lunes, 6 de mayo de 2024

"EL ARDOR DE LA SANGRE". Una novela de Irene Nemirovsky


Todo ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde, aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí, emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación.

Esta región del centro de Francia es tan agreste como rica. La gente vive metida en casa, encerrada en su propiedad, desconfía del vecino, recoge su trigo, cuenta su dinero y no se ocupa de nada más. Ni palacios ni visitas. Aquí reina una burguesía todavía muy cercana al pueblo, del que apenas ha salido, de sangre espesa y aficionada a todo lo que ofrece la tierra.

domingo, 5 de mayo de 2024

"POEMA DE FRANCISCA AGUIRRE PARA SU MADRE"

No tuve nada, y sin embargo, de algún modo,
comprendo que lo tuve todo.
No teníamos nada, nada, salvo el miedo, el dolor,
el estupor que produce la muerte.
Cuando mataron a mi padre, nos quedamos en esa zona
de vacío que va de la vida a la muerte,
dentro de esa burbuja última que lanzan los ahogados,
como si todo el aire del mundo se hubiese agotado de pronto.
Ahí nos quedamos, como peces en una pecera sin agua,
como los atónitos visitantes de un planeta vacío.
Nada teníamos, aunque también es cierto que ya nada queríamos.
Recuerdo bien que a mi hermana Susi y a mí
nos dieron la noticia en el cuarto de aseo de aquel colegio
para hijas de presos políticos.
Había un espejo enorme y yo vi la palabra muerte
crecer dentro de aquel espejo hasta salir de él y alojarse
en los ojos de mi hermana
como un vapor letal y pestilente.
Y nada más tuvimos durante mucho tiempo,
pero mamá tuvo menos que nadie,
mamá quedó como un espejo sin azogue,
lo perdió todo, salvo un hilo delgado que la unía a nosotras.
Y por aquel inconcebible puente, como tres hormiguitas,
íbamos y veníamos a su estatua de vidrio
restituyéndole el azogue.
Volvió a nosotras desde el país del hielo.
Y volvió tan absolutamente
que gracias a ella, nosotras,
que nada teníamos, lo tuvimos todo.
Mamá fue nuestro Espasa,
nuestro guerrero del antifaz,
El País de las Hadas,
la abundancia dentro de la miseria,
nuestro mejor amigo,
la que hizo posible que papá no muriera,
la que lo fue resucitando en cada uno de sus cuadros.
Mamá fue quien nos dijo que mi padre admiraba a los griegos,
que adoraba los libros,
que no podía vivir sin la música,
y que fue amigo de Unamuno.
Cierto que no tuvimos nada,
que muchas veces nos faltaba todo.
Pero, aunque algunos días no comimos,
tuvimos una radio para oír a Beethoven.
Y un día de Reyes de mil novecientos cuarenta y cuatro
mamá y los tíos fueron al Rastro:
nos compraron tres libros.
Dios sabe cuántas veces habré leído esos libros.
Mamá nos trajo El último mohicano
y de la mano de ese indio solitario
entramos en el mundo de lo maravilloso
y lo tuvimos todo para siempre.
Y ya nadie podrá quitárnoslo.

"ANTE LA LEY". Un cuento de Franz Kafka.

Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.

—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.

Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:

—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.

El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:

—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.

Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.

El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.

—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.

—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?

El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.

—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti.

FIN

sábado, 4 de mayo de 2024

INFOGRAFÍAS LITERARIAS: GABRIELA MISTRAL

 


"UNA VEZ" Y "TODO ES MUY SIMPLE". Dos pomeas de Idea Vilariño

UNA VEZ

Soy mi padre y mi madre
soy mis hijos
y soy el mundo
soy la vida
y no soy nada
nadie
un pedazo animado
una visita
que no estuvo
que no estará después.
Estoy estando ahora
casi no sé más nada
como una vez estaban
otras cosas que fueron
como un cielo lejano
un mes
una semana
un día de verano
que otros días del mundo
disiparon.

