Un cuento sorprendente, como casi todo en Julio Cortázar. ¿Qué hacer cuando los deudos del fallecido no sienten el deceso con sinceridad? ¿Se pueden establecer "comandos veladores"para desenmascarar la hipocresía? ¿Habrá alguna familia que se dedique a eso? El autor nos da noticia de esto de una forma tragicómica.
"No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente." LEER MÁS
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