miércoles, 9 de diciembre de 2020

Traficantes de tiempo. un artículo de Irene Vallejo, autora de "El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo", publicado en El País el 6/XII/2020-

Aplicaciones y redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es otro: nuestro tiempo

Igual que tú, el niño siente la impaciencia del deseo —lo quiero ya—, pero no puede comprender la razón de la prisa. Para qué sirve la rapidez, cuando el placer consiste en entretenerse, remolonear y ser lentos. Qué inexplicables le parecen vuestras bruscas urgencias, los espabila, los venga vamos, los así no llegaremos nunca. Experto en demoras, se recrea en cada juego, en el peldaño de cada escalera, en cada excursión, como una historia interminable. Tu hijo intuye que el amor exige prodigalidad temporal. Si quieres a alguien, le das tu sosiego, tu desaceleración, tu olvido de los relojes.

Sin embargo, tu pequeño sibarita tiene serios competidores: cada instante, los dispositivos digitales y sus voraces pantallas batallan por secuestrar nuestras horas. Los gigantes tecnológicos codician miradas absortas para subastarlas en un frenético mercado de la atención. Las aplicaciones y las redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es en realidad otro: nuestro tiempo. Hechizados por imágenes palpitantes y estímulos adictivos, regalamos información sobre nuestros gustos, movimientos, opiniones, miserias y sueños. Cuanto más, mejor: alimentamos bancos de minutos y bases de datos que las empresas venderán al mejor postor y que retornarán en forma de publicidad y propaganda personalizadas. Somos nosotros quienes estamos en venta.

En los años setenta, antes de la expansión de Internet y los primeros móviles, un autor de literatura infantil, Michael Ende, escribió una fábula visionaria sobre el saqueo de nuestro tesoro temporal. Los habitantes de una gran ciudad empiezan a recibir la visita de unos misteriosos hombres vestidos de gris, agentes de la Caja de Ahorros del Tiempo. Estos persuasivos recién llegados prometen suculentos intereses a la gente que deposite en su banco las horas ahorradas cada día: en lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente; reduzca el contacto cotidiano con su anciana madre a unas breves palabras; mejor aún, alójela en un buen asilo, pero barato, donde cuidarán de ella; no pierda ni una fracción de sus preciosos días en cantar, leer o en compañía de sus amigos. Los traficantes de tiempo van conquistando calladamente la sociedad, sin ninguna resistencia. La ansiedad, la urgencia y una prisa obsesiva se apoderan de la gente, que sigue ciegamente los consejos de los trajeados hombres grises tomándolos por decisiones propias. “Un negocio difícil, sangrarles el tiempo a los hombres, segundo a segundo. Nosotros nos lo quedamos, lo necesitamos, lo ansiamos. No sabéis lo que significa vuestro tiempo. Pero nosotros lo sabemos y os lo chupamos hasta la piel. Y necesitamos más, cada vez más”. Solo Momo, una niña huérfana que vive entre las ruinas de un anfiteatro romano, y la mágica tortuga Casiopea consiguen desenmascarar y derrotar a los grises banqueros que aspiran el humo de instantes usurpados.

Frente a nuestro empeño en digitalizar la educación, los gurús informáticos de Silicon Valley están criando a sus hijos sin pantallas. En los carísimos colegios privados de la meca tecnológica, los niños hacen sus cuentas con lápiz, cuartillas y arcaicas pizarras provistas de tizas de colores. Algo huele a podrido en California, cuando los propios cocineros prohíben a su familia saborear el mismo plato que nos ofrecen.

En la mitología clásica existió una divinidad llamada Momo, como la niña de Ende. La legendaria Momo encarnaba la burla irreverente hacia todos, incluso contra los habitantes del Olimpo: opinaba con ironía que la creación de los seres humanos estaba sobrevalorada. A su juicio, los dioses deberían haber previsto una pequeña puerta en el pecho que permitiera vigilar nuestras verdaderas ideas y sentimientos sinceros. No imaginaba que, algunos milenios más tarde, regalaríamos con ligereza datos vitales sobre nuestra salud, nuestras ideas políticas y nuestros secretos, auténticas semillas de control. Hoy, esa portezuela que soñó Momo existe, y ciertas empresas la abren para hurtarnos el tiempo y la intimidad con la ganzúa de nuestras horas cautivas.

martes, 8 de diciembre de 2020

"GRACIAS, VIENTRE LEAL". Un cuento de Mario Benedetti.

