AQUELLA TARDE de domingo estábamos sentados con la muchacha sueca en el gran café de Valencia. Tomábamos vermú en gruesas copas, y en cada una de ellas había un cubito de hielo grisáceo lleno de agujeros. El camarero se sentía tan orgulloso de aquel hielo que apenas soportaba dejar las copas sobre la mesa y separarse de él para siempre. Siguió con sus tareas -por toda la sala la gente daba palmas y silbaba para llamar su atención-, pero se volvió a mirar por encima del hombro.
Fuera estaba oscuro, la oscuridad veloz y nueva que de un salto y sin sombras se impone al día, pero como en las calles no había luces, parecía tan profunda y antigua como la medianoche. Por eso te asombrabas de que todos los críos siguieran levantados. En el café había críos por todas partes, críos serios sin solemnidad, que observaban el ambiente que los rodeaba con tolerante interés.
En la mesa contigua a la nuestra había uno notablemente pequeño; tendría quizá seis meses. Su padre, un hombrecito con un uniforme grande que lo hacía caído de hombros, lo sostenía con cuidado sobre las rodillas. El crío no hacía nada; sin embargo, el padre y su joven y delgada mujer, cuyo vientre volvía a estar hinchado bajo el vestido raído, lo contemplaban sumidos en una especie de éxtasis de admiración, mientras en la mesa se les enfriaba el café. El crío iba endomingado, todo de blanco; sus ropitas llevaban remiendos tan delicados que la tela hubiera pasado por entera si la blancura de los zurcidos no hubiera variado de tono. Lucía en el pelo un lazo azul de cinta nueva, atado con absoluto equilibrio entre las lazadas y los extremos. La cinta de nada servía; no había pelo suficiente que precisara sujeción. El lazo era un mero adorno, un toque de gracia calculada. CONTINUAR LEYENDO
DOROTHY PARKER (1893-1967), poeta, narradora y guionista estadounidense. Durante la década de 1930, la autora, de tendencia izquierdista, desarrolló una intensa actividad política ayudando a fundar la Anti-Nazi League ("Liga antinazi") en Hollywood. Fue investigada por el FBI como sospechosa de pertenecer al Partido Comunista, por lo que llegó a aparecer en la Lista Negra de Hollywood y tuvo problemas para trabajar como guionista. Durante el periodo de la Guerra Civil Española fue una muy activa defensora de la causa republicana, participando en campañas de recaudación de fondos para dicha causa e incluso realizando un viaje a España. Testigo de ese viaje a España es el cuento "Soldados de la República", ambientado en un café de Valencia, cuento de carácter triste y melancólico publicado en New Yorker. La pérdida de la guerra por parte de los republicanos dejó una triste impronta en ella, haciendo aumentar su ya de por si desmesurado pesimismo vital.
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