cómodas, cerca del cordón de la vereda para no caminar junto a las persianas cerradas de las tiendas, parte ahora del paisaje urbano. Ya casi le resultaba natural ver las tiendas así, muchas de ellas hermanadas en el color de la herrumbre. También era habitual ver allí los anuncios de ventas por internet; daban un número de contacto para la compra. Parecía menos dramático cada vez, el desierto humano en las calles… sobre todo los domingos.
Ese casi natural, la hacía sentirse mal consigo misma.
–… no me voy a acostumbrar, ni voy a sentir que eso es normal ¡porque no lo es! –se decía con rabia mientras avanzaba luchando entre el dolor del enojo y el alivio de la costumbre.
El cielo tenía un color gris homogéneo, desagradable, pero por el sur comenzaban a avanzar unas nubes más oscuras que matizaban el color.
Por la calle que cortaba la Avenida cruzó una de esas motos. Alcanzó a percibir al personaje cubierto con uniforme blanco y casco… Malena sintió un sobresalto.
–¡Ese! ¡ese era uno de los persecutores!–
Ahora su caminata se cargó de inquietud… decidió volver a casa.
Cada dos o tres días Malena necesitaba salir de entre las cuatro paredes de su departamento. Recorría entonces los alrededores a veces con un motivo, comprar manzanas por ejemplo, otras, sin motivo alguno, solo por andar y ver calles, árboles, algún ser humano…CONTINUAR LEYENDO
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