El compromiso social o político en sistemas dictatoriales genera un riesgo que, de una u otra forma se traslada al ámbito afectivo más cercano: la familia, la pareja, los hijos e hijas... En este cuento, Benedetti se centra de una manera muy poética en la relación de una pareja que vive esa situación.

Gracias, viente leal
Mario Bendetti

"A nadie", le había dicho el Colorado, "a nadie, ni siquiera a tu mujer. ¿Estamos?" Y él había contestado: "Estamos". "Ni el menor indicio, ¿eh? Bastante caro hemos pagado ya esos y otros liberalismos. Y la acción de mañana es particularmente riesgosa. Aun extremando las medidas de seguridad, vos y Alfredo van a correr mucho peligro. Eso lo sabés, ¿verdad?" "Está bien, está bien", había dicho él. El Colorado había resoplado antes de concretar: "Bueno, a las siete te recogerá Alfredo en Durazno y Convención". 

Ahora Marta le servía lo que ella denominaba "costillitas de cerdo a la riojana, versión libre". Siempre, para bromear, le ponía un papelito sobre el plato con el menú del día. Ñoquis a la romana. Escalope a la viena. Crême parmentière. Y así por el estilo. Esto de "a la riojana" le había quedado de cierta vez que fueron a Buenos Aires y a él le había gustado aquella combinación. Era la época en que todavía podían ir de compras cada tres meses, y de paso veían cine, teatro, exposiciones. A ellos, que en Montevideo vivían rodeados de padres, suegros, tíos, primos, sobrinos, aquellas escapadas les servían como una puesta al día de su mejor intimidad. Se sentían más unidos, más pareja, caminando del brazo por Corrientes que en su propia casa donde había ojos en todos los rincones y en todos los retratos. Pero hacía tiempo que esas "lunas de miel" se habían acabado. Ahora había que hacer milagros con la plata. CONTINUAR LEYENDO EL CUENTO

lunes, 7 de diciembre de 2020

"Canción", un poema de la poeta brasileña Cecília Meireles (1901-1964).


Puse mi sueño en un navío
y el navío sobre el mar,
-después, abrí el mar con las manos,
para hacerlo naufragar.

Mis manos aún siguen mojadas
del azul de las olas entreabiertas,
y el color que escurre de mis dedos
colorea las arenas desiertas.

De lejos viene el viento,
y la noche se curva de frío,
bajo el agua va muriendo
mi sueño, dentro de un navío…

Lloraré todo lo que sea necesario
para hacer que la mar crezca,
y mi navío llegue al fondo,
y mi sueño desaparezca.

Después, todo será perfecto;
playa lisa, aguas calmas,
mis ojos secos como piedras
y mis dos manos quebradas.



domingo, 6 de diciembre de 2020

"ALIENACIÓN", un cuento del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro

A pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia. La vida se encargó de enseñarle que si quería triunfar en una ciudad colonial más valía saltar las etapas intermediarias y ser antes que un blanquito de acá un gringo de allá. Toda su tarea en los años que lo conocí consistió en deslopizarse y deszambarse lo más pronto posible y en americanizarse antes de que le cayera el huaico y lo convirtiera para siempre, digamos, en un portero de banco o en un chofer de colectivo. Tuvo que empezar por matar al peruano que había en él y por coger algo de cada gringo que conoció. Con el botín se compuso una nueva persona, un ser hecho de retazos, que no era ni zambo ni gringo, el resultado de un cruce contra natura, algo que su vehemencia hizo derivar, para su desgracia, de sueño rosado a pesadilla infernal.

Pero no anticipemos. Precisemos que se llamaba Roberto, que años después se le conoció por Boby, pero que en los últimos documentos oficiales figura con el nombre de Bob. En su ascensión vertiginosa hacia la nada fue perdiendo en cada etapa una sílaba de su nombre. Todo empezó la tarde en que un grupo de blanquiñosos jugábamos con una pelota en la plaza Bolognesi. Era la época de las vacaciones escolares y los muchachos que vivíamos en los chalets vecinos, hombres y mujeres, nos reuníamos allí para hacer algo con esas interminables tardes de verano.