 
TODO ES MUY SIMPLE

Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo
o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.

viernes, 3 de mayo de 2024

"SOY MILENA DE PRAGA". Un libro de Monika Zgustova


Esta es la historia de Milena Jesenská, a quien muchos conocen como la amiga de Kafka. Y sí, los meses de relación amorosa e intelectual con Franz Kafka marcaron la vida de ambos. Nada fue igual para Milena, se transformó. Ganó en confianza en sí misma, en su escritura, en su postura política de defensa del feminismo y de la democracia, y en su osada oposición al régimen de Adolf Hitler. Pero Milena fue mucho más que una de las amigas más importantes de Franz Kafka. Fue también madre, periodista, traductora, escritora, parte de la élite intelectual que se reunía en los cafés de Viena, junto a Musil, Karl Kraus, Werfel o Hermann Broch, miembro de la resistencia cuando las tropas nazis invadieron su país, Checoslovaquia. Milena se rebeló contra el orden tradicional que quiso imponerle su padre, contra lo que su marido le exigía en su matrimonio, contra el papel secundario que se asignaba a las mujeres en las redacciones de los periódicos y en el mundo laboral. Y fue generosa amante de hombres y mujeres en rebeldía contra los límites impuestos al amor. A partir de los escritos, artículos y cartas que se han conservado de Milena y de los testimonios de quienes la conocieron, Monika Zgustova reconstruye la vida de esa mujer valiente y fascinante que fue Milena Jesenská. Y erige un homenaje a las mujeres que, en los turbulentos y trágicos años de la década de los veinte y los treinta del siglo xx, dedicaron su vida a luchar por la dignidad de la mujer y de las víctimas de la injusticia.

jueves, 2 de mayo de 2024

"EMPIEZA DULCE MUNDO". Un cuento de Pilar Adón publicado en El País el 29 AGO 2023

SERGIO GARCÍA SÁNCHEZ

 Huye. Es una fugitiva. Cruza un desierto árido como una pesadilla. No sabe adónde va. No ha dicho adiós ni pedido perdón. Sus padres ya arrastraban una maldición. Está sola, con su maleta.

Lo supo desde muy joven, que debía estar a sus cosas. Descubrir qué le interesaba, qué inquietudes eran las suyas, analizarlas y aceptar que resultaban tan lícitas e importantes como las de cualquier otro mortal. Pero semejante conocimiento la había arrastrado al desierto, expulsada de su zona, la única que había conocido hasta entonces, y ahora avanzaba por un paisaje tan monótono y hostil que debía centrar toda su atención en lo que veía y no en lo que creía ver, en lo que oía y no en lo que creía oír.

Pronto se detendría para descansar, pero hasta entonces debía seguir andando, a buen paso a pesar de lo que le pesaba la maleta y de lo complicado del terreno, alejándose del que había sido su hogar. “Lo que tengo que hacer es no perder la línea recta”, se dijo. Y sintió aún más el rigor del sol en los labios y el tormento que le producían los guijarros del camino entre los dedos de los pies porque el cuero crudo de las albarcas no le servía de mucho. No se había llevado un sombrero ni tampoco un pañuelo con el que cubrirse la boca y aliviar así no sólo la sequedad sino también los embates del viento y, cuando no se trataba del viento, los ataques de las moscas. Sabía lo que era el odio, y en ese momento la naturaleza la odiaba a ella.

Ni siquiera había acariciado a los perros. No se había despedido de sus padres. Y se preguntaba ahora, mientras seguía escuchándose a sí misma, con la respiración desigual, el pulso en las sienes, si podría haberse quedado con ellos, sentados todavía en el banco de piedra adherido a la pared principal de la casa, y contarles lo que había hecho al tanto de que iban a escucharla e iban a tratar de entenderla. Haberse aferrado a sus consejos en lugar de ponerse a vagar errante y perdida por la tierra, ocultándose, huyendo de una culpa que era demasiado grande.

Pegó un nuevo tirón de la maleta y se quedó mirándola con la idea de deshacerse de ella, sabiendo que no iba a hacerlo. Elevó la cabeza al cielo:

—¿Por qué me haces esto? —susurró.

Y esperó una respuesta de quien la observaba desde arriba y le apoyaba un gran dedo índice en la cabeza para señalarla, aplastarla y hundirla en el suelo. “Y tú, ¿qué has hecho?”, le preguntó. Mientras ella se preguntaba lo mismo. “Y yo, ¿qué he hecho?”. CONTINUAR LEYENDO