Un día apareció un león en la biblioteca. El Señor Mosquera corrió a avisar a la bibliotecaria, la Señora Plácida, pero ella, sin alterarse lo más mínimo y siempre dentro de su estricta apariencia, le dijo que si el león no había quebrantado ninguna de las reglas de la biblioteca no había motivo para echarle de allí.
El león, después de pasearse por todas las salas, decidió quedarse en el rincón del cuentos y allí se durmió. Cuando llegó la hora del cuento la Cuentacuentos, muy nerviosa, comenzó a contar los cuentos que tenía preparados para ese día. El león escuchó los cuentos uno tras otro con mucha atención pero cuando terminó el último el león no se conformó como el resto de los niños. El quería seguir escuchando cuentos y, como no había más, rugió. Entonces la bibliotecaria apareció y le dijo que rugir no estaba permitido en la biblioteca. Si quería seguir allí debería estar en silencio. Los niños, que ya le habían tomado cariño al león, le preguntaron a la señora Plácida que si podría quedarse el león si prometía guardar silencio y la bibliotecaria no vió problema en que el león, calladito, volviera para la hora del cuento. Y así fue, aunque cada día el león iba más pronto y es por ello que la bibliotecaria decidió que el león le ayudara con algunas tareas de la biblioteca.
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