Roberto iba también a la plaza, a pesar de estudiar en un colegio fiscal y de no vivir en chalet sino en el último callejón que quedaba en el barrio. Iba a ver jugar a las muchachas y a ser saludado por algún blanquito que lo había visto crecer en esas calles y sabía que era hijo de la lavandera. Pero en realidad, como todos nosotros, iba para ver a Queca. Todos estábamos enamorados de Queca, que ya llevaba dos años siendo elegida reina en las representaciones de fin de curso. Queca no estudiaba con las monjas alemanas del Santa Úrsula, ni con las norteamericanas del Villa María, sino con las españolas de la Reparación, pero eso nos tenía sin cuidado, así como que su padre fuera un empleadito que iba a trabajar en ómnibus o que su casa tuviera un solo piso y geranios en lugar de rosas. Lo que contaba entonces era su tez capulí, sus ojos verdes, su melena castaña, su manera de correr, de reír, de saltar y sus invencibles piernas, siempre descubiertas y doradas y que con el tiempo serían legendarias.

Roberto iba solo a verla jugar, pues ni los mozos que venían de otros barrios de Miraflores y más tarde de San Isidro y de Barranco lograban atraer su atención. Peluca Rodríguez se lanzó una vez de la rama más alta de un ficus, Lucas de Tramontana vino en una reluciente moto que tenía ocho faros, el chancho Gómez le rompió la nariz a un heladero que se atrevió a silbarnos, Armando Wolff estrenó varios ternos de lanilla y hasta se puso corbata de mariposa. Pero no obtuvieron el menor favor de Queca. Queca no le hacía caso a nadie, le gustaba conversar con todos, correr, brincar, reír, jugar al vóleibol y dejar al anochecer a esa banda de adolescentes sumidos en profundas tristezas sexuales que solo la mano caritativa, entre las sábanas blancas, consolaba. Fue una fatídica bola la que alguien arrojó esa tarde y que Queca no llegó a alcanzar y que rodó hacia la banca donde Roberto, solitario, observaba. ¡Era la ocasión que esperaba desde hacía tanto tiempo! De un salto aterrizó en el césped, gateó entre los macizos de flores, saltó el seto de granadilla, metió los pies en una acequia y atrapó la pelota que estaba a punto de terminar en las ruedas de un auto. Pero cuando se la alcanzaba, Queca, que estiraba ya las manos, pareció cambiar de lente, observar algo que nunca había mirado, un ser retaco, oscuro, bembudo y de pelo ensortijado, algo que tampoco le era desconocido, que había tal vez visto como veía todos los días las bancas o los ficus, y entonces se apartó aterrorizada. Roberto no olvidó nunca la frase que pronunció Queca al alejarse a la carrera: «Yo no juego con zambos». Estas cinco palabras decidieron su vida. Todo hombre que sufre se vuelve observador y Roberto siguió yendo a la plaza en los años siguientes, pero su mirada había perdido toda inocencia. Ya no era el reflejo del mundo sino el órgano vigilante que cala, elige, califica. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 3 de diciembre de 2020

«A corta distancia», un poema de Dulce Chacón.

Levantaron altísimas paredes
─con dudosa intención─
y el tiempo quedó fuera.
Edificaron el abismo hacia lo alto
─esto hicieron por mí─.
¿Cómo no sentir vértigo
si me hablas del mar?
Deja a mis ojos
que se duelan
de ver de cerca el muro
tapar la tarde.

Que nadie crea, mi amor,
que repito tu nombre en voz alta
para compartirlo.
Lo digo para ti,
para que veas
dos veces
mi boca.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Un buen bisteck, un cuento de Jack London

Tom King rebañó el plato con el último trozo de pan para recoger la última partícula de gachas, y masticó aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levantó de la mesa, le embargaba una inconfundible sensación de hambre. Él era el único que había cenado. Los dos niños estaban acostados en la habitación contigua. Los habían llevado a la cama antes que otros días para que el sueño no les dejara pensar en que se habían ido a dormir sin probar bocado.

La esposa de Tom King no había cenado tampoco. Se había sentado frente a él y lo observaba en silencio, con mirada solícita. Era una mujer de clase humilde, flaca y agotada por el trabajo, pero cuyas facciones conservaban restos de una antigua belleza. La vecina del piso de enfrente le había prestado la harina para las gachas. Los dos medio peniques que le quedaban los había invertido en pan.

