jueves, 2 de mayo de 2024

"EMPIEZA DULCE MUNDO". Un cuento de Pilar Adón publicado en El País el 29 AGO 2023

SERGIO GARCÍA SÁNCHEZ

 Huye. Es una fugitiva. Cruza un desierto árido como una pesadilla. No sabe adónde va. No ha dicho adiós ni pedido perdón. Sus padres ya arrastraban una maldición. Está sola, con su maleta.

Lo supo desde muy joven, que debía estar a sus cosas. Descubrir qué le interesaba, qué inquietudes eran las suyas, analizarlas y aceptar que resultaban tan lícitas e importantes como las de cualquier otro mortal. Pero semejante conocimiento la había arrastrado al desierto, expulsada de su zona, la única que había conocido hasta entonces, y ahora avanzaba por un paisaje tan monótono y hostil que debía centrar toda su atención en lo que veía y no en lo que creía ver, en lo que oía y no en lo que creía oír.

Pronto se detendría para descansar, pero hasta entonces debía seguir andando, a buen paso a pesar de lo que le pesaba la maleta y de lo complicado del terreno, alejándose del que había sido su hogar. “Lo que tengo que hacer es no perder la línea recta”, se dijo. Y sintió aún más el rigor del sol en los labios y el tormento que le producían los guijarros del camino entre los dedos de los pies porque el cuero crudo de las albarcas no le servía de mucho. No se había llevado un sombrero ni tampoco un pañuelo con el que cubrirse la boca y aliviar así no sólo la sequedad sino también los embates del viento y, cuando no se trataba del viento, los ataques de las moscas. Sabía lo que era el odio, y en ese momento la naturaleza la odiaba a ella.

Ni siquiera había acariciado a los perros. No se había despedido de sus padres. Y se preguntaba ahora, mientras seguía escuchándose a sí misma, con la respiración desigual, el pulso en las sienes, si podría haberse quedado con ellos, sentados todavía en el banco de piedra adherido a la pared principal de la casa, y contarles lo que había hecho al tanto de que iban a escucharla e iban a tratar de entenderla. Haberse aferrado a sus consejos en lugar de ponerse a vagar errante y perdida por la tierra, ocultándose, huyendo de una culpa que era demasiado grande.

Pegó un nuevo tirón de la maleta y se quedó mirándola con la idea de deshacerse de ella, sabiendo que no iba a hacerlo. Elevó la cabeza al cielo:

—¿Por qué me haces esto? —susurró.

Y esperó una respuesta de quien la observaba desde arriba y le apoyaba un gran dedo índice en la cabeza para señalarla, aplastarla y hundirla en el suelo. “Y tú, ¿qué has hecho?”, le preguntó. Mientras ella se preguntaba lo mismo. “Y yo, ¿qué he hecho?”. CONTINUAR LEYENDO

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