La pregunta del reportero no era particularmente sabia. Tampoco la respuesta del Nobel. De hecho, me entero por otros libros que un célebre autor norteamericano, otro superfamoso escritor belga y Saramago coinciden en la idea de que la literatura no tiene un fin determinado, práctico; concreto. Jorge Volpi estudia el dato. El mexicano, que se empeña en ir en contra de todos los discursos aceptados por la especie, insiste en el fin práctico de la literatura. En su libro de ensayos, Leer la mente (1), Volpi afirma que, según los más recientes descubrimientos en neurobiología y ciencias del conocimiento, es imposible que la literatura haya sobrevivido tanto tiempo como práctica de la especie sin que sirva para algo. Todas las acciones de los humanos sirven a la especie —es decir, sirven al propósito primordial de la especie, que es sobrevivir y evolucionar. De hecho, Volpi afirma que la literatura, que el acto mismo de leer, en realidad es lo que nos hace seres humanos.
Volpi se remite al libro de Merlin Donald A Mind So Rare. The Evolution of Human Consciousness (2) para explicar que un primer estado de la conciencia humana consiste en hacerse de un modelo del mundo. Esa habilidad la tienen hasta los mosquitos, lo cual les permite poder esquivar puertas, manoplazos y alcanzar el suculento capilar lleno de sangre. Luego, la segunda habilidad desarrollada consiste en percibir objetos y situaciones complejas —habilidad que los humanos compartimos con otros seres vertebrados. Después viene la “autonomía mental del ambiente” gracias al desarrollo de la memoria a corto plazo, que permite revivir un acto en vez de reaccionar inmediatamente a estímulos que nos rodean. Le sigue el desarrollo de la inteligencia social, que al parecer sólo tenemos los humanos y probablemente las ballenas y los delfines, que nos lleva a asumir que los demás individuos de nuestra especie esconden una vida interior igual a la nuestra. Por último se desarrolla la “imaginación simbólica” que es la capacidad de poder vivir desde una mente que está formada no sólo por neuronas y moléculas que la componen, sino por las ideas y símbolos que esa mente produce.
Roger Bartra bautiza como “exocerebro” en su libro “La antropología del cerebro” esta capacidad humana de la imaginación simbólica.
Es decir, que la conciencia está también configurada por toda una serie de símbolos, ideas, mitologías y literatura —sobre todo si entendemos literatura como los mitos de nuestra era moderna; así la definía Lacan. Todo lo imaginado configura a la mente. La “hace”, es parte de su materia. Es por ello que leer (es decir, hacer propias las palabras generadas por otra conciencia, acceder a un sistema de símbolos que amplía el propio mediante un recuento de memorias y vivencias que se vuelven parte de las propias) configura no solo las maneras que tenemos de pensar sino que organiza a la mente misma.
Cuando leo literatura (no información, no datos, sino literatura —es decir, textos que parten de la conciencia de otro ser de mi especie para reconfigurar la mía) mi mente guarda los recuerdos de Emma Bovary como si fueran propios (Madame Bovary c’est moi). Revive las ocurrencias de Jim al escaparse de la Isla del Tesoro, examina y sufre los retortijones de culpa y las interminables justificaciones que llevaron al crimen al estudiante Razkolnikov. Así trabaja la mente, imitando otras vidas, almacenando memorias propias y ajenas, aprendiendo del juego que es la vida y del otro juego que es el simulacro de vivir que nos presenta la literatura. Es una manera de ser (no de hablar de o con) los demás. De tener una misma conciencia conectada al todo (o a buena parte del Todo de la especie).CONTINUAR LEYENDO
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