Tom King se sentó junto a la ventana, en una silla desvencijada que crujió al recibir su peso. Con un movimiento maquinal, se llevó la pipa a la boca e introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Al no encontrar tabaco, se dio cuenta de su distracción y, lanzando un gruñido de contrariedad, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos y premiosos, como si el extraordinario volumen de sus músculos le abrumara. Era un hombre macizo, de rostro impasible y aspecto nada simpático. Llevaba un traje viejo y lleno de arrugas, y sus destrozados zapatos eran demasiado endebles para soportar el peso de las gruesas suelas que les había puesto él mismo hacía ya bastante tiempo. Su camisa de algodón (un modelo de no más de dos chelines) tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura que no se quitaban con nada.

Bastaba verle la cara a Tom King para comprender cuál era su profesión. Aquel rostro era el típico del boxeador, del hombre que ha pasado muchos años en el cuadrilátero y que, a causa de ello, ha desarrollado y subrayado en sus facciones los rasgos característicos del animal de lucha. Era una fisonomía que intimidaba, y para que ninguno de aquellos rasgos pasara inadvertido iba perfectamente rasurado. Sus labios informes, de expresión extremadamente dura, daban la impresión de una cuchillada que atravesara su rostro. Su mandíbula inferior era maciza, agresiva, brutal. Sus ojos, de perezosos movimientos y dotados de gruesos párpados, apenas tenían expresión bajo sus tupidas y aplastadas cejas. Estos ojos, lo más bestial de su semblante, realzaban el aspecto de brutalidad del conjunto. Parecían los ojos soñolientos de un león o de cualquier otro animal de presa. La frente hundida y angosta lindaba con un cabello que, cortado al cero, mostraba todas las protuberancias de aquella cabeza monstruosa. Una nariz rota por dos partes y aplastada a fuerza de golpes, y una oreja deforme, que había crecido hasta adquirir el doble de su tamaño y que hacía pensar en una coliflor, completaban el cuadro. Y en cuanto a su barba, aunque recién afeitada, apuntaba bajo la piel, dando a su tez un tono azulado negruzco. CONTINUAR LEYENDO

martes, 1 de diciembre de 2020

Alfabetización de niños y adultos. Textos escogidos. Emilia Ferreiro (CREFAL. México, 2007)


“Los objetivos pedagógicos más básicos siguen espe­rando su realización. Recordemos que la UNESCO definió esta década como la "década de la alfabetización", porgue los objetivos de educación para todos están lejos de haberse cumplido. La profunda desigualdad que caracteriza a la relación entre países (Y dentro de cada país) atenta contra el cumpli­miento de objetivos educativos que suponen igualdad de derechos y oportunidades. ¿Cómo alfabetizar en un mundo profundamente desigual, donde el incremento de la concentra­ción de la riqueza en pocas familias y pocas empresas es tan escandaloso como el número de niños que nacen con una esperanza de vida menor a cinco años y con el aumento del número de adultos que sobreviven con menos de un dólar diario?

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CONTENIDO

Al lector ............................................................................................................................. 9 

Nota introductoria ........................................................................................................................... 11

Breves comentarios sobre la trayectoria académica de Emilia Ferreiro ................................. 13 

PARTE I

Los adultos no alfabetizados y sus conceptualizaciones del sistema de escritura ................ 19

La escritura antes de la letra. La evolución de las conceptualizaciones de la escritura....................... 209

PARTE II

Alfabetización digital. ¿De qué estamos hablando? .......................................................... 259 

La revolución informática y los procesos de lectura y escritura ..................................... 279

Nuevas tecnologías y escritura .............................................................................................. 289

El mundo digital y el anuncio del fin del espacio institucional escolar .......................... 299

La formación docente en tiempos de incertidumbre ...................................................... 307

PARTE III

Apuntes sobre alfabetización, oralidad y escritura ......................... : .................................. 319

Alternativas a la comprensión del analfabetismo en la región ........................................ 325

El Proyecto Principal de Educación y la alfabetización de niños: un análisis cualitativo ................. 345

Comentarios sobre la noción de "necesidades básicas de aprendizaje" ....................... 377

El bilingüismo: una visión positiva ....................................................................................... 385

PARTE IV

La adquisición de los objetos culmmles: el caso particular de la lengua escrita ............................ 399

Aplicar, replicar, recrear. Acerca de las dificultades inherentes a la incorporación de nuevos objetos al cuerpo teórico de la teoría de Piaget .............. ..... ...... ... ... ..... 411

BIBLIOGRAFÍA GENERAL ........................................................................................................